Amador Moya
Capítulo 3
La primera queja era sobre los aspersores. Había tres que no funcionaban y otro mal regulado. Estaban programados para las seis de la mañana y, a esa hora, ya se encontraba preparado para fiscalizar si funcionaban o no. Le diría al de mantenimiento que los programara para las cuatro, a ver si ponía el despertador y se levantaba en mitad de la noche. Luego venía la queja de la limpieza: que no limpiaba, que no cumplía con los horarios, que… Aquello era un «corta y pega», un clásico, la queja que siempre incluía de relleno para aumentar el volumen del panfleto; como se la sabía, pasó a la siguiente. A continuación venían los ruidos que hacían los vecinos. En seguida detectó que se trataba de una réplica del que le había mandado hacía dos o tres meses. Seguían una serie de instrucciones dirigidas al administrador de la finca sobre lo que debía inspeccionar, vigilar y comunicar a los demás vecinos y al resto de la junta rectora. Entre todas ellas había una en la que se quejaba de que la presidenta de la comunidad nunca estaba en casa y que no podía hablar con ella ni le cogía el 27