364 Gustave Courbet. Un entierro en Ornans (1849-1850). Óleo sobre lienzo. 315 x 668 cm. Museo d’Orsay, París. La exposición de este cuadro en 1850 —escribe Francastel—: «fue una bomba. El grupo de mujeres vestidas de negro, los hombres torpemente endomingados, el sepulturero arrodillado ante la fosa abierta, el cura y el sacristán, el monaguillo y los cantores con túnicas encarnadas, todo ello alineado en larga franja sombría, ante otra franja clara compuesta por los blancos acantilados del fondo [desagradó] a la mayoría del público y de la crítica, que se deshacía en burlas sobre la imperdonable falta de gusto del artista».
Muy pronto los pintores franceses establecieron la siguiente ecuación: arte realista igual a arte social. Gustave Courbet [Ornans, 1819 - La Tour de Peilz (Suiza), 1877], nieto de revolucionarios y amigo personal del apóstol del socialismo, Proudhon, será la cabeza visible de este movimiento pictórico. El proletariado ocupa la atención de sus cuadros: en Los picapedreros eleva a valor de símbolo la miserable existencia de los peones camineros; en Las cribadoras de trigo reivindica al obrero rural; en Las muchachas al borde del Sena denuncia la situación marginal de las prostitutas; y en La salida de los bomberos corriendo hacia un incendio expresa los accidentes laborales a que están expuestos. El público y la crítica rechazaron estos asuntos contemporáneos, calif icándolos de «feos» por romper con la idea convencional de elegancia que debía presidir la temática de la vida urbana o rural. El artista se defenderá con un manif iesto en el que proclama: «No he querido copiar a los neoclásicos, ni imitar a los románticos; tampoco mi intención ha sido la de alcanzar la ociosa meta del arte por el arte. ¡No! He querido […] ref lejar las costumbres, las ideas, el aspecto de mi época de acuerdo con mi apreciación; ser un pintor y también un hombre; en una palabra, hacer arte vivo, ese es mi objetivo». En 1850 pinta Un entierro en Ornans, que el propio Courbet, en un juego de palabras, consideró «el entierro del Romanticismo» [364]. Representa a medio centenar de paisanos de su pueblo natal asistiendo al sepelio de un campesino en el cementerio. La composición y el formato enlazan con los retratos de grupo de la escuela barroca holandesa, pero los integrantes de la procesión fúnebre carecen de las poses estudiadas y de la grandilocuencia académica. Alfred Bruyas, un rico hacendado de Montpellier, será el único comprador de este arte libre, cuya fuerza reside en la pintura misma y no en el asunto representado. Fruto de la amistad que sostuvieron será El encuentro, también llamado ¡Buenos días, señor Courbet! (1854; Museo Fabre, Montpellier), en el que se recoge un acto intrascendente: el saludo matinal de ambos personajes en el campo.
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