LA MUERTE DE LA MEMORIA | Equipo SACO El año 2011 el único profesor que por ese entonces había en Quillagua, abandonó la localidad. En un gesto de confianza, le entregó las llaves del Museo Antropológico a una de sus habitantes más antiguas, doña Felisa Albornoz. Ella fue una de las cien personas que, contra todo pronóstico, optaron por quedarse en uno de los poblados más antiguos del desierto de Atacama, luego que el río Loa fuera contaminado por un derrame de ácido y los pocos derechos de agua disponibles pasaran a manos de privados. Felisa y los demás vecinos radicados en este oasis se convirtieron en estandarte de la resistencia contra la depredación de la industria, la devastación medioambiental y el olvido e indiferencia del Estado. Doña Felisa cuidó por nueve años el museo y sus piezas, hasta que falleció a mediados del 2020. Desde ese entonces, el museo permanece cerrado. Atendía y dialogaba con las momias, convertida en un lazo entre el presente y el pasado prehispánico del territorio. Para SACO, fue compañera y anfitriona. Estuvo presente con sus relatos en cada uno de los recorridos que desarrollamos en Quillagua desde el 2012. En ella, simbolizamos lo trascendental, bello, poderoso y emotivo del lugar más seco del mundo, pero también representamos la delicada situación y desprotección en que se encuentran muchas comunidades. Quillagua agonizante no debe morir porque significaría perder cultura y memoria. La muerte de doña Felisa nos invita a hacer esta reflexión antes que aquellos relatos, vivencias, anécdotas y emociones, tan personales pero a las vez tan comunes, desaparezcan, y con ellos, la gente que ha forjado el pasado, el presente y el futuro allí.
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