Lectura libro librería. Camino calle ciudad.

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lectura libro librería I camino calle ciudad

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selva selva selva cdmx 2020

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es una editorial de autopublicación que solamente publica los escritos, ensayos visuales, académicos o personales de Selva Hernández López de manera digital para que cualquiera pueda disfrutarlos, citarlos, copiarlos e inspirarse. Esta casa editorial cree firmemente en compartir el libro como forma de afecto. Espero que lo disfrutes.

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2020 fue un año terrible, nadie lo duda. El confinamiento provocado por la pandemia llevó a centenares de negocios pequeños e independientes al cierre, uno de ellos fue la librería que heredé de mi madre, A través el Espejo, en la bonita avenida Álvaro Obregón de la colonia Roma en la Ciudad de México. Apenas iniciado el confinamiento, el casero me informó que tenía que desalojar el local de 250 metros cuadrados que albergaba cerca de cien mil libros, un territorio de papel y madera que floreció, unas veces cultivado, otras salvaje, durante 25 años.

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Mi madre murió un viernes, el lunes siguiente fui a la librería para ver qué era eso que me había dejado: laberintos de libros, malos a primera vista. Una acumulación terrible, polvorienta y nada atractiva, un trabajo inacabable. Construyó a lo largo del tiempo una pequeña ciudad de libros dentro de las paredes enmohecidas y dañadas de su viejo edificio viejo. Avenidas y calles formadas por libreros, colonias selectas, espacios olvidados, zonas en construcción, barrancas, edificios a punto del derrumbe. Por toda la librería había pedazos de maderas, cajas, vigas de metal y cosas que no puedo imaginar si le sirvieron de algo.

Ella nunca tiró libros como suelen hacer los libreros de viejo para exhibir lo mejor. Los acumuló en los pisos para formar barreras y evitar pérdidas mayores con las frecuentes inundaciones. Una o dos veces al año, en temporada de lluvias, la insuficiencia de la obra pública llenaba la librería de agua.

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Antes del cierre, llevé los mejores libros de A través del Espejo a mi casa-librería en la colonia Condesa. Busqué entre ellos mi ejemplar de París. Capital del siglo xix. Lo tenía guardado entre los libros que diseñados por Vicente Rojo para la Librería Madero. Los conservo, junto con todo lo que tengo diseñado por él, en la sección de libros especiales que guardo bajo llave. De los siete ejemplares que había, tomé tres: uno para mi maestro, otro para mí y uno más sin pastas y deshojado para leer durante el curso de La ciudad y su contexto.

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1.

Desembalo mi biblioteca. Aquí está. No se encuentra aún instalada en los estantes, todavía no la ha envuelto el tedio ligero de la clasificación.

Habent sua fata libelli: quizá esta fórmula fue concebida pensando en los libros de forma general. Pues los libros, La divina comedia, o la Ética de Spinoza, o El origen de las especies, tienen su destino. Pero el coleccionista interpreta de manera diferente el dicho latino. A sus ojos, no son tanto los libros como los ejemplares los que tienen su destino.

Fourier y el trabajo con libros

Las arcadas fueron los centros del comercio en objetos de lujo. Su presentación mostraba el arte al servicio del vendedor. [...] En las arcadas se colocaron las primeras lámparas de gas.

(Benjamin, 1971)

ILos libros en las librerías de viejo suelen multiplicarse exponencialmente: de cada cien libros que se adquieren, probablemente se venden entre diez y veinte, el resto tiende a acumularse sin remedio. Las personas a cargo de estos negocios suelen recurrir al remate, las ventas de bodega, o al reciclaje para hacer espacio y seguir con la labor. Algunas librerías no se deshacen de nada y sus acervos crecen en formas de pilas de libros sin control ni orden. Los paisajes, aunque hermosos, son caóticos y abrumadores.

IMi tío Juan abrió la librería México Viejo en el Pasaje Iturbide, a unas cuadras del Zócalo en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Sus libreros eran de encino y los letreros de las secciones grabados sobre rectángulos de madera barnizada. Solo los mejores libros. La librería apenas duró un par de años. Desconozco la razón del cierre, pudo ser un aumento de renta o algún plan comercial de los dueños del inmueble. Hace 56 días, la página Inmuebles24 publicó el anuncio:

Pasaje Comercial Iturbide. Pasaje Comercial completo. Magnifica propiedad en renta en el corazón del primer cuadro. Pasaje peatonal de Gante a Bolivar, entre Madero y 16 de Septiembre. Amplias posibilidades.

