Prácticas educativas
La enseñanza de la Historia: entre la Torre y la trinchera Jimmy Seale Collazo Escuela Secundaria, Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras sealecollazo@gmail.com El semestre pasado, tuve la oportunidad de enseñar un curso graduado titulado “La enseñanza de la historia como proceso dinámico” (creado y enseñado a través de muchos años por el doctor Ángel Luis Ortiz, recientemente jubilado), y decidí abordarlo, no desde el diálogo entre autores de libros y artículos sobre currículo, sino desde mis 20 años de intentos de enseñar Historia sin aburrir a mis estudiantes. En esa primera experiencia como profesor de Educación, tenía muy presente lo escabroso que es el terreno que separa las trincheras escolares de la torre de marfil universitaria, pero en un curso como ese, no había más remedio que transitar por aquella “tierra de nadie”. Y desde ahí escribo estos párrafos, con la esperanza de que compañeros y compañeras en el magisterio, de Historia o de cualquier otra disciplina, se animen a encontrarse conmigo. En la Torre, que mira desde lo alto, es demasiado común el desdén por el trabajo que hacen los maestros de a pie. Algunas personas en la Academia hablan como si supieran cómo mejorar las prácticas educativas en los salones de clase, si tan solo se les hiciera caso: ésta es la arrogancia de la teoría y hay mucho en el ambiente universitario que la fomenta. Desde la trinchera se ve a nivel del suelo. Entre el fango—las decenas de decisiones que se tienen
que tomar en el transcurso de un solo período de clase, los múltiples reclamos de estudiantes, padres, madres y administración, y el maldito cansancio de tener que pasar de clase a clase, de día a día, que nadie puede entender si no lo ha vivido—pierden su brillo todas las recomendaciones de profesores, y muchas de las lecciones que creíamos haber aprendido en (o antes de empezar) la práctica docente. Pero, aunque parezca contradictorio, ahí también, en las conversaciones entre colegas, se cuece otra arrogancia: la arrogancia de la práctica. De un lado, se ve clarito lo que debería suceder “allá abajo”; del otro, se comprueba que nada de “allá arriba” funciona. Y ambos bandos tienen su cuota de razón, así como de parte y parte se equivocan. Lo difícil es escucharse, sobre todo porque casi nunca hay espacios para dialogar: los talleres en los que se supone que docentes universitarios “iluminen” con su conocimiento a docentes del nivel primario o secundario, solo refuerzan los prejuicios de parte y parte. El desfase entre universidad y escuela se debe a muchos factores económicos, políticos y sociales, pero también a la naturaleza misma del conocimiento pedagógico: cada maestro y maestra desarrolla su estilo de practicar este difícil arte, mayormente a cantazo limpio. En el fragor de la brega educativa, se sobrevive por terquedad, acaso por necesidad, y se termina desarrollando una práctica que viene siendo una adaptación de la personalidad propia al ambiente, o los ambientes, en que ha tenido que funcionar. Muy poco se puede aprender de cómo enseñar desde un pupitre; la peRevista de la Asociación de Maestros de Puerto Rico | El
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