nuevos territorios, ampliación y mejoramiento de caminos y puentes, uso intensivo de sistemas de correo y quipus, movilización de mitimaes, etc., aprendidas de los chankas. En adelante, todo ello podía ser implementado por los inkas, pero en beneficio propio.
La composición demográfica del pueblo inka La riqueza que se fue acumulando en esos tres siglos en los valles del Cusco y Apurímac no correspondió sin embargo a todos sus habitantes por igual. La distancia social entre la élite y el pueblo; o entre los funcionarios gubernamentales y el pueblo campesino; o, si se prefiere, entre orejones y hatunrunas, se fue haciendo cada vez mayor. Aunque a muchos siglos de distancia, aquéllos, los miembros del sector dirigente, reproducían la situación del viejo y dominante ayllu de Pacaritambo, acaparando beneficios y privilegios. Los hatunrunas, en cambio, concentrando obligaciones, reproducían la situación de los remotos ayllus dominados. Uno de los privilegios de mayor trascendencia para el sector dirigente fue la educación. Sólo accedían a ella los hijos de los orejones. Con esa discriminación, la brecha social que existía en el siglo XII entre pobladores rurales y urbanos, fue agigantándose en los siglos siguientes. Porque con la segregación en la educación los orejones monopolizaron la enorme cantidad de información que controlaban los especialistas –amautas (maestros y/o técnicos y científicos), quipucamayocs (contadores, administradores, estadígrafos), etc.– y
con ello, subrepticiamente, alcanzaron otro objetivo de gran significación: asegurar y perpetuar el privilegio del poder. Desde tiempos inmemoriales, los pueblos andinos, como muchos otros, designaban por líder a quien más dotado parecía estar para guiar al pueblo hacia la consecución de sus objetivos. En los más remotos tiempos, las grandes fieras y los desastres naturales eran los mayores obstáculos que debía enfrentar un pueblo. No puede extrañar por ello que, en ese contexto –y como afirma John Murra 31–, los kurakas fueran designados en mérito a su valentía y fuerza física. Pero, sin duda, era exigida también una cierta capacidad organizativa. Más tarde, los mayores obstáculos los pusieron otros pueblos. Así, cuando las barreras más importantes fueron las guerras, eran designados kurakas aquellos que, a más de fuerza, valentía y capacidad organizativa, poseían dotes de estratega. Posteriormente, entrados en el estadio en que cada pueblo estaba conformado por miles y miles de individuos, dispersos, conformando núcleos locales con complejos conjuntos de problemas, incluso rivalidades; en que el espacio ocupado no sólo era vasto sino dotado de un sinnúmero de recursos y carente de otros tantos; en que alternaban trabajadores con muy variadas ocupaciones, completamente diferentes unas de otras; en que con la agricultura coexistían múltiples y cada vez más complejos procesos productivos; en que crecían las ciudades creando nuevos retos, etc., el líder, sin duda, tenía que reunir una nueva e indispensable condición: información. Fuerza, valentía, capacidad organizativa, dotes de estratega e, información, eran los mínimos requisitos que, seguramente, debía
TAHUANTINSUYO: El cóndor herido de muerte • Alfonso Klauer
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