Sierra de Gata Onírica. Historias, leyendas y anécdotas por Chuchi del Azevo

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SIERRA DE GATA ONÍRICA (HISTORIAS, LEYENDAS Y ANÉCDOTAS)

SIERRA DE GATA ONÍRICA (HISTORIAS, LEYENDAS Y ANÉCDOTAS)

TORVISCO42

-Que sí Ignacio, que aquí en la Sierra tenemos a los hombres serpientes y ese es uno de ellos, ¿Por qué te piensas que ha venido vestido como viene con el calor que hace? -Pues por cualquier motivo, lo mismo se quema con el sol, o tiene un cuerpo deforme que no quiere enseñar. Por cualquier cosa, eso no significa que sea lo que tú dices. -Ves, pues tú mismo acabas de responderte. Escucha, según cuentan los viejos del lugar se han dado casos de algunas mujeres, casi siempre esposas de los pastores, recién dadas a luz que vivían en las majadas que por la noche cuando dormían y tenían al recién nacido entre sus brazos se colaba en el chozo un bestardo que acudía al olor de la leche materna y serpenteando poco a poco se introducía por el ropaje de la mujer mamando del pecho. Mientras, al bebé le introducía su cola en la boca para que no llorase; ya que así creía que mamaba del seno de la madre. A esos niños, cuando se hacen adultos, les comienzan a aparecer escamas como a la de los reptiles y por la noche se les ven los ojos de los ofidios y la lengua bífida como a la de las culebras. Ignacio se quedó mirando a su primo Juan y a todos los demás con cierta cara de incredulidad; aunque aceptó de buena gana el fin del baño y el volver al pueblo para pasar el resto de la tarde jugando al escondite por las calles y callejas de la localidad. Al caer la noche comprendió que tenía que volver a su casa para asearse, cenar y acostarse; si no quería que sus padres le castigasen, como le sucedió hacía unos días cuando perdió la noción del tiempo y se quedó jugando a las chapas con sus amigos del pueblo, mientras su madre le buscaba por todos los rincones y casas de familiares y allegados. Al girar la esquina para adentrarse en la calle donde se encontraba su casa se chocó con una persona que venía en sentido contrario y a la que no había visto acercarse porque iba entretenido dándole patadas a una lata de refresco caída en el suelo. -¡Dagal… Ten más cuidado y mira por dónde vas, que te vas a hacer daño!. -¡Perdone!, no le había visto. En ese instante alzó la mirada y se quedó blanco como la pared encalada de la casa que estaba a su diestra. -¡Mamá…….socorro!¡El hombre serpiente que me quiere atrapar!

La picadura de la abeja le había desencadenado una alergia al niño que a la madre le comenzó a preocupar cuando el sarpullido provocado por el jerrojonazo del insecto empezó a ennegrecer y a supurar un pus maloliente, todo ello acompañado de una calentura febril. La mujer con una profunda desesperación buscó auxilio entre los vecinos; ya que su depauperada situación económica le impedía solicitar los servicios del facultativo oficial de la localidad. Recorrió durante un buen rato la barriada humilde en la que vivían ella y su familia en busca de alguna ayuda que pudiese salvar a su pequeño; pero el resto de sus vecinos eran tan pobres o más que ella y en lo económico poco podían hacer y de todos era sabido que Don Timoteo no ejercía su profesión si previamente no se le pagaba. Para este alumno de Hipócrates el único código a seguir era el del argento. En la última casa que visitó y después de lanzar una llamada de auxilio que corría el riesgo de caer en oídos sordos, como todas las demás, una voz envejecida por el tiempo y desde lo más profundo de la oscuridad le espetó: -¡Trae aquí al dagal! Era la tía Jacinta, una anciana a la que los más viejos de la villa le atribuían poderes mágicos. Durante muchos años ejerció de sanadora local hasta la llegada de Don Timoteo como médico al pueblo; éste se encargó de denostarla y fue el culpable de que no pudiese volver a ejercer sus conocimientos de medicina natural, que había heredado de sus antepasados y que hundían sus raíces en la historia de la humanidad. Don Timoteo la vio desde el principio como una competencia y sabía que si quería tener el negocio en exclusividad de la medicina en la población ello pasaba por impedir que Jacinta siguiese sanando a los vecinos con sus remedios naturales; por ese motivo cuando uno de los pacientes de la sanadora falleció él se apresuró a acusarla de asesinato y de denunciarla en el juzgado con el apoyo de la familia del fallecido. Jacinta fue condenada a varios años de presidio y desde entonces jamás volvió a usar sus conocimientos para sanar a nadie. Pero ahora la situación había cambiado ella sabía que su final estaba próximo y que la vida de ese niño estaba en peligro, la madre había dejado pasar demasiado tiempo y esa calentura o salía del cuerpo del chico o éste fallecería de inmediato. Rosa titubeó, pero cuando la hija de Jacinta le abrió totalmente la puerta y le indicó que entrase, ella y su hijo se sumergieron en la oscuridad de la vivienda hasta llegar a una pequeña habitación en la que la sanadora permanecía sentada en una desvencijada silla e iluminada por un pequeño haz de luz que penetraba por un diminuto vano abierto en la pared.

El chico salió despavorido mientras el hombre estalló en una sonora carcajada; comprendió rápidamente que los dagales del pueblo ya le habían vuelto a gastar la misma broma a otro de los que vienen aquí a veranear, como hicieron el año pasado con el sobrino del tío Jenaro. Aunque él si conocía realmente a uno de esos hombres serpientes que contaba la tradición y que además era pariente cercano de este último dagal; pero el pobre incauto lo ignoraba.

-Has dejado pasar mucho tiempo y tu hijo está en un serio peligro. He escuchado lo que le has contado a mi hija y si el chico no tolera bien las picaduras de las abejas puede llegar a morir. Ahora lo más importante es expulsar de su cuerpo esa calentura que le puede matar. Yo ya no puedo moverme bien, pero te voy a decir lo que tienes que hacer. Vas a ir al campo más cercano y vas a arrancar una planta de torvisco, con la raíz incluida, y la vas a traer aquí cuanto antes.

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Relato inspirado en libro de Dº Publio Hurtado: Supersticiones Extremeñas.

Febrero de 2021

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