Patrimonios del campo

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Patrimonios del campo

Este libro propone recorrer y reconocer ese patrimonio, algo olvidado y perdido en la soledad del paisaje rural. A través de un conjunto de textos elaborados por especialistas en disciplinas como la arqueología, la arquitectura y la historia del arte —acompañado por elocuentes imágenes fotográficas —, se abordan bienes tan interesantes como los antiguos hornos de cal, los cercos de piedra y de palma, los espacios de enterramiento y sus capillas funerarias, las bodegas, los molinos y los saladeros de carne.

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Casi siempre referimos al campo como espacio de producción, como ámbito fundamental en la generación de distintas economías para el país. Pero el campo es también el lugar donde ha sedimentado una cultura nacional y regional. En sus praderas y sierras, en la cercanía de sus arroyos y ríos, queda todavía un importante y valioso patrimonio que habla de la cultura de nuestros antepasados y, por tanto, de nosotros mismos.





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Coordinación general Alejandro di Candia Coordinación de contenidos William Rey Ashfield Coordinación de producción Nicolás Barriola Departamento comercial Martín Colombo Coordinación editorial Lucía Lin Edición de textos Pía Supervielle Fotografía Archivo Manos del Uruguay Carlos López (Freccero) Elena Saccone (Panteones y cementerios) Marcos Mendizábal Diego Zalduondo Sebastián Demov (Calera del Dacá) Marcelo Cattani (Harriague) Archivo Centro de Fotografía de Salto (Harriague) Archivo Bodegas Carrau Leonardo Finotti (Bodega Viña Edén) Carly Angenscheidt (Bodega Oceánica José Ignacio) Archivo Asociación Rural de Soriano (Expoactiva) Alejandro Bartesaghi (Expoactiva) Corrección Maqui Dutto Diseño Taller de Comunicación Impresión Gráfica Mosca

Agradecimientos Fabio Ayerra, Diego Pérez, Marcos Castaings, Javier Lanza, Javier Carrau, Marcos Carrau, Valentina Barreiro, Thomas Hughes, Gastón Paullier, Carolina Moreira, Sebastián Demov, Carly Angenscheidt, Marcelo Conserva, Natalia Welker, Edmond Borit.

© 2020. BMR Productos Culturales, Derechos Reservados. Queda prohibida cualquier forma de reproducción, transmisión o archivo en sistemas recuperables, para uso público o privado, por medios mecánicos, electrónicos, fotocopiado, grabación o cualquier otro, ya sea total o parcial, del presente ejemplar, con o sin propósito de lucro, sin la expresa, previa y escrita autorización del editor.


Contenido

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Prólogo Viento nuevo

Fermín Laffitte

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Introducción Cultura en campo abierto

William Rey Ashfield

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La artesanía campestre uruguaya

Natalia Jinchuk

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Panteones y cementerios rurales de la frontera norte: patrimonio cultural funerario de nuestra campaña

Elena Saccone

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Históricos molinos

Carina Erchini

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Antiguos corrales en la historia de la ganadería en la Banda Oriental del Uruguay

Ricardo Sienra

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Los saladeros

Mauro Delgrosso

107

Caleras, viejas industrias del campo

William Rey Ashfield

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Arquitecturas con aroma de vino

Jorge Sierra

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25 años de Expoactiva El valor de la continuidad

Julio María Sanguinetti

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Expoactiva: 25 ediciones potenciando el latido del corazón del campo uruguayo

Pía Supervielle

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Prรณlogo


Viento nuevo

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resentamos a nuestros amigos y clientes un producto nuevo. Una publicación que recoge la tradición de una cultura de campo, materializada a través de múltiples construcciones que son, sin duda, marcas de la memoria. En ellas entendemos la dureza del trabajo y de las condiciones en que se forjó el país; también el enorme esfuerzo de nuestros antepasados. Por eso nos importa su difusión y su conocimiento, ya que forman parte de lo mejor de nuestro patrimonio cultural. Pero la publicación nos habla también de la importancia significativa de un evento más cercano en el tiempo, como lo es la Expoactiva. Se trata de una manifestación contemporánea de la producción y la cultura del trabajo que nos involucra a todos hoy. Es ejemplo estimulante del recuerdo orgulloso de otros que durante siglos fueron sumando al agro su tarea diaria, su esfuerzo sistemático, su amor por la tierra. Hay en este libro, por tanto, una suerte de abrazo entre pasado y presente. El pasado de la experiencia, el pasado que nos llena de orgullo. El presente en transformación, en profunda actualización. Lo que nos viene de atrás y nos impulsa, pero también el viento nuevo que nos refresca y motiva a seguir adelante. No es casualidad, entonces, que Pertilco acompañe este proyecto editorial.

Nuestra empresa es un claro ejemplo de ese vínculo entre la solidez de la tradición y la pujanza de la juventud. Pertilco es representante de case ih, una compañía que tiene 177 años de trayectoria y un gran liderazgo en lo que refiere a innovaciones tecnológicas en la historia de la maquinaría agrícola, como son, por ejemplo, el primer tractor a vapor, muchísimos años atrás, la primera cosechadora Axial y, recientemente, el primer tractor autónomo. A esa rica tradición de case ih se unen los valores propios de una firma joven, dinámica, flexible y cercana, donde el cliente siempre está en el centro. Por eso nuestro principal objetivo es que el trabajo del campo sea cada vez más eficiente y más productivo. A través de estas páginas, Pertilco quiere saludar y homenajear a todos esos actores del pasado, la gran mayoría anónimos, pero también a quienes proyectan en el presente ese espacio vital, ese lugar de exposición de nuevas tecnologías y de avances propios de nuestra producción agropecuaria. Fermín Laffitte Pertilco S. A.

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Introducciรณn


Cultura en campo abierto

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uchas veces hablamos de cultura de campo y en esos términos implicamos un variado cuerpo de actitudes, inclinaciones, gustos, preferencias, tendencias y conductas. Pero poco hemos trabajado en el alto potencial de ciertos restos materiales, muy propios de esa cultura, que han logrado sobrevivir a variadas acciones del tiempo y la actividad humana. Diversos trabajos de investigación han adelantado conocimientos relevantes acerca de estos bienes, pero la mayoría de ellos han quedado reservados al espacio académico, al hermetismo propio de los gabinetes, sin alcanzar la difusión necesaria para potenciar y subrayar su vínculo con el paisaje y la sociedad. Se trata de un patrimonio rico en experiencia humana, de alto contenido vivencial, que alcanza una fuerte identidad cultural, aun cuando pueda perder fuerza en el seno de las generaciones venideras. Lo artesanal, lo artístico y lo arquitectónico llevan consigo una potente carga de historia y costumbres, de percepciones y sentidos sociales que pueden entenderse, precisamente, a partir de esa materialidad producida por la mano de obra humana. Se trata de conocimientos acumulados en el tiempo y de distintas modalidades del vivir y producir en el ámbito rural, transmitidos de generación en generación. Quizá por eso es que resulta imprescindible mantener hoy esa polea de transmisión, valorando en profundidad la labor de nuestros antepasados y la consiguiente obra material asociada.

La dificultosa carga de miles de fanegas de cal a través de campos sin caminos, la dureza de una muerte joven en el seno familiar o la fuerza y el sudor exigidos por la producción ganadera con limitadas posibilidades tecnológicas pueden comprenderse hoy perfectamente apreciando los enormes hornos de piedra en el arroyo Dacá, observando las capillas y los ámbitos de enterramiento perdidos en solitarios paisajes del norte uruguayo y, asimismo, descubriendo cercos de piedra muy extensos desarrollados en distintas estancias del país. También la ardua cosecha de la vid y su posterior transformación en vino, la molienda producida cerca de pequeños arroyos para obtener gofio o harina, la salazón de la carne como factor clave de grandes divisas para el país han sido —en todos los casos— el resultado de constantes esfuerzos que solo algunos patrimonios materiales logran transmitirnos, mediante bienes adecuadamente conservados o muy deterioradas ruinas. La actividad artesanal guarda todavía un importante espacio para las costumbres más tradicionales. Costumbres vivas, que aún recrean la percepción de lo artístico y el gusto por lo propio que nos viene de atrás. Las artesanías, aunque más frágiles en lo que hace a su capacidad de reproducirse y de permanecer en el tiempo respecto de las arquitecturas, deben verse en una relación más intrínseca, donde dimensiones patrimoniales se involucran con capacidades de utilidad y generación de economías. En esa línea es que su

difusión y valoración resultan tareas fundamentales para su continuidad temporal. En todo lo expresado reside la razón central de esta publicación, es decir, en la necesidad de apreciar y ayudar a conservar lo que tanto valor tiene para nuestra sociedad. La fotografía y la información aportada son, según creemos, buenos instrumentos para materializar tales propósitos, en relación directa con todas estas manifestaciones de la cultura en campo abierto. No quiero cerrar esta introducción sin recordar la importancia de ciertas organizaciones en la realización definitiva de este proyecto. En primer término, el Fondo de Incentivo Cultural (fic) ha sido un instrumento insoslayable para este y otros proyectos que hemos podido materializar, así como tantos otros gestores y emprendedores de nuestro país. Es imperativo reconocerlo y destacar su valioso rol en la producción cultural contemporánea. Asimismo, ha sido fundamental el apoyo de Expoactiva, organización que cumple 25 años de existencia en este 2020 y que ha resultado un estímulo central para este libro. Finalmente, varios mecenas permitieron con su apoyo económico que un grupo de investigadores, periodistas, fotógrafos y diseñadores gráficos vieran materializado su propósito de producir un libro en directa relación con el patrimonio cultural rural. William Rey Ashfield

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La artesanĂ­a campestre uruguaya

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La artesanĂ­a campestre uruguaya Natalia Jinchuk

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Imagen extraída del libro Premio Nacional de Artesanía 2017. Montevideo: Dirección Nacional de Artesanías, Pequeñas y Medianas Empresas, miem. Dirección Nacional de Cultura, mec, 2018. Autor: Andrea Karina Díaz Trindade. Categoría: Artesanía de producción. Mención honorífica. Fotografía: Jorge Caggiani.

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a respuesta creativa y metodológica a las necesidades del contexto con los materiales disponibles. Esa podría ser una de las definiciones de la artesanía de un determinado pueblo o región, aunque la realidad sea más compleja. Para Uruguay, la artesanía clásica o criolla está absolutamente ligada al carácter fundacional de la Banda Oriental. Así lo relata el historiador Fernando O. Assunção: Aquella inmensa frontera fluctuante, que fue el territorio de la vieja Banda Oriental, poseía una realidad económica y cultural que puede definirse por una actividad depredatoria, la caza y la muerte masiva del ganado y la extracción de su cuero, realizada por un grupo social característico, el gaucho, para subvenir, mayoritariamente, las necesidades de un comercio ilícito, el contrabando. Podemos agregarle el condimento de una capital pobre y que, como puerto, recibía, lo poco que recibía, ya manufacturado; la ausencia de reli-

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giosidad de aquel pueblo libertario y rebarbarizado en su seminomadismo ecuestre explica, a la vez, la ausencia de tejeduría, la cerámica y la cestería, y —junto a la falta de grandes bosques naturales— la de los trabajos en madera. Faltando los metales, preciosos o no, propios, tenemos explicadas las limitaciones en este campo del arte popular uruguayo. Este extracto del catálogo de apertura del Museo del Gaucho, en 1979 —que, por cierto, no representa el espíritu de Assunção—, pone en evidencia una mirada hegemónica y prejuiciosa sobre la artesanía local, que fue moneda corriente entre varios de los grandes pensadores uruguayos portavoces de «la civilización». Las artes del campo, absolutamente ligadas al cuero y al caballo como «gran apéndice cultural del gaucho», se desarrollaron en silencio, en la intimidad de talleres y galpones aislados, impulsadas por necesidades cotidianas y con recursos mínimos. Salvo en platería, arte propiciado en un con-

texto ya más moderno, pocos nombres se destacan, y para dar con ellos hay que indagar en textos e investigaciones fortuitas. No hay referentes obvios, no hay documentación profesional de procesos, salvo a través de los Premios Nacionales de Artesanía del Ministerio de Industria, Energía y Minería (miem), y mucho menos una centralización geográfica, dato esperable pero no menor a la hora de ordenar la espina vertebral de la artesanía uruguaya. La guasquería, la talabartería, la platería criolla y el tejido —este último desarrollado a partir de la llamada revolución del lanar, en la segunda mitad del siglo xix— han sido hasta ahora transmitidos de generación en generación. Sin embargo, la globalización y la tecnología que traen nuevas posibilidades a los más jóvenes, la transformación de los hábitos del campo —por ejemplo, el caballo se utiliza considerablemente menos—, la falta de interés del mercado local por varios de los objetos y la reticencia a pagar los precios correspondientes al tiempo y


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La artesanía campestre uruguaya

Imagen extraída del libro Premio Nacional de Artesanía 2017. Montevideo: Dirección Nacional de Artesanías, Pequeñas y Medianas Empresas, miem. Dirección Nacional de Cultura, mec, 2018. Autor: Jonathan Velázquez Beracochea. Categoría: Pieza única. Mención honorífica. Fotografía: Jorge Caggiani.

expertise que llevan los productos artesanales ponen en peligro la continuidad de estos oficios. Pero no todo es oscuro; como en toda corriente, encontramos una contracorriente: la revalorización del artesanato y las fibras naturales ante un mercado extranjero que se abre vía internet; una amplia propuesta de cursos, privados y públicos, donde aprender y profundizar técnicas artesanales; fenómenos como las sociedades criollas o eventos como la Patria Gaucha, con su

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correspondiente concurso de guasquería; el Premio de Artesanía, las distintas muestras y exposiciones que se hacen en el país, que resultan fundamentales para suscitar el consumo en todo lo referente a la cultura del campo, incluyendo la artesanía. Todo ello hace que la artesanía se pueda repensar a luz del siglo xxi con esperanza y sustento. Aquí, un repaso por la historia y el estado de situación de la guasquería, la platería criolla y el tejido.

Guasquería «Pues siempre encuentra el que teje / otro mejor tejedor». (José Hernández, Martín Fierro) Si, al decir de grandes historiadores, nuestra patria se hizo jineteando, tiene todo el sentido que la guasquería constituya una de las más antiguas tradiciones artesanales. La guasca es, en etimología quechua, la tira de cuero


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Imagen extraída del libro Premio Nacional de Artesanía 2017. Montevideo: Dirección Nacional de Artesanías, Pequeñas y Medianas Empresas, miem. Dirección Nacional de Cultura, mec, 2018. Autor: Jonathan Velázquez Beracochea. Categoría: Pieza única. Mención honorífica. Fotografía: Jorge Caggiani.

fino. La guasquería se basa así en el trabajo con tientos —tiras finas de diferentes cueros animales—, con los que se elaboran prendas, herramientas de trabajo, objetos y, sobre todo, los diversos componentes del apero o recado para montar a caballo. El historiador Fernando O. Assunção traza su origen, como para la mayor parte del atuendo gauchesco, en la herencia arábiga, «la de los primores, esterillas y bordados en hilos sobre el cuero crudo o curtido, formando hermosos dibujos y motivos decorativos». Se trata de un oficio que fue perfeccionándose de acuerdo a las necesidades creadas luego de la introducción de la ganadería en la Banda Oriental, para cuyo manejo el gaucho tuvo que contar con herramientas adecuadas.

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La ortodoxia de la guasquería implica que el cuero se consiga fresco, en los abastos o fiestas criollas, para luego aplicarle los tratamientos correspondientes, aunque sin productos químicos, para obtener el cuero crudo. Al cuero vacuno, el más utilizado para los tientos, se le desprenden los restos de carne, pelo y grasa, se lo lonjea y se lo deja secar al sol. Las costuras de los objetos se logran tratando con agua y cal cueros de caballo o chivito, por ejemplo. Aunque existen quienes ya compran los cueros tratados y listos para cortar, los guasqueros de ley se aseguran, al atravesar la totalidad del proceso, de que su materia prima sea la más idónea. Mediante herramientas como leznas, pinzas, alguna máquina y cuchillos bien afilados, de esos cueros se desprenden

los tientos que conseguirán las texturas a través del esterillado y el trenzado, en especial la trenza patria, una de las más populares, con combinaciones de diversos números de tientos del cuero natural. Cuanto más fino es el tiento, mayores son las posibilidades de generar dibujos o guardas, aunque la dificultad también aumenta. Riendas, encimeras, bozales, cabestros, cabezadas, cinchones, estriberas, pretales, lazos, fustas, rebenques y maneadores son algunos de los elementos del apero o recado producidos en los talleres de los guasqueros, cuya funcionalidad sigue vigente para quienes trabajan o hasta se trasladan con caballos en el campo. Fuera del universo equino, la guasquería cobra protagonismo hoy en objetos más cotidianos, tales como


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Manos del Uruguay, cooperativa de telar de Tambores, Paysandú y Tacuarembó.

cinturones, llaveros, fundas de cuchillos y hasta asas de carteras o materas. Aunque hoy existen cursos pagos y también gratuitos que lo enseñan —y que han aportado nuevos talentos al mapa nacional de guasqueros y guasqueras—, tradicionalmente los secretos de la guasquería, tal como relata Assunção, «eran normales a todo hombre de campo, en otros tiempos, al que durante la vaquería y en la estancia cimarrona le sobraban “ocios” para entretener, cortando lonjas, tejiendo tientos, haciendo o reparando las prendas de su “ajuar” campero, lo que iba señalando el buen gusto, la “coquetería” del gaucho y su preocupación por la seguridad, desde que de la resistencia y buen uso de esas prendas podía depender su vida en la tarea». El peón de campo uruguayo supo ser, cuando aún vivía en la estancia, un básico guasquero, aprovechando sus horas libres en los días de lluvia. Aun así, alcanzar el arte de la guasquería no era para cualquiera: se requería experiencia, destreza y

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paciencia, por lo que las mejores piezas terminaban como frutos de las manos de «un mestizo o un indio ya viejo, o simplemente un paisano vejancón». Si bien hoy son de fácil acceso los libros y videos alrededor del arte de la guasquería, durante mucho tiempo el aprendizaje dependió de la voluntad de algunos hombres que quisieran enseñar a otros. Por esta particularidad, por su carácter intimista —se realizaba en talleres pequeños o galpones de sogas—, por su falta de voceros y porque nunca fue considerado un arte mayor, sino una práctica más bien vinculada a lo utilitario, la guasquería en Uruguay estuvo en peligro de extinción. «La abundancia de cueros y la importancia del caballo dieron impulso y desarrollo a este arte popular en el siglo xix. Pero esa misma abundancia, la baja jerarquía social de sus productores y su cotidianeidad la hicieron invisible», escribe Rocío García en la revista Trama, sugiriendo además que los valores hegemónicos de la época, la perspectiva etnocentrista y el favoritis-

mo por lo venido de Europa relegaron la artesanía criolla a un plano menor. Hoy, gracias a ciertas políticas que datan de fines de los años ochenta, a concursos y a cursos diversos, el panorama es favorable: hay guasqueros por todos los pagos de Uruguay, incluido Montevideo. Referentes como Mauro Dávila o Líder Larrosa dejaron sus legados, y algunos de los nombres que más resuenan son Antonio Larrosa —hijo de Líder— y Marcelo Gallone en Minas, Guzmán Puchalvert en Mariscala, Roberto Chiquito Olivera (discípulo de Puchalvert) y Jonathan Velázquez en Maldonado, y Acuña, el guasquero de Nuevo París, entre otros. Muchos de ellos se reúnen y compiten en los concursos de guasquería en la Semana Criolla o en la Patria Gaucha en Tacuarembó, o se presentan con éxito a los Premios Nacionales de Artesanía del miem. Algunos aprovechan las exposiciones rurales para llevar sus trabajos, venderlos y ganar clientela. Otros trabajan sin moverse de sus talleres, por encargo y conocidos


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Cuchillos con trabajos de plata e incrustaciones de oro.

por el boca a boca. Un apero completo, según la complejidad del trenzado, puede llevar de dos a tres meses y venderse en alrededor de usd 3.000. Este retorno al oficio y la nueva mirada de respeto y comprensión hacia la labor artesanal en general propician un futuro más auspicioso para la guasquería, que, con los apoyos correspondientes, deberá cimentarse en sus logros y redefinir su personalidad hacia el siglo xxi.

