Rivas al día nº216

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RD ENERO 2022

PALABRAS MAYORES

Pilar Burcio Una historia de vida, una historia de ciudad ENTREVISTA> Esta vecina de 67 años visitó el oeste de Rivas por primera vez en 1985 y, pese a ver una zona aún casi despoblada, sintió que era su sitio. Pronto se implicó en la vida de barrio y su trayectoria se desarrolló en paralelo al despegue urbanístico

Entrevista y fotografía: Patricia Campelo

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n anuncio en el periódico le cambió la vida. Pilar Burcio Rodríguez (Jarandilla de la Vera, 1954), hoy vecina de Covibar y usuaria del centro de mayores El Parque, no había oído hablar nunca del nombre de esta ciudad cuando aquella tarde de 1985, su marido, Lorenzo, llegó con la publicidad de unos chalets que se iban a construir “en un pueblo que se llama Rivas Vaciamadrid o algo así”. Por entonces, Pilar vivía con él y con sus hijos pequeños en Madrid, en la zona del hospital 12 de Octubre, donde habían fijado su residencia tras casarse. Pero las calles del cercano barrio de Usera habían sido el escenario de su infancia y juventud, donde había crecido feliz entre cines, guateques y el club de la iglesia con el que organizaban la vida cultural y festiva. Y a esta extremeña que emigró a la capital con 4 años su nueva vivienda no le convencía. “Vivimos una etapa muy bonita, allí nació mi hija y mi hijo pero yo no me encontraba, no lo veía mío”, cuenta a ‘Rivas al Día’ una mañana de principios de diciembre desde el aula de cerámica del centro de mayores. Por ese motivo, Pilar y Lorenzo comenzaron a recorrer la periferia madrileña buscando su hogar ideal: con terreno, grande, una sola planta, cerca de la naturaleza y a la vez de Madrid. Hoy sería como pedir la luna pero en el Madrid de los 80, a la sombra de la gran urbe, se abría

“Nos dijeron que el metro llegaría a Rivas, y no nos lo creíamos. Estaba todo muy desangelado” paso una vida tranquila y asequible para las clases medias en los pueblos del primer cinturón exterior metropolitano. Rivas entre ellos. Seguimos en 1985. Pilar y Lorenzo recalan por vez primera en la zona oeste ripense y observan la ciudad embrionaria, que por entonces contaba con 4.303 habitantes. En un acto de fe, confiaron en lo que les prometían las proyecciones futuras de la constructora. Pero ese chalet en Junkal, 3 lo valía. “Había mucha construcción pero estaba todo muy desangelado. Nos enseñaron los planos y nos hablaron de lo que iba a ser Rivas. Dijeron que vendría el metro y pensamos ‘se han pasado, lo hacen por vender’. Jamás creímos que ahí pudiera llegar”, recuerda Pilar. El acceso a esta parte de la ciudad, además, no era sencillo: “La carretera de Valencia era de un solo carril de ida y vuelta, y para entrar había que desviarse y esperar a que no pasara ningún coche para cruzar rápido, un peligro”.

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Según relata, su padre, en otra de las visitas les alertó, “pero dónde vais, si aquí no sale ni la hierba” por el aspecto del terreno alrededor de la casa que, según recuerda la ripense, era “todo tierra de secano, blanquecina, con mucho yeso”. “Era un desierto. Pero Lorenzo decía, ‘esto con dos camiones de tierra buena y arena se cambia’. Y así fue”. La casa reunía todos los requisitos que buscaban. “Pensamos en apostar por ello, y ya veríamos si nos equivocábamos”, anota sobre lo que fue “el mayor acierto” de sus vidas. COLONA DEL ‘LEJANO OESTE’ Tras más de dos años de obras, la familia se mudó a la casa de Junkal en 1988, y llegaron las nuevas rutinas, amistades y experiencias, muchas de ellas, alrededor de un colegio: Los Almendros. Este era el centro escolar más cercano al domicilio, y Cristina y Javier estudiaron allí. Su madre, Pilar, pronto abrazó los asuntos del cole. Participó en la APA [antes se llamaban asociaciones de padres de alumnos, hoy, ampas, tras incluir ‘madres’] y organizó con sus amigas las asociaciones culturales y deportivas. Con estas iniciativas ofrecían a toda la infancia ripense, no solo a la de Los Almendros, actividades vespertinas. Danza, inglés, sevillanas, gimnasia rítmica, kárate o fútbol. “Teníamos cientos de alumnos,


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