La jiribilla
En el centenario de Cintio Vitier Julio Trujillo En uno de los primeros números de la revista cubana Orígenes, que hoy es una leyenda bibliográfica, una de las mejores revistas culturales que se hayan hecho en el ámbito de la lengua, Cintio Vitier escribe estas palabras: “La opulencia o exquisitez de un fruto es secundaria frente al acto de su desprendimiento”. Es una frase muy de él, muy cubana, además, que dice mucho con recursos mínimos. Una frase muy poética, pues, y que viene de un gran poeta, que hoy, recién cumplido su centenario, resulta muy poco leído. Vitier se refiere a la belleza de una expresión que se consuma, es decir, al momento en que el poeta encuentra su voz y se realiza: cuando el fruto madura, se independiza y se desprende. El poeta y crítico Vitier pudo definir de muchas maneras muy serias y articuladas ese milagro del hallazgo de la propia voz, pero eligió una imagen frutal, llena de duende y jiribilla. Y así es su poesía. ¿Qué es la jiribilla? La búsqueda de lo imposible, que, al llevarse a cabo, engendra una posibilidad nueva. Eso y mucho más. La jiribilla consiste en un sabor, una disposición, una danza en el borde del abismo. José Lezama Lima, artista colosal que ejerció una notable influencia en la obra de Vitier (y con quien fundó Orígenes), define la jiribilla con jiribilla: “Jiribilla del paroxismo, de la hondura del frenesí frente a la muerte”, dice, y también: “Jiribilla, diablillo de la ubicuidad. Simultaneidad en las estaciones, que unen el oro y el gris como dos brazos”. Uno abre un libro de poemas de Vitier, lee: “¡Es el riesgo, el ardiente / perfil, la vida a pico / entre rocas que van a sangrar!”, y sabe que está ante el ángel de la jiribilla: el riesgo, el ardiente perfil, la vida a pico. Hay un breve y hermoso poema de Vitier que vale la pena citar íntegro. Se titula “El día siguiente”: El mal no puede con el día que empieza, que se levanta aunque sea así, penosamente, con todas sus flores y luces y promesas, como un animal glorioso, malherido.
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El poema sería bueno, a secas, si no rematara con ese malherido, que le confiere su verdadera belleza. En la lucha contra el mal, el día triunfa, aunque no sin mostrar las heridas de la batalla, sin las cuales no sería glorioso. Se trata de la luz de la jiribilla contra la noche cerrada, el malherido amanecer. La poesía nace en el borde, en la colisión de los contrastes y sólo es posible, quiero insistir, si aspira a lo imposible. Vitier dice: “Si pudiera sin hablar decir / Si pudiera sin morir vivir / Si pudiera sin arder saber / Si pudiera sin cerrar abrir”, pero abre cerrando, sabe ardiendo, vive muriendo y dice cuando habla porque ésa es la fricción necesaria para engendrar la chispa poética que luego le permitirá decir, felizmente: “Las palabras se hicieron frambuesas en la boca”. Debería sorprendernos más ese milagro que se da frente a los ojos y en la sangre cuando de un conjunto de palabras surge el poema como un animalillo recién nacido y ya inmortal. Vitier supo todo esto con la lucidez del poeta-crítico, después de haber escrito libros de ensayo tan importantes como Lo cubano en la poesía y Ese sol del mundo moral. Y detrás del ángel de la jiribilla, ese chisporroteo creativo al borde del abismo, hay algo más en la poesía de Vitier: la fe, una fe enemiga del escepticismo; una fuerza que permite que entre un poema y otro el mundo no se caiga en pedazos; una fe bíblica y conservadora, que vertebra su obra sin atentar en ningún momento contra una tendencia a la jerigonza y a la travesura verbal. Ahora que calladamente se celebra su centenario, leamos la poesía de Cintio Vitier y preguntémonos con él: “Decir la muerte ¿será parte de la vida?”. +