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Busco unos mapas de la Hungría soviética que tengo extraviados, en la labor aparece un libro antiguo en cuya portadilla se lee: Nociones prácticas sobre caminos de fierro por Santiago Méndez, ingeniero mexicano. Diploma de la escuela Central de París y de aplicación de artillería é ingenieros de Metz. Obra adornada con ocho láminas. México. Agustín Masse, editor. Calle Tiburcio número 18. Librería Mexicana. Esquina de Portales de Mercaderes y Agustinos. Antigua Librería. Portal de los Agustinos núm. 3. 1864. A un lado de esta, una litografía de Decaen que muestra la Estación del camino de fierro en el este de París.

IEl trabajo, sin embargo, hace las delicias de determinadas criaturas, como castores, abejas, hormigas, que son plenamente libres de preferir la inercia; pero Dios les ha provisto de un mecanismo especial que las aficiona a sus tareas, y les hace encontrar la felicidad en la industria. ¿Por qué no nos habría concedido el mismo beneficio que a esos animales? ¿Qué diferencia existe entre su condición industrial y la nuestra? (Fourier, 1980).

IA veces, cuando trabajo en el ordenamiento y la selección de las pilas de libros me siento una hormiga. Se trata de un trabajo mecánico pero gustoso. Un trabajo que parece no tener fin, pero que al paso de las horas es notable por los espacios que se abren poco a poco: pasar libros de aquí para allá es similar al trabajo de un albañil que al final de una ruda jornada, puede ver, bañado en mezcla y polvo, un muro levantado.

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2.

Si hace siglos comenzó a tenderse paulatinamente, pasando de la inscripción vertical al manuscrito que reposaba inclinado sobre los pupitres para finalmente acostarse en el libro impreso, ahora comienza a levantarse nuevamente del suelo con la misma lentitud. El periódico ya se lee más en vertical que en horizontal, el cine y la publicidad imponen por completo la escritura a la dictadura de lo vertical. Y antes de que el contemporáneo llegue a abrir un libro, sobre sus ojos se abate un torbellino tan denso de letras mudables, coloridas, discordantes, que sus posibilidades de penetrar en el arcaico silencio del libro se han vuelto escasas. Las nubes de langostas de la escritura que ya hoy en día eclipsan el sol del presunto espíritu a los habitantes de las grandes ciudades se irán haciendo cada año más espesas.

Daguerre y los libros-álbum

En la misma época hubo una literatura diorámica: Le livre des Centet-Un, Les Français peints per eux-mêmes, Le diable à Paris, La grande ville pertenecen al mismo género. Estos libros fueron a la preparación para una obra literaria colectiva, a la cual Giardin le había creado un lugar durante los años treinta con el folletín. (Benjamin, 1971)

IGuardé algún tomo suelto que me encontré en las bodegas de la librería de mi madre de Le livre des Cent-et-Un porque contenía un relato de Charles Nodier: “El bibliómano”. Lo busqué con afán para este ensayo, no lo encontré. Entre mudanza y mudanza se ha traspapelado, pienso. Pero encuentro Los mexicanos pintados por ellos mismos, una edición facsimilar de la Biblioteca Nacional de México. Una más de los afrancesamientos del porfiriato mexicano. La literatura diorámica se propagó en México y generó grandes álbumes ilustrados: Álbum del ferrocarril mexicano, México y sus alrededores, Atlas geográfico de México, grandes tomos ilustrados con litografías de Casimio Castro, Decaen, Santiago Hernández que ahora alcanzan precios increíbles. Mercancías liberadas de la esclavitud de su utilidad, diría Walter Benjamin.

