UNA TRAMPA PARA EL TIEMPO | Elia Gasparolo y Santiago Rey Viajamos al desierto de Atacama para instalar nuestra obra, una que nos habla del pasado y de nuestra relación con el tiempo. Hay una compleja trama causal, que no se limita a desarrollarse en una dirección. No es que simplemente los hechos sucedidos en un momento modifiquen o condicionen los de los tiempos subsiguientes. La mirada sobre el hoy, sobre lo que tenemos entre manos y bajo los pies, modifica nuestra percepción del pasado, y con ello la percepción del futuro. La imagen que podamos construir del futuro funciona como un ordenador de nuestras acciones. Hay también un futuro del futuro, y un pasado del pasado. El desierto nos recibe con su horizonte abierto y aliento calcinante, su ritmo mineral. A medida que nos adentramos en su realidad –áspera, tangible, brutal y sutil– comenzamos a percibir algo que no esperábamos, y que resuena de forma contundente y dramática con nuestra obra. Cuando alguien como nosotros, ignorantes de la lógica de estos lugares, imagina desierto, visualiza una situación en que las realidades materiales no permanecen. En la que el mundo devora y borra toda huella. Tenemos la idea de las dunas que se mueven, las olas del mar. El movimiento constante. Por el contrario, nos encontramos en un espacio donde todo permanece y las huellas de la acción humana se superponen. Tienen la misma profundidad, la misma presencia, los geoglifos de dos mil años de antigüedad que las huellas de las camionetas rojas. Muchas señales y caminos conducen a lugares que ni siquiera podemos percibir como tales. Un laberinto de espejos en el que el tiempo queda atrapado, reflejándose y viajando una y otra vez. Una trampa para el tiempo. Una casa para el tiempo. Ahora nuestra obra está también ahí. Somos parte. Viajamos muchos kilómetros con el deseo de inscribirnos en este lugar, buscando las locaciones. Las diferentes escenas quedan instaladas ahí, separadas por cientos de kilómetros, expuestas a ese tiempo que estamos descubriendo. Aprendemos también lo que es un oasis. Es llegar a Chiu Chiu y que Romina y Jaime nos estén esperando en su casa que huele a especias y a perfume. Es Quillagua, el lugar más seco de la Tierra, donde nos recibe don Manuel y donde la fruta es más dulce que en ninguna otra parte. En Antofagasta, ISLA es oasis, generosidad y alegría. Ahora formamos parte de este entramado. De esta superposición de transparencias que dialogan en silencio. 222