OJO POSMO
Líder Juvenil
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FORMA Y FUNCIÓN EN LA IGLESIA La iglesia no es una estructura, ni una organización, en primer término es un organismo vivo –el Cuerpo de Cristo- y como todo organismo vivo debe estar en constante evolución, cambio y transformación para llevar a cabo su función. El Espíritu Santo y la misión nos informan acerca de qué cambiar, en qué dirección cambiar y cómo hacerlo. Un organismo vivo que no cambia ni evoluciona muere. por Félix Ortiz
La Iglesia China En La Clandestinidad Hace unos años tuve el privilegio de entrar en contacto con la iglesia clandestina china. Después de la revolución cultural de los años sesenta la iglesia se vio desprovista de templos, pastores adiestrados, seminarios de formación, organizaciones paraeclesiásticas, librerías evangélicas e incluso de Biblias para cada creyente, es decir, desprovista de todo aquello que nosotros consideramos esencial, vital y necesario para hacer iglesia. Para nosotros, viviendo en el mundo occidental sería sencillamente imposible pensar en la iglesia sin poder tener todos los recursos antes mencionados. Sin embargo, nada de eso es esencial, vital o necesario para hacer iglesia, porque nada de eso define a la iglesia y de todo ello puede prescindir el cuerpo de Cristo. Ahora bien, la comunidad cristiana no puede sobrevivir ni subsistir si pierde su misión y la presencia del Espíritu Santo, algo que los hermanos de China nunca perdieron y que fue lo que impulsó y generó su espectacular crecimiento, pasando de alrededor de ocho millones a más de cien millones, según las cifras más conservadoras en la actualidad. No nos engañemos ni seamos tan inocentes como para pensar que nuestras iglesias contemporáneas tienen algo que ver con la iglesia primitiva. Nuestros hermanos de los tres primeros siglos del cristianismo no se sentirían identificados con nosotros. Nuestras liturgias, estructuras, lugares de culto, formas de liderazgo e incluso teología les resultarían 14 LiderJuvenil.com
extrañas y ajenas a su realidad.
Lo Que Cambia Y Lo Que Permanece En La Iglesia La misión de la Iglesia es permanente y continúa de forma constante a lo largo de los siglos y las generaciones. No puede cambiar porque es nuestra razón de ser, es el porqué de nuestra existencia, es a lo que hemos sido llamados. Sintetizando, debido a la brevedad que requiere un artículo, nuestra misión tiene, como una moneda, dos caras inseparables. La primera, es que Cristo, el hombre nuevo, sea formado en nosotros los que nos consideramos sus seguidores (Efesios 4:11-13). La segunda es colaborar con Dios en el proceso de reconciliar y restaurar toda la creación (2 Corintios 5:18-21) algo que hacemos por medio de la Gran Comisión y el Gran Mandamiento, es decir proclamando y demostrando el Reino respectivamente. La Eclesiología, es decir, la forma en que la iglesia se estructura y organiza para llevar a cabo su misión puede y debe cambiar, y de hecho así ha sucedido, a lo largo del tiempo ya que es única y simplemente un medio para llevar a cabo un
fin. Nosotros no hacemos iglesia como se hacía en los tiempos apostólicos. Tampoco la hacemos como se hizo durante la Edad Media. Nuestra forma de hacer iglesia es relativamente moderna y nació para dar respuesta a unos retos culturales, sociales, económicos y políticos muy concretos y específicos y lo hicimos bien. Sin embargo, la postmodernidad nos presenta un nuevo escenario que puede hacer preciso, necesario y urgente el desarrollo de una nueva eclesiología, del mismo modo que les sucedió a la iglesia china con la revolución cultural de Mao. Esto nos lleva al viejo conflicto entre forma y función. Para llevar a cabo una determinada función, digamos, por ejemplo, sentarnos, desarrollamos una o varias formas, sillas, sofás, bancos, etc. Lo mismo sucede en la vida de iglesia, para llevar a cabo una determinada función, por ejemplo, orar, desarrollamos diferentes formas, por ejemplo el culto de oración. Ahora bien, hay un problema que acostumbra a darse con la forma y la función. Primero la forma tiende a confundirse con la función, después la forma acaba suplantando a la función. Si lo aplicamos a la iglesia el tema iría de la siguiente forma. Los desafíos de los tiempos nos llevan a desarrollar una forma determinada de hacer iglesia, una liturgia, un liderazgo, unas estructuras, unos procesos, etcétera. Todos ellos son correctos y responden a nuestra comprensión de la Palabra de Dios para ese momento determinado. El problema consiste cuando esa forma, la confundimos con la función y