IUna biblioteca solo sirve a su dueño, pocas son las que trascienden íntegras a su muerte. A veces los herederos las conservan y continúan la colección: grandes bibliotecas formadas por dos o tres vidas. A pesar de poder vencer a la muerte por un tiempo, estas colecciones completadas por generaciones suelen tener un destino final; la biblioteca puede ser donada,

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entonces se congela: nada ni nadie podrá quitar o agregar ejemplares, y sus libros quedan a merced de un posible lector que muchas veces no llega al solitario espacio de colecciones especiales en la biblioteca. Por eso creo que el mejor destino de una buena biblioteca es la librería de viejo. Nuevos propietarios le dan vida a viejos ejemplares que salen de las librerías felices por el encuentro casual. Un ejemplar valioso y escaso, que ha sobrevivido a incendios, inundaciones, guerras, mutilaciones, y trasciende en el tiempo, llega a manos de un nuevo propietario. Éste lo atesorará, le pondrá su ex libris con la ilusión de ser su dueño aunque sea por un momento. Hasta que muere. Y su biblioteca llega a una librería de viejo donde un nuevo encuentro hará su parte. Hay ejemplares con más de tres ex libris que nos recuerdan que la vida del ser humano es más breve que la de algunos libros.

ITengo tantos libros que ordenar, que para mi biblioteca particular ya no guardo libros que no uso. Dejé el coleccionismo de papel con mi primer divorcio, las bibliotecas disgregadas se convierten a libros antes tesoros en papeles acumulados sin sentido.

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3.

De ahí que, cuando de improviso se declara un incendio o de un cielo sereno cae una noticia luctuosa, en el primer momento de terror mudo surja un sentimiento de culpa, el reproche amorfo: ¿no lo sabías tú en el fondo? La última vez que hablaste del muerto, ¿no sonaba ya su nombre de un modo distinto en tus labios? ¿No te hace señas en medio de las llamas el anoche cuya lengua solo ahora entiendes? Y si se ha perdido un objeto que adorabas, ¿no había ya en torno a él, horas, días antes, un halo, de sorna o de tristeza, que te avisaba? Lo mismo que los rayos ultravioleta, el recuerdo muestra a cada uno en el libro de la vida una escritura que, invisible, como profecía, glosaba el texto.

Grandville y las librerías

Las exposiciones mundiales erigieron el universo de las mercancías. Las fantasías de Grandville dieron al universo un carácter de mercancía. Lo modernizaron. El anillo de Saturno se volvió balcón de hierro fundido en que los saturninos podían tomar el fresco por la tarde. (Benjamin, 1971)

IUna librería ya no es un recinto para buscar libros específicos, para eso existe Amazon. Pocas veces en mis locales se dio el hermoso encuentro entre visitante y libro. Y casi en el total de esas ocasiones, la persona se fue feliz con el libro recién adquirido y se perdió de la experiencia que es recorrer los anaqueles abiertos a la sorpresa y serendipia. En vez de buscar un libro que no está, encuentre un libro que no sabía que existía. La mercancía en una librería no es ahora el encuentro, sino la experiencia de la búsqueda de algo incierto en su contenido, pero de alegría asegurada.

ICuando se trata de libros, hay quien sabe exactamente lo que busca y quien sabe que busca algo, aun sin saber exactamente qué. Los asiduos buscadores de libros saben bien que una cosa lleva a la otra y que los encuentros fortuitos a veces parecen más deseos materializados que azarosas casualidades, un día tenderemos una explicación científica que nos dirá por qué a veces nuestros deseos resultan tan poderosos. La búsqueda obsesiva de algún libro particular puede despertar una pasión tremenda salpicada de amor-odio; ese contradictorio sentimiento de añadir, completar y, ante la frustración, mejor deshacerse de todo. A veces un libro le da sentido a otros diez; sin el ejemplar rector, los otros resultan una suerte de papelitos encuadernados, una acumulación que ocupa un lugar absurdo

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en el espacio, una ruina monumental, una construcción futura, ciudad en proceso.

