La caja negra
Dora Maya*
El conductor cerró la puerta, pasó la aldaba metálica
otra foto familiar distraída y sincera, de cuando la risa de
con facilidad, la aseguró, pero advirtiendo mucho peso
los niños en la playa, la misma playa, todos los años, era el
adentro. Extraño, porque era el último viaje y el camión no
dique que contenía el derrumbe del hogar que quiso ser.
estaba lleno. Encendió por fin luego de varios intentos y
No hubo ninguna foto para evocarlo, pero recordó cómo
vueltas de la llave, hasta ponerlo en marcha con alguna
el hijo pequeño deshacía las moñas con que recogía su
dificultad; incluso antes de llegar a la portada ya se había
pelo negro, y tiraba al suelo las bandas de colores que
detenido la primera vez.
lo sujetaban, para meter la nariz entre su cabeza hasta
La casa quedó vacía. Los rectángulos limpios resaltaban
quedarse dormido. Caprichos de la nostalgia.
en el blanco restante más curtido, dejando en las paredes,
A su manera y a fuerza de esperanzas, las familias des-
siluetas insinuadas con años de cicatrices: hubo un reloj
truidas acumulan momentos memorables.
al que cualquier día no volvieron a darle cuerda siendo
En las esquinas, adheridos, insectos secos que revolo-
siempre las nueve y diez; un armario grande y pesado,
tearon en invierno. En un rincón del primer piso, un palo
herencia de la casa de los abuelos, con botellas de licor a
de escoba que reforzaba la ventana desde la noche que
medias consumidas; hubo una foto matrimonial exhibiendo
entraron los ladrones. Restos de cinta adherente, una tapa
sonrisas extrañas de otros tiempos, que de tanto pesarle
que nadie sabe de qué es, pero que luce necesaria. Los
circunstancias no dejan evocar el origen de la felicidad;
puntos negros donde antes hubo un clavo, un tornillo, el
* Abogada interesada en arte y literatura. Madre de dos hijas. Vive y trabaja en Medellín.
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