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Platería criolla La obsesión por los metales preciosos fue insignia de los conquistadores que llegaron a América Latina entre los siglos xv y xvi. No es casualidad que, pese a no haber existido jamás la extracción de plata en Uruguay, el río que nos une y divide con Buenos Aires lleve su denominación. La plata comenzó a llegar a Argentina y Uruguay en el

siglo xvii en forma de austeros objetos cotidianos (vasos, fuentes) desde el opulento virreinato del Perú, en las vías comerciales que a cambio recibían cueros, sebo, aceite, frutas, vino y más. No fue hasta el arribo de los aventureros artesanos portugueses que el tratamiento de la plata cobró relevancia como oficio y como arte. «Con ellos y su estilo se imprimirá un rumbo definido a la platería rioplatense, pues se abandonará la monacal sencillez


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Mate y bombilla de Freccero con trabajos de plata e incrustaciones de oro.

gótico-hispánica y se hibridirán los zoomorfismos incaicos y los naturalismos selváticos guaraníticos, con unas formas ya impregnadas de un barroquismo ibero-afro-asiático bien portugués, pero sin desdeñarse, eventualmente, las influencias más o menos laterales de carácter universal en la estilística (el rococó francés o neoclásico inglés)», cuenta el profesor Fernando O. Assunção en el catálogo elaborado para la apertura del Museo del Gaucho. Tanto los artesanos portugueses como los españoles que llegaron a tierras rioplatenses estaban vinculados al culto religioso o a la fundación de templos. «Se encontraron con un medio duro, pequeño, más bien pobre y de religiosidad bastante laxa. Para poder sobrevivir tendrán que fabricar utensilios hogareños», relata Assunção. Entre esos utensilios, dos se destacaron en la constitución de la platería criolla rioplatense: el mate y la bombilla. Si bien en un comienzo se copiaron de los modelos peruanos del mate, pronto los artesanos europeos sellaron

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su impronta con los mates de cáliz, inspirados en los cálices católicos, y otros objetos con símbolos religiosos, como la paloma del Espíritu Santo en la bombilla. Aunque hoy podemos apreciar algunas de estas piezas de metal icónicas en museos y anticuarios, el mate se terminó decantando por el uso de la calabaza ahuecada y seca, que se fue forrando de cuero y adornando sus boquillas con guardas metálicas, algunas con dibujos, otras con piezas incrustadas hasta en oro. Esta práctica persiste entre los artesanos de platería criolla actuales: Lorenzi, que data de 1938, o Bresciani, fundada en 1922 como Martínez Hnos., que recientemente cobró protagonismo por ser la encargada de personalizar, en plata y oro, los mates de jugadores de fútbol de relevancia internacional. A las bombillas y los mates sigue en importancia el cuchillo, herramienta fundamental del gaucho, tal como lo describió Sarmiento en su Facundo: «El cuchillo, a más de un arma, es un instrumento que le sirve para todas

las ocupaciones; no puede vivir sin él; es como la trompa del elefante, su brazo, su mano, su dedo, su todo». Esta pieza era la compañera del gaucho; arma ofensiva y defensiva, elemento utilitario por excelencia para comer, para picar tabaco, para matar animales y también para elaborar sus artesanías. Los había diversos, cada uno con sus usos y características: el facón, el caronero, el verijero y el cuchillo propiamente dicho, que a mediados del siglo xix sustituyó al facón. Los ejemplares más destacados, pertenecientes a grandes hacendados, generales y hasta presidentes, eran en sí mismos símbolos de poder e incluían mangos y vainas de plata, algunos con incrustaciones de oro, en trabajos de labrado y cincelado —hasta con mensajes secretos— de los grandes exponentes de la platería local en el siglo xix y principios del siglo xx. Bellini —que fue traído por Máximo Santos desde Italia junto con Torricelli para enseñar en la Escuela de Artes y Oficios—, Mailhos, Ródano, Barnetche, Valenti y Cheroni; todos estos plateros


fueron representantes del florecimiento de Uruguay, valorado como uno de los países más modernos de la región. Hoy la cuchillería continúa manteniendo la tradición, si bien las hojas son de acero al carbono y la platería se realiza en plata 800, que presenta mayor dureza. «Aunque la plata 925 le da otra fineza», sostiene Álvaro Sanjorge, uno de los cuchilleros artesanales más destacados de Uruguay, que trabaja desde Florida. Sanjorge afirma que «usar cuchillo en el Río de la Plata es como una vestimenta, una señal de respeto», y que es uno de los elementos que aún pasan de padres a hijos. Otra de las grandes áreas de desarrollo de la platería criolla fue la del apero del caballo. Si bien el conjunto se basa en la guasquería y talabartería

en cuero, la plata supo complementar algunas piezas del ensamble, como los estribos, las espuelas y las empuñaduras de los rebenques. Los estribos típicos de la zona fueron los llamados de campana, con su forma acampanada de grandes dimensiones; aunque los había de hierro y bronce, los más elaborados eran de plata, material que se calaba, labraba y cincelaba para lograr motivos de serpientes, águilas o flores, entre otros. El uso del metal precioso no se limitó a mates y bombillas, cuchillos o estribos: la platería también tuvo su influencia en el atuendo gauchesco. Rastras, hebillas, pasapañuelos, punteras y broches de cinto aún son símbolos de pertenencia y orgullo entre las personas de campo. La

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Manos del Uruguay, cooperativa de teñido de Fraile Muerto, Cerro Largo.

coquetería gauchesca, gesto heredado de los primeros habitantes de la Banda Oriental, hizo que el peón, practicante de una vida en extremo austera, fuese capaz de gastar su sueldo entero en una rastra. Esta especie de cinturón que se coloca sobre la bombacha deriva de los primeros botones gauchescos para sujetar los tiradores, realizados a partir de monedas. Las monedas se fueron uniendo con cadenillas de plata y, al gusto de los usuarios, los plateros aumentaron sus dimensiones agregándoles una pieza central con figuras en relieve: gauchos, cabezas de caballos, el escudo nacional, cabeza de mujer, marcas de estancia, monogramas y más. Como tantos otros artesanos, los plateros han ido menguando, ante la aparición de alternativas más económicas y la falta de un público que consuma y aprecie sus productos. Existen algunas casas tradicionales y algunos individuos aislados que continúan trabajando mates, bombillas, cuchillos, rastras, hebillas y pocos productos más. Sus propuestas, más allá de los encargos particulares,

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retoman la estética tradicional de los últimos grandes plateros locales y exponen el orgullo de la tradición criolla.

Tejido La artesanía que han desarrollado los pueblos históricamente tiene que ver con los recursos disponibles a su alrededor. Y, salvo por los aderezos de la platería criolla, cuya materia prima llegaba desde Perú, la actividad artesanal en Uruguay se ha vinculado a los universos vacuno, equino y bovino. Las ovejas, que llegaron en un comienzo como legado de los españoles, han sido proveedoras de alimento, pero por sobre todo de abrigo, necesidad básica para los otoños e inviernos de nuestra penillanura levemente ondulada. Además, resulta interesante pensar que, en un mundo tradicionalmente masculino como es el campestre, el valor agregado de la lana —lavado, peinado, hilado,

teñido, afieltrado o tejido— pertenece, casi por designio, al universo femenino. Antes de la industrialización de la moda, alrededor de 1960, era habitual que dentro de cada familia hubiese por lo menos una excelente tejedora que producía prendas de sencillas a muy complejas para abrigar a todos. Esto fue así en muchísimas partes del mundo, y la inmigración europea del siglo xx seguramente aportó a la cultura de tejido uruguaya, que hoy resiste en proyectos tan diversos como Manos del Uruguay, Texturable, Corazón del Sur, Alba, Don Báez, Merino del Rey y Southwool, entre otras, y hasta en la marca de lujo sostenible Gabriela Hearst. Pero mucho antes de estas expresiones de diseño en lana, en la Banda Oriental hubo una prenda que se adaptó de las provincias del noroeste argentino y que supo ser abrigo y hasta cama del gaucho: el poncho. Lo describe el doctor Roberto Bouton en su disfrutable ensayo de La vida rural en Uruguay de la siguiente manera: «Es una especie de capa cerrada, una manta cuadrilon-


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Manos del Uruguay, cooperativa de teñido de Fraile Muerto, Cerro Largo.

ga con la abertura en el centro para pasar la cabeza, de modo que quede el poncho pendiente de los hombros, de uno y otro lado, para poder dar libertad a los brazos. Por delante llega hasta la rodilla y por detrás tiene generalmente un palmo más de largo. Las medidas, más o menos, son: 12 palmos de largo por 7 palmos de ancho». Y pese a que la base se mantenía, los había de muchos tipos: de invierno, de verano, el afamado patria con cuello, el vichará, el colla, el calamaco, el apala, el balandrán o el

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bayeta. Los más gruesos eran elaborados por los indios pampas, con las guardas o dibujos que hoy continúan siendo característicos de las prendas. Sin embargo, la verdadera incorporación de la lana como materia prima y su posterior desarrollo artesanal no llegaría hasta lo que los historiadores José Pedro Barrán y Benjamín Nahum llamaron la revolución del lanar. Esta implicó un aumento meteórico del ganado ovino a partir de la segunda mitad del siglo xix, a causa de la instala-

ción de nuevos empresarios ganaderos de procedencia inglesa y francesa, de impronta más moderna y con cabeza estratégica. En sus establecimientos la mano de obra era mucho más necesaria que para el cuidado del ganado vacuno, por lo que se fueron creando culturas en las que los hombres trabajaban el campo y se dedicaban a la esquila y quizá el lavado de la lana, y luego las mujeres cardaban, hilaban en la rueca, teñían con los elementos de la naturaleza circundante y luego


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Manos del Uruguay, cooperativa de teñido de Fraile Muerto, Cerro Largo.

elaboraban jergones —mantas que van por debajo de la montura en el apero del caballo—, mantas y ponchos. Se trataba de una lana rústica, de la raza predominante, corriedale, de aproximadamente 27 micras. Era posible afieltrarla o tejerla sobre todo en telar, técnica que era enseñada de generación en generación entre las mujeres rurales, quienes se dedicaban a estos menesteres en su «tiempo libre» entre tareas domésticas y cuidado de los niños. Así aprendió, por ejemplo, Andrea Díaz, que ayudaba a su madre y abuela en las tareas de la lana y, muchos años después y viviendo en el pueblo de Masoller, Rivera, decidió sumar algunos cursos de actualización a lo aprendido en la infancia y transformarlo en un necesario modo de vida. En un comienzo integró el colectivo Flordelana, del Valle del Lunarejo, también en Rivera, aunque luego siguió por su cuenta bajo la firma LanArte. Su trabajo, que ha sido reconocido por el Premio Nacional de Artesanía del miem, recorre toda la cadena: luego de procurar la lana directamente de los

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productores, dedica dos días al lavado y secado (que incluye la eliminación por completo de la lanolina, la «cera natural» de la lana). Allí comienza el cardado, que ocupa una hora por cada 100 gramos, y luego pasa al hilado (200 gramos por hora). El teñido es natural, con cáscaras de cebolla, eucalipto, carqueja, marcela, ceibo, anacahuita o la planta que encuentre alrededor. Una vez seca la lana, comienza el tejido, que ella realiza con telar y bastidor para producir alfombras, ponchos, frazadas, mantas

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y ruanas. Dependiendo del tamaño de la prenda, puede dedicarle entre 15 y 20 días, lo que siente que a veces no es valorado por el consumidor final, pero tiene su clientela fija y también produce para marcas locales exportadoras que encuentran ese público que respeta y realza el valor de una prenda hecha a mano a partir de fibras naturales. Resulta interesante la mirada extranjera con respecto a la valorización de estas prendas, su fibra y hasta su forma de crianza: «Para nosotros es lo

más normal, pero para muchos lugares del mundo la lana es una fibra difícil de encontrar, y más aún producida con ganado de cría a cielo abierto», comenta Claudia Rosillo, diseñadora textil y responsable de la grifa Texturable, que toma varias de las tradiciones laneras de Uruguay y las expone de forma valiosa hacia el mundo. Mientras sostiene que «la manufactura artesanal uruguaya es muy cotizable en el exterior», admite que el oficio de tejedoras e hilanderas se encuentra en peligro de

extinción en el país. Tradicionalmente el trabajo de la mujer rural ha sido muy sacrificado, por lo que la unión en cooperativas o grupos —desde 1968, con la fundación de Manos del Uruguay— fue en gran medida la forma de supervivencia. Hoy los proyectos basados en tejedoras, como Ruralanas de Young, Lanas del Este, Dlanas de Durazno y Lanas de Soriano, entre otros, incorporan diseño, sea dentro del mismo equipo o de forma externa, como lo hace Dlanas con la consultora Sellin.

El trabajo artesanal en lana natural tiene una dura competencia en el mercado local con los productos industriales realizados a partir de fibras sintéticas derivadas del petróleo que se venden a precios muchísimo menores. Sin embargo, una revalorización a escala mundial de las fibras naturales, sustentables y con una impronta social promete elevar el trabajo de las artesanas rurales, asegurar la continuidad del oficio y seguir generando cultura.

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Panteones y cementerios rurales de la frontera norte

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Panteones y cementerios rurales de la frontera norte: patrimonio cultural funerario de nuestra campaĂąa Elena Saccone

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Panteones y cementerios rurales de la frontera norte

Panteón de piedra de 1894 en Costa de Cañas,Tacuarembó.

La vida y la muerte reflejada en nuestros paisajes

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os seres humanos difícilmente seamos indiferentes a los cementerios. Son lugares cargados de sentidos que generan todo tipo de sentimientos: tristeza, respeto, temor, paz, curiosidad. Algunas personas los consideran lugares de culto y veneración; otras, lugares con su belleza y decadencia. Hay cementerios que son utilizados y luego abandonados; hay otros que continúan siendo visitados. Pero hay los que cuentan la historia y sintetizan la memoria de un lugar o de un pueblo. Esos son los que están llenos de vida. Entre las construcciones históricas que se destacan en el paisaje rural de nuestro país pueden observarse, en decenas de sitios, panteones familiares construidos en piedra y ladrillo, rematados generalmente con cruces de hierro. Son construcciones pequeñas pero no

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sin complejidad y diversidad, tanto en la estructura como en la decoración. Muchas veces estos panteones están acompañados de tumbas en tierra, marcadas con cruces, o pequeños nichos. Algunos tienen un cerco de piedra o un alambrado que delimita el espacio sagrado del cementerio. Generalmente están localizados en zonas elevadas y visibles desde caminos o desde los cascos de estancia. Entre los que aún se pueden ver en el campo, los más antiguos fueron construidos a comienzos y mediados del siglo xix, épocas en que las primeras familias se establecían en las estancias, pero es una tradición que continuó durante gran parte del siglo xx y en algunos casos su uso se registra incluso en la actualidad. Los panteones familiares y cementerios, junto con las prácticas, los mitos y las creencias que los rodean, constituyen el conjunto de las representaciones rurales de la muerte, y sus particularidades son reflejo de la sociedad de los

vivos. Cada sociedad tiene sus formas singulares de representar y ritualizar la muerte. Una sepultura o un cementerio siempre hablan de memoria y de ancestralidad; es decir, lo que todos los panteones y cementerios tienen en común es su capacidad de contarnos las historias de las familias que han habitado estas regiones.

Un fenómeno regional: particularidades de los panteones en la zona de frontera Desde hace dos siglos y hasta el presente, un conjunto de prácticas relacionadas con los ritos funerarios y un conjunto de elementos materiales que aún hoy las atestiguan han caracterizado las representaciones de la muerte en el ámbito rural de la frontera norte. Estas representaciones son producto


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Panteones y cementerios rurales de la frontera norte

" Frontรณn de panteรณn de 1912 en Pago Lindo, Caraguatรก, Tacuarembรณ.

" " Dos panteones sobre el afloramiento. Cementerio viejo de Pablo Pรกez utilizado desde 1860, Cerro Largo.

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Panteones y cementerios rurales de la frontera norte

" Panteón sobre la ruta 26, al atardecer, Tacuarembó.

" " Panteón sobre la ruta 26, al atardecer, Tacuarembó.

de un sincretismo entre las tradiciones culturales que fueron conformando a través del tiempo la sociedad de la campaña: la oriental, la brasilera y la de los inmigrantes europeos, principalmente españoles. Durante el siglo xix, la frontera fue constituyéndose como un territorio con características particulares, entre las que se destaca la movilidad de los habitantes. Los fronterizos de ambos lados convivieron y eran comunes los matrimonios entre unos y otros. Esto se ve reflejado

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en los panteones rurales de la región, cuyas lápidas e inscripciones nos dan indicios sobre el origen de quienes allí descansan y a veces ayudan a conocer y recrear parte de su vida. Algunos historiadores, como Barrán y Nahum (1973), señalan que en esta época coexistían tres tipos de establecimientos rurales en nuestra campaña: la estancia tradicional, que se dedicaba fundamentalmente a la explotación del bovino criollo; la estancia progresista, que incorporó el mestizaje del

vacuno y el lanar; y la de los pequeños y medianos productores, que en general se dedicaban a la cría de merinos y se ubicaban más cerca de la capital. Según esa clasificación, las grandes estancias tradicionales estaban principalmente localizadas en la frontera norte con Brasil, y casi la mitad de los hacendados de esa zona eran de origen brasileño. Esta gran estancia tradicional presenta una serie de rasgos que la definen. Si el propietario vivía en el campo, el casco constaba de una casa de varias habitaciones en torno a un patio con aljibe y uno o dos galpones con paredes de mampostería o adobe y techo de zinc. Cuando estas propiedades eran muy extensas, algunas conservaban los antiguos puestos e incluso explotaban su propia pulpería y contaban con un panteón familiar.


