género –como veremos–, en el tercer imperio de los Andes la nación inka imperó sobre prácticamente todas las naciones andinas. El Imperio Inka o Tahuantinsuyo no fue un “territorio”. Aunque por cierto ocupó uno, que creció con las conquistas y decreció con las rebeliones. Ni fue una “federación” o “confederación de pueblos” –como han pretendido autores como Cossío del Pomar 105–. Y –a nuestro juicio menos todavía– “un espacio entendido en términos ceremoniales, o más bien, religiosos” –como elípticamente acaba de suscribir la historiadora Liliana Regalado en Culturas Prehispánicas 105a–. El Imperio Inka no fue tampoco pues una nación. Sí, en cambio, incluyó por sojuzgamiento a un heterogéneo conjunto de naciones, donde cada una sólo estaba relacionada con la nación inka que imperaba, y desvinculada de las demás aun cuando estuviesen en sus proximidades. Es probable incluso que las relaciones comerciales, que desde antiguo mantenía cada nación con sus vecinas, se quebraran sustituyéndose por vínculos unilaterales con la nación inka y, puntualmente, con el poder imperial residente en el Cusco. El Imperio Inka significó, pues, un completo reordenamiento del espacio y del sistema inter–nacional andino.
hizo un recuento de diversas estimaciones que fluctúan entre 3 y 32 millones de personas 110. En adelante, para efectos prácticos, trabajaremos sin embargo con la cifra “promedio” de 10 millones. En su máxima expansión, desde el río Acasmayo 111, en Pasto, en el extremo sur de Colombia, hasta el río Maule, en Chile (250 Km. al sur de Santiago), el territorio imperial llegó a tener 5 500 kilómetros de longitud y a abarcar 1 700 000 Km2 –tanto como España, Francia, Italia y Gran Bretaña juntos–. Es decir, sometió a casi todos los hombres y mujeres de los Andes. Tuvo todos los climas. Todos los pisos ecológicos. Todos los desiertos. Todas las selvas. Todas las nieves. Todas las aguas.
La multiplicidad lingüística en los Andes El tránsito y arrollador avance de los ejércitos imperiales, facilitado pues por la preexistencia de puentes y caminos, superó y rebasó todos los obstáculos. Incluso los lingüísticos.
Millones de personas cayeron sometidas al imperio de la nación inka, o, más exactamente, al de la élite inka.
Cientos de lenguas y dialectos se hablaba en el siglo XV en el espacio andino. El cronista Josep de Acosta afirmó por ejemplo que pasaban de 700, y Bernabé Cobo sostuvo que en el Imperio Inka se hablaba más de 2 000 lenguas 112.
Pease afirma que, “cuando menos, la población del Tawantinsuyu pudo alcanzar los 15 000 000 de habitantes” 106; “pudiendo ser incluso algo mayor la cifra” –agrega más adelante 107–. Espinoza 108 habla de 12 millones. Burga, citando a N. D. Cook, habla de 9 millones 109. Y Carlos Araníbar, por su parte,
En ambos casos, muy probablemente se contó como idiomas distintos las muchas y difícilmente precisables variedades dialectales del quechua y de los otros dos grandes idiomas principales: el muchik o yunga, en la costa, y el aymara surcordillerano. Es verdad, sin embargo –como demostró el lin-
TAHUANTINSUYO: El cóndor herido de muerte • Alfonso Klauer
48