A PUERTO | Elisa Montesinos La exhibición más esperada del Festival SACO, que cada año trae a siete artistas internacionales a Antofagasta a realizar piezas concebidas especialmente para un espacio público, se llevó a cabo contra viento y pandemia. Animados por la posibilidad de armar, montar y construir los proyectos que habían propuesto casi ocho meses antes, los creadores tomaron un avión que los trasladó al norte de Chile. De esta forma fueron apareciendo instalaciones monumentales o de formato más reducido, sonoras, táctiles, ópticas, textuales, mutables tal como los tiempos que corren. Ni los sucesivos cambios de fecha y de lugar pudieron impedir su llegada “a puerto” –literal y metafóricamente–, al encuentro con los espectadores para los cuales habían sido concebidas. Si las “zonas cero” se habían vuelto parte de nuestro lenguaje habitual –ya fuera por el impacto de desastres naturales, conflictos bélicos, accidentes, actividad industrial y distintos sucesos que dejan un terreno vacío–, la muestra se trasladaba a un área de 4500 metros cuadrados colindante con el puerto de Antofagasta llamada casualmente Sitio Cero. Era necesario acondicionar ese espacio vacío, para que de “un peladero” se convirtiera en escenario adecuado para recibir la muestra Ahora o nunca. La museografía concibió mover contenedores a puntos definidos, los que otorgaron un contexto espacial a las instalaciones y en algunos casos sirvieron de soporte. Así, esta “zona cero” se convertía en un sector urbano de arte. Diálogo con el paisaje El faro Molo de Abrigo construido en 1934, testigo de la incansable actividad de grúas en una bahía donde nadan lobos marinos y las aves se zambullen en el mar, fue el lugar apropiado para que el mexicano Ernesto Walker instalara Domos. Desde el viejo faro, la pieza escultórica sonora captaba sonidos de la naturaleza y el febril movimiento portuario, transmitiendo ondas de radio que podían ser sintonizadas en el dial a un kilómetro a la redonda. A la vez, estas eran retransmitidas mediante parlantes en la zona de exhibición en “tierra firme”, donde las obras formaron una ruta en que predominaba uno u otro sentido. Walker se había propuesto oír y reconfigurar la mezcla entre estos ruidos urbanos y naturales en un loop eterno. El japonés Kotoaki Asano viajó con la maleta pesada. No fue fácil explicar su contenido y por lo mismo, resultó necesario un pequeño truco lingüístico para poder pasar la aduana. La suya era una inusual carga de tierra densa y oscura, traída desde su país en un acto poético y performático. De la maleta, pasó a ser depositada sobre una mesa negra y adherida a la superficie de bancas del mismo color que miraban hacia el país del artista. A nivel de los pies, se esparcía la blanca 56