Crónicas y Análisis
Entre Paíto y Llirene que entre el Diablo y escoja
Escrito por: Eduardo García Martínez
El Diablo estaba triste Tenía los ojos chiquitos y miraba hacia el suelo. No eran sus ojos de siempre ni su mirada risueña de otros tiempos. Su eterno sombrero de vueltas reposaba sobre sus rodillas y parecía ausente, un desconocido en su propio cuerpo negro, pequeño y macizo. En su sien izquierda, encima de la oreja, aquel abultado que se tocaba cada cierto tiempo con su mano callosa.
fiestas de todos, ligerito de pies para perseguir la jarana. Ahora, cabizbajo, recordaba. Repasaba la historia de su vida, siempre alegre, aunque la comida escaseara. Aunque no tuviera para regresar de la fiesta en la que había tocado sin descanso, acariciando su tambor. Ese tambor que acurrucaba entre las piernas hasta hacerlo parir lamentos profundos y germinar alegrías, de día, de noche, en la ciudad o en el campo, a la orilla del mar o la montaña profunda. No recuerdo dónde ni cómo conocí a Encarnación Tovar, el tamborero. Pero Encarna era más que un tocador de tambor. Era un hombre que llegaba al corazón. El Diablo también tocaba la gaita, el acordeón, las maracas, y componía. Me dijo que en una de sus piezas hablaba de Llirene, el legendario tamborero en cuyo honor se realiza el Festival Nacional de Gaita de Ovejas.
-Mira lo que tengo- me dijo esa vez, hace veinte años, señalando Encarnación nació en el Palenque aquella zona ahora peligrosa de de San Antonio de Labarcé y allí su anatomía. Después volvió al aprendió los secretos del tambor silencio. y a medírsele a las cosas con artimañas del otro mundo. Un Lo que tenía era su propia muerte tío suyo, a quien seguía a todas asomándose en su cabeza, partes, le enseñó las artes de pensaba. Ahora era un hombre lo imposible: curar desde lejos distinto. Completamente y con rezos las gusaneras del diferente a aquel Diablo ganado, vencer la fatiga con el juguetón que tocaba el tambor pensamiento, identificar las como el más auténtico de sus visitas con días de anticipación, antepasados africanos. El cuero hacerse invisible para confundir bajo sus manos lo sentía como al enemigo. Pero él no tuvo una bendición, la mejor de sus enemigos, solo gente que lo bendiciones. La que tuvo desde quería, muchedumbres que lo pequeño cuando le daba con aplaudían. Desde niño, allá en el ganas al cuero de chivo porque monte, decía que tenía secretos. quería ser como su padre para Cosas que solo él conocía. Tenía alegrar las cumbiambas y andar la fuerza de un mulo, los niños en de arriba abajo metido en las
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cruz, el encanto de un príncipe negro. -Mi tío sabía cosas y yo tambiénme dijo otro día en el descanso de un toque sin fin a la orilla del mar, en La Boquilla. A lo mejor. Pero nunca pudo vencer a la pobreza que lo golpeó hasta el último día de su existencia. Agobiado por aquel abultado en la cabeza que le consumió la vida. Encarnación era el Diablo porque sabía cosas. Pero lo que más sabia era tocar su tambor. Eso también lo sabía la gente. Los demás que se rendían ante el embrujo de su arte alegre, brioso, certero. Ver a Encarna tocar era un privilegio, en fiestas pequeñas o tarimas grandes. Dónde fuera. Él era el más grande. Aunque a veces no ganara los concursos, que no le gustaban. Se sentía mejor tocando sin ataduras. Suelto. Libre. Sin limitaciones. Del monte trajo su arte y lo paseó por buena parte de la tierra Caribe. Abriéndole paso a una tradición musical que se estaba muriendo. Ayudó a rescatar los aires de la gaita, a sembrarla de nuevo en el pueblo, a sentirla como lo que es: una voz de ancestro, vieja y ceremonial, lenguaje de los primeros habitantes, de los dueños de la tierra de antes. De los que estaban aquí cuando llegaron los de a caballo, con lanza y arcabuz, a realizar el aniquilamiento. Cultor elemental del tambor y de la gaita, el "Diablo" Encarnación Tovar combinó a la perfección los instrumentos de sus etnias mayores, negra e india, para que