mentos foráneos para su principal mito fundacional, llegaron manteniendo su propio idioma: el quechua. Es decir –valga la insistencia–, sin haberlo sustituido por el del anfitrión: el aymara. Pero –como resulta obvio–, los inmigrantes que retornaron a la tierra de sus padres, no sólo habrían llegado con los elementos de una nueva historia de fundación. Sino, entre otras, con una enorme experiencia como finos constructores y alarifes. Así –reafirmando una de nuestras hipótesis anteriores–, dice una vez más Cieza de León 24: He oído afirmar a indios [kollas] que los incas hicieron los edificios grandes del Cuzco por la forma que vieron tener la muralla o pared que se ve en este pueblo; y aun dicen más, que los primeros incas practicaron de hacer su corte y asiento della en este Tiahuanaco. Y, en gran parte, debe atribuirse también a la dominación kolla la difusión entre el pueblo inka de la ganadería de auquénidos, originaria y característica del Altiplano. Difusión ganadera que, no por simple casualidad entonces, la tradición inka atribuye también al mismo mitológico Manco Cápac 25 llegado del Altiplano. El retorno de Manco Cápac y los suyos al Cusco, dio inicio a un nuevo período de autonomía del pueblo inka. Éste, sin embargo, no fue sino breve y efímero. Porque otro fenómeno expansivo se hizo presente en el área surcordillerana.
El Imperio Wari y la conquista de los inkas En efecto, una nueva fuerza externa pasó también a imponer sus condiciones: el Im-
perio Wari, cuya sede central, del mismo nombre, estuvo asentada a pocos kilómetros al norte de la actual ciudad de Ayacucho, en el valle del Huarpa. En la historiografía tradicional, para referirse el fenómeno histórico–social al que aquí, sin eufemismos, denominamos “Imperio Wari”, muchos textos recurren a la imprecisa y arcaica denominación “¨Horizonte Medio”, y otros –eclécticamente, diremos– hablan simplemente de la “Cultura Wari (o Huari)”. Algunos autores –como se vio en Los abismos del cóndor, Tomo II–, y como si el asunto revistiera poca importancia, obvian precisar qué pueblo fue el protagonista de dicha singular, prolongada y trascendental experiencia histórica. Otros –los menos–, se la atribuyen sin embargo a guerreros “waris” o “huaris”, lógica y necesariamente ayacuchanos. Mas quienes han optado por esta última y razonable perspectiva, casi unánimemente dan por exterminados a los waris tan pronto como desapareció –hacia el siglo XII dC– el imperio que formaron, o se esfumó el “horizonte” que protagonizaron. Porque no de otra manera se entiende que, para el siglo XV, nos presenten, en el mismo territorio, esta vez a los chankas (o chancas) –a los que sin embargo dan a su vez por exterminados tan pronto iniciado o en el transcurso del Imperio Inka o Tahuantinsuyo–. Desde nuestra perspectiva, no existe razón alguna para considerar que waris y chankas fueron dos pueblos diferentes –que, con siglos de distancia, habitaron el mismo territorio–. Quizá, pues, no sean sino dos denominaciones dadas a un mismo pueblo (como en la antigüedad del Viejo Mundo ocurrió con helenos – griegos, aquél dado por sí mismos y éste impuesto por los romanos). Así, wari habría sido un nombre surgido de dentro de la élite ayacuchana, muy probablemente durante su apogeo imperial (entre los siglos VIII – XII dC), y quizá como resultado del nombre del primero o de uno de sus emperadores; y chanka, más remoto, muy probablemente fue impuesto por los nazcas, cuando comercialmente dominaron desde la costa sur hasta el Altiplano (siglos III – VI dC), y que fue el nombre que después volvieron a utilizar los inkas. Por lo demás, el pueblo chanka o wari, no sólo no ha sido exterminado, sino que vive y late hoy mismo
TAHUANTINSUYO: El cóndor herido de muerte • Alfonso Klauer
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