INo hay nada que se compare con la emoción del encuentro de un libro anhelado, o aún más, la sorpresa del encuentro inesperado. De repente, tenemos en nuestras manos un ejemplar del que no conocíamos su existencia: felicidad. Hay quien grita a los cuatro vientos su hallazgo; hay quien lo guarda con el celo del amante. También, como suele pasar en los círculos académicos, está la búsqueda del reconocimiento, la obtención de un crédito: la pertenencia del objeto se convierte en la adjudicación del descubrimiento y las futuras generaciones de eruditos deberán citar la fuente original. Así, todo encuentro está intermediado por un valor que precede al intercambio. Al adquirir un ejemplar, su conocimiento o su valor intrínseco, dejamos algo: dinero, reconocimiento, agradecimiento. Así, un libro es alimento, presa, tesoro o golosina.

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4.

El niño sigue sus huellas a medias borradas. Al leer se tapa los oídos; su libro descansa sobre la mesa demasiado alta y la mano está siempre sobre la página. Para él las aventuras del héroe se han de leer todavía en el torbellino de las letras como figura y mensaje en la agitación de los copos. Su aliento está en el aire de los acontecimientos, y todas las figuras lo respiran. Se mezcla con los personajes mucho más que el adulto. Los acontecimientos y las palabras intercambiadas le afectan indeciblemente, y cuando se levanta, está completamente cubierto por la nieve de lo leído.

El interior y las bibliotecas personales

Para el ciudadano común, por vez primera el espacio que vivía se diferenció del lugar de trabajo. Aquél se constituyó como el interior. El despacho donde guardaba sus libros de cuentas fue su complemento. El ciudadano común que se enfrentaba a la realidad en su despacho pedía al interior que mantuviera sus ilusiones. (Benjamin, 1971)

ILas bibliotecas forman interiores de paisajes movibles, transformables. El paseo del flâneur se da al abrir los ejemplares y encontrar conversaciones unidireccionales: el libro solo habla hacia el lector y entonces el lector dialoga con sí mismo, lo confronta con otras lecturas y su conversación se extiende hacia afuera: los libros solo sirven por las conversaciones que generan, dijo Gabriel Zaid:

Pero escribir, leer, editar, imprimir, distribuir, catalogar, reseñar, pueden ser leña al fuego de esa conversación, formas de animarla. Hasta se pudiera decir que publicar un libro es ponerlo en medio de una conversación, que organizar una editorial, una librería, una biblioteca, es organizar una conversación. Una conversación que nace, como debe ser, de la tertulia local; pero que se abre, como debe ser, a todos los lugares y a todos los tiempos. (Zaid, 2004)

IMi tío Ubaldo vive en un edificio de la calle de Donceles lleno de libros. En su interior, la librería se convierte en casa, la casa abre sus puertas para el bibliómano interesado. Sus patios, llenos de libros en desuso, son más escenario que librería, menos librería que espacio. Una vez el cubo de

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la escalera, medio Borges, medio Escher, se pobló de enciclopedias, que crecieron hacia toda la altura de sus cuatro pisos.

IEl interior fue el refugio del arte. El coleccionista fue el verdadero habitante del interior. La glorificación de las cosas se hizo su pasión. A él le tocó la tarea de Sísifo, que consistió en poseer las cosas para quitarles su carácter de mercancía. Pero les confirió más un valor de especialista que un valor de uso. El coleccionista soñó con estar en un mundo que no solo encontraba lejos en la distancia y en el tiempo, sino que era un mejor mundo en el que, por cierto, la gente se veía tan mal satisfecha en sus necesidades como en el mundo cotidiano, pero en donde las cosas se habían liberado de la esclavitud de ser útiles. (Benjamin, 1971)

IUna biblioteca solo sirve a su dueño, pocas son las que trascienden íntegras a su muerte. A veces los herederos las conservan y continúan la colección: grandes bibliotecas formadas por dos o tres vidas. A pesar de poder vencer a la muerte por un tiempo, estas colecciones completadas por generaciones suelen tener un destino final; la biblioteca puede ser donada, entonces se congela: nada ni nadie podrá quitar o agregar ejemplares, y sus libros quedan a merced de un posible lector que muchas veces no llega al solitario espacio de colecciones especiales en la biblioteca. Por eso creo que el mejor destino de una buena biblioteca es la librería de viejo. Nuevos propietarios le dan vida a viejos ejemplares que salen de las librerías felices por el encuentro casual. Un ejemplar valioso y escaso, que ha sobrevivido a incendios, inundaciones, guerras, mutilaciones, y trasciende en el tiempo, llega a manos de un nuevo propietario. Éste lo atesorará, le pondrá su ex

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libris con la ilusión de ser su dueño aunque sea por un momento. Hasta que muere. Y su biblioteca llega a una librería de viejo donde un nuevo encuentro hará su parte. Hay ejemplares con más de tres ex libris que nos recuerdan que la vida del ser humano es más breve que la de algunos libros.

