Revista TRAIL n.104

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CABEZA DE KARRERA

EL TOR UNAI UGARTEMENDIA

¿Fuiste cumpliendo todo lo previsto? Sí, todo iba según lo previsto, pero empezamos a ver cosas raras. La primera noche pasamos los puertos más altos del recorrido, alguno incluso de más de tres mil metros. Cuando pasé el puerto más alto, vi la luz del italiano Franco Colle. Venía por detrás, a cierta distancia. Empecé a bajar por allí hacia el siguiente pueblo y al cabo de un rato sentí unos pasos detrás de mí. Era él, pero no venía solo: venía acompañado. Cuando me di cuenta, ya lo tenía encima y empezó a dirigirme unas bonitas palabras: «¡Para mí es terrible correr contigo, yo ya no necesito nada más!». En aquel momento me sorprendió oír cosas así mientras competíamos. En un momento dado, el que iba con él me ofreció agua. Yo me negué a beber aquello. ¡No sabía a qué estaban jugando! El acompañante sabía que, fuera de las zonas de avituallamiento, no se podía prestar ayuda externa, lo que me hizo pensar que venía con ayuda externa. A Colle también se la ofreció, y él la tomó. Luego, en muchas partes del recorrido, Colle no llevaba su mochila. Cuando llegamos al pueblo, le dije que yo iba a seguir adelante. Él, por su parte, me dijo que se quedaría allí una hora a dormir. No sé si al final se quedó, pero no al menos en el lugar que la organización tenía especialmente preparado para ello. Idoia e Iker Urizar se encontraban en el lugar y me dijeron que a él no le vieron dormir allí.

Tú optaste por seguir adelante. Sí, se me hizo terriblemente dura la siguiente ascensión. Me atormentaba el sueño. En esos casos, me abría de piernas y me colocaba sobre los palos. Cuando empezaba a perder el equilibrio, y antes de caerme al suelo, me despertaba. Hice dos o tres paradas de este tipo. Después de dejar atrás a Colle, hice toda la noche solo. A la madrugada, pasé por un refugio. Cuando salí de allí y llegué al collado, miré hacia atrás y no vi a nadie. Todavía estaba completamente despejado y si venía alguien cerca, tenía que ver las luces del frontal. Era un valle muy limpio y no había problema para verlo desde la distancia. No vi ninguna luz. Por la mañana, no andaba nadie. Atravesé el collado y empecé a descender. Tras unos kilómetros corriendo, al mirar atrás vi una luz. El descenso era muy largo otra vez hasta el valle de abajo. Iba a buen ritmo, porque con el amanecer del día mi cuerpo recuperó sensaciones. Cuando estaba a punto de llegar al final de aquel prolongado descenso, empecé a sentir de nuevo las zancadas de alguien. Miré hacia atrás y a quién me iba a encontrar de nuevo: ¡al mismísimo Franco Colle! ¡No era posible! Me dijo que iba a parar a dormir, yo anduve a buen ritmo durante muchas horas ¡y otra vez lo tenía encima! ¡No entendía nada! Empecé a preguntarme: se ha quedado a dormir, vale, y quizá ha empezado a correr otra vez más fuerte que yo, pero ¿cómo es que me ha comido una hora en un momento? ¡Esto es montaña, aquí hay que correr y yo tampoco he parado mucho! ¡No es posible! Ha tenido que andar extremadamente rápido ...

Fragmento extraído del libro Cabeza de Karrera. Madrid, Ediciones Desnivel, 2021

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