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Panteones y cementerios rurales de la frontera norte

" Dos panteones junto al camino, 1888. Zona de Caraguatá, Tacuarembó.

" " Aproximándonos al panteón de la cuchilla de Laureles, Tacuarembó.

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Sin embargo, también contaban con su panteón familiar algunas estancias de menores dimensiones. Esto se observó en la zona de Laureles-Cañas, donde se registraron una decena de estas construcciones y, a pesar de la creencia generalizada de que se han abandonado, muchos pobladores locales continúan utilizándolos. Para esta investigación se recorrieron distintas zonas de los departamentos de Tacuarembó, Rivera y Cerro Largo. Allí se registraron más de 60 panteones rurales con distintas características constructivas y decoración, así como diversos estados de conservación. Por otra parte, pobladores de Pablo Páez y Arévalo, en el oeste de Cerro Largo; Caraguatá, en el este de Tacuarembó, y Laureles-Cañas, en el límite entre Tacuarembó y Rivera, brindaron su testimonio acerca de los usos y prácticas en torno a los panteones y también de las percepciones sobre la muerte y su materialidad. Estos diálogos dejaron entrever matices entre las diversas zonas con respecto al uso de los panteones. Unos

están abandonados por completo y se están convirtiendo en ruinas. Otros son usados como lugares de culto, donde se encienden velas o se llevan flores en fechas especiales como el Día de los Muertos. Otros, por último, aún se utilizan como lugar de entierro. En la zona de Laureles-Cañas una persona describió cómo son los velorios, procesiones y entierros. Cuando no se hacen en la ciudad, se llevan a cabo en las casas de los pobladores locales y en los panteones familiares.

¡Ahí se junta mucha gente! Todos los vecinos que pueden y que se enteren que murió el vecino… No falta nadie. Aunque haiga una fiesta allí, pero dejan eso y van para [ahí]. Si velan aquí [lo hacen] en la casa […] en el comedor, en la primera entrada, así, se sacan las cosas y ahí se arma para que los velen. También, si velan todo el día, los vecinos, los familiares, los amigos van todo el día, y la costumbre [es] que ahí se cocina o se hace asado y se sirve para todos. No es


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Panteones y cementerios rurales de la frontera norte

f pag 46: Vista panorámica del cementerio viejo de Pablo Páez, utilizado desde 1860, Cerro Largo.

f Pag 47: Panteón de la curva en Caraguatá, construido en 1908, Tacuarembó.

" Panteón de las Palmeras, sobre ruta 26, Tacuarembó.

" " Panteón con muro de piedra sobre la cuchilla de Haedo, en el límite entre Rivera y Salto.

como en la ciudad. Porque se va para estar todo el día y toda la noche, hasta la hora que lo entierren. Hasta allá se llega, todos, se acompaña hasta [el panteón] y ahí se reza y después ta.

Cuidados: «Yo voy todos los domingos» La muerte y su materialidad parecen estar incorporados con mucha naturalidad en la vida cotidiana de algunos pobladores rurales. Los propios familiares son los que se encargan de limpiar y mantener el panteón, y mostrarlo en buenas condiciones es un orgullo. Se nota cierta división del trabajo: por lo

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general, las mujeres se encargan de la limpieza dentro del panteón y de los floreros, y los hombres se encargan de cortar las chircas, carpir la tierra alrededor y poner matayuyo, así como de encalar la estructura por fuera. Los entrevistados contaron que visitan con regularidad el panteón. Algunos dicen que van una vez por semana, otros que van una vez al mes o cada dos meses, y el 2 de noviembre no falta nadie. En las zonas donde los panteones están abandonados suele haber algunas creencias y supersticiones, como las luces malas y los aparecidos. En cambio, allí donde aún se usan no producen temor ni se asocian a misterios. «En estos cementerios así nunca se ve abismo ninguno», dijeron, y también: «Hay que tener miedo del

vivo… El muerto ya no hace más nada, ¿no?». Sin embargo, las personas entrevistadas en la zona fueron unánimes al expresar cuán importante es que estos panteones se conserven para las nuevas generaciones de la familia.

Los panteones como construcción Cada panteón es diferente, pero dentro de esa diversidad hay dos tipos de estructuras: las que conforman recintos donde los deudos pueden entrar a realizar sus ofrendas y aquellas de escasa altura en las que simplemente se depositan los cuerpos. Si bien hay


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Panteones y cementerios rurales de la frontera norte

Vista nocturna de panteones ubicados en ruta 7 y ruta 38, ambos del siglo xix, Cerro Largo.

diversidad de formas, el tipo de techo más frecuente es la bóveda de cañón. Las paredes están levantadas con ladrillos y en algunos casos con piedra o una combinación de ambos. Un dato curioso que se pudo evaluar estudiando las dimensiones de los ladrillos es que estos se fueron reduciendo de forma paulatina con el tiempo, y eso nos permitió estimar la antigüedad de algunos panteones, que era desconocida. No todos los panteones presentan decoración. Las estructuras, en algunos casos, no conservan más que restos del revestimiento que una vez tuvieron, y en otros casos se trata de construcciones simples, utilitarias, sin agregados. La decoración —en particular, frontones, frisos y pilastras—, si bien imperfecta, hace referencia a la construcción clásica de los antiguos templos griegos. La terminación superior de las fachadas en frisos de varias bandas en relieve es la más común entre los panteones. En algunos casos solo tienen por encima la cornisa, mientras que en otros les siguen los frontones. Otro

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elemento recurrente en la decoración son los remates en las esquinas de la estructura, que toman diversas formas: copones, pináculos, o una base de prisma con distintas terminaciones. Por otra parte, varias estructuras están decoradas con elementos fitomorfos: flores y plantas, entre las que se reconocen lirios, rosas, hojas de palma y de acanto. Algunos otros elementos frecuentes son las cruces, los corazones y las conchas de mar. En definitiva, lo que predomina es la variedad y el eclecticismo.

Valoración de nuestro patrimonio funerario rural Se ha intentado con este trabajo contribuir a despertar el interés sobre esta manifestación cultural tan típica del medio rural y en particular del norte del país, con el propósito de conservar y difundir el patrimonio funerario rural

como valor cultural y generar insumos y conocimientos que permitan ponerlo en valor a partir de las múltiples narrativas. El estudio de los panteones se enmarca en el plano general de los bienes culturales de la zona y se destaca por su potencial para conocer las historias locales, las tradiciones vivas y las transformaciones que ha sufrido el área tanto en aspectos sociales como tecnológicos y culturales.


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Histรณricos molinos

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Histรณricos molinos Carina Erchini

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Históricos molinos

Molino de Pérez, Malvín, Montevideo.

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as arquitecturas de los antiguos molinos de agua y de viento, así como de otras industrias del pasado, son uno de los tantos remanentes de nuestra historia que se observan en el paisaje. Algunos han sido declarados monumento histórico nacional por la ley 14 040: el molino de Juan María Pérez, en la rambla de Punta Gorda, en Montevideo; el Molino Quemado, en costas del arroyo Rosario, en Colonia; el Molino Viejo, en el centro de la ciudad de Minas, Lavalleja. Otros han sido designados monumento departamental, como el molino eólico conocido como Molino de los Ingleses, en la localidad de San Jorge, en Durazno. Pero otros, ya inactivos y sin el mantenimiento adecuado, se han deteriorado y en algunos casos solo subsisten

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restos de su estructura original. Tal es el caso del Molino de Olmos, del que solo quedan algunos muros del establecimiento principal, ocultos por el monte ribereño y la represa construida en el cauce del arroyo Pando. Sin embargo, lejos de desaparecer, estos establecimientos perviven, tanto en el imaginario colectivo como en las referencias geográficas, dotando de identidad a las localidades donde fueron instalados. Los molinos históricos del siglo xviii y xix dispersos por el territorio nacional nos permiten realizar múltiples lecturas, pues materializan contextos socioculturales particulares, reflejan desarrollos constructivos, tecnológicos, económicos y sociales.

El pan nuestro de cada día Los molinos nos hablan de la implantación de un modelo cultural adaptado a determinada geografía. Durante el proceso de colonización europea del Río de la Plata, los colonos instalados en los primeros establecimientos permanentes de nuestro territorio debieron solucionar, entre otros problemas, uno fundamental: su alimentación. Si bien el territorio americano les ofrecía vegetales y animales, una preocupación occidental cristiana no dejaba de asediarlos: ¿cómo obtener el pan nuestro de cada día? Este hábito alimenticio, pautado culturalmente desde hacía milenios en el Viejo Mundo, fue una de las causas de que las políti-


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Históricos molinos

" Restos del molino de Lavagna, San Carlos, Maldonado.

" " Molino de viento cerca de la ciudad de Florida, Florida.

cas coloniales incentivaran el afincamiento de agricultores. Con la migración de labradores se inició el desarrollo de la agricultura; las industrias derivadas de ella hicieron su aparición en nuestro territorio, y comenzaron a surgir los establecimientos destinados a la molienda. Las condiciones climáticas y los tipos de suelo favorecieron las labores agrícolas. José María Reyes, oficial español que llegó al territorio oriental entre 1826 y 1850, lo describió de la siguiente manera:

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«Vense en medio de las poblaciones y en las costas de los arroyos multiplicadas máquinas de moler los granos, impulsadas por el agua y el viento y más generalmente por la fuerza animal».

Encontrar el lugar Las instalaciones de los molinos no son fortuitas; están condicionadas

por una serie de variables sistémicas. Analizar su ubicación a escala regional nos permite inferir esas circunstancias del pasado. En primer lugar, el sitio elegido debía poseer recursos naturales aptos para su funcionamiento, como importantes cursos hídricos para los molinos hidráulicos o zonas elevadas para los eólicos. En segundo lugar, debía localizarse en zonas predominantemente agrícolas para facilitar la llegada del grano (trigo, maíz, cebada u otros).


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Históricos molinos

" Antiguo plano de Colonia del Sacramento, siglo xviii, donde se indica con la letra P la ubicación de un molino de viento. " " Antiguo plano de Montevideo de A. J. Pernety, siglo xviii, donde se indica con la letra E la ubicación de un molino de viento.

En tercer lugar, requería estar cerca de vías de tránsito —fueran caminos de tropas, caminos nacionales, pasos, vados y, desde el último cuarto del siglo xix, vías del ferrocarril— por las que la harina se trasladaría hacia los centros poblados para su comercialización local o hacia el puerto de Montevideo para su exportación. Con el crecimiento de las plantas urbanas, las estructuras industriales instaladas extramuros —áreas productivas de las ciudades coloniales— fue-

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ron incorporadas a la trama y hoy se torna difícil apreciar su relación con las características geográficas originales de su implantación. Muchas han sido demolidas para albergar nuevas construcciones con diversas funcionalidades. Sin embargo, en la periferia de las ciudades y en el medio rural aún es frecuente que sobrevivan molinos históricos en diferentes grados de conservación. Estas antiguas estructuras industriales modelaron el territorio conformando verdaderos hitos en el paisaje.

De la sangre al vapor Las investigaciones sobre viejos molinos, tanto históricas como arqueológicas, nos permiten adentrarnos en sus características arquitectónicas, la infraestructura de su área adyacente y artefactos relacionados, y también conocer y comprender los cambios tecnológicos, económicos y sociales por los que ha transitado el país.


En sus inicios y en su forma doméstica, la molienda se realizaba manualmente. Con el afincamiento de las primeras poblaciones estables, a fines del siglo xvii, aparecieron las atahonas o tahonas, y posteriormente los molinos hidráulicos y eólicos. Las atahonas constituyeron los primeros establecimientos de molienda. José Manuel Pérez Castellano, en las primeras décadas del 1800, las describió así: «Constaban de un edificio de ladrillo y techo de paja, una piedra de

amolar con su hierro movida a mula». Con la evolución de la tecnología surgieron los molinos de viento y agua, los primeros en transformar fuentes de energía natural en energía mecánica. Nuestro territorio contó, desde la fundación de los primeros centros poblados, con molinos tanto eólicos como hidráulicos. La cartografía de las primeras ciudades, como Colonia del Sacramento, San Felipe y Santiago de Montevideo y San Fernando de Maldonado, registran tahonas y molinos eólicos en la planta

urbana, así como molinos hidráulicos que, por obvias razones, se encontraban alejados de la ciudad. De la época colonial destacan los molinos hidráulicos ubicados en el arroyo La Caballada, en las cercanías de Colonia de Sacramento, cuya construcción data de 1691, y el molino de la Compañía de Jesús construido hacia 1750 sobre el arroyo Miguelete, en la ciudad de Montevideo. A principios del siglo xix, con la apertura de los mercados, fue posible

importar los productos de la Revolución Industrial, iniciada a fines del siglo xviii. Nuevos inventos, como la máquina a vapor, alterarían el orden mundial de ahí en más. A partir de 1851, finalizada la Guerra Grande y con las masivas corrientes migratorias de labradores europeos, la agricultura entró en un período de gran actividad y desarrollo. Orestes Araujo describió que, a principios del siglo xx «los productos derivados de ella han dado motivo a la instalación

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Históricos molinos

" Maquinaria original en funcionamiento en el Molino Santa Rosa, Canelones.

" " Molino Bonjour, sobre el río Rosario, próximo a la ciudad homónima, Colonia.

de muchísimos molinos harineros». En este contexto surgieron diversos cambios tecnológicos fundamentales en la producción, como la introducción de maquinaria a vapor. Según investigaciones de Raúl Jacob (1981), para la década de 1880 el vapor había sustituido prácticamente a todos los tradicionales sistemas de molienda en el proceso de modernización que transitaba el país. Por supuesto, un sistema no sustituyó al otro repentina y completamente,

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sino que fue un proceso gradual, como se advierte en las descripciones de los cronistas a lo largo del siglo xix y en los datos estadísticos relevados. A mediados del siglo xix fueron de­sapareciendo las atahonas y los molinos de viento, y finalmente los molinos de agua, a medida que se multiplicaban los que funcionaban a vapor y combustibles como gas y nafta, y más adelante con energía eléctrica. Muchos de los molinos a vapor registrados en los documentos departamentales son

las mismas estructuras edilicias de los molinos hidráulicos, que incorporaron nueva maquinaria y funcionaron alternativamente con una u otra energía. Fue el caso del Molino de Lavagna, ubicado en el arroyo Maldonado, a la entrada de San Carlos. Otro de los cambios tecnológicos importantes en los establecimientos de molienda fue la sustitución de la tradicional piedra de moler por los cilindros metálicos o de porcelana.


Hitos en el paisaje Si bien los restos de muchos de los molinos mencionados aún perduran en el paisaje, otros prácticamente han desaparecido; solo es posible acercarnos a ellos a través de la investigación histórica y arqueológica para recuperarlos como parte del patrimonio cultural. La importancia que tuvieron en las comunidades relacionadas ha provocado que su identificación se haya mantenido en la memoria colectiva, otorgando identidad a determinados sitios e integrándose a la toponimia local. Los ejemplos son numerosos tanto en el medio urbano como en el rural. El paso de la Atahona, en el arroyo Sarandí —principal afluente en la margen

izquierda del arroyo Porongos, en el departamento de Flores—, debe su nombre a una tahona que hacia 1860 funcionaba a unos dos kilómetros del lugar. El bullicioso barrio Paso Molino, en Montevideo, debe su nombre al paso del arroyo Miguelete inmediato al molino de la Compañía de Jesús o de los jesuitas. Al paraje La Represa le corresponde su denominación por la sólida represa que sobrevivió a la destrucción del molino de Olmos, en las inundaciones de 1895. Esta contribuyó a la identidad del paraje y permaneció en la memoria colectiva de los habitantes cercanos. Esta doble característica de marcador territorial y marcador identitario hace de estos sitios un lugar privilegiado para abordar no solo el pasado, sino

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Históricos molinos

Toma interior del Molino Bonjour, sobre el río Rosario, próximo a la ciudad homónima, Colonia.

también la relación entre vestigios arqueológicos y la comunidad actual.

Otras lecturas a escala humana Los molinos del siglo xix también nos informan de saberes y tradiciones hoy casi olvidados. De oficios desaparecidos que mantenían una estrecha relación con los fenómenos naturales, como la determinación de la dirección de los vientos para orientar las aspas de los molinos eólicos, por ejemplo, o la de los caudales hídricos para controlar los embalses mediante la manipulación de las compuertas de las represas.

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Y además nos cuentan sobre las relaciones sociales de producción, que experimentaron rotundos cambios desde lo que fue un trabajo organizado familiarmente hasta lo que con la modernización se convirtió en un trabajo asalariado. Actualmente los viejos molinos harineros —tanto si están restaurados y alojan nuevas funciones como si se han convertido en vestigios apenas visibles— son objeto de una nueva forma de utilización económica al haber sido integrados a los circuitos turísticos patrimoniales. Hoy un nuevo tipo de molinos ha poblado nuestro medio rural. Su función ya no está relacionada con la producción de harinas, pero su majestuosidad, que domina el paisaje, otorga nuevas referen-

cias espaciales, mientras el movimiento de sus aspas evoca viejas literaturas.

Piedras de moler Hasta el siglo xix, cualquiera fuera la energía utilizada, la técnica de molienda era la misma: una piedra de moler horizontal fija y otra superior giratoria, que también se denominaban muelas. El tipo de piedra era fundamental, y los primeros molinos las recibieron desde Europa. Durante la colonia, las piedras de moler venían de España o áreas de su dominio. Con la apertura de los mercados llegaron también de otros países. Las de


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Históricos molinos

" Distintas etapas en la molienda del trigo, Molino Santa Rosa, Canelones.

" " Maquinaria original en funcionamiento en el Molino Santa Rosa, Canelones.

