I || ¿una ciencia como las demás ?
Intercambiar algo distinto al dinero
EN OTRO
EN OTRO
La economía contemporánea eleva el intercambio mercantil a evidencia y, el dinero, a objetivo universal de los deseos. No obstante, algunos grupos sociales se organizaron en torno a otros valores distintos a la acumulación. Como el honor –ese lazo que une al individuo y a la comunidad en base al reconocimiento– en las sociedades de la Cabilia estudiadas por el sociólogo Pierre Bourdieu.
E
n algunas sociedades tradicionales y comunidades precapitalistas, la economía que regulaba los intercambios entre las personas no se basaba en el dinero como lubricante del comercio de bienes y servicios, sino más bien en el honor como fin y medio para existir dignamente. Cada mañana se intercambia con los demás un “buenos días”, un “hola”, un “¿qué tal?”, un “adiós”, besos y abrazos. No son solo simples palabras o gestos. Cada una de estas expresiones de cordialidad manifiesta actos cruciales para la vida en común, los cuales permiten que todo el mundo se sienta respetado. Para que así sea, estas interacciones deben obedecer al principio de reciprocidad entre el donante que honra y el donatario que devuelve el honor. Así se completa la secuencia donación-por-donación. Si alguien no cumple este “contrato social”, el honor íntimo del que comete la falta se transforma en deshonor. El intercambio, pues, no se reduce al trueque de objetos. También se trata del camino por el cual los miembros de una comunidad se comunican y adquieren un estatus simbólico, el “honor”, “un valor que una persona posee a sus propios ojos, pero también con respecto a aquellos que constituyen su sociedad”,
→ Prensado tradicional de aceite de oliva, Cabilia, Argelia, 2013. Fotografía de Ferhat Bouda.
según la definición del antropólogo Julian Pitt-Rivers. Marcel Mauss, por su parte, ve en el intercambio una prestación social que tiene más bien el objetivo de “ser en vez de tener” (Ensayo sobre el don). En sus trabajos sobre las sociedades de la región argelina de la Cabilia, el sociólogo Pierre Bourdieu otorga una gran importancia a la conquista y a la defensa del nif o del “punto de honor”, ese sentimiento de “respetabilidad, contrario a la vergüenza”, que se define “esencialmente por su dimensión social”. Lo peor en Cabilia, explicaba Bourdieu, “es pasar desapercibido: no saludar a alguien es tratarlo como un objeto...”. Así pues, el honor sería el “primer momento” de cualquier intercambio.
Los intercambios de bienes y servicios obedecen a lógicas de reciprocidad y de solidaridad. Esta particular forma de economía permite a aquellos que se adhieren a ella alcanzar una condición de igualdad simbólica que puede “coexistir con las desigualdades de facto”, como las disparidades económicas, incluso enmascarar una “extorsión clandestina
TIEMPO
LUGAR
para la realización de tareas arduas”. En la sociedad rural argelina, trabajar significaba para los fellahs (campesinos) ocupar su tiempo con la realización de un oficio, la mayor parte del tiempo no remunerado de forma monetaria (como cuidar el ganado). Los intercambios de bienes y servicios no se miden en función del esfuerzo ni del beneficio: no se calcula lo que se produce o lo que se consume, no se contabiliza el tiempo empleado. Por el contrario, obedecen a lógicas de reciprocidad y de solidaridad de grupo. La búsqueda de interés no se reconoce como tal. Se disimula bajo la búsqueda de prestigio y de honor. De don Tomás a Tomás nomás
Bourdieu observaba que “la costumbre es que el vendedor, al finalizar una transacción importante como la venta de un buey, devuelva ostensiblemente al comprador una parte de la suma que acaba de recibir ‘con el fin de que compre carne para sus hijos’. Y el padre de la esposa hacía lo mismo cuando recibía la dote al finalizar, en la mayoría de los casos, un intenso ‘regateo’. Cuanto más elevada era la parte de la cantidad que se devolvía, más honor se obtenía, como si, al coronar la transacción con un gesto de generosidad, se quisiera convertir un regateo en un intercambio de honor”. Es el tribunal social del grupo, y no el imperativo económico, el que confirma estos intercambios. En el mundo social actual, por el contrario, es la cantidad de dinero que se posee lo que determina esencialmente el prestigio social de una persona, su importancia, proporcionando así honor al número y al valor de los activos tangibles que se poseen. Esto lo explica el siguiente verso de un son cubano: “Cuando tenía dinero, me llamaban don Tomás; ahora que nada tengo, me llaman Tomás nomás”. Sin embargo, precisa Bourdieu, las fronteras entre las dos economías no son tan cerradas: “Un capital simbólico, como el prestigio y el renombre ligados a una familia y a un apellido, se reconvierte fácilmente en capital económico y puede constituir la forma más apreciada de acumulación en una sociedad donde los rigores climáticos y la debilidad de los medios técnicos exigen un trabajo colectivo”. n
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