Cuando las flores marchitan
La función tiene que continuar Yessica Canarios
L
os payasos siempre vienen a alegrar la vida de la gente con la que coinciden, pero había un payaso que tenía tanto carisma, que a veces sin querer serlo lograba hacer felices a los demás, Lecolín, siempre tenía alguna ocurrencia para hacer reír a cualquiera, él lo consideraba un arte. A dónde quiera que iba vestía con un traje elegante y colorido, su maquillaje era blanco, dibujaba una sonrisa rosada alrededor de sus labios, de sus párpados salían unas líneas verdes con mucho brillo, en su nariz se posaba una enorme bola roja; sus zapatos eran enormes y lo que nunca podía faltar era su sonrisa que resplandecía e iluminaba el lugar al que llegara. Su vida era muy tranquila, vivía viajando acompañado de su familia, siempre hacía amigos a dónde quiera que iba. En sus cumpleaños pasaba el día entero recibiendo mensajes de felicitaciones, la gente lo amaba en todos lados, siempre podía hacer feliz a cualquiera. El día más feliz de su vida fue cuando vio nacer a su tercer hija, era morena y heredó una sonrisa igual a la de su padre, ella nunca lloró, ni siquiera cuando nació, vino al mundo riéndose. Cuando vio a su papá le sonrió y nunca lo dejó de hacer, siempre que dormía sonreía y a veces se carcajeaba lo que provocaba que se despertara. La familia ahora estaba completa, el amor se sentía a kilómetros, a cada minuto disfrutaban de la vida. Un día se fueron a dormir, y al amanecer su hija no despertó, había partido de esta vida, ahora lo acompañaba con carcajadas desde el cielo. Al día siguiente de haber enterrado a su hija, aquel payaso sin sonrisa tenía que ir a una fiesta infantil a hacer reír a la gente como solo él sabía, se maquilló como de costumbre, pero en esta ocasión se pintó una estrella bajo su barbilla, esa estrella era su hija que le sostenía los labios para no tenerlos llenos de tristeza. 49