Inglaterra eran fácilmente reconocibles debido a que en su mayoría estaban constituidas por trozos de diferentes tamaños unidos con yeso o cemento y sujetos perimetralmente por bandas, zunchos o aros de hierro. El hecho de estar troceadas era una ventaja, ya que facilitaba su transporte. En cambio, las que venían de Francia eran un bloque único de piedra. Posteriormente las muelas comenzaron a realizarse en las canteras locales, aprovechando los importantes recursos minerales del país. Por lo general se confeccionaron en un solo bloque. A estas piedras se les labraban estrías o surcos en forma radial o helicoidal, y algunos más cortos perpendiculares a los anteriores, para mejorar la

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trituración de los granos. Este trabajo, que debía repetirse periódicamente, era realizado por el mismo molinero o por un artesano ambulante. El diseño de esos surcos fue variando a lo largo de los siglos, lo que lo convierte en un indicador de su antigüedad.

A manera de colofón Los molinos de agua y de viento marcaron nuestro territorio, y hoy son rastros de una industria extendida en el campo, asociada a poblaciones medianamente concentradas o bien algo esparcidas. Su relación armoniosa con el paisaje a menudo lo ha cargado de

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Históricos molinos

Ruinas del llamado Molino Quemado sobre el río Rosario, Colonia.

un significativo y excepcional valor. Son muchos los ejemplos de molinos que dejaron trazas profundas, que definieron comarcas o ayudaron a darles identidad. Muchos de ellos también aportaron valor al desarrollo de pequeñas economías de campo y fomentaron una solidaria relación entre pobladores y vecinos. Solo a manera de ejemplo se citan algunos molinos que hicieron historia, cuyos restos —a veces más completos, a veces menos— forman parte de un valioso patrimonio cultural del país. Aunque muchos ya fueron citados, corresponde recordar al de Juan María Pérez (hidráulico, 1840, rambla de Malvín, Montevideo), el Molino Quemado (hidráulico, 1876, arroyo Rosario, Colonia),

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el Molino Viejo (eólico, 1860, Minas, Lavalleja), el Molino de los Ingleses (eólico, 1870, San Jorge, Durazno), el Molino de Olmos (hidráulico, arroyo Pando, 1861, Canelones), el desaparecido Molino de San Felipe y Santiago (eólico, c. 1757-1771, intramuros de Montevideo), el también desaparecido Molino de Colonia del Sacramento (eólico, 1722-1777, intramuros de esa ciudad), el Molino Naper de Lencastre (hidráulico, c. 1691-1736, arroyo la Caballada, Colonia), el Molino de los Jesuitas (hidráulico, c. 1750-1767, arroyo Miguelete, Montevideo) y el Molino de Lavagna (hidráulico, c. 1888-1928, arroyo Maldonado, Maldonado).


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Antiguos corrales en la historia de la ganaderĂ­a en la Banda Oriental del Uruguay

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Antiguos corrales en la historia de la ganaderĂ­a en la Banda Oriental del Uruguay Ricardo Sienra

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Antiguos corrales en la historia de la ganadería en la Banda Oriental del Uruguay

Cerco de piedra en perfecto estado de conservación, representativo en zonas de serranías.

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os corrales y cercos de piedra son construcciones que abundan en ciertas regiones del país, a las que normalmente se les presta escaso interés, pues parecen formar parte del propio entorno rural. Muchos productores han utilizado y utilizan actualmente algunas de estas instalaciones durante sus actividades prácticas de rutina, desconociendo que se trata de construcciones muy antiguas y de alto valor histórico. Son los últimos y silenciosos testigos de los inicios del desarrollo de la ganadería en el Uruguay.

La introducción de la ganadería En los tiempos de la colonización del Río de la Plata, la Banda Oriental era considerada como «tierra sin ningún provecho», porque no satisfacía el interés de los conquistadores, motivados especialmente por los metales

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preciosos que abundaban en la región del Perú. Estas comarcas, desconocidas e ignoradas, poseían un escaso número de pobladores nativos, pero de gran espíritu guerrero, lo cual hacía poco estimulante para los españoles transitar por ellas, y menos aún asentarse. Solo la visión de un gran estadista como el legendario Hernandarias permitió abrir las puertas a lo que sería y sigue siendo, luego de cuatro siglos, la mayor riqueza del Uruguay: la producción agropecuaria. En 1607 Hernandarias recorrió durante seis meses la Banda Oriental y se maravilló de su clima, de sus numerosos ríos y de la fertilidad de sus suelos, lo que lo llevó a apostar por su potencial pecuario y agrícola. En dos oportunidades introdujo ganado bovino en la parte sur del entonces agreste y salvaje territorio: primero en la isla del Vizcaíno (1611) y luego en la zona del río San Salvador (1617). Ese ganado, junto al que por el norte ingresó desde los pueblos de las misiones jesuíticas, especialmente a

partir de 1636, se reprodujo en forma muy rápida gracias a las condiciones de clima, pasturas y relativa ausencia de predadores. En su origen era un ganado manso, pero en ausencia del manejo del hombre se transformó en «chúcaro, salvaje o cimarrón». La incesante proliferación de los bovinos ingresados al territorio oriental llevó su población a varios millones en un período de menos de 50 años. Aquel ganado cimarrón se distribuyó en todo el territorio, pero se concentró particularmente en la llamada vaquería del mar, localizada en el litoral este del país, cuyo centro correspondía al actual departamento de Rocha.

La necesidad de contención del ganado En los primeros asentamientos de los colonos, la necesidad de disponer de alimentos determinó, como lo marca la


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Antiguos corrales en la historia de la ganadería en la Banda Oriental del Uruguay

Vista parcial de la Manguera Azul. Construcción realizada en piedras de particular color, Lavalleja.

historia universal, recurrir a la agricultura. Ella aseguraba la producción planificada y localizada de granos, hortalizas y frutas, indispensables para equilibrar una dieta preferentemente cárnica a partir de la caza del ganado. En general los españoles y criollos no eran muy dedicados a las tareas agrícolas, consideradas socialmente inferiores frente a las ganaderas. No obstante, en los ejidos de los pueblos se fueron distribuyendo tierras destinadas a chacras (chácaras), que con la dedicación y el sacrificio de los agricultores constituyeron una fuente de alimentación de creciente importancia. El desarrollo de las chacras, sin embargo, se vio limitado por las condiciones climáticas y por el daño que producía en los plantíos el ingreso del ganado en busca de alimento apetecible. Ello obligó a las autoridades coloniales a prohibir en las zonas de chacras la presencia de ganado bovino, exceptuando al lechero, pero restringiendo su ingreso. En Montevideo, el presbítero José Manuel Pérez Castellano, quien durante

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más de 40 años se dedicó a la agricultura en su chacra del Miguelete, reunió valiosas vivencias y experiencias prácticas que escribió en 1813 y que fueron publicadas en 1848 con el título Observaciones sobre agricultura. Respecto al cercamiento de las chacras, señalaba: Empiezo por el cerco porque es el cerco por donde empiezan, o deben empezar, todos los que intenten ejercitarse en la agricultura, o sembrando granos, o plantando arboledas, o poniendo hortalizas, o reuniendo en una misma huerta (que es lo más común y lo más útil) todos estos renglones. Pues sin cercar la tierra se expone el agricultor a ver destruido en pocas horas el trabajo de mucho tiempo […]. Entre las diferentes formas de cercar las chacras, Pérez Castellano detallaba el uso de plantas como el membrillo, capaces de formar un vallado muy tupido, y el tala, árbol indígena, rústico y que no es atacado por la hormiga. También destacaba el uso de zanjas,


Cerco de piedra en la sierra de los Ríos. Hoy continúa cumpliendo la función original de límite del establecimiento ganadero, Cerro Largo.

técnica rápida y eficiente, pero con el inconveniente del derrumbe por acción de las aguas, lo que obligaba a un mantenimiento muy frecuente. En las estancias, para encarar una explotación más racional se requería que los animales permanecieran dentro de áreas reducidas en lugar de vagar libremente por los campos, y para ello era necesario disponer de barreras. Estas facilitaban la domesticación del ganado, que de cimarrón se convertía en manso o aquerenciado. En un principio las barreras utilizadas fueron los accidentes geográficos naturales. Con ese fin se aprovecharon especialmente las numerosas rinconadas de ríos y arroyos caudalosos. Sin embargo, las rinconadas eran insuficientes para asegurar un adecuado manejo del ganado, por lo que se recurrió a la instalación de barreras artificiales que aseguraran encierros más efectivos. Se emplearon diversos recursos, desde las zanjas hasta los llamados cercos vivos —plantación de árboles, palmeras, tunas, etc.—. Para

mantener caballos, lecheras y bueyes cerca de los ranchos se requerían corrales pequeños, mientras que los de mayores dimensiones resultaban imprescindibles para el manejo de grandes rodeos, especialmente para realizar las tareas de castración y yerra. José Hernández, autor del inolvidable Martín Fierro, fue una persona muy conocedora el medio rural, que plasmó sus experiencias y recomendaciones en un interesante y poco difundido libro titulado Instrucción del estanciero, publicado a fines del siglo xix. Al tratar sobre los corrales para equinos y bovinos, señalaba: Cada país y cada localidad suple a sus necesidades con los recursos que dispone. En el Estado Oriental hay corrales y cercos de estancia que son de piedra. En la provincia de Río Grande hay también algunas estancias con cercos de piedra, que toman leguas de extensión. En Entre Ríos se han usado grandes cercados de rama volteada, que se convertían en cercos vivos,

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Antiguos corrales en la historia de la ganadería en la Banda Oriental del Uruguay

" Poste importado de Inglaterra por don Ricardo B. Hughes, para fijar los primeros alambrados utilizados en Uruguay en la década de 1860, Estancia La Paz, Paysandú. " " Detalle de una manguera construida sin ningún tipo de mortero entre sus piedras.

pero que se han abandonado porque el fuego era para esos cercados un enemigo peligroso y constante. En Córdoba los corrales son de piedra; en Salta son de grandes maderas sobre horquetas clavadas en el suelo, y en Santiago del Estero son de zanja y tuna, pues la tuna crece allí como en pocas partes, se tupe y forma un excelente corral. En la Provincia de Buenos Aires, en los campos de afuera se hacen también muchos corrales de zanja. La obra es fácil, y para mayor seguridad se hacen redondos. Los que son hechos con más prolijidad, con mayor cuidado y previsión, tienen zanja y contra-zanja; y en el medio plantan sauces, que de ese modo se forma un hermoso sauzal que proporciona abrigo al ganado, y mucha leña al establecimiento. En el Uruguay, muchos de los corrales se construyeron utilizando madera dura y resistente, en especial postes de ñandubay implantados profundamente en la tierra. También se optó por

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un elemento muy fuerte y barato: la piedra, especialmente en áreas donde se encontraba en abundancia. Estas construcciones de piedra, en muy diferentes estados de conservación, se cuentan por centenares en el país, y desafían el pasaje del tiempo como los últimos testigos de los comienzos de la producción pecuaria. Cabe recordar que las antiguas formas de contención del ganado cambiaron sustancialmente con la introducción del alambre, que en el Uruguay empezó a utilizarse a partir de los primeros años de la década de 1860. Se acepta que la estancia La Paz, de Ricardo Hughes, en Paysandú, fue la primera que se alambró en el país.

Definiendo los términos El término cercamiento de los campos se refiere a las barreras artificiales o cercos que se construyeron para

contener en forma permanente a los animales dentro de determinada superficie. Los de mayor tamaño eran los destinados a establecer los límites de la propiedad, que se conocen como cercos perimetrales. Dentro de la propiedad solían construirse cercos para fraccionar la estancia y optimizar los procesos productivos y de manejo, los que delimitaban potreros y piquetes. De igual forma, se hacían cercados para contener al ganado transitoriamente, y los espacios así definidos son los que conocemos con el nombre de corral. Junto a estos muchas veces se construía un corral más pequeño, llamado trascorral, que estaba comunicado con el principal y servía para separar categorías. El término mangas, por su parte, se refiere originalmente a los cercos dobles cuyo espacio intermedio se estrechaba como un embudo hasta desembocar en los corrales, por donde se arriaba el ganado. También suele utilizarse manga como sinónimo de corral. Manguera es una palabra de posible origen portugués, que reconoce más


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Antiguos corrales en la historia de la ganadería en la Banda Oriental del Uruguay

" Manguera de piedra del Saladero de los Holandeses. Se destaca su forma circular y un trascorral anexo, Aiguá, Maldonado. "" Corral de gran tamaño y forma irregular, que se percibe por la presencia de árboles perimetrales. Está vinculado a las instalaciones del Saladero de los Holandeses, Aiguá, Maldonado.

de una acepción. Daniel Granada, en su Vocabulario rioplatense, la define como «corral grande de postes o de piedra». El gran conocedor de nuestra campaña Roberto J. Bouton, en La vida del Uruguay rural, la definió como «un corral redondo» muy grande, de 30 a 40 metros de diámetro, que antiguamente se hacía de terrón o de piedra. Por su parte, las mangueras de palo a pique eran construidas con troncos o postes enterrados verticalmente, uno junto a otro. Las de terrón tenían una sola

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entrada, mientras que las de piedra y palo a pique, dos.

Características de los corrales de piedra El empleo de la piedra para la construcción se conoce desde la más remota antigüedad. Cuando la técnica se basa en el empleo exclusivo de piedra,

sin argamasa ni ningún otro producto de fijación, se habla de piedra seca. La construcción en piedra seca es mucho más que un amontonamiento de piedras; es un complejo arte que consiste en yuxtaponerlas en una especie de rompecabezas, para que su distribución genere presiones que se traduzcan en una estructura de alta estabilidad. Cuanto mayor es la superficie de contacto entre las piedras, mayor será la rigidez y perdurabilidad de la estructura. La técnica de la piedra seca posee

una serie de características que la hacen un sistema muy particular: 1. El uso de la piedra como único material constructivo, sin ningún tipo de argamasa (ni yeso, ni cal, ni cemento, ni barro). Las piedras se sostienen por su propio peso. 2. Las estructuras se encuentran totalmente integradas en el entorno natural. El paisaje y las construcciones forman un todo que se conoce como paisaje humanizado.


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Antiguos corrales en la historia de la ganadería en la Banda Oriental del Uruguay

Antigua manguera de piedra con áreas deterioradas por el paso del tiempo.

3. Es una arquitectura de carácter local. Utiliza la piedra del entorno, que suele ser muy abundante. Solo en algunos lugares deberá ser transportada, lo que influirá en que haya menos construcciones de piedra en seco. 4. Utiliza piedras de tamaño y peso relativamente pequeños, que generalmente un hombre es capaz de manejar. Es por ello una técnica constructiva individual. 5. Utiliza pocas herramientas —para la extracción, el transporte y el trabajo de la piedra—, pero el recurso fundamental es la destreza del hombre. En lo que refiere al diseño, existen tres tipos de paredes de piedra, tanto para corrales como para cercos. El primero se conoce como pared simple, tiene una sola fila de piedras superpuestas y ofrece escasa estabilidad. Los otros dos corresponden a muros de pared doble, que combinan piedras grandes en la base y luego, en ambas caras, otras de tamaño decreciente. Si

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entre ambas caras se incluyen piedras menores de relleno, la pared se designa con cajón; de lo contrario es sin cajón. Las paredes dobles con cajón son las más frecuentes en la mayor parte del país. El ancho y la altura son variables, pero los cercos suelen ser más bajos que los corrales. Estos últimos tienen una altura promedio de 1,60 o 1,70 metros, con una base de 1,20 y borde superior de 0,80 metros. Las dimensiones de los corrales tienen relación directa con el tamaño de los rodeos. En el caso de las mangueras, el diámetro de la mayoría es de 30 metros, pero en unos pocos casos supera los 100 metros. Respecto a los cercos, hay algunos muy extensos, como los de la Estancia El Pororó, de la sierra de los Caracoles, los de Masoller y la sierra de Ríos, de varios kilómetros de extensión. Una mención especial merece don Carlos Genaro Reyles, quien hizo construir en piedra seca más de 70 kilómetros de cercos en sus estancias Los Paraísos y De la Carolina, en Durazno.

Antigüedad de las mangueras y cercos de piedra En general se acepta que los cercos de piedra, a diferencia de los corrales, fueron construidos en su mayoría luego de la Guerra Grande (1839-1851), con mano de obra compuesta «por comparsas de vascos e italianos» que provenían de los regimientos desmovilizados al final de la contienda. Sin embargo, numerosas referencias confirman estas construcciones rurales en tiempos coloniales, sobre todo en las misiones y estancias jesuíticas. En el sur del país hubo varios establecimientos rurales de la Compañía de Jesús, entre los que destacan dos por su tamaño y producciones. Uno de ellos, perteneciente a la Gobernación de Montevideo, fue la Estancia de Nuestra Señora de los Desamparados, también conocida como Estancia de la Calera o Estancia Grande de los Jesuitas, cuyo casco se localiza cerca de Mendoza

Chico, en el departamento de Florida. El otro era la Estancia de Belén, ubicada en el actual departamento de Colonia, que estaba en aquella época bajo la jurisdicción de Buenos Aires. Al ser expulsada la Compañía de Jesús de todas sus posesiones en las Américas en 1767, por la real pragmática de Carlos III de España, el gobernador Juan de la Rosa designó «jueces comisionados» para realizar los inventarios de todos sus bienes. De acuerdo con Carlos Ferrés, entre los bienes inmuebles y semovientes extramuros de la cuidad se incluyó la mencionada Estancia de Nuestra Señora de los Desamparados, cuya superficie era de 40 leguas en cuadro (105.000 hectáreas, aproximadamente) y tenía una dotación estimada de 50.000 a 60.000 cabezas de ganado vacuno. En el inventario se detalla: Las instalaciones de la estancia se hallaban ubicadas sobre la costa del Santa Lucía Grande, cerca de la barra de Arias […] Las poblaciones estaban


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Antiguos corrales en la historia de la ganadería en la Banda Oriental del Uruguay

Vista aérea de la manguera que combina palmas y piedras de la Estancia Santa María, Castillos, Rocha.

encerradas dentro de una maciza palizada de ñandubay, espinillo y coronilla, que servía de protección contra los frecuentes avances de la indiada. Dentro de la palizada una Capilla, cuyo titular era San Antonio de Padua, la pieza del Padre o Hermano administrador, una pieza escritorio contigua a la habitación, una cocina y un rancho grande, con separaciones para vivienda de esclavos. Fuera de la palizada un rancho, un galpón, un cementerio, tres grandes corrales de piedra para encierre de ganado y algo retirados de estos otros corrales y chiqueros menores. Si bien se consignó la presencia de tres corrales de piedra próximos al casco, en la actualidad solo hemos podido identificar uno, que se encuentra en buen estado de conservación, aunque derruido en algunas secciones. Se trata de un corral circular de 73 metros de diámetro, capaz de albergar más de 1350 bovinos. Este corral de piedra ha sido objetivamente documentado y,

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al haber sido construido antes de 1767, tiene más de 250 años de antigüedad. La mencionada estancia de Belén o de Las Vacas, conocida luego como Calera de las Huérfanas, poseía en uno de sus puestos, conocido como el de Migueletes, un importante corral de piedra. Si bien no figura en documentos de la época, el investigador Luis Morquio Blanco aseguraba que es también anterior a 1767. Las construcciones rurales en piedra seca proliferaron durante muchos años, y existen ejemplos realmente asombrosos. Se destacan los cercos de la estancia El Pororó, con varios kilómetros de extensión. Las mangueras de piedra, en su gran mayoría, son de forma circular y su diámetro raramente supera los 100 metros. Es muy variable la calidad del trabajo de encastramiento de las piedras, que indica la habilidad los pedreros. Algunas han mantenido su carácter original, mientras que a otras se les ha agregado mezcla u otros materiales para consolidar la estructura y favo-

recer el desplazamiento humano por encima. Tal es el caso de las mangueras de las antiguas estancias San Pedro del Timote y Las Rosas. Por su belleza y materiales de construcción, la Manguera Azul, en Lavalleja, constituye una estructura única y digna de ser promocionada, junto al cerco que, con el mismo tipo de piedra, se extiende por varios kilómetros. Corrales y cercos de piedra no solo se han utilizado para el manejo de animales, sino que también se asocian con algunos acontecimientos históricos de relevancia en el país. El gran cerco de Masoller, hoy patrimonio histórico nacional, fue utilizado como parapeto por las fuerzas gubernistas en la batalla en que el general Aparicio Saravia cayó herido de muerte. También poseen una connotada relación con la historia política del Uruguay, entre otras, las mangueras de piedra De los Artigas, en Casupá, Florida; la de Arerunguá, en Salto, y la del Abrazo del Monzón, en Soriano.


