EL LENGUAJE DE LOS PÁJAROS | Carlos Rendón La sinestesia está documentada desde el siglo XIX como un fenómeno que permite a algunas personas percibir más de una sensación frente a un estímulo sensorial. Así, es posible escuchar colores, ver sonidos o saborear al tacto. No es algo que se pueda entrenar o aprender, si bien existen mecanismos que ayudan a vivenciarla. La forma, el trazo o el color pueden alterar la percepción que se tiene al leer un texto o ver una pintura. Lo mismo ocurre con el sonido y sus ritmos, tonalidades y (des)armonías, especialmente cuando se trata de una escucha guiada. En esto consistió Visualizando cantos de pájaros, taller que realizó el artista surcoreano Jaewook Lee en el Instituto Profesional AIEP. Dividido en dos segmentos, el primero fue una presentación sobre la sinestesia y el funcionamiento del cerebro humano. Utilizando una máquina de electroencefalogramas portátil conectada a un computador, Lee fue capaz de proyectar su actividad neuronal y mostrar cómo esta se alteraba según los estímulos externos. Al cerrar los ojos y concentrarse, las ondas cerebrales disminuían. Al hablar o escuchar música a un alto volumen, estas aumentaban. El procedimiento se realizó posteriormente con un participante del taller y pudimos ver su actividad cerebral convertida en manchas de colores. La segunda parte invitó al trabajo plástico. Cada uno, con hoja y lápices, escuchó atento el canto de diversos pájaros, interpretando sus trinos, dotándolos de un color, forma e intensidad particular. Lo mismo se repitió con el arrendajo de Steller, el zorzal robín, el tordo alirrojo y finalmente con el cardenal norteño. Todas aves extranjeras, lo cual volvía más complejo el proceso de llevar su canto a imágenes abstractas. El acierto estaba en que ninguno de los dibujos, a pesar de provenir del canto de la misma ave, se parecía al otro. Jaewook había comenzado el taller hablando de Olivier Messiaen, compositor famoso por traducir el canto de las aves a piezas de música clásica. Salvando las diferencias, durante al menos una hora los participantes experimentaron este mismo proceso mental y de cierta manera terapéutico. Al final, era imposible definir quién había estado más cerca de una real sinestesia, pues se trataba de una experiencia subjetiva, íntima, en la que el canto de las aves servía de conector entre la persona y su cerebro. Como si fuera más fácil descubrir los secretos de la mente a través de trinos, en lugar del lenguaje humano.
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