48 LA ATALAYA ENTORNO VALDIZARBE
Las pestes y su relación con el entorno (I) POR -6*4 #"$"*$0"
Aunque saturados con el serio asunto del “COVID” con el que a todos de una u otra manera toca afrontar, parece ser que lo adecuado procedería el soslayar el tema en lo posible y no sobrecargar las tintas, ni torturar los espíritus más de lo debido; tratar de ver horizontes de positividad (no en las PCR, por supuesto) sino de cargar los ánimos en vez de torturarlos, como así parece la actitud y la tónica acusatoria de tanto agorero. La pretensión es presentar unos trazos históricos sobre ciertas pandemias, y siempre y en lo posible, en relación con el entorno. De entrada, referir que las pestes son como un sello siempre adherido a la historia de la humanidad desde que el hombre es hombre, aunque como decía el escritor A. Camus: “difícilmente se cree en las pestes hasta que la misma invade sobre nuestras cabezas”. Pero lo real es que no ha habido generación en la historia de la humanidad donde no haya habido dos lacras destructivas: las guerras y las pestes (y a veces no sólo una por generación sino más de una, e incluso a la vez); con números inconmensurables y horripilantes de muerte. De las primeras está en voluntad y potestad ser humano su puesta a cero; de las pestes conviene destacar que el número de fallecimientos ocasionados por las mismas a lo largo de la historia ha sido mayor que el producido por las guerras, siendo este número inconmensurable. Y el poder del hombre para con las pestes es más limitado pero, aún así, la sanidad, medicina y ciencia aligera los medios y la esperanza de su deplorable difusión, por lo que a los de a pie nos toca el arrimar el hombro en lo que nos concierne porque así sea.
Aniz, precioso monumento, un eslabón entre Mañeru y Cirauqui
Centrándonos en algunas pestes más notables y cuyas huellas dejaron signos muy notables para con nuestros entornos, he aquí estas referencias. Al parecer, la más notable fue la ocurrida hace siglos, la reiteradamente nombrada como “peste negra” o la “gran peste” y como al mal no conviene citarlo por su nombre se le denomina con el eufemismo de “el mal que corre”. Por ponerle una fecha se data en 1348 aunque tuvo sus años precedentes y posteriores (incluso décadas con fuertes impactos, incluso con secuelas por más de un siglo). No hay libro o tratado sobre el tema que no haga referencia a la repercusión catastrófica tan
impresionante para con la población y su poblamiento. En Navarra fallece entre un tercio y un cuarto de la población, y en cuanto al poblamiento en aquellos tiempos había alrededor de 1.000 poblados y tras la devastación de la misma quedaron reducidos entre un cuarto o un tercio de los mismos. Así, por ejemplo, en el entorno acaban por desaparecer los poblados ya tocados de Ahe, Gomacin, Larrain y Zubiurrutia; quedan muy tocados los de Agós, Aniz, Basongaiz, Ipasate, Soracoiz, Sotés, Urbe, Villanueva o Iriberri, Viloria y Zurindoain; y otros quedaron fuertemente mermados para ir desapareciendo en fechas posteriores como Aquiturrain, Auriz, Bargota, Ecoyen, Elordi, Gorriza, Olandain, Orendain o Soracoiz.