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Antiguos corrales en la historia de la ganadería en la Banda Oriental del Uruguay

Vista aérea del corral de palmas considerado el mayor de su tipo en la región, Castillos, Rocha.

Corrales de palmas Un capítulo de enorme interés lo constituyen los corrales de palmas, limitados casi exclusivamente al departamento de Rocha y a zonas de palmares, especialmente en la región de Castillos. Puede afirmarse que se trata de construcciones únicas en su tipo. La primera mención de este tipo especial de corrales fue realizada por el naturalista francés Auguste de Saint-Hilare, quien en 1822, proveniente del sur de Brasil, recorrió la mencionada región y le llamó la atención lo que describió como «butiás plantados en círculo y muy cerca uno del otro». Muchos restos de estos corrales aún son visibles en los campos. Para su construcción se recurría al trasplante de palmas jóvenes, que se disponían próximas unas a otras en forma circular o cuadrangular. En algunas de las palmas se observan estrangulamientos, lo

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que se atribuyó al efecto del trasplante. Sin embargo, expertos en el tema aseguran que se trata de marcas dejadas por el empleo de lonjas de cuero que se fijaban firmemente entre las palmas para asegurar el cerramiento de las estructuras. El gran historiador Aníbal Barrios Pintos describió con detalle el mayor corral de palmas que ha sido registrado, construido por Juan Faustino Correa y ubicado próximo a la intersección de las rutas 16 y 14. El mencionado estanciero poseía hacia 1834 alrededor de 58.000 hectáreas de campo en la zona, y el entorno de palmares debe haberle dado la idea de utilizar palmas para construir su corral. Barrios Pintos recorrió el lugar y recopiló información. Así se supo que el corral fue construido por negros esclavos, quienes trasplantaron 950 palmeras jóvenes. El perímetro es un cuadrilátero irregular, con tres lados de 230 metros y el restante de 180, que configura un área aproximada de cinco hectáreas, lo cual implica la capaci-

dad de encerrar alrededor de 10.000 bovinos. En la zona de Castillos existen también corrales de construcción mixta, elaborados con piedras y palmas. En la ruta 16 (camino del Indio), a 22 kilómetros de Castillos, se encuentra el corral de piedras y palmas de la Estancia Santa María. Se trata de una inmensa manguera de forma circular de 180 metros de diámetro y una capacidad de encierro para más de 8000 bovinos. Se conserva en buen estado y es la manguera en uso más grande de todo el país.

Un patrimonio rural olvidado que se debe proteger Si bien algunas de estas estructuras han sido declaradas patrimonio nacional, muchas otras de gran valor

histórico han quedado en el olvido y expuestas al deterioro provocado por el paso del tiempo y el vandalismo. Estas estructuras no solo representan el esfuerzo del hombre por mejorar la pecuaria de la época, sino también un potencial turístico, especialmente cuando en muchos países se apuesta a promover las culturas y tradiciones locales.


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Los saladeros

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Los saladeros Mauro Delgrosso

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Los saladeros

Vista aérea del llamado Saladero de los Holandeses, próximo a Aiguá, Maldonado.

L

os saladeros estuvieron desde su inicio destinados a abastecer los mercados externos, condición que los convierte en la primera manufactura capitalista destinada al comercio exterior que surgió en el Río de la Plata. Varias son las razones para ello: la escasa población del país y la abundancia de stock de ganado —y, por ende, de carne—, una de las mayores riquezas de la región. Hasta entrado el siglo xix no se constituyeron emprendimientos estables con el fin de salar carne. Los motivos son varios, entre ellos el estado de la campaña y las luchas civiles, la inexistencia de ganado fijo y de alambrados que permitieran su manejo y la organización empresarial, además de una baja inversión en el sector y la falta de

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obreros calificados para realizar tareas propias del establecimiento. En la Banda Oriental, las primeras exportaciones de carne salada que se registran fueron desde Colonia del Sacramento hacia Oporto a fines del siglo xvii. De fines del siglo xviii (1787) es el primer registro de un saladero estable en la Banda Oriental, ubicado cerca de la desembocadura del arroyo Rosario, que pertenecía a Francisco Medina. Le sigue otro junto al arroyo Miguelete en 1783, de Francisco Maciel. Una característica de estos establecimientos en sus inicios fue la acotada diversidad de los productos. El charque y el tasajo tuvieron bajo requerimiento comercial, excepto para sectores como los esclavos, en aquellos países con alta población esclava: Brasil y Cuba, fun-

damentalmente. El tratamiento de los cueros tuvo siempre mucha demanda en la región y en los mercados europeos. Paulatinamente los saladeros fueron sumando otros productos, como grasas, sebos y lenguas, pero siempre dependiendo de la demanda exterior, como también de los costos y los precios. Si bien la etapa de los saladeros ocupa más de cien años, su desarrollo pleno está comprendido entre finales del siglo xix y principios del xx, cuando coexistieron durante un tiempo con los modernos establecimientos frigoríficos que se fueron instalando en las primeras décadas del xx. En Argentina, en cambio, ya en 1884 comenzaron a operar los primeros frigoríficos, que pronto dejarían a los saladeros como empresas del pasado. Incluso algunos


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Los saladeros

Saladero de los Holandeses, próximo a Aiguá, Maldonado.

saladeros fueron transformados en modernos frigoríficos, aprovechando parte de las instalaciones, como corrales y el puerto. En otros casos, los saladeros cerrados quedaron como instalaciones obsoletas, ajenas a las nuevas rutas del comercio de la carne.

La época de los saladeros Antes de las primeras pruebas de salar carne con destino a su comercialización, hubo etapas en las que el cuero fue el producto por excelencia: las vaquerías del mar1 y la era del cuero.2 Las 1 Las vaquerías del mar (1680-1705): El ganado cimarrón se distribuyó libremente por toda la región y se concentró especialmente en la llamada vaquería del mar localizada en la cuenca de los ríos Cebollatí y Tacuarí. El término vaquería significa el lugar geográfico donde se concentraba la reserva de ganado, que era utilizada especialmente por los pueblos de las misiones jesuíticas del Alto Uruguay. Se llamaba vaquear a la acción de capturar ganado cimarrón para trasladarlo a las nuevas estancias o, en épocas posteriores, para matarlo y obtener sus valiosos productos. (Fuente: conferencia del Dr. Ricardo Sienra dictada en 2011.) 2 La era del cuero: Al ir conociéndose la inmensa riqueza de bovinos que contenían, la vaquería del mar y la

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vaquerías se ubicaron en la zona este del país y fueron una gran reserva de ganado para los pueblos de las misiones jesuíticas del sur de Brasil. La era del cuero fue el período que comenzó en ese momento, cuando empezó a conocerse y aprovecharse el producto más importante del ganado. Como se ha visto, en la época colonial se desarrollaron algunos emprendimientos saladeriles, con bajo impulso. Si bien la práctica de salar carne para su conservación fue bastante común en el Río de la Plata, se realizó en pequeña escala y sin fines comerciales, dada región en general, se produjeron crecientes incursiones de españoles, portugueses y piratas en busca del producto más importante en ese tiempo: el cuero. El cuero era un material indispensable para la época; con él se confeccionaban no solo las guascas para animales, sino también todo tipo de amarras, depósitos de sebo y granos, puertas, techos y catres de los ranchos, y hasta cubiertas en las ruedas de las carretas. Se inició entonces la caza salvaje e indiscriminada de bovinos para obtener el cuero, único material valioso que se podía conservar en esa época. Miles de cadáveres de bovinos, luego de cuereados, quedaban en los campos para banquete de animales carroñeros y perros cimarrones. Se inició así la llamada era del cuero, que diezmó salvajemente los ganados y determinó su dispersión. (Fuente: conferencia del Dr. Ricardo Sienra dictada en 2011.)

la gran facilidad de acceso a la carne fresca. Esta situación cambió cuando el tasajo comenzó a tener valor económico, hecho que básicamente estuvo condicionado por el Reglamento de Libre Comercio de Carlos iii, que autorizó su comercialización entre las colonias. América era un vasto imperio colonial, y la explotación de monocultivos como el café y el azúcar se hacía con mano de obra esclava, que posteriormente se convirtió en el mercado consumidor del tasajo. Esta situación motivó la instalación de los primeros saladeros en la Banda Oriental, aunque precarios aún y sin las características de una industria, como se la conoció posteriormente. Hasta las primeras décadas del siglo xix el sector se enfrentó a varios problemas: no había corrales para encerrar a los animales, ni playas de faena adecuadas, ni tampoco otros edificios e instalaciones para el correcto procesamiento de los productos. Hacia 1830 la exportación de tasajo era complementaria de la del cuero.3 3 Benjamín Nahum expresa en su Manual de historia del Uruguay: «La industria se limitaba a pocos saladeros que elaboraban los cueros, carne salada (tasajo) o seca (charque) y sebos para la exportación. El ganado criollo era huesudo, de cuero pesado y resistente, lo que convenía a esta primitiva industrialización. Los cueros iban a Europa


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Los saladeros

Vestigios del muelle de embarque y una de las chimeneas, en el Saladero Guaviyú, Paysandú.

No obstante, en los primeros años de independencia, previos a la Guerra y las carnes saladas servían de alimento a los esclavos negros de Brasil y Cuba. En la Colonia se había iniciado esa inserción del comercio internacional del país y la independencia no cambiaría nada en este plano por largos años. El país dependía de un solo tipo de productos (los derivados de la ganadería) y de pocos compradores (Inglaterra, con $ 700.000; Brasil, con $ 400.000). Desde su origen, entonces, el Uruguay fue monoproductor y dependiente. Pero sí se producía en forma primitiva, Montevideo, puerto al mar y abierto a las influencias, modas e ideas europeas, ya había adoptado hábitos de consumo correspondientes a países europeos del siglo xix. En 1829 se importó mercadería extranjera por $ 2.500.000, y de ellos correspondieron $ 800.000 a vino español y telas inglesas. Producción primitiva y hábitos de consumo civilizados generaban un desequilibrio evidente en la balanza comercial; en 1829-1830 se compró por valor de $ 5.277.000 y se exportó por $ 4.470.000. Se pagó el saldo en oro y el país comenzó a endeudarse» (Benjamín Nahum, Manual de historia del Uruguay, tomo I: 1830-1903, Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1993).

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Grande, se instalaron 24 establecimientos saladeriles en el país, un país que desde ese momento tuvo en la riqueza ganadera su principal fuente de ingreso de divisas. Estos establecimientos, muy diferentes de los del período anterior en infraestructura, funcionamiento y condiciones de higiene, comenzaban a asemejarse a una industria moderna. Luego de la Guerra Grande, el Gobierno decidió fomentar la actividad económica, para lo que debió tomar varias medidas, entre las que destacan aquellas dirigidas a dar seguridades y garantías a las propiedades. También, aunque lentamente, la población del país empezó a crecer,4 como resultado del aumento de la natalidad y el ingreso de inmigrantes. Al finalizar la década de 1850, la economía nacional se había recuperado. Dos factores muy importantes ayudaron a ello: la economía europea había entrado en una fase expansiva 4 Tenía 74.000 habitantes en 1830 y 221.000 en 1860.

(1850-1873) que habría de arrastrar al pequeño Uruguay, y los largos años de guerra daban lugar a la paz interna. El período comprendido entre 1852 y 1876 fue una etapa de gran desarrollo de los saladeros. Luego de la Guerra Grande, muchos propietarios de estancias, arruinados, comenzaron a vender sus campos a precios muy bajos, que llegaban a la tercera parte de su valor previo. Esta situación posibilitó el acceso a la tierra de compradores extranjeros, mayoritariamente brasileños al principio y más tarde europeos —ingleses, alemanes, franceses, españoles—, quienes volvieron a ingresar en el país y se inclinaron mayormente por los campos del litoral. Los años de guerra habían dejado enormes carencias de mano de obra estable y un bajísimo stock vacuno —unos dos millones de cabezas—,5 del 5 El límite de cabezas de ganado para la pradera natural del país rondaba los 8 millones. Extrañamente, la paz en el ámbito nacional generaba una superpoblación vacuna que era muy


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Los saladeros

Vista parcial del Saladero Guaviyú sobre el río Uruguay, Paysandú.

cual un alto porcentaje era salvaje. A su vez, la calificación del ovino se había detenido y el stock era escaso. Con esta situación, los saladeros estaban en ruinas; solo habían sobrevivido cuatro de los 24 que había antes de la guerra. Sin embargo, las firmes intenciones políticas —formalizadas en varios pactos, acuerdos y fusiones— tendieron a dar orden y paz interna, lo que fomentó el crecimiento económico. Se concedieron exoneraciones aduaneras con el fin de fomentar la industria, lo que dio comienzo a la importación del alambrado y con él a la posibilidad de construir corrales para facilitar el manejo del ganado.6 difícil de ser absorbida por los mercados externos e interno (Nahum, o. cit.). 6 La incorporación del alambrado: En 1860 se inició una década que transformó profundamente la estructura social y la producción ganadera del Uruguay, con base en la incorporación de dos elementos: el alambre de hierro y las nuevas razas bovinas. Si bien hubo varios pioneros en estas materias, quizá el más representativo haya sido el

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La economía europea había comenzado una etapa de crecimiento expansivo, y ello trajo aparejado un aumento del comercio de tránsito, que mayormente se realizaba por los ríos, dadas las malas condiciones de los caminos. Esas condiciones estimularon una recuperación ganadera y un escenario favorable para la actividad saladeril. A principios de la década de 1860 se produjeron las primeras introducciones de ganado de raza. Sin embargo, al comienzo el desarrollo de los saladeros fue limitado por la debilidad de los mercados. Brasil y Cuba eran los únicos compradores de tasajo, destinados ahora a la mano de obra barata de las plantaciones de café y azúcar. En esta década el Uruguay asistió a un fenómeno inédito: señor Ricardo B. Hughes. Su iniciativa determinó que su establecimiento La Paz fuera la primera estancia alambrada del Uruguay y que en sus potreros procrearan los primeros toros puros de raza Durham, importados de Inglaterra en 1859.

la plétora de ganados (en palabras de Benjamín Nahum) que no encontraba mercado de destino. Ello llevó a que el precio del vacuno fuera casi igual al del cuero.7 En la segunda parte de este período —desde 1860—, con la Ley de Aduanas librecambista de Tomás Villalba, ministro de Hacienda del gobierno de Bernardo Berro, la exención impositiva para máquinas y materias primas, 7 Surgió en sus primeras décadas un monopolio extranjero (bajo la tutela de empresas estadounidenses y británicas) en la explotación del rubro exportador del máximo recurso de nuestro país: la carne. Ese modelo se extendió hasta pasada la mitad del siglo xx (1956-57). Al decir de Nahum, el Uruguay en el siglo xix tuvo un «crecimiento hacia afuera». Como país marginal no modificó sus estructuras económicas tradicionales, y los países centrales aceptaban sus productos sin exigir cambios. Fue un país menos dependiente de los países centrales, por lo que las crisis externas no lo afectaron en demasía. Entrado el siglo xx, el Uruguay sí adaptó gran parte de sus estructuras económicas para responder a las demandas externas.


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Vista de las chimeneas del Saladero Guaviyú, Paysandú.

sumada a otras medidas, fue alentando un resurgir de la economía y de los saladeros. Muchos se instalaron en el litoral, favorecidos por la libertad de puertos. Así, los puertos litoraleños comenzaron a tener un gran desarrollo y autonomía. Desde entonces los saladeros quedaron ubicados básicamente en dos grandes regiones: sobre el río Uruguay y en Montevideo. Los cambios de esta década fueron fundamentales y se generó un ambiente optimista, fruto del crecimiento del comercio y de los comerciantes como grupo económico dominante, así como también de la revolución del lanar, el aumento del número de estancieros y, finalmente, el fuerte ingreso del capital extranjero,

mayoritariamente de origen británico.8 El siguiente período, de 1876 a inicios del siglo xx, fue de muchos altibajos para el sector saladeril. En 1887 ocurrió el cierre de casi todos los saladeros debido a la clausura de los puertos brasileños. En 1894 el Uruguay sufrió una gran sequía, como no se conocía desde hacía más de 40 años. Todo se normalizó un año más tarde, cuando Brasil se consolidó como el principal destino del tasajo, nunca por debajo del 65 % del total de su exportación. Hacia 1906 los establecimientos que salaban carne pagaban $ 0,91 por cada animal faenado, lo que representaba un precio muy bajo de la hacienda. Así se disimulaba la decadencia del sector,

que no podía funcionar con precios mayores, bajo una legislación plenamente conservadora para el sector. En 1917 la época de los saladeros estaba llegando a su fin, mientras en Montevideo ya desde 1904 había empezado la época de los frigoríficos, que durante la Primera Guerra Mundial tendrían su primer período de auge, con el aumento de precios de su producción.9 9 El frigorífico levantado en Colonia en 1884 por la Compañía River Plate Fresc Meat, representada por los hermanos Drable, había tenido un funcionamiento efímero, por lo que hemos tomado en cuenta la inauguración de las faenas, a fines de 1904, de la Frigorífica Uruguaya, establecimiento auténticamente integral que durante la época de faena empleaba

8 Nahum, o. cit.

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Los saladeros

Frigorífico Anglo, hoy denominado Paisaje Cultural Industrial Anglo, Fray Bentos. Patrimonio de la humanidad unesco. Antiguo Saladero Liebig.