ILos libros son para leerse. Un libro que no se abre, con los años se deteriora. Los libros ocupan espacio, pesan. Son susceptibles al polvo y la humedad. Deben tomarse con las manos limpias y hay que saber manejarlos. Si su pertenencia no responde a una necesidad particular, solo se trata de un objeto que resta espacio y tiende a acumular polvo, un receptáculos idóneo para la humedad y el hongo, alimento de insectos y habitación de formas microscópicas de vida.

IA veces pienso que los espacios en los que se acomodan los libros, los objetos, son organismos vivos cuyo crecimiento y orden responde a factores externos. Así como la vegetación de los terrenos incultos se adapta al aire, agua y luz, las pilas de libros en crecimiento encuentran huecos, sostenes en paredes u otras pilas de libros, refugio en cajas, mesas, libreros, se salen de sus libreros y se acomodan sobre la mesa, entre los muros. Se llenan de polvo, y como a los terrenos incultos, les crece vida.

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5.

Cual Gulliver, el niño recorre países y pueblos de sus sellos postales. La geografía y la historia de los liliputienses, toda la ciencia del pequeño pueblo con todos sus números y nombres le son imbuidas mientras duerme. Toma parte en sus negocios, asiste a sus purpúreas asambleas, contempla la botadura de sus barquitos y celebra jubileos con sus testas coronadas, que reinan detrás de setos.

Baudelaire, la caminata y la lectura

La muchedumbre fue el velo tras el cual la ciudad conocida como fantasmagoría incitaba al flâneur. En ella la ciudad era a veces paisaje, a veces aposento. (Benjamin, 1971)

IAl leer se tiene la misma sensación que al caminar: se avanza. Es un libro aburrido, lo acabé sólo por disciplina, me dijo una vez una escritora. Terminar un libro es una cima lograda: después del esfuerzo, ganamos ese horizonte de Gadamer. Hay caminatas de dificultad baja, media o alta; además del fin último de ir de un lugar a otro, las hay para pasear, conocer, fortalecer el cuerpo, contemplar, meditar. Para cada tiempo hay un libro, nos dice

Alberto Mangel: Compadezco al pobre lector que se halla con el libro equivocado en un percance difícil (Manguel, 2014). Coinciden las relecturas con el decir del alpinista de “Nunca se sube la misma montaña”. Para aprender algo nuevo, afirma el naturalista John Burroughs, recorre hoy la vereda que tomaste ayer (Sussman, 1980).

La estructura del libro nos permite saltar capítulos, leer el final al principio, elegir el momento para cerrarlo, volver las páginas, releer lo interesante.

También al caminar se puede volver sobre los mismos pasos, andar en zigzag, descansar en el medio, cambiar o evadir de repente el destino.

También la actitud cuenta: Existe una gran diferencia, señala G. K. Chesterton, entre el hombre deseoso por leer un libro, y el hombre cansado que quiere un libro para leer. (Sussman, 1980). Los peripatéticos, “los que suelen pasear mucho”, al igual que filósofos de todas las épocas, caminaban para pensar (Solnit, 2015).

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Todo es camino, dice la insigne librera neoyorquina Madge Jenison: La mitad de los libros te arrojan por uno o varios caminos (Sussman, 1980). La lectura se realiza la mayoría de las veces a puerta cerrada –por dentro– y a solas; en cambio, caminar es en ocasiones una acción extrovertida y de convivencia: salimos al mundo y necesitamos a veces la compañía de alguien, o la protección de un grupo. Se sabe de peregrinos solitarios que recorren el mundo en la búsqueda de algo; también hay lecturas públicas, en voz alta, los cuentacuentos existen. Se comparten lecturas colectivas, se leen los cantos y en las iglesias católicas nos ponemos de pie en señal de respeto durante la lectura del Sagrado Evangelio. De un modo u otro, la lectura pública o la caminata en soledad son un acto íntimo e individual. Tao es el camino, y el camino empieza y acaba en ti mismo (Lao-Tse, 2019). Pública o privada, la lectura es un acto interior. En grupo o individualmente, lo que sucede al caminar o al leer, sólo pertenece al que lo experimenta. Leer la ciudad y caminar un libro: When I am not walking, I am reading; I cannot sit and think. Books think for me (Charles Lamb en Madden, 2014).

