dejamos podrir en un montón, entonces empezamos a sembrar más agricultura. Cultivamos papa, maíz, arracacha, repollo, maíz, frijol, arvejas. Aprovechamos el terreno y sembramos de todo lo que se sacaba por aquí para la comida de la familia y para llevar al mercado". De manera detallada va describiendo el proceso de la preparación del abono con el cual fertilizaban los cultivos. Hoy, este procedimiento, es un eslabón importante que contribuye a recuperar la fertilidad perdida de nuestros suelos. Además, porque los abonos preparados de esta manera artesanal, "la basura", como ellos la llaman, son más amigables, más rentables y apuntan a la producción de alimentos más sanos y limpios. En la familia Gómez, se le llama a los abonos orgánicos, "basura", porque la mayoría de sus componentes, son basura o residuos orgánicos de la casa y parcela. "Para abonar los cultivos, nosotros mismos preparábamos la basura. Tomábamos la hojarasca del monte, toda esa hojarasca se amontonaba, el estiércol de las vacas, de los marranos, la de las bestias, el bagazo de la cabuya -Se hacían unas pilas - el pantano, el fango de las zanjas de los trabajaderos, se sacaba en pilitas y después se cargaba y se amontonaba, se hacían unas pilas grandísimas, se revolvía todo eso. Se le echaba ceniza o cal por encima a todo eso. Todo se amontonaba con tiempo, con decirle que veces se necesitaban hasta tres o cuatro peones para hacerla. A veces nos demorábamos hasta tres días para hacerla. Luego el montón hecho, se dejaba un tiempo, entre tres o cuatro meses para que se descompusiera. Al final, esto se le colocaba a los cultivos. Luego se acabó la agricultura, pues entonces, después, empezaron a joder con los químicos, caros y malos pal suelo. Antes no necesitábamos bañar las plantas con los químicos. Y ya con esos fertilizantes, uno trataba de encontrar uno bueno y barato, pero lo primero que llegó fue la basura del matadero, después los abonos de los galpones de gallinas, pero estos lo único que hacían era traer más plagas para la tierra. Así nos jodimos más”. Haciendo un poco de memoria, dice don Lalo, “recuerdo que los viejitos y los abuelos le decían a uno que había que rozar y luego quemar esos helechos y malezas de los trabajaderos. Era dos veces al año, las quemazones más berracas, se quemaba antes de sembrar para aprovechar la ceniza que quedaba en el suelo. En Marzo y Abril se sembraba y luego se volvía a quemar en Julio y Agosto para sembrar en septiembre la cosecha principal. Ahora resulta, que la cosechita que se siembra es la que se hace entre Enero y Marzo y no hay más. Como ve entre el tiempo, el manejo de nosotros y los químicos acabamos con la agricultura. Antes podíamos obtener dos cosechas pero hoy lo que se siembra es bastante difícil que de buena cosecha". Escuchando a don Lalo, nos damos cuenta del proceso de cambio que ha sufrido la agricultura desde los años 50s. Este relato nos introduce de lleno en la antesala de lo que en el mundo se denominó como "la revolución Verde", impulsada por Norman Borlaug, con el propósito de acabar con el hambre. Esta revolución, dice Eliane Ceccon, en su artículo, "La revolución verde tragedia en dos actos", fue considerada como un cambio radical en las prácticas agrícolas hasta entonces utilizadas y fue definida como un proceso de modernización de la agricultura, donde el conocimiento tecnológico suplantó al conocimiento empírico determinado por la experiencia práctica del agricultor. Incluso en la actualidad, estas premisas se justifican para continuar con la introducción de nuevos paquetes tecnológicos cada vez más desastrosos para la sociedad y el medio ambiente.
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