Muchos saladeros fueron sustituidos por frigoríficos, la nueva forma de conservación de la carne. La colocación de sus productos se fue haciendo cada vez más difícil, potenciada por la falta paulatina de crédito que tuvo la industria. No obstante, su desaparición fue un proceso que llevó varios años, dado el alto stock de ganado que tenía Uruguay. Algunos de aquellos saladeros comenzaron un proceso de recambio gradual. Es el caso del Saladero Hughes, en Fray Bentos, convertido en fábrica de extracto, o el Casa Blanca, en Paysandú, que con los años se transformó en frigorífico. Lo mismo ocurrió en la provincia de Entre Ríos, que conoció el apogeo de esta industria, donde se reconvirtieron los saladeros Colón, Garbino y Santa Elena. A finales de la década de 1920 quedaban en el Uruguay unos 12 saladeros y había cuatro de 1500 a 2000 obreros. Aníbal Barrios Pintos, Río Negro. Historia general, tomo I. Fray Bentos: Intendencia de Río Negro, 2005.

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frigoríficos. Estábamos ya en el período del modelo de país agroexportador, con un monopolio de empresas frigoríficas extranjeras —estadounidenses e inglesas— que faenaban casi todo el ganado del país. En 1928 surgió en el Cerro de Montevideo el Frigorífico Nacional, con el objetivo del control de precios y el abasto de la capital. En el territorio los saladeros se ubicaron en fuerte vinculación con las estancias ganaderas y el cauce de ríos —o arroyos, en menor medida— con puertos de buen calado, de salida rápida a los mercados externos. Hubo una tendencia a la concentración que lentamente fue haciendo desaparecer los saladeros de pequeña escala y quedaron los más grandes. Esto se ve en el litoral, donde permanecieron el Guaviyú, el Santa María, el Casa Blanca y el Sacra, que en el período 1895-1896 faenaron el 85 % del total en la región. Hoy en día muchas de las instalaciones de aquellos importantes saladeros han sido absorbidas por el crecimiento urbano; otras quedaron en parajes


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Los saladeros

Vista del viejo muelle de embarque del Saladero Leibig, luego Frigorífico Anglo, Fray Bentos.

solitarios en el medio rural, con baja accesibilidad —los ubicados sobre el río Uruguay—, y otras acompañaron la evolución industrial y se transformaron en industrias modernas, como fue el caso de los saladeros Liebig y Casa Blanca.

Organización funcional La organización de arquitecturas estuvo siempre subordinada a la organización funcional y a las tareas en que estaba dividida la tarea industrial. Los edificios principales del saladero eran aquellos que albergaban las actividades fundamentales: matadero, trozado y salazón de carne y cueros. Los demás son complementarios y se encuentran en gran número en los emprendimientos de mayor escala. También fueron muy importantes las conexiones entre un sector y otro. Primero se dieron a través de carre-

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tones y luego se introdujeron ciertos adelantos para mejorar la eficiencia, minimizar los tiempos de traslado y el esfuerzo humano. Estos cambios estuvieron mayormente vinculados a la llegada a Buenos Aires, en 1829, del técnico francés Antoine Cambacérès, cuyas repercusiones influyeron en toda la industria saladeril del Río de la Plata. Las innovaciones, de orden técnico, estaban dirigidas a optimizar los espacios y los tiempos y a mejorar la manipulación de los animales. Entre otras, implicaron una mejor ubicación de las naves industriales principales, la sustitución de las cubiertas de paja por techos metálicos (con lo que se lograron ambientes limpios e iluminados), el reemplazo del lazo por un torno y la introducción de rieles en el suelo para trasladar a los animales en una vagoneta. Por la complejidad que tuvo desde el inicio mismo de los saladeros, la playa de faenas fue uno de los lugares de mayor transformación, donde se llegó a la unificación y compleja sectorización de la moderna

industria frigorífica del siglo xx. Ese ambiente complejo y gradualmente sofisticado fue también el lugar donde surgieron los mayores reclamos salariales y sindicales, ya que sus operarios eran los trabajadores de mayor peso en la industria, dada su calificación y remuneración. Con el pasar de los años, y en una continua evolución del sector, la avanzada industria procesadora de carne y mataderos de Chicago introdujo el uso de la gravedad para minimizar los esfuerzos humanos y mecánicos e implementó la noria elevada para comunicar los diferentes sectores de la fábrica, lo que trajo aparejadas innumerables ventajas. Este fue un aspecto inspirador para Henry Ford, quien lo introdujo en el mundo de la naciente industria automotriz en su primera planta, en Detroit.10 10 En 1906 Sinclair describió «una hilera de cerdos colgados de poco menos de un centenar de metros, y a cada metro, un hombre que trabajaba como si tuviese tras de sí al mismísimo demonio». Esta

Ejemplos relevantes Los diversos emprendimientos saladeriles mantuvieron muchos aspectos coincidentes. Fueron un negocio de riesgo que tuvo resultados variables y aleatorios. La propiedad de las empresas fue cambiante, como también los volúmenes de faena,11 y pocos emprendimientos lograron perdurar y sortear los vaivenes de una inestable situación. Algunos restos que se conservan permiten observar una importante variedad de construcciones e incluso de disposiciones sobre el territorio. Mucadena de despiece daría pie, pocos años después, a las de montaje de otra ciudad estadounidense: Detroit. El propio Henry Ford recordaba: «La idea general procedía de la corredera elevada de que hacían uso los embaladores de Chicago a la hora de preparar la carne de ternera». 11 Las faenas se midieron por zafra (de noviembre a marzo, abril o mayo) o por año, con promedios 15-60 mil/año. Resalta la Liebig, con cifras en torno a 180 mil/año en épocas de grandes zafras.


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Jardín y casa del gerente del antiguo Saladero Liebig, Fray Bentos, Río Negro.

chos de estos restos también aportan interesante información acerca de los procesos de la industria saladeril y sus formas de funcionamiento. Una antigua instalación de claras condiciones industriales del siglo xix —aunque podría incluir componentes edilicios todavía anteriores— es el llamado Saladero de los Holandeses, ubicado en el departamento de Maldonado, en las cercanías de la actual ciudad de Aiguá. Se trata de un importante complejo, con mangas y construcciones de piedra, que abarca un área de gran tamaño, fenómeno que hace suponer una escala de trabajo muy importante para la época. Llama la atención, sin embargo, su lejanía de una corriente importante de agua, lo que hace pensar que lo faenado tendría por mercado la población rural local y las ciudades de Maldonado y San Carlos. Este hecho, a su vez, invita a algunos investigadores a sospechar de su verdadero rol de saladero, aunque los vestigios que aún permanecen no admiten, por su

importante dimensión y escala, un rol menos importante que ese. El saladero de Hughes surgió en 1859 y a los pocos años pasó a manos de la Empresa Fray Bentos Giebert & Co., cuyo gerente fue el ingeniero George C. Giebert. Si bien llevó adelante todas las actividades de un saladero, su propósito fue convertirse en la primera fábrica de extracto de carne que utilizara la fórmula del químico alemán Justus von Liebig. Tras un rotundo éxito inicial del nuevo producto, en diciembre de 1865 pasó a ser la Liebig’s Extract of Meat Company (lemco), sociedad anónima inglesa con sede en Londres y más conocida como Saladero Liebig. Esta empresa suspendió la elaboración de tasajo en 1884 y la reanudó entre 1895 y 1899, cuando las canceló en forma definitiva. Actualmente se puede ver parte de aquellas primeras edificaciones que conformaron el saladero y de varias transformaciones que tuvo la fábrica. Las construcciones desde 1860 hasta fines del siglo xix son fácilmente

identificables: mampostería de ladrillo y piedra, cubiertas de tejas o chapas con estructura de madera, pisos de baldosones de piedra12 y el uso de tierra romana como mortero.13 Estas instalaciones forman parte hoy del primer patrimonio mundial de la carne, el Paisaje Industrial Fray Bentos, que a través del Museo de la Revolución Industrial permite a visitantes y turistas el recorrido por varias de sus instalaciones. El Saladero Román fue estructurado por José Lassarga, financista y hombre de empresa de la ciudad de Paysandú, relacionado con empresas navieras de origen genovés hasta 1866. La Sociedad 12 Fabricados en Europa con fines industriales. Luego fueron parcialmente sustituidos por baldosas de hierro fundido con idénticos fines: pavimentos industriales de alto tránsito. 13 Existen valiosos registros de aduana de las compras que la empresa realizaba de elementos para la construcción y ampliación permanente de la fábrica. La tierra romana es uno de ellos. Hoy en día es fácilmente identificable por su color y su excelente durabilidad.

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Ruinas del Saladero M´Bopicuá, Fray Bentos, Río Negro.

Nuevo Román estuvo fuertemente vinculada a audaces proyectos financieros, con fuerte impronta local, lo que lo hace uno de los más osados emprendimientos de su época. José Lassarga fue su primer gerente y administrador, e integraron el consorcio Ernesto de las Carreras, Carlos Wendelstad y Pedro Jacinto Pereira. Esta sociedad anónima tenía un capital de $ 500.000 dividido en 100 acciones de $ 5000 cada una, y su objetivo abarcó más actividades que las propias del saladero: invernada, montes y hacienda. Las instalaciones del saladero comprendían un muelle y barcos propios de la compañía. Luego de operar algunos años, en 1868 cerró debido a la tragedia del cólera, y más adelante reabrió.14 En la actualidad, sus ruinas no son fácilmente visitables y para llegar hasta el sitio se requieren ciertos permisos. La mejor forma de verlo es desde el frente fluvial. 14 Augusto I. Schulkin, Historia de Paysandú. Diccionario biográfico, Paysandú, 1958.

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Es importante comentar también el emprendimiento M’Bopicuá. Como en todos los principales establecimientos para salado de carnes, M’Bopicuá y las instalaciones allí creadas tuvieron el control financiero de empresarios extranjeros.15 Bajo la denominación de The River Plate Presure Meat Preserving Company Limited,16 la empresa se 15 Integraban la firma Andrew Murray, exingeniero jefe en Portsmouth Dockyards (el dique seco más antiguo del mundo, además de ser la sede de las dos terceras partes de la flota de superficie de la Royal Navy); John Law Baker, de Gunzagay, Australia; George Alfred Bartleet, de Adelaida, Australia del Sur, a la sazón presidente de la empresa minera británica Original Hartlepool Collieries Company. También formaba parte de la plantilla Thomas Frederick Henley, autor del proceso industrial con la carne, según explica el historiador René Boretto Ovalle, en una de sus publicaciones. 16 Los enfrentamientos de intereses entre esta empresa y la ya residente Liebig’s Company se advierten a principios de 1872 en notas de los periódicos alemanes Im Siglo y Standart. La prensa capitalina, recibiendo información

inició en 1870. El Gobierno nacional le otorgó franquicias, por la ley 1227, de julio de 1874, del mismo modo que lo había hecho antes con la Liebig’s, lo que le permitió importar materias primas, máquinas, útiles y materiales con exenciones de impuestos por el término de diez años. La empresa recién constituida tenía un capital accionario de 100 mil libras esterlinas.17 Las obras de la planta industrial, compuesta por varios cuerpos de edificios, concluyeron en marzo de 1875.18 desde la zona de Fray Bentos, notificó del adelanto de las obras en la estancia M’Bopicuá desde julio de 1873, pero el inicio de las faenas no se verificó hasta enero de 1875. 17 La cifra muestra la enorme inversión que implicó este emprendimiento. Solo para tener en cuenta, unos años antes, en 1865, se había constituido la compañía Liebig (Liebig’s Extract of Meat Company, lemco). The Morning Post, Londres, 7 de diciembre de 1871. 18 «Esta compañía está formada con el propósito de trabajar, en primera instancia, en los países del Río de la Plata, donde los vacunos y ovinos abundan en número

Las construcciones —en su mayoría de mampostería de ladrillo con techos de pizarra— estaban conectadas al puerto a través de rieles. Tenía un gran depósito de agua (cisterna) y un complejo sistema de bombeo, además de algunas construcciones destinadas a habitaciones de obreros y empleados, ubicadas sobre la costa. ilimitado, el proceso patentado por el Sr. T. F. Henley para la preservación de carne, y para hacer extractos de carne y esencias; y entonces, si la Compañía lo entiende pertinente, en cualquier otro lugar de Sudamérica y en las Islas Falklands. Este proceso es simple, y consiste en someter la carne de los animales, después de desprovista de huesos, a una determinada cantidad de presión en máquinas hidráulicas o de otro tipo a través de las cuales el jugo de las carnes es parcialmente extraído y la carne ha sido desprovista del exceso de grasitud que, en circunstancias ordinarias, es el origen de su mala conservación. Los jugos extraídos se convierten después del tratamiento, debido a sus cualidades nutritivas, en un sustituto de la carne misma». Prospecto publicado por The Morning Post de Londres el 7 de diciembre de 1871.


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Detalles de las ruinas del Saladero M´Bopicuá, Fray Bentos, Río Negro.

Sin embargo, el emprendimiento estuvo cerca de cinco años en construcción y menos de tres años en actividad. Diversos aspectos, como el poco ajustado sistema de conservación de la carne y las crisis económico-financieras del país, llevaron a su rápida quiebra. Las ruinas del Saladero M’Bopicuá pueden ser visitadas. Se encuentran integradas a una interesante reserva de flora y fauna que permite el ingreso controlado y la apreciación directa de estas excepcionales construcciones. Es preciso recordar otros dos saladeros en las costas del río Uruguay: el del Hervidero y el de Guaviyú. El primero, ubicado en las inmediaciones de lo que había sido el poblado artiguista de Purificación, muy cercano a la desembocadura del arroyo El Hervidero en el río Uruguay, fue una iniciativa más tardía, que funcionó entre 1890 y 1925. Este saladero previó la construcción de viviendas para los obreros, que llegaron a ser casi

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700.19 De las edificaciones quedan aún ciertas estructuras de muros, absorbidas en parte por el crecimiento de la flora de monte que lo ha invadido. El saladero de San Pedro de Guaviyú funcionó entre 1869 y 1903. También tuvo una importante población obrera, quizá mayor que la del Hervidero. Contó con vía férrea y dos muelles sobre el río, que permitieron la llegada de componentes tecnológicos y sus sucesivas actualizaciones, así como la salida del producto ya procesado. De todo ello queda un conjunto de restos en los que se destacan dos chimeneas y algunas paredes correspondientes a una de sus grandes naves. Es visitable, ya que en su entorno se ha diseñado un área parquizada abierta al público.

19 C. Curbelo, Significado de un palimpsesto. Texto inédito, resultado de investigaciones realizadas por la autora en el área de Purificación. Tomado de Academia.edu.


El patrimonio saladeril El tasajo es hoy un producto singular en el contexto nacional. La permanencia como producto en el procesamiento de limitadas industrias resulta de la continuidad de su consumo en otros mercados americanos, aunque no en Uruguay. La industria saladeril es, por tanto, una realidad de recuerdo. Los establecimientos que la llevaron adelante están, en muchos casos, transformados por procesos posteriores, fundados en el manejo del frío como conservante. Industrias de otra escala colonizaron las viejas instalaciones y dieron sentido productivo a las antiguas edificaciones de los saladeros. En otros casos, los viejos saladeros han quedado como expresiones de un pasado relicto, donde la naturaleza ha ido destruyendo su original cuerpo edilicio y tecnológico.

En ambos casos es posible percibir intentos por recuperar la memoria de esta vieja y pujante industria del pasado. En algunos ejemplos de posterior colonización por parte del frigorífico, se verifica la integración de ambos momentos industriales a programas museográficos: es el caso del complejo Liebig-Anglo. En otros, como el del saladero de Guaviyú, en Paysandú, fue el estado relicto —es decir, su estructura de ruina y la ausencia de otro uso— lo que invitó a abrir un magnífico parque de vínculo fluvial e integrar este patrimonio industrial a la naturaleza. Sin duda, pocos bienes culturales en Uruguay alcanzan la significación de los saladeros, por su enorme capacidad de producir desarrollo, de fomentar la producción económicamente más importante del país durante siglos, de aportar trabajo y organización a la sociedad, a la vez que forjar una particular cultura en torno a ese producto esencial que es la carne.

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Panteones y cementerios rurales de la frontera norte

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Caleras, viejas industrias del campo William Rey Ashfield

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Caleras, viejas industrias del campo

Calera de Barriga Negra, horno en segundo plano, Lavalleja.

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a producción de cal forma parte de nuestra más larga y profunda historia económica y territorial, pues constituye una industria pionera cuyos comienzos se registran ya en tiempos coloniales. Por tanto, su producción nos habla de una de las primeras formas de organización del trabajo en nuestro país, que operó tanto en los tempranos procesos de urbanización y materialización de arquitecturas como sobre el paisaje rural en el que se desarrolló. Sus vestigios más antiguos, diseminados en distintas partes de nuestro territorio, coinciden con las áreas más consolidadas del proceso colonizador alentado en esta parte de América por la corona española, así como también por aquellas órdenes religiosas, fundamentalmente de corte misionero —como el caso de la Compañía de Jesús—, que introdujeron ganado y ciertas industrias dentro de su área de catequización. Si bien algunos hornos de cal se encuentran hoy cerca de pequeñas y medianas poblaciones, así como de ciudades consolidadas, muchos pueden

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todavía identificarse como unidades aisladas y abandonadas en medio de amplios paisajes rurales, caracterizados siempre por la presencia cercana e inocultable de la piedra caliza, su materia prima. Por eso, las instalaciones vinculadas a esta industria —la mayoría de ellas en estado relicto— forman parte importante de nuestro patrimonio rural, caracterizan a sus sitios y dejan huellas que hablan de distintas maneras de ocupación y explotación del territorio. Asimismo, los restos actuales de viejos hornos de cal nos hablan de redes productivas de variada amplitud, aunque la mayoría de las veces resultaron funcionales a un desarrollo local acotado. A partir de la fundación de Montevideo primero, de Maldonado después y más tarde de otras ciudades resultantes del plan poblacional promovido por Carlos iii1 —como San José o Minas—, los hornos de cal tuvieron 1 Podríamos agregar, como parte de ese proceso, las fundaciones de San Juan Bautista, Las Piedras y Rocha.

como principal propósito abastecer a esas nuevas poblaciones, a la vez que consolidaron una estructura de caminos capaces de permitir la llegada del producto a diversos destinos. No obstante, es importante recordar que fue la ciudad de Buenos Aires el motor principal de los inicios de esta industria en el territorio de la Banda Oriental, ya que ese fue el destino de lo producido por nuestros más antiguos hornos.