ILas recurrentes metáforas de mapas y diagramas, memorias y sueños, laberintos y arcadas, vistas y panoramas, evocan cierta visión de ciudades, así como ciertos modos de vida. París, escribe Benjamin, “me enseñó el arte de extraviarme”. [...] Con estas metáforas, está indicando un problema general acerca de la orientación, y levantando una norma de dificultad y complejidad (un laberinto es un lugar donde perderse). [...] La metáfora del laberinto también sugiere la idea de Benjamin de obstáculos levantados por su propio temperamento (Sontag, 2007).

IOtra cosa sucede cuando hablamos de el acto de escribir. Aunque un buen texto no hace un buen libro y un buen libro no es un buen texto, poco es lo

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que vale la pena en estos tiempos –y en los pasados– pasar al papel impreso en su formato de pretencioso gesto: el libro.

La eficacia literaria significativa solo puede nacer del riguroso intercambio entre acción y escritura: ha de plasmar, en folletos, opúsculos, artículos periodísticos y carteles, las modestas formas que corresponden mejor a su influencia en comunidades activas que el pretencioso gesto universal del libro (Benjamin, 2015).

ICuando se trata de libros, hay quien sabe exactamente lo que busca y quien sabe que busca algo, aun sin saber exactamente qué. Los asiduos buscadores de libros saben bien que una cosa lleva a la otra y que los encuentros fortuitos a veces parecen más deseos materializados que azarosas casualidades, un día tenderemos una explicación científica que nos dirá por qué a veces nuestros deseos resultan tan poderosos. La búsqueda obsesiva de algún libro particular puede despertar una pasión tremenda salpicada de amor-odio; ese contradictorio sentimiento de añadir, completar y, ante la frustración, mejor deshacerse de todo. A veces un libro le da sentido a otros diez; sin el ejemplar rector, los otros resultan una suerte de papelitos encuadernados, una acumulación que ocupa un lugar absurdo en el espacio, una ruina monumental, una construcción futura, ciudad en proceso. La colección está destinada a la incompletud, a la eterna búsqueda. En esta travesía se recorren librerías, bibliotecas públicas y privadas, libreros ajenos. En el viaje nos acompañan los libreros, los sabios académicos, las lecturas y los aventureros colegas que a veces nos dan una pista, una nota o la noticia del anhelado hallazgo. Un coleccionista es un sabueso que anota detalles, datos y lugares. Está a la caza de sus ejemplares con la mirada atenta y las antenas bien sintonizadas.

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6.

Un barrio sumamente laberíntico, una red de calles que durante años había evitado, se me volvió de repente claro cuando un día se mudó allí una persona amada. Era como si en su ventana se hubiera instalado un proyector que recortara la zona con haces luminosos.

Haussmann y la demolición de las librerías

Haussmann se autonombró artiste démolisseur. En sus memorias subrayó que para él la demolición fue para él un gustoso carácter vocacional. Haussmann enajenó de su propia ciudad a los habitantes de París, quienes ya no se sintieron en casa y tomaron conciencia del carácter humano de la metrópoli. (Benjamin, 1971)

ILos libros tienen una cualidad portátil, y no. Nos mudamos con nuestros libros favoritos, pero a veces las circunstancias nos obligan a dejarlos en cajas en sótanos, casas de amigos, bibliotecas ajenas, librerías de ocasión. Muchos guardamos libros que nos acompañan desde la primera infancia y, al mismo tiempo, hemos perdido, por hurto o descuido, joyas adoradas.

