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Entre 1983 y 1988, se trasladó a Alemania del Este, (extinta RDA), para estudiar ingeniería civil en la Escuela Superior del Transporte "Friedrich List", ahora adscrita a la Universidad Técnica de Dresde, completando un diploma en diseño y construcción de carreteras. Nacido el 23 de enero de 1963, casado, con dos hijas y un hijo.

No se había aún disipado el humo en el jardín del suntuoso hotel “Kabul-Serena” por causa de las bombas caseras que habían lanzado los rebeldes del Talibán, cuando estábamos descansando en su comedor impersonal, Marco dejó de hablar por teléfono tranquilizando a su hijo sobre el bombardeo y el ataque complejo que acababa de ocurrir y, sin mediar siquiera una sonrisa me espetó; - loco!... vos sos feliz??, lo miré algo ingenuo y le respondí sin reflexionar que en ese momento; no, pero que luchaba por serlo; cuando iba a argumentar mi duda y defender mi estamento, reiniciaron los disparos de forma seca y contundente, con estruendos que parecían retumbar sobre nuestras cabezas. Algo más de un mes atrás me había trasladado a vivir al lujoso hotel, después de que nos había sugerido la seguridad de Naciones Unidas de dejar mi pequeño departamento en un barrio tranquilo de Kabul, donde vivía desde mi llegada en septiembre del 2008, lugar que, a decir de algunos colegas, más parecía un campamento de desplazados que una morada. Ante este nuevo incidente, corrimos confundidos hacia la cocina más siguiendo nuestro instinto de supervivencia y sentido común, antes que siguiendo la guía de los más confundidos todavía soldados de las fuerzas internacionales que atropelladamente nos condujeron al bunker en el sótano del hotel, el cual era hasta entonces la cocina de trabajadores y personal de servicio; después, el lugar sería adecuado como refugio para enfrentar los periódicos ataques complejos que llevaban a cabo “los talibanes”, quienes entre otras reivindicaciones exigían la salida de las tropas internacionales de ocupación en el devastado país, en guerra y conflicto, desde hacían casi 30 años.

Para entrar al curioso refugio, era menester someterse a una búsqueda y revisión por parte de asustados y agresivos soldados de las tropas de ocupación de las llamadas Fuerzas Internacionales de Apoyo para Afganistán; jovenzuelos pertenecientes a tropas de más de 20 países que no tenían mayor idea del conflicto en el que estaban inmersos, menos comprendían lo que sus jefes sobradamente si lo hacían; se enfrentaban a un movimiento nacional cuyo combatientes estaban curtidos por el hambre, la miseria e incontables años de lucha, que los había convertido en verdaderas fieras y para quienes el morir era una honra y un sacrificio heroico para su Dios. Estos noveles combatientes que eran enviados a resguardar lugares donde difícilmente serían atacados, supuestamente debían garantizar nuestra seguridad, sin embargo y por su marcada inexperiencia, veían en nosotros potenciales terroristas; así, fuimos obligados a acostarnos en el suelo boca abajo, a la entrada del refugio, con las manos sobre la cabeza, con un arma larga rozando nuestra nuca y pasibles a que metan las manos y nos revisen hasta el ano; ahí yo para pensar en otra cosa que no fuera mi humillante posición, recordaba aun la imprecación frívola de Marco sobre si era feliz y me respondía a mí mismo que, sin dudas, había vivido momentos mejores. Ya sentados en el bunker, sentí la necesidad imperiosa de llamar por teléfono a mi flaca, para contarle sobre todo que estaba bien, que en la madrugada había ocurrido un ataque al hotel donde vivía pero que tuvimos tiempo de ponernos a buen recaudo en los sótanos del hotel y que la llamaría después con más calma. Salí del bunker con el pretexto de buscar una señal para mi teléfono celular, aunque a decir verdad, salí más preocupado por encontrar un baño ya que mi


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