Reflexión del Lunes Santo
Intenté encontrarte en el día a día y, por más que buscaba, no te hallaba. Te buscaba en lo alto de los montes, en la ladera de las montañas, junto a ríos de frescas corrientes y, por más que te buscaba, no te hallaba. Y de pronto el ruido se detuvo y la prisa, ya cansada, me ofreció, de repente, el SILENCIO de la nada. ¿Qué tienen tus pies descalzos que al mirarlos me embelesaba? ¿Qué tiene ese rostro ya inerte, que sin mirarme, me miraba? ¿Qué tiene ese cuerpo que clavado a una cruz, en su regazo me abrazaba? ¿Qué tiene tu Silencio que de la rutina me sacaba y hacía que el mundo abandonara para depositar en Ti, la más humilde de mis miradas? Suerte tiene el creyente, de tener un Dios humano, en Cuaresma, Dios doliente, que camina de la mano. Son tus pies, desnudos, invitación a caminar, son tus pasos, uno a uno, frutos del verbo amar. No desfallezcas Nazareno sigue tu lento caminar, haz los míos más amenos. Hasta volvernos a encontrar. En esta tarde, acudir a encontrarme con Jesús es encontrarse a uno mismo. Envuelto en el silencio de la cruz, debemos preguntarnos ¿Por qué? Porque el amor, a veces, es rechazado. Porque no somos capaces de entregarnos más a los demás. Porque no somos valientes para dar testimonio del amor de Dios aunque esto nos lleve a la cruz y a vivir nuestro silencio.