UNIÓN “JOSÉ REVUELTAS”
CARLOS RUÍZ RADICE INFORTUNIO “El escritor es un animal bípedo con una sola pluma” (Leopoldo Marechal) Argumento convincente, relato conmovedor, murmuró. Sacó los papeles del bolso y enfiló despacio hacia el muelle; dos lágrimas de bronca se le resbalaron por las mejillas, mientras un centelleo de plata le iba achinando la vista. Entonces descorrió su mirada del horizonte. Después se escuchó plaf, plaf y glup, glup como el pique de un dorado. -Óigame doctor. -Dígame licenciado- escuchó que lo corregía con cierto fastidio. -Sí…licenciado, mi problema es que padezco infortunio. -¿Y…cómo lo sabe? -Me trata mal la suerte doctor, ni siquiera me habla; no digo tocarme, que es mucho, rozarme apenas, digo; mire, el otro día oí de un tipo con suerte que se dio el lujo de desechar su talento y de vivir a expensas de falsas recompensas, de gratificaciones inmerecidas, sin sentirse culpable ni infeliz. -¿Y usted para que quiere tener suerte? -Para evitarle más mugre al río doctor. La segunda consulta lo inquietó más aún.
como estoy, buscando la suerte, porque ella no me puede hallar. A la salida del consultorio lo briznó una bocanada de angustia.
-¿No me va a decir adonde va?- lo apuró el taxista- ya sé, a la costanera norte a mirar la salida de los aviones; lindo paseíto ¿eh? Cómo me hubiera gustado ser piloto en vez de estar girando acá arriba. Una novia mía siempre me decía: “vos sos signo de aire, tendrías que volar”. Mi vieja, sin embargo, se hacía ilusiones con que yo fuera médico, pero a mí desde chico que me da repulsión la sangre. ¿Adónde dijo que íbamos? En los meses de verano Cristóbal mascullaba resentimiento a la hora de la siesta. Sus ojos absorbían la calurosa tinta pero su mente estaba en el potrero, dibujando gambetas con una desgajada pelota, esa que el gordo Benito se llevaba irritado bajo el brazo cada vez que su equipo perdía. Salgari, Dickens o Melville eran apenas voces de consuelo, un bálsamo fresco para apaciguar la calentura y la impotencia. “Te vas a insolar Cristóbal” le repetía la madre, y automáticamente, él manoteaba uno de los libros del estante y cabizbajo se hundía en la reposera a la sombra del tupido parral. “la letra con sangre entra” lo había llevado a pensar de grande aquella advertencia, aquel implícito mandato que se resumiría en un futuro rencor: “mis personajes son hombres desdichados, obedientes, abúlicos…”.
-¿Por dónde prefiere que vayamos al aeropuerto?- vol-¿Ahora viene para salvar el río? vió a preguntar el chofer del taxi. A Cristóbal se le -No, para huir de él doctor. Es algo gris el pozo ¿sabe? disparó otro pensamiento mientras veía correr a un tipo cruzando un semáforo en rojo: Ese es el flaco -Más bien es negro, Cristóbal, siempre es negro. Oviedo, el del traje sucio y la corbata maltrecha. -¿Con la terapia se levanta la autoestima? Siempre corriendo el pobre. Tuve que arrojarlo bajo -Estimo que sí, depende de usted, no conozco la pro- las ruedas de un colectivo para darle sosiego a su desesperanza y luego emplear a la viuda en aquella fundidad del pozo. casa de regalos y hacerla acosar por ese encargado -Casi mi altura, doctor, porque apenas puedo pegar la que le había tirado el ojo apenas la vio. Cada tarde, vista al ras. ¿Cómo es el pozo de los ciegos? al cerrar el local, la sometía a su antojo abusando de -Sin luz, como el suyo. Hoy lo noto bastante más pesi- su penuria y de sus necesidades económicas. Ella demista, Cristóbal. Tal vez una terapia de grupo le ven- bía de sufrir mucho pero lo callaba. Ni a su madre se atrevió a contárselo. No me atreví a ahondar en detadría bien. lles de tales circunstancias ni a describir escenas -Si es de grupo no cuente conmigo doctor, digo licen- morbosas de cada tarde en la trastienda del local, ciado; yo las cosas me las tomo en serio, por eso no obligada la pobre mujer a atemperar los accesos de me banco tanto infortunio ¿me comprende? Así estoy calentura de su jefe. No estoy arrepentido, preferí 59