habría correspondido el encargo a los numerosos y anónimos kurakas de los primitivos ayllus que, desperdigados, se asentaron en los valles de lo que hoy son los departamentos de Cusco y Apurímac. A partir del proceso de conquista y unificación que se habría iniciado inmediatamente después –bajo la hegemonía del ayllu de Pacaritambo–, es decir, en los siguientes 2 000 años de historia, más de 100 otros gobernantes habrían tenido entonces esa misma responsabilidad. Según el cronista Pedro Gutiérrez de Santa Clara, el pueblo inka reconoció a la inmensa mayoría de sus gobernantes simplemente como “curacas” (“señores”). Y, de entre los que vendrían después, sólo los últimos, Túpac Yupanqui, Huayna Cápac, Huáscar y Atahualpa, habrían sido denominados “Inkas” 68.
Las consecuencias de un grave error historiográfico
tamente sólo poco más de una docena de Inkas, que sin excepción se inicia con el nombre de Manco Cápac, ha tenido implícitas aunque lamentables consecuencias para la cabal comprensión de la historia andina, en general, y la inka, en particular. Por de pronto, y durante muchísimo tiempo, coadyuvó a dificultar grandemente la distinción entre la “historia del pueblo inka” y la “historia del Imperio Inka”. O, más precisamente, cuándo el pueblo inka pasó a convertirse en el protagonista del tercer imperio de los Andes. Diversos textos en circulación siguen diciendo, por ejemplo, que el imperio quedó constituido casi desde el momento en que Manco Cápac llegó al territorio del Cusco. Es explícitamente, por ejemplo, el caso del ya citado texto de Cossío del Pomar. Y nada menos que el de la Gran Historia del Perú, en tanto plantea la existencia del Tahuantinsuyo desde los tiempos de Manco Cápac 72, que, por añadidura, sorprendentemente ubica “recién” en el siglo XIII 73.
La historiografía tradicional, en sus ya centenarias y más difundidas versiones, sigue empecinada en inculcar la idea de la existencia de 14 Inkas. Nos la ofrecen, por ejemplo, el reputado historiador Luis G. Lumbreras, en la novísima y costosa edición de Mi tierra, Peru 69; y, en Los Incas 70, el no menos renombrado historiador Franklin Pease.
Del Busto, en su también referido texto, a este respecto no es precisamente claro. Su distinción entre Inkas legendarios, pro–históricos e históricos, no resulta esclarecedora. Y tampoco dilucida mejor las cosas el historiador inglés Geoffrey Barraclough en el Atlas de la Historia Universal 74.
Sin embargo, algunas versiones menos recientes ya habían restringido a 13 el número de ellos. Así, Amaru Inca Yupanqui, que figura en innumerables textos, no aparece ya en Perú Incaico 71 de José A. Del Busto. Como –recogiendo al historiador John Rowe– no aparece tampoco en la recientísima edición de Culturas Prehispánicas 71a.
Cómo puede extrañar entonces que, todavía hoy, la inmensa mayoría de los peruanos desconozca la verdad sobre un asunto tan sustantivo. Incluso, como nunca fue bien precisado cuándo habría ocurrido la legendaria epopeya de Manco Cápac, muchos siguen teniendo la absurda idea del “milenario imperio incaico”.
Pues bien, la reiterada relación de presun-
Y –como en el caso de Del Busto 75–,
TAHUANTINSUYO: El cóndor herido de muerte • Alfonso Klauer
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