V I DA S E JE MP LA R E S
JACQUES-YVES COUSTEAU. EL JOVEN Y EL MAR por Sergi o Henao imagen de A l bert B ai ram al i ev
El destino, pero sobre todo el ímpetu de conocimiento y la curiosidad, llevaron al explorador francés a las profundidades del secreto mundo marino para descubrir y compartir todas sus maravillas.
E
s extraño pensar que hoy tenemos mayor conocimiento del espacio exterior que de las profundidades del mar; pareciera que estamos destinados a buscar respuestas sobre la existencia y la vida en los páramos del infinito y no así al internarnos en el salino mundo que rodea los límites del terreno que podemos caminar. También es extraño pensar que, tal vez, el mayor conocedor del océano quería ser piloto de avión pero un terrible accidente automovilístico en el que casi pierde los brazos y la vida, lo recondujo a lo que sería su hogar por el resto de sus días: el mar.
este elemento para sostener grandes barcos. La curiosidad de Cousteau se alimentó por años hasta su última incursión siempre dispuesto a sorprenderse con el contenido y la forma de la estructura oceánica. Tal vez no cambió la idea de navegar por el cielo, el cielo se encontraba invertido para él. El trabajo del capitán Cousteau sobre el mar abarca un poco más de 60 años de investigación y aunque podríamos destacar su labor como científico oceánico, biólogo marino, divulgador del paisaje acuático, cineasta, inventor y hasta filósofo naturalista, su profundo espíritu de explorador era el motor central de sus acciones. Asimismo podríamos hablar de la poderosa mancuerna que logró sellar con Simone Melchior, su primera esposa, madre de sus primeros dos hijos, socia comercial y del destino, y la capitana indiscutible a bordo del Calypso, su emblemática embarcación.
Los ojos de Jacques-Yves Cousteau (Saint-André-de-Cubzac, 1910 — París, 1997) dejan de enfocar el cielo y se sumergen en la oscuridad, en el frío silencio donde habitan monstruos legendarios y aterradores seres mitológicos, los restos del diluvio donde reside Leviatán. Hasta 1936, cuando el joven Cousteau hizo su primera inmersión con una cámara acuática, aquel horror infundado y reproducido por la cultura occidental empieza a disiparse y lo que se revela ante los ojos del público es un mundo colorido lleno de bellas criaturas, una danza armónica y natural en diferentes tonos y profundidades, un escenario que ya había sido percibido desde la superficie por Jacques cuando nadaba por instrucción de dos amigos que se lo habían recomendado como parte de su proceso de recuperación de aquel accidente.
La fascinación del joven Jacques por los océanos se podría presentar en dos grandes etapas: la primera, como era de esperarse, transitaba en la necesidad de conocer con sus propios ojos el mundo marino, de vencer el horror y poder transmitir con imágenes el maravilloso espectáculo estético que resguardaban los corales, los bancos de arena, los restos del naufragio, de comprender que la vida se manifiesta en formas muy diferentes al mundo que camina allá en la superficie, un paisaje desconocido con colores y texturas imposibles de imaginar. Deslumbrado, el joven explorador imaginó toda una ingeniería para colonizar las profundidades y soñó con la construcción de ciudades subacuáticas permanentes para la vida humana.
La obsesión del capitán por el agua lo acompañó desde niño y no sólo por las preguntas sobre el mundo secreto que resguardaba el mar sino por las condiciones físicas del agua salada, la posibilidad de evadir la gravedad al momento de bucear o la fortaleza de
CA P I TE L | CU R IOSI DAD
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