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Ese fuego sagrado: la memoria Oscar Tomás Ismael Aj Canil
Los altares de piedras que asentaron los abuelos es el lugar donde se amarran (con fuego, incienso y pom), las esperanzas de nuestros pueblos. — Humberto Ak’abal, Altares
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ecuerdo que de niño veía esta procesión pasar frente a mi casa, segundo viernes de cuaresma, la primera procesión de la temporada, curiosamente todo comenzaba tal y como terminaba: con una procesión del Santo Entierro. Sentía cierta fascinación por presenciar este evento, mi ser se extasiaba ante la presencia de tantos estímulos: el anda adornada con flores, las mujeres con sus güipiles y los hombres vistiendo todos, sus trajes ceremoniales. Delante de la procesión se vertían elementos fundamentales: las ofrendas de incienso y pino que precedían el paso del santo, y la música de tambor y flauta de caña que daban un toque ceremonial al evento. Así, la imagen hacía su recorrido por todo el pueblo, y volvía al mismo lugar de donde había salido: la iglesia del calvario. El viernes santo todo volvía a repetirse, en apariencia. Sin embargo, era claro que había ciertas diferencias. La misma imagen era llevada a hombros, pero esta vez por cucuruchos vestidos con trajes negros o morados, las mujeres cubrían sus rostros con velos de luto y la banda ejecutaba su repertorio de marchas fúnebres. Similar, claro, pero no del todo igual. Habitual para un pueblo acostumbrado a sus tradiciones, nadie nunca cuestionó que la cuaresma se inaugurará con una procesión de Santo
HISPANIC CULTURE REVIEW