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Revista “Flor de viruta”
IES VIRGEN DE LAS NIEVES
N.º 2 Junio 2022
LAS CUATRO REVELACIONES Por Marcial Castro Sánchez Profesor de Geografía e Historia
Colina del León, Waterloo, Bélgica
Ahí estaba yo, en la Colina del León, el lugar que recordaba la batalla de Waterloo en 1815, justo donde una bala hirió en el hombro al joven heredero del trono holandés, el Príncipe de Orange, en cuyo recuerdo se erigió un cono de 43 metros de alto y 520 metros de circunferencia. Subí casi sin aliento los 225 interminables que me llevaron hasta su cumbre. Ahí tuve mi segunda revelación. Para que se me entienda bien, fue algo similar a como cuando un visionario místico recibe una inspiración divina y se le concede por unos segundos la gracia de ver el futuro con nitidez absoluta, pero con el encargo implícito de hacerlo conocer a otros. Mi primera revelación fue a últimos días del año 2001. Varios reportajes, artículos de prensa y la lectura de un libro me convencieron de que muchos de los grandes enigmas de nuestra Historia pasaban por la aplicación de una técnica, entonces revolucionaria y prometedora, como era el del análisis del ADN. De pronto tuve la necesidad de conocer por dentro un laboratorio donde se hicieran estas técnicas. Me levanté un sábado por la mañana y en la televisión regional salió un reportaje sobre el Laboratorio de Identificación Genética que dirigía el doctor Lorente Acosta de la Universidad
de Granada. Ahí fue cuando decidí buscarme una buena excusa para conocer a una incipiente y muy mediática eminencia científica para que me recibiera en persona, pero para satisfacer, lo reconozco, mis más profundas y egoístas curiosidades personales y profesionales. Ideé el plan perfecto. Como dudaba de que alguien de la Universidad atendiese a un particular, pensé que si íbamos un grupo de mis alumnos seleccionados del IES Ostippo de Estepa (Sevilla), acompañados de un profesor de Biología del Centro, difícil sería que no conmoviese el corazón del profesor universitario, y que tendría el permiso de mi director para realizar un viaje hasta Granada con un puñado de unos diez de los mejores alumnos seleccionados del Centro. En aquella época, como lo es ahora, era difícil convencer a Directivas y Ampas de que se hiciese una discriminación entre alumnos por sus expedientes académicos y por la elección a dedo de un profesor. Lo único que se me ocurrió fue alegar que la carrera de Medicina era en esencia muy selectiva y elitista, y que son contados los alumnos de cualquier Centro los que podían acceder a ella, y que por una cuestión de imagen del nuestro Centro y por espacio físico dentro del Laboratorio,
no convendría que fuésemos más de 10 alumnos y un par de profesores acompañantes. Invité al profesor de Biología para que no me dijese el director que la Historia nada tenía que ver con la Medicina. Por tanto, el profesor en teoría acompañante sería yo. Un plan retorcido y astuto digno de un maestro, en este caso de un profesor de EEMM de Historia. Ahí fue cuando tomé aire, le eché valor y le propuse al doctor Lorente, con mucho descaro y muy poca vergüenza por mi parte, una posible colaboración entre ambos, de forma que yo le propondría un apasionante trabajo histórico, y él pondría sus novedosas técnicas para su resolución. Me llevé un árbol genealógico completo del Gran Capitán y se lo mostré. Como segunda opción, en caso de no salir la primera investigación, le propuse el estudio del ADN de Colón para intentar averiguar dónde estaba su tumba, si en Sevilla o en la República Dominicana. El resto ya es bien conocido por la prensa. De los diez alumnos acompañantes, uno de ellos ganó conmigo, como profesor acompañante, un concurso de estudiantes llamado “Matrícula” que emitía Canal Sur, y otro de ellos hoy es ingeniero de Airbus en Francia. 32