La importancia de la cal Es necesario reconocer no solo el valor de la cal como proceso productivo, sino también sus formas de uso y consumo, así como su aplicación en el campo específico de la arquitectura. Es en los siglos xviii y xix cuando la cal, precisamente, jugó un papel fundamental en la construcción y consolidación de nuevos poblados y ciudades, donde operó como aglomerante de


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Caleras, viejas industrias del campo

Calera del Dacá en Mercedes, Soriano. Abajo a la izquierda de la imagen se pueden ver las bocas de los hornos.

mezclas y morteros o bien como producto de terminación superficial, básicamente revoques y pintura. Hasta ciertos cambios materializados en la segunda mitad del siglo xx, la forma de producir cal se mantuvo prácticamente inalterada desde los tiempos coloniales. Las mayores transformaciones se produjeron, apenas, en el tipo de combustible —el carbón sustituyó en el siglo xix a las maderas de monte livianas, como «la llama viva del sauce o del romerillo más que la lenta de la coronilla, tala y otras leñas duras»2— y en el tamaño de estos hornos, dado que los de mayor escala —dimensional y productiva— se 2 Carlos Pellegrini, informe publicado en la Revista del Plata de Buenos Aires, transcripto por El Comercio del Plata del 1.o de febrero de 1854.

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materializaron en la segunda mitad del siglo xix. Los hornos aprovechaban, al menos en el siglo xviii y buena parte del siguiente, ciertas diferencias topográficas a efectos de cargar la piedra y la leña por la parte superior —boca de carga— y extraer la calcinación resultante por la parte más baja —boca de descarga—. Necesitaban, además, otros medios y componentes que les permitieran completar el sistema: construcciones complementarias ubicadas en cercanía,3 suficiente madera y una corriente de

agua para producir el apagado de la cal,4 todo ello próximo a la dominante presencia de la piedra caliza. En general, la forma interior de esos hornos era cóncavo-convexa, con una marcada tendencia a tener un ancho mayor en la base y a disminuirlo en la parte superior, es decir, en la zona de carga. Tal disposición tenía por razón el aprovechamiento del calor, aunque algunos hornos de carbón dispusieron sus partes más anchas en un lugar superior a la base, lo que producía un interior embarrilado, fundamentalmente cuando

3 Cumplirían el rol operativo de lugar donde producir el apagado de la cal, su provisorio almacenamiento y posterior embolsado para el transporte. Desde sus comienzos la producción de cal se ha realizado al pie de los yacimientos de piedra caliza, tradición que se mantiene desde hace más de dos siglos.

4 El óxido de calcio —CaO— obtenido en la calcinación de la caliza reacciona inmediatamente con el agua, transformándose en hidróxido de calcio —Ca(OH)2—. Este fenómeno se conoce como hidratación o también apagado de la cal viva.

se trataba de hornos que funcionaban mediante carbón. Complementariamente, estos hornos debían permitir el pasaje del aire desde la parte baja hacia arriba, motivo por el cual solían hacerse orificios en las zonas inferiores de las paredes o bien se confeccionaban ductos de aireación. La altura a la que llegan estos hornos obligaba a construir contrafuertes en su parte expuesta —donde se puede apreciar la boca de descarga— que impidieran la caída de ese tramo del muro por efectos del viento o de otras tensiones producidas por calor. El resto de la superficie de paredes, en cambio, estaba contenido por el desnivel de tierra natural que había sido elegido para la construcción. El entorno de la boca de descarga era una parte bastante frágil del sistema


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Caleras, viejas industrias del campo

Calera del Dacá, Mercedes, Soriano.

construido, ya que muchas veces se veía afectado por las acciones de agregar leña o retirar la caliza mediante instrumentos como carretillas, un fenómeno que obligaba a recomponer periódicamente la superficie de muro. Esta boca de descarga contaba muchas veces con una puerta metálica para la mayor concentración del calor durante el proceso de calcinación.

Primeras caleras Distintos autores coinciden en asignar la mayor antigüedad constructiva a la calera conocida como del Dacá, próxima al arroyo del mismo nombre. Se trata de un ejemplo excepcional, cercano a la ciudad de Mercedes,5 en el departa5 Las ruinas de esta vieja industria pueden identificarse, más exactamente, al oeste de la ciudad de Mercedes, en el camino llamado Aparicio Saravia, que conduce al Castillo de Mauá.

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mento de Soriano, que debió construirse hacia la primera mitad del siglo xviii. Un antiguo documento de arrendamiento de 17846 —dado a conocer públicamente por el historiador e investigador Washington Lockart en 1964— hace referencia a que aquellos hornos se construyeron en 1722, y en ese mismo documento se agrega que la iniciativa era de un lego recoleto —monje ermitaño, no perteneciente a orden clerical alguna— instalado en el sitio. Esta industria, una vez desarrollada, llegó a contar con cuatro hornos que permanecen en pie hasta hoy, con sus respectivas bocas, y dos construcciones complementarias: por un lado, una nave ubicada muy cerca —de 3 × 34 metros de superficie 6 Documento en el cual Juan José Sagasti solicita al Cabildo de Santo Domingo de Soriano —para entonces ya fundada y suficientemente desarrollada— que se le otorguen en carácter de concesión los hornos de la calera. Como puede verificarse, la fecha del documento es muy posterior al supuesto origen de este espacio industrial; entre ambos median más de sesenta años.

de planta—, de paredes muy anchas de ladrillo que alcanzan un espesor de casi un metro, cuyo propósito sería, con bastante seguridad, el almacenamiento y apagado de la cal; por el otro, una construcción de techumbre a dos aguas con paredes de piedra, ubicada en la parte topográficamente más alta y con destino incierto. Si asumimos el inicio de esta industria en 1722, como lo establece el documento citado, debe descartarse cualquier otro destino para su producción que no fuese la ciudad de Buenos Aires, al menos en sus inicios, ya que para entonces no estaba fundada ninguna de las ciudades que luego le serían próximas —Santo Domingo de Soriano, Mercedes y Dolores, construidas años después y en ese mismo orden—. Transcurrido el tiempo debió abastecerlas, ya que a finales del siglo xviii y comienzos del xix esas ciudades serían su mercado y destino natural. Estos hornos se realizaron a base de piedra, pero algunas de sus bocas de descarga fueron terminadas con ladri-


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Calera de las Huérfanas, restos de la iglesia de la antigua estancia Colonia.

llos dispuestos de manera vertical, en doble y triple hilera, formando librillos de aparejo trabado. Posiblemente los hornos más antiguos —los cuatro hornos no parecen pertenecer a la misma época— fueron concebidos con bocas adinteladas, para lo que se utilizaron grandes piedras horizontales. La historia de esta industria del Dacá es larga e interesante. Puede recorrerse a lo largo de múltiples documentos ubicados en distintos archivos nacionales, así como en el registro de varios viajeros en sus bitácoras y diarios de viaje.7 Desde sus orígenes, los hornos del Dacá estuvieron sujetos a distintos 7 En su pasaje por el sitio, Dámaso A. Larrañaga lo describe en su diario de viaje de 1815: «… a la media legua pasamos el arroyo Dacá, buen paso y con arboleda. […], el camino está cercado por ambos lados por cardos de Castilla. No se dejan ya ver los peñascos de granito sino de piedra calcárea que apenas asoman al ras del camino». Dámaso A. Larrañaga, Viaje de Montevideo a Paysandú, Montevideo: Marcha Vaconmigo, 1973, pp. 93-94.

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propietarios y operativas, vinculados también a diversos pleitos y conflictos. Todo ello nos habla de una historia larga y compleja que involucra intereses públicos y privados, con interesante información acerca de la organización y la memoria laboral, de la aplicación de tecnologías y conocimientos, así como de una importante acumulación de experiencia industrial que debe ser valorada dentro de la historia local y nacional. Otro importante capítulo acerca de la producción de cal en nuestro país se escribió en el actual departamento de Colonia, en el sitio conocido como Calera de las Huérfanas.8 Se trata de un establecimiento de gran tamaño 8 Según la investigadora Jacqueline Gaymonat, «“La Estancia del Río de las Vacas” o “Estancia de Belén” o “Estancia de la Calera de las Vacas” […] tenía como límites el arroyo San Juan y el arroyo de las Vacas, el Río de la Plata y el cerro de las Armas. Su casco principal se emplazó a orillas del arroyo Juan González —a unos 16 km de la actual ciudad de Carmelo— y estaba integrado por una

—llegó a ocupar una extensión de más de 42 leguas cuadradas, cercana a las 100.000 hectáreas— que conformó la más importante presencia jesuítica en nuestro territorio, algo que significó una verdadera avanzada civilizatoria en el siglo xviii. El año 1741 define, exactamente, el comienzo de la explotación de esta estancia. Conectado con la actividad misionera que la Compañía de Jesús desarrollaba en el área norte de la Banda Oriental —pero también con aquellas misiones que ocupaban los actuales territorios de Paraguay y Argentina—, este establecimiento tuvo una considerable actividad agropecuaria que incluía la producción de cereal, árboles frutales y vid. La actividad productiva resolvía la demanda del consumo interno pero no iglesia, bajo la advocación de la Virgen de Belén, habitaciones, patios, herrería, jabonería, telar, panadería, carpintería, tahona, hornos de ladrillos y tejas. Además contaba con “ranchos” para las familias de los negros esclavos y para los indios peones».


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Caleras, viejas industrias del campo

Calera de las Huérfanas, detalle de los hornos de cal, Colonia.

se agotaba en él, ya que tenía a Buenos Aires como destino fundamental para su gran excedente. La cal, precisamente, al igual que la producida en el arroyo del Dacá, se exportaría para ese centro colonial, su principal consumidor durante el siglo xviii. Se identifican en el establecimiento dos importantes hornos de cal, dentro de una actividad industrial plural que incluía también la elaboración de cerámicos —fundamentalmente ladrillos y tejas—, para lo que se contaba con otros dos hornos destinados a ese fin; también la actividad de molienda de granos, la producción de telas, herrería, carpintería, panadería y posiblemente producción de vino, todas faenas rutinarias o zafrales que tuvieron lugar en aquella estancia. Es interesante que esta iniciativa desarrollada por los padres jesuitas contara con una importante población que incluía cerca de 250 personas estables, entre las que se integraron indígenas, criollos y negros esclavos.

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Dos sacerdotes, sin embargo, fueron la única presencia religiosa en este establecimiento durante el período jesuita; se rescatan los nombres de los padres Alonso Fernández y Agustín Rodríguez, quienes tuvieron a su cargo y en forma sucesiva la dirección de este complejo agroindustrial. El año 1767 fue crucial para la suerte de los misioneros, quienes fueron expulsados de acuerdo a una real orden del rey Carlos iii que dispuso la salida de esta congregación religiosa de los territorios pertenecientes a la corona española y, con ello, la total confiscación de sus bienes. Esto provocó cambios en la administración del establecimiento, que pasó a depender de la Junta de Temporalidades de Buenos Aires, organismo que encargó su dirección a don Juan de San Martín —padre del libertador José de San Martín—, quien residió allí hasta 1774.9 9 En ese sitio, Juan de San Martín y su esposa, Gregoria Matorras, tuvieron tres hijos, hermanos del libertador.

Los beneficios de su producción se destinarían entonces al Colegio de Niñas Huérfanas de Buenos Aires, factor que daría nombre al establecimiento: Calera de las Huérfanas. A comienzos del siglo xix el sitio atravesó un período de decadencia, en el que se identifica una pérdida de las actividades y usos originales, así como un paulatino deterioro de la infraestructura edilicia. Algunas fuentes orales, que fueron tomadas como ciertas por determinados historiadores, refieren a que en la Calera de las Huérfanas José Artigas fue proclamado primer jefe de los Orientales; sin embargo, no se ha descubierto documento probatorio alguno acerca de este hecho. Desconocemos en qué momento los hornos de cal dejaron de producir. De hecho, sufrieron importantes deterioros hasta que, en tiempos más recientes, se realizó una tarea de restauración parcial que permitió entender su funcionamiento, al tiempo que se materializó una propuesta de


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Vista general del complejo de Barriga Negra desde la zona de carga del horno de cal, Lavalleja.

socialización cultural de todo el recinto arqueológico en el marco de un programa de desarrollo turístico nacional y departamental.10 Hacia el este de nuestro territorio, encontramos el otro gran escenario de la producción de cal en tiempos coloniales. Este ocupaba los actuales departamentos de Maldonado y Lava10 En 1999, promovido por el Consejo Ejecutivo Honorario de Colonia y sustentado económicamente por el Ministerio de Turismo y el Ministerio de Educación y Cultura, se gestó un proyecto de puesta en valor cultural que implicó una investigación arqueológica. Esta formó parte de un proyecto integral que se propone una operación de reacondicionamiento físico, arquitectónico y paisajístico del predio, que ha sido declarado monumento histórico nacional (mhn).

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lleja, en los que se destaca la puesta en funcionamiento de la llamada Calera del Rey, posiblemente entre 1765 y 1773. Marcada su producción por una excelente calidad de la piedra caliza y la abundancia de sus yacimientos, esta primera iniciativa fue acompañada por otras —en años muy próximos y en la propia década de 1770— que se desarrollaron más al norte, como lo fue la de Fermín Beracochea11 algunos años antes de la fundación de la ciudad de Minas. La producción de cal tuvo una importante proyección en las ciudades fundadas en las cercanías —Maldonado, San Carlos y Minas, fundamentalmente—, pero parte de ella también fue conducida hacia los puertos de Buenos 11 Carlos Pellegrini, o. cit.

Aires y Montevideo. Esta última ciudad iniciaba por esos años un sostenido proceso de crecimiento edilicio, al crearse el Apostadero Naval de Montevideo y habilitarse oficialmente su puerto, factor que la consolidaría como destino más importante de la cal producida al este del país. Uno de los hornos de la fundacional Calera del Rey permanece todavía, casi en el lomo de la cuchilla, «en campos que originalmente fueron de Domingo Isaga y luego en 1794 pasarían, en parte, a ser propiedad de Francisco González…».12 12 Eduardo Martínez Rovira, A pie y a caballo. Apuntes del campo de Maldonado, Montevideo: edición del autor, 1974, p. 17

Producción de cal en tiempos republicanos El lento crecimiento económico del país durante los tempranos días de la república no fue razón suficiente para frenar esta producción industrial. En diversos sitios se desarrollaban, por entonces, nuevas iniciativas. En el departamento de Lavalleja, por ejemplo, se construyeron hornos en zonas como el arroyo del Plata, Barriga Negra, Marmarajá, el Penitente y Mataojo. Pero también en el norte, en departamentos como Paysandú, se han descubierto hornos de cal, como el descrito por José Brito del Pino en referencia a la calera de Callejas, próxima a la des-


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" Detalle de la boca del horno de cal en Barriga Negra, Lavalleja " " Detalle del horno de la Calera de las Huérfanas, Colonia.

verdadero desarrollo de esta producción en ambas costas del río Uruguay. El rápido crecimiento de la ciudad de Montevideo en el último tercio del siglo xix y el desarrollo de otras ciudades contemporáneas —algunas de las cuales serían pujantes capitales departamentales— fomentaron más tarde el aumento de la producción de cal. Recién en los primeros años del siglo xx entró en competencia de escala el cemento, que es el resultado de un proceso industrial alternativo. El cemento no solo serviría para la elaboración de mezclas y morte15 Las ruinas de esta calera conforman un sitio histórico de gran valor ubicado en la provincia de Entre Ríos —es decir, en la margen oeste del río Uruguay—, dentro del parque nacional El Palmar, departamento de Colón.

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ros, sino también para la construcción de estructuras de hormigón armado, en una renovadora combinación de distintos tipos de áridos y acero. En la segunda mitad del siglo pasado hubo cambios significativos en la producción industrial de la cal, necesitada entonces —por razones de productividad y economía— de otros procesos más eficientes, básicamente en materia de extracción de piedra caliza, en su forma de calcinación y también en el manejo de nuevas fuentes de energía para su producción en escala. Fueron tiempos de cambio que, si bien no eliminaron el uso de la cal, redujeron su uso en la esfera de la construcción, ya que a la aparición competitiva del cemento se sumaron otros tipos de aglomerantes análogos

a la cal, aunque diferentes en composición química. Los restos de la vieja industria de la cal pueden divisarse todavía en los más alejados y solitarios campos de nuestro país. Algunos de ellos han ganado el reconocimiento necesario para integrar la lista de nuestro patrimonio industrial. Otros, en cambio, son apenas restos de piedra de un tiempo que pasó, que nos hablan de la lucha por el progreso, del esfuerzo sistemático de la razón humana y de su fuerza de trabajo, pero también de paisajes que desaparecieron, donde el humo de la leña o el carbón combinado con la piedra podía verse desde muy lejos.


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Arquitecturas con aroma de vino

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Arquitecturas con aroma de vino Jorge Sierra

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Arquitecturas con aroma de vino

Arquitecturas del siglo xix vinculadas luego a la bodega Cerros de San Juan, Colonia.