Hui-Tzu, nos cuenta Octavio Paz, viajaba con cinco carros de libros en la China del siglo II. Los encargados de las mudanzas cobran una cuota extra cuando de cargar libros se trata. –¿Qué traes, piedras? –No, son libros. Es contradictoria la imagen del libro cuya cualidad material, portable y pesada, se contrapone a lo sublime de su contenido: ligereza, espíritu, cielo.

IAl cerrar el libro, bajamos de la nube, del tren, pausamos el viaje. Volvemos al cotidiano, lo cargamos con nuestras manos y llenamos nuestra maleta de tabiques. El libro-tabique de Jorge Méndez Blake. Los libros han sido piedras; los sumerios, egipcios, mayas, romanos construían sus monumentos y edificios con sus saberes inscritos en lápidas. A su cualidad pesada, se suma la orgánica. Las colecciones de libros necesitan buenos espacios; si no los tienen, son capaces de crecer debajo de la cama, como torres recargadas

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en los muros, expandirse a todos los rincones: la cocina, el comedor, el baño. Su crecimiento incontrolable y acelerado puede producir desastres como los que ocurren en terrenos incultos, y generan malestar:

Las dos toneladas de libros pesan sobre mis sueños como una inmensa pesadilla; a veces cuando me giro imprudentemente o grito en sueños y hago un movimiento brusco, me asusto y con horror presto oídos para saber si los libros se están desmoronando, tengo la impresión de que basta un leve roce de mi rodilla o un grito para que se precipite sobre mí, como un alud, toda aquella montaña que hay encima del baldaquín, para que sobre mí se vierta aquel cuerno de la abundancia repleto de libros y me aplaste como a una chinche (Hrabal, 2012).

ISi las lecturas son caminos, los libros son los edificios y las bibliotecas grandes ciudades. La construcción del conocimiento, todo libro es un camino, las grandes catedrales de la memoria, la ciudad de libros. La pantalla es una página múltiple y que engendra otras páginas: muro, columna o estela. Inmenso lienzo único sobre el que podría inscribirse un texto en un movimiento análogo, aunque inverso, al de un rollo chino que se despliega (Paz, 1973). En estas urbes de letras conviven los autores distantes en el tiempo y cercanos en ideas con la sencillez u opulencia de sus ejemplares; existe la posibilidad de armarlas y desarmarlas, de recorrerlas como un turista o como un viejo habitante.

IUn país se puede distinguir por la calidad de sus acervos, públicos o privados. Algunos trascienden al tiempo, a las guerras y migraciones. Sufren modificaciones y son transformados por su trayectoria.

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La historia de las emigraciones de las bibliotecas privadas, comienza con Aristóteles, cuyos libros, según cuenta Estrabón, pasaron, a la muerte del maestro, a manos de Teofastro, y de éste a Neleo, que se los llevó consigo a la Tróada, donde es fácil que el acervo haya mermado en la rivalidad entre Pérgamo y Alejandría, ciudades que se disputaban los manuscritos con mano militar, caso único e inconcebible en nuestro tiempo. Lo cierto es que los herederos de Neleo escondieron lo que les quedaba en una bodega, donde los manuscritos aristotélicos estuvieron arrumbados por siglo y medio, y de donde Apelicón los desenterró para devolverlos a Atenas. De allí los conquistadores de Atenas se los llevaron a Roma, donde en calidad de botín pudieron al fin disfrutarlos los primeros organizdores del cuerpo aristotélico (Reyes, 1946).

ILos libros suelen ser perdedizos, algunos desdibujan sus lomos con el paso de los años, otros decoloran sus exteriores con la luz del sol. Ese libro amarillo que no encuentro tal vez ahora es blanco, sus letras doradas, ahora transparentes. El tiempo y el sol hacen lo suyo y sus estragos confunden todavía más al visitante de la librería. Los buenos ejemplares se pierden en la marea de papel.

IQuise abrir una librería diferente, un jardín cultivado con esmero en el que sus flores pudieran exhibirse hermosas sin el velo del libro sucio, decolorado o malo. Abrí La increíble librería, un oasis para la ciudad. Pero la tuve que vender por razones personales. Un jardín, una biblioteca personal o una librería querida en otras manos puede ser una gran tragedia que sólo sucede en la intimidad de quien la formó.

