Revista SINAPSIS 5 PRIMAVERA 2020

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ALGO NO CHECA ¡EXIJO UNA EXPLICACIÓN! Ra úl M ejía Soy un sobreviviente de todas las crisis nacionales a partir de la de 1976 y estoy lejos de simpatizar con la 4T, pero mi angustia crece. Quiero saber cuándo más o menos este país «se nos irá de las manos» pero en serio, nada de metáforas o placebos sino así: valer madres 100%. Si la debacle no ocurre la quincena próxima es probable que termine apoyando las acciones del actual gobierno… ora sí que, si alguien me puede ayudar, lo agradeceré. Empiecen a leer con calma y luego restrieguen en mi cara una homilía aleccionadora en el espacio de más abajo, dedicado a sus apreciadas opiniones. Va el marco referencial: con la crisis de 1976 las cosas se presentaron violentas. Yo tenía unas semanas trabajando en mi primer empleo asalariado formal en un banco (Bancomer) y gracias a una devaluación de casi el 100% mi paga mensual pasó de 2 mil ochocientos a 3 mil quinientos pesos en menos de un mes. Nomás por eso pensé «¡qué chidas son las devaluaciones!», pero lo que se urdía en las viscosas profundidades «del sistema» nos golpeó de inmediato a todas las clases sociales, pero más de la clase media para abajo. Pues sí ¿qué les puedo decir que sus abuelos no les hayan dicho ya? De ahí en adelante mi sueldo subía con frecuencia pero alcanzaba para menos y, aunque no lo han preguntado, yo se los digo y no chillen: yo era el sostén de la familia (luego entró al quite mi mamá y me mandó directamente al normal rango de subordinado). Para 1982, cuando el dólar pasó de 22 pesillos a 70, la mayoría de los anhelos de mi universo social habían tronado como ejotes y el cochecito, una línea telefónica o la inefable casita -en diminutivo, como marcan los cánones de nuestra cultura chiquitera- se convirtieron en mero onanismo al interior del juvenil matrimonio que formamos con la madre de mis tres críos. No sé en qué momento la abundancia que la nación vivió en el tercio medio del gobierno de López Portillo pasó por mi casa y ni tocó a la puerta. En esa década, los ochenta del siglo pasado, millones de pobres diablos 10 altamente esperanzados en la «administración de la abundancia», bajamos varios escalones en los indicadores laborales y de bienestar. Para acompletar el gasto, la familia que yo lideraba con visión de estadista y temple de acero, nos pusimos a vender ropa en poblados cercanos, zapatos tenis en tianguis e incluso levantamos un puesto de tacos en la cochera de nuestra casa de Tres Puentes (muy buenos, según docenas de clientes satisfechos). Un matrimonio luchón pues. Todo lo anterior sin dejar nuestros jodidos trabajos asalariados. Recuerdo que mis cheques de empleado en diferentes lugares llegaron a ser de 300 mil pesos y ni así nos alcanzaba. El primer auto que logramos comprar fue un Renault 10 cuya puerta trasera del lado derecho estaba sujeta con alambres. Con esto queda claro que mi estatus socioeconómico era lamentable. ¿Éramos parte de la mayoría nacional? Sí. ¿Tenía amigos en mejores condiciones? Sí, a la mayoría de mi entorno de amistades, no les iba tan mal pero ¡un momento! No crean que los mexicanos estábamos sumidos en la amargura. Para nada. Un país puede estar en guerra, bombas por acá o por allá y la música sigue tocando. Además el mundial futbolero de España y el grupo Menudo (¡súbete a mi moto!) nos tuvo bien contentos. Éramos miserablemente felices. Con la ligera exposición de arriba sólo quiero dejar patente que «antes», en los albores del neoliberalismo demoniaco, las crisis asolaban y flagelaban a la sociedad de inmediato. Las devaluaciones del peso eran de un efecto letal en los precios. Nunca como en esos años resultaba tan atractivo irse de mojarra a Estados Unidos. Yo lo hice, pero no los aburriré con eso (por ahora). Hoy, con los datos neoliberales que vengo manejando para tratar de entender lo que pasa, debo aceptar que con los errores, dislates y demás acciones que la 4T ha emprendido (y no dejará de emprender porque les encanta hacer pendejadas) el país ya debería estar postrado, devaluado, en crisis social, con pobreza galopante y violencia social… pero no ha ocurrido. Ya sé: algunos dirán que soy un intelectual orgánico (no gramsciano), que estoy ciego y todas las calamidades imaginables ya están a la vista, ocurren todititos los días y sólo desde una posición privilegiada -como la que usufructono se ven.


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