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ntre las trazas de la industria y la agropecuaria de nuestro país, las bodegas reúnen ese doble rol, y señalan los territorios más aptos para la vid y su posterior transformación en vino. La plantación de vides requiere un importante y delicado proceso de adecuación de la planta a la tierra que recibe el cultivo, que va desde la selección de los sarmientos e injertos hasta el sitio específico donde se localiza cada cepa. A su vez, es ese suelo, el terroir, el que determina gran parte de las cualidades de la cepa y del vino al que da origen. Toda esta intervención modifica el paisaje y define características únicas para el territorio, que junto con el núcleo estructural de producción de la bodega permite interpretarlo, más allá de la vida de los cultivos, como un sitio de producción de singulares características. El desarrollo de instalaciones vinculadas a la producción agraria, con una impronta adicional de producción industrial, dota a este programa de un destaque especial dentro de la varie-

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dad de posibilidades vinculadas a la producción que encontramos en el ámbito rural. Cada uno de estos ejemplos destaca no solo por sus características edilicias, sino por sus lógicas asociativas y su fuerte arraigo al territorio. El arraigo de la población trabajadora para el cuidado de la plantación y la elaboración posterior del vino demanda, a su vez, una localización próxima a centros poblados. Un ejemplo de esto es la bodega Los Cerros de San Juan: ante la inexistencia de una localidad próxima, los trabajadores dependientes y sus familias se radicaron en torno al propio ámbito de producción y generaron no uno o dos edificios, sino un conjunto residencial vinculado al emprendimiento, así como también espacios de socialización y consumo. Esta situación se sustenta en la demanda de mano de obra que requiere el cuidado de los viñedos en comparación con otras actividades rurales. Por tal motivo, la matriz productiva, o bien se localiza en las inmediaciones de poblaciones ya establecidas, o debe conformar un mínimo núcleo residencial de permanencia

para quienes están a cargo del mantenimiento del viñedo y de la elaboración de vinos. La arquitectura vinculada a la producción vitivinícola no se restringe a sus edificaciones exentas, sino que constituye la síntesis de estas construcciones y el paisaje productivo y contemplativo con el que interactúan. El proceso productivo se apropia del territorio, a la vez que se ve condicionado por él. El paisaje resultante ilustra el desarrollo histórico y cultural del lugar, y la arquitectura es testigo de este proceso. Las primeras experiencias de unidades de producción vitivinícola en el actual territorio uruguayo se remontan a mediados del siglo xviii, cuando se verifica la existencia de viñedos asociados a la producción de vinos con el objetivo de satisfacer demandas locales. Son los casos de los poblados de Víboras, Calera de las Huérfanas, Espinillo y Camacho, además de Montevideo y otras localidades sobre la costa sur. Avanzado el siglo xix, la producción vitivinícola inició un camino de desa-


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Arquitecturas con aroma de vino

" Fotografía antigua del complejo industrial Harriague, colección Barrios Pintos, BNU. " " Perspectiva aérea del saladero y bodega Harriague, 1880, Salto.

" " " Fotografía actual de antiguo complejo bodeguero, Salto.

rrollo industrial y comercial en busca de trascender el consumo local. Estos nuevos intentos de implantación en la región no llegaron a prosperar, en parte por los vaivenes políticos y sociales del período, incompatibles con los cuidados y la dedicación que reclama el cultivo de la vid, así como también por las carencias técnicas y la falta de especies correctamente aclimatadas al territorio. Recién hacia la década de 1870 se consolidaron dos emprendimientos que se reconocen como punto de partida para la producción vitivinícola en Uruguay: las experiencias de Pascual Harriague1 en las afueras de la ciudad 1 Harriague, de origen francés, llegó a Montevideo hacia 1838. Algunos años después se radicó en Salto, donde se dedicó a la industria saladeril junto con Juan Claverie. Su éxito le permitió adquirir el establecimiento de La Caballada al sur de la ciudad, sobre el arroyo Ceibal. Después de infructuosos ensayos en el cultivo de vides realizados en la década de 1860 en su chacra de San Antonio Chico, logró a principios de

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de Salto y de Francisco Vidiella en la zona de Colón, en Montevideo. En su Diccionario uruguayo de biografías, publicado en 1945, José María Fernández Saldaña une a estos dos pioneros al referirse a Pascual Harriague como «viticultor, campeón de la industria vitivinícola en el norte de la República, compartiendo con Francisco Vidiella la gloria de un triunfo de la perseverancia la década de 1870 afianzar su producción de sarmientos de tipo bourdeaux a partir de especies traídas de la zona de Concordia, en Argentina. Son estas cepas las que permitieron el desarrollo del tannat en nuestra región, denominado por décadas como uva Harriague. En 1883 en la granja La Caballada se habían construido tres bodegas para albergar su producción, la cual se desarrolló intensamente hasta la aparición de la plaga de la filoxera, que asedió los viñedos a escala mundial. Pascual Harriague falleció en París en 1894, pero el establecimiento siguió funcionando hasta que un incendio lo dejó en ruinas en diciembre de 1910. Desde entonces las construcciones sobrevivientes fueron utilizadas sucesivamente como depósitos.


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Arquitecturas con aroma de vino

Vista aérea de Bodegas Carrau, Montevideo.

y del trabajo que tantos beneficios debía reportar a la Nación». Este breve pasaje asocia el accionar de ambos y también deja explícita la dedicación que requiere el proceso de producción del vino. La experiencia de Harriague dio origen a un desarrollo vitivinícola posterior en la región próxima a la ciudad de Salto. Aunque muchos de estos emprendimientos se vieron frustrados en las décadas sucesivas a partir de la aparición de la filoxera, que arrasó rápidamente los cultivos de vid, fueron apoyados por la aprobación de medidas para mantener y recuperar la producción vitivinícola, que venía en proceso de crecimiento y desarrollo desde mediados de la década de 1870. Cien años después, en 2011, la Intendencia de Salto, junto con vecinos y productores de la zona, comenzó a trabajar en la recuperación de las construcciones aún en pie con destino de Centro Cultural. Este proyecto, coordinado por el Instituto Nacional de Vitivinicultura y el gobierno departamental, estuvo bajo

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la dirección de los arquitectos Ricardo Tornessi y Carlos Altezor. Las cubas o piletas con sus tapas metálicas son de las instalaciones que se conservaron con mayor integridad en el subsuelo de la bodega, y manteniendo su condición se integraron al nuevo destino cultural del conjunto. Casi simultáneamente al progreso de las primeras cosechas de Harriague en Salto, Francisco Vidiella desarrolló una experiencia similar en la zona de Colón, en Montevideo. En sus viñedos próximos al actual camino Carmelo Colman consiguió éxitos similares en la aclimatación de vides para la producción vinícola. La Bodega Vidiella funcionó más de cien años, entre 1874 y 1982. Tras un proceso judicial por ejecución hipotecaria que duró cerca de 10 años, en 1995 se remataron sus terrenos y construcciones. Un mes después el conjunto se declaró monumento histórico nacional, algo que no impidió que los edificios comenzaran a experimentar un proceso de deterioro que derivó en su práctica desaparición en menos de 15 años. En

la actualidad, pocos rastros quedan de la bodega y los edificios anexos en el predio de camino Colman. Estos dos productores, Harriague y Vidiella, compartieron en las dos últimas décadas del siglo xix premios y distinciones nacionales e internacionales, y son reconocidos como los principales responsables del inicio de la vitivinicultura con carácter de producción industrial en el país.

Santa Rosa Próximo a la ubicación del establecimiento de Vidiella, en las actuales avenida Eugenio Garzón y camino Colman, Juan Bautista Passadore y su esposa, Rosa Saettone, fundaron la Bodega Santa Rosa en 1898. Se trató de un emprendimiento familiar en el que participaron el matrimonio y sus hijos, quienes desde 1860 ya habían hecho los primeros intentos de plantación de


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Arquitecturas con aroma de vino

Interior de Bodegas Carrau, Montevideo.

vides en la zona. En 1924 se incorporó a la empresa en el área contable Ángel Mutio, quien un año más tarde se casó con una de las hijas de Juan Bautista Passadore y pasó a integrar plenamente la sociedad. La construcción de un sótano para guardar y añejar los vinos en un ambiente de temperatura controlada y al resguardo de la luz comenzó en 1928; dos años más tarde importaron de Francia cubas de roble para los vinos de gran reserva. En 1930 se sumó al emprendimiento Juan Carrau Sust, recién llegado de Cataluña, donde había realizado estudios de enología. El equipo de trabajo pasó a estar integrado por Passadore a cargo de la bodega, Mutio de la administración y Carrau como responsable de los viñedos. Uno de los principales logros de la producción de la bodega en esos años fue la primera partida de champagne elaborada por Albérico Passadore en 1936, denominada Fond de Cave. El crecimiento de la bodega alcanzó los 4000 metros cuadrados de cavas

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subterráneas para guarda y crianza del producto, e incluyó la instalación de nuevas barricas de roble traídas de Nancy. Destaca en los espacios de la cava subterránea la extensa bóveda continua de arco rebajado, con sus contrafuertes y pilastras de ladrillo. El aumento de la demanda obligó a una mayor producción a partir de 1940, razón por la cual se sumaron nuevos viñedos en el paraje Las Violetas, próximo a la ciudad de Canelones. Hacia finales de la década de 1970, Juan Carrau Sust y su hijo Juan Francisco Carrau Pujol se desvincularon de la sociedad para comenzar un nuevo emprendimiento independiente como Bodegas Carrau.

Camino a Las Piedras El camino a Las Piedras fue el resultado de una iniciativa y colecta popular realizada hacia 1898 para atender la

demanda de los vecinos de la zona, encabezada por el productor y bodeguero Pablo Varzi y respaldada por otros productores locales. Sobre este camino, continuación de la avenida Eugenio Garzón, hoy denominado avenida César Mayo Gutiérrez, se instalaron importantes bodegas que conformaron un centro de referencia en la producción vitivinícola del país. La conurbación de la ciudad de Montevideo hacia sus avenidas y caminos de afluencia provocó una importante modificación del paisaje, donde se mantienen varios cascos de granjas y bodegas actualmente rodeados de pequeñas parcelas productivas. Numerosas cuadras de viñedos y plantaciones frutícolas han sido fraccionadas para la construcción de viviendas sin la guía de una planificación urbana, lo que ha generado un tejido imbricado de parcelas de diferentes dimensiones que alternan vivienda individual con destinos productivos. Continuando al norte, el eje conurbano La Paz-Las Piedras-Progreso se unifica con el trazado de la ruta 5 hacia la ciudad de Cane-

lones. Aunque más distanciadas entre ellas, se continuaron instalando bodegas y viñedos a lo largo de toda esta vía. Uno de los principales establecimientos que aún quedan sobre este tramo de la actual avenida César Mayo Gutiérrez es la sociedad Vinos Finos Juan Carrau, conocida como Bodega Carrau,2 que fue instalada donde hacia finales del siglo xix funcionó la bodega perteneciente a Pablo Varzi —un pionero en la mejora de la producción vitivinícola junto con Harriague y Vidiella, entre otros—. A finales de la década de 1970 se comenzó la búsqueda de nuevos suelos en procura de mayores variedades de cepas requeridas para la producción. La elección fue 2 Juan Carrau Sust, con estudios de enología realizados en Cataluña, se radicó en Uruguay hacia 1930 junto con su esposa, Catalina Pujol, y sus cinco hijos. Desde su llegada, participó en el emprendimiento de Bodegas y Viñedos Santa Rosa, hasta instalar junto con su hijo Juan Francisco, en 1975, su propia bodega orientada a la producción de vinos finos.


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Arquitecturas con aroma de vino

Depósitos e instalaciones del Establecimiento Juanicó, Canelones.

Cerro Chapeu, al norte del país, sobre la línea fronteriza con Brasil, próximo a la ciudad de Rivera. Se inició la plantación de viñas y durante dos décadas la producción fue trasladada en camiones para ser procesada en Montevideo, en la bodega de la antigua granja Varzi. Para evitar esta situación y ampliar la capacidad operativa de la empresa, más tarde se construyó una moderna bodega excavada en el cerro, que comenzó a funcionar en 1998. De apariencia discreta, el pabellón centralizado de planta octogonal presenta una cubierta de tejas sobre estructura de madera sin muros de cierre, de un solo nivel al exterior y sin afectar el paisaje. Cerca de la bodega se encuentra la casa de invitados. Se trata de una construcción tradicional en U que delimita un patio interior con amplia galería, rodeado por las habitaciones de la familia, huéspedes, oficinas y un gran comedor y cocina. La vista al valle conjuga en sus ondulaciones las viñas con los bosques de abrigo de pinos y álamos.

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Arquitectura y patrimonio La relevancia patrimonial de las bodegas combina su arquitectura característica con los modos de producción que determinan una cultura propia del lugar. Suele suceder en aquellas bodegas y viñedos que están alejados de las capitales departamentales y se han convertido en punto de referencia de las poblaciones cercanas. La valoración de estos bienes patrimoniales trasciende la mera arquitectura de la bodega y las construcciones anexas para integrar en una lectura conjunta los valores históricos, sociales y culturales. La puesta en valor, recuperación y preservación parece imprescindible, pero se debe llevar adelante con el acompañamiento de la población local, con su compromiso casi natural por conservar y transmitir su experiencia. Dos casos emblemáticos de esta situación son el Establecimiento Juanicó y la Estancia y Bodega La Cruz, ambos sobre el eje de la ruta 5.

El primero se ubica junto al pueblo de Juanicó, en el departamento de Canelones, del cual toma su nombre. Administrado desde 1979 por la familia Deicas, su origen como ámbito productivo es muy anterior, dado que su primera etapa se remonta al siglo xviii, cuando los jesuitas iniciaron la plantación de vides. Ocupa parte de la antigua estancia Nuestra Señora de los Desamparados, luego más conocida como La Calera. Ya en 1740 era propiedad de la Compañía de Jesús y producía para satisfacer las necesidades de la comunidad religiosa, los indios catequizados y sus familias. Tras la expulsión de la orden jesuita de los territorios de la corona española, en 1767, sus propiedades pasaron a ser administradas por la Junta de Temporalidades. En 1830 el conjunto fue adquirido por Francisco Juanicó y André Cavaillon. Luego, ya en propiedad de la familia Juanicó, se registra la existencia de plantaciones de vid. La cava de la bodega se presenta soportada por arquería de mampostería

que deja expuesta la textura del ladrillo. Albergó durante largo tiempo diversos procesos de fermentación del vino y hasta hoy mantiene un lugar preferencial el edificio que se construyó sobre dicha cava. En la década de 1940 la empresa estatal Ancap plantó cepas obsequiadas por el gobierno francés para la producción de su línea Cognac Juanicó. El principal edificio siguió siendo la cava subterránea, con condiciones de humedad y temperatura adecuadas para la crianza de vinos. Años más tarde, ya bajo la administración de la familia Deicas, se procuró tender lazos con tradiciones pasadas. Por esta razón, el nombre de la línea de vinos Don Pascual cumple en reconocer la importancia que tuvo en nuestra producción vitivinícola Pascual Harriague. Los primeros viñedos fueron instalados en la región de Juanicó, sobre suelos con alto contenido arcilloso-calcáreo, terrenos ondulados con buen drenaje del agua, y estaciones marcadas por inviernos fríos, veranos cálidos con algo


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Arquitecturas con aroma de vino

" Establecimiento Juanicó, Canelones. " " Exposición homenaje al inmigrante en el establecimiento Juanicó, Canelones.

de vientos frescos y alta luminosidad. Estas características, que se mantienen con pequeñas variantes a lo largo de la costa sur del país, son propicias para la instalación de viñedos. El segundo de los establecimientos, la Estancia y Bodega La Cruz, se ubica al norte de la ciudad de Florida y es una de las bodegas más antiguas y tradicionales de Uruguay. Las características del enclave y la originalidad de sus construcciones llevaron a declararla monumento histórico nacional en 2010, poco después de que la familia Arocena, primero accionaria y luego propietaria de la totalidad de la bodega desde 1955, la vendiera.3 El establecimiento contaba con cerca de 500 hectáreas dedicadas a una explotación intensiva diversa, y de ellas casi 100 eran viñedos; el resto se destinaba principalmente a forestación y ganadería. La mitad de la plantación correspondía a viejas viñas de la primera mitad del siglo xx. 3 La bodega y los viñedos continuaron funcionando después de su venta, en propiedad de Fabio Balzarini hasta 2018.

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La historia del establecimiento acompañó el desarrollo de la producción rural del país. Hacia fines del siglo xix comenzó en el paraje de La Cruz una particular simbiosis entre el pueblo La Cruz, el ferrocarril y la unidad productiva agroindustrial. El poblado se desarrollaba en torno a la estación del ferrocarril y el emprendimiento productivo. Esta relación armónica inicial se consolidó y continuó a lo largo del siglo xx. El ferrocarril, además de permitir la comunicación y el transporte de personas y mercadería, favoreció la localización de asentamientos en torno a sus estaciones y ordenó las poblaciones a lo largo del trazado de sus vías. El paraje La Cruz se fundó en mayo de 1887 por iniciativa de Luis de la Torre. Allí comenzó a funcionar la Sociedad Vitícola Uruguaya, con la creación de su bodega. El emprendimiento, dedicado a la producción industrial de vino nacional, tuvo sus impulsores en productores uruguayos pioneros vinculados a la inmigración italiana, conocedores de la producción vitícola.

En momentos en que el alambrado y demás transformaciones en el campo desplazaban a una mano de obra campesina dedicada principalmente a la producción ganadera, el nuevo establecimiento brindó la posibilidad de trabajo, formación agraria y permanencia en el medio rural para trabajadores desplazados. Al valor patrimonial específico del lugar y sus construcciones debe sumarse, en este caso, la importancia de la unidad productiva en relación con su entorno, que pone en valor, junto con la bodega y los viñedos, su interrelación con el pueblo, la estación y el entorno rural inmediato. Las edificaciones principales del conjunto son la administración, la residencia, la bodega y los depósitos. La residencia o casa patronal, de dos niveles, fue construida bajo la influencia de líneas francesas a finales del siglo xix. De los dos niveles del edificio de la bodega, el inferior, correspondiente a la cava, se encuentra semienterrado y es allí donde se localizan las piletas y toneles. La planta alta se destina a la


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Arquitecturas con aroma de vino

Hotel en el pueblo Los Cerros de San Juan, Colonia.

elaboración. El entrepiso es de bovedilla con perfilería metálica, y la cubierta superior, de chapa galvanizada sobre cerchas de madera. El edificio se desarrolla sobre un basamento de piedra, material que se eleva en las esquinas y en el arco del acceso. La fachada presenta cuatro pilastras de mampostería y es rematada por un frontón recto. El desnivel de la rampa pavimentada en piedra que conduce al acceso se salva con una balaustrada que lo acompaña. Los edificios de administración y depósito complementan el conjunto. La administración es un pequeño chalé de teja plana, con aleros sobre el acceso. Finalmente, el depósito, de cubierta metálica, si bien pequeño, presenta decoraciones en sus fachadas. La escala de cada una de estas piezas y su proximidad refuerzan el valor del conjunto y dan carácter de unidad a construcciones de diferentes épocas, modalidades y destinos. Este núcleo se levanta junto al trazado de las vías del ferrocarril, que permitía la salida de los productos al mercado, y a poca

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distancia de allí se encuentra el camino que comunica con la localidad de La Cruz y la ruta 5.

Los Cerros de San Juan Además de la concentración sobre el eje de la ruta 5 entre Montevideo y Florida, sobre el litoral sur se agrupa la mayor cantidad de establecimientos vitivinícolas del país, en su mayoría en los departamentos de Montevideo y Canelones. Otros ejemplos igualmente destacados, tanto por la calidad de sus productos como por las cualidades paisajísticas de sus enclaves