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Muchas veces me sentí abrumada, cansada, incómoda en la librería de mi madre. Al fondo en las bodegas, había libros acumulados desde el siglo xx: ¿Cuándo tendré tiempo para ellos?, pensaba. Algunas veces llamé al camión del reciclaje para desalojar el pasillo conformado por libreros y así poder entrar al baño. Un camión de siete toneladas apenas despeja un pasillo estrecho. El polvo, acumulado desde 1995, formaba ya sólidas formas orgánicas parecidas a hormigueros sobre los ejemplares.

Desalojamos la librería en varias etapas. Primero sustraje con una disiplina que me sorprendió a mí misma, siete cajas de los mejores libros cada día, justo las que cabían en la cajuela del auto. Apenas el gobierno de la ciudad nos dio permiso para abrir, iniciamos un remate. Llegaron más de diez mil personas en quince días a buscar la oportunidad del libro barato o gratis. La segunda etapa de desalojo fueron esos días en los que los libros se caían de sus estantes, y la gente se apelotonaba frente a las pilas devastadas. Como siempre, la muchedumbre esconde diferentes intenciones. Yo me sentaba a llorar detrás del mostrador: la librería de mi madre se desbarataba frente a mis ojos. La tercera etapa fue de mudanzas y camiones. Compré dos contenedores y guardé en ellos 45 toneladas de papel y maderas forradas con plástico. En casa quedaron las mejores flores para ser trasplantadas y abrir un nuevo jardín, en la obscuridad de los contenedores en un estacionamiento en Tlanepantla, los restos demolidos a la espera de formar nuevas construcciones.

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Este año de confinamiento he pasado por varias etapas, todas ellas entre libros. De los libros, unos construcción, otros barricada, unos más caminos y otros más viajes, todos conversaciones. De las conversaciones, mi preferida fue con el París del siglo xix de Walter Benjamin.

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fin.

N

Arrancar una cita de su lugar de origen, del texto original, es, como veremos, un proceso completamente característico (un gestus benjaminiano); la destrucción es aquí un modus operandi inesperadamente agradable. (Jameson, 2020).

El propio libro [Calle de sentido único] está construido como una calle que, al ser recorrida en la lectura, nos lleva al encuentro, fortuito y accidental, de palabras y consideraciones, lo mismo que en la ciudad moderna el caminante se ve interpelado por el reclamo de la publicidad, el escaparate y el ruido. Sus materiales son aforismos, juegos de palabras, sueños, pequeñas prosas (Marion, 1992).

Referencias

Alejandro, A., & Manguel, A. (2014). Para cada tiempo hay un libro. Sexto Piso.

Benjamin, W. (2015). Calle de sentido único. Akal.

Benjamin, W., & Muñoz, A. B. (2015). Calle de sentido único. Akal.

Benjamin, W., & Ortega, F. (2015). Desembalo mi biblioteca: El arte de coleccionar. José J. de Olañeta.

Benjamin, W. (1971). París, capital del siglo XIX. Libreria Madero.

Fourier, C., & Novella, J. M. (1980). Doctrina social (el falansterio). Júcar.

Jameson, F. (2020). The Benjamin files. Verso.

Madden, P. (2014). Quotidiana. Univ Of Nebraska Press.

Marion, F. J. (1992). Walter Benjamin: Tiempo, lenguaje, metrópoli.

Arteleku; Departamento de cultura y turismo.

Paz, O. (1973). El signo y el garabato. Joaquín Mortiz.

Paz, O. (1997). Trazos. El equilibrista.

Solnit, R., & Matus, A. (2015). Wanderlust: Una historia del caminar. Capitán Swing.

Sontag, S. (2007). Bajo el signo de Saturno. Debolsillo.

Sussman, A., & Goode, R. (1980). The magic of walking. Simon and Schuster.

Zaid, G. (2004). El costo de leer y otros ensayos. CONACULTA.

Las fotografías que integran este ensayo son de Alex Dorfsman, para el libro Nostalgia adquirida 2 (inédito) (páginas 18, 32, 48, 58, 66), Ilán Rabchinskey para el libro Libreros (Ediciones Acapulco, México, 2017) (páginas 44-45, 61 y 62) y Selva Hernández (todas las demás) para sus diarios de vida (2014-2021).

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