Nudo Gordiano #8

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Gabriela Carrasco Hernández La primera vez que lo vio fue en la cocina de una amiga de la infancia. Acostumbraba pasar la tarde en su casa, ya que sus padres trabajaban largas jornadas y pasaba demasiado tiempo sola, así que siempre que se presentaba la oportunidad de irse a comer y jugar con alguna amiga, sus padres aceptaban gustosos. Aquella tarde, ambas estaban tan concentradas en sus juegos infantiles cuando, en un descuido, derramaron uno de los jugos que estaban tomando. Dado que la culpa había sido suya, se ofreció a ser ella quien lo limpiará y se dirigió a la cocina. En cuanto entró, descubrió al padre de su amiga sobre una escalera con un martillo en la mano y sujetando un clavo sobre la pared con la otra. El hombre le dio unos últimos martillazos antes de reparar en la presencia de la niña. Le sonrió con amabilidad y, para no tener que bajar y volverse a subir a la escalera, le pidió le alcanzará el pescado. Ella lo tomó entre sus pequeñas manos de la mesa y contempló por unos segundos. Sin saber porque, se sintió atraída hacia el simpático pescado de plástico.

—Y eso no es todo— informó con una sonrisa. Presionó el pequeño botón rojo que estaba debajo del animal e inmediatamente una música comenzó a sonar. La cola del pescado aleteó al ritmo y sus labios se movieron para simular que cantaba la canción Don´t worry, be happy. Sonrió divertida y permaneció en la cocina hasta que la música paro y el pescado volvió a su inmovilidad. Desde ese día, cada vez que acudía a la casa de su amiga, pedía a quien fuera que estuviera cerca que presionará el botón. Le encantaba escuchar cantar al pescado y verlo bailar. Tanta fue su afición que comenzó a suplicarles a sus padres todos los días que compraran uno para la casa. Sorprendidos por el extraño deseo, sus padres no tardaron en cumplir esa demanda y, luego de unos días de buscar, por fin encontraron el mismo modelo del pez. Al igual que en la casa de su amiga, el pescado fue colgado en la cocina sobre la puerta que daba al patio.

Ese primer día lo pasó todo el tiempo en la habitación, suplicándoles a sus padres que lo encendieran una y otra vez de manera que la melodía y la letra se quedaron grabadas en su mente. Y, cuando llegó la noche y sus padres la fueron a acostar, continúo tarareando la tonada y moviendo la cabeza al compás hasta que el cansancio la venció. Dormía plácidamente, soñando que el pescado se desprendía de la pared y bajaba para cantar y danzar con ella, —¿Te gusta? hasta que unas voces a mitad de la noche la Se limitó a asentir y a despertaron, rompiendo toda la perfección de pasárselo. El hombre aquel día. Se levantó de su cama sobresaltalo colgó y se bajó de la da y se dirigió a la cocina. No entró, se quedó escalera.

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