vel del mar a 4 o 5 mil metros de altitud o viceversa. Así, por ejemplo, durante una expedición a la Selva a la que, con una fuerza de 10 000 hombres, marchó Túpac Yupanqui decidido a “exterminar a los chirihuanos, los mascos” 262 y a otras pequeñas poblaciones a las que genéricamente estamos denominando antis, conocido del estruendoso fracaso en el que murió un tercio del ejército, decidieron rebelarse los kollas 263. En menos de dos semanas, a marchas forzadas, el ejército imperial estuvo en el Altiplano. Había recorrido más de 700 kilómetros y subido del nivel del mar a 4 000 metros de altitud. En otras ocasiones, cuando el grueso de las fuerzas de campaña estaba en el Altiplano, debelando una sublevación kolla, y se rebelaban los chachapoyas en el norte, debía recorrer precipitadamente 1 500 kilómetros. Y, en más de una ocasión, tuvo que retornar inmediatamente porque, aprovechándose del viaje al norte, habían vuelto a rebelarse los kollas. Sorprende sin embargo que, ante tantas, tan variadas y ostensibles manifestaciones de profundo rechazo y animadversión de los pueblos sojuzgados, la historiografía tradicional persista en idealizar y desvirtuar la historia del Tahuansinsuyo tan gruesamente como se sigue haciendo. Pero más sorprende todavía que algunos autores –como la reputada historiadora Liliana Regalado, por ejemplo–, ya ni siquiera utilicen la denominación “Imperio Inka” para referirse a la dramática y compleja experiencia histórico–social que se vivió en los Andes entre los siglos XV y XVI 263a. ¿Se atrevería alguien, para una experiencia histórica equivalente, como la que se vivió en el Viejo Mundo en los primeros siglos del primer milenio, en referirse a ella sin utilizar la denominación “Imperio Romano?
Huayna Cápac: el comienzo del fin Todo parece indicar que ésas fueron más o menos las convulsionadas circunstancias en las que Huayna Cápac, en la última década del siglo XV, tomó las riendas del imperio. A estar por las cifras que puede deducirse, debió resignarse a centrar casi el íntegro de sus esfuerzos en controlar el inmenso territorio cuyo gobierno imperial había heredado de su padre y su abuelo. A duras penas habría logrado incrementar el territorio imperial en 50 000 Km2, esto es, a un ritmo promedio no mayor de 1 500 Km2 por año. Nos ha sido posible llegar a todas estas gruesamente aproximadas cifras de expansión territorial, observando las versiones gráficas –o mapas– que ofrecen acreditados autores como Rostworowski, Espinoza y Rowe 264. No obstante, esas tres versiones de la expansión territorial del Imperio Inka no son consistentes. Así, por ejemplo, en la versión que ofrece María Rostworowski, el amplio territorio que hoy ocupan los departamentos de Arequipa, Moquegua y Tacna (aprox. 100 000 Km2), habría sido conquistado durante el imperio de Pachacútec. En las versiones de Espinoza y Rowe, en cambio, ese territorio habría sido conquistado después, durante el gobierno de Túpac Yupanqui. Estos dos autores, además, conceden a Huayna Cápac una contribución insignificante en la expansión imperial. Rostworowski, en cambio, le atribuye la conquista del enorme territorio que, desde el norte de Tumbes, abarca hasta Pasto, en Colombia. Del Busto 265, por su parte, no ofrece una versión gráfica de la expansión imperial. Mas ella puede elaborarse a partir de la información que ofrece en su texto. Su versión es sustantivamente diferente a las de los tres autores antes mencionados. La primera e importante diferencia que salta a la vista es que Del Busto afirma que la conquista de la costa al oeste del Cusco (lo que hoy son los departamentos de Ica y Lima) fue la primera gran conquista expansiva. Los otros
TAHUANTINSUYO: El cóndor herido de muerte • Alfonso Klauer
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