Amador Moya
Capítulo 8
No hubo ningún inconveniente para encontrar la oficina de Mari, solo debió seguir las indicaciones de los carteles. —Me he adelantado —dijo Piedad a modo de introducción—. No te importa, ¿no? Al final he podido cancelar una cita. —En absoluto —respondió rápida Mari, levantándose de la silla y saliendo a su encuentro—. Para nosotros, mejor. Mari cogió a Piedad de un brazo empujándola con suavidad hacia la salida de su despacho. Pronto se dio cuenta que, a pesar de la sonrisa que exhibía en sus labios, se encontraba tensa y nerviosa. —Ven, te acompañaré al grupo de Delincuencia Urbana. Allí es donde declararás. Son unos chicos muy majos. —Como tú digas —respondió Piedad resignada. —Perdona que te hayamos hecho venir, pero es necesario, de verdad —le dijo Mari, a modo de disculpa. —No veo en que os puedo ayudar, yo... —Mira, la cuestión es sencilla. Desde el mismo momento en que apareció el perro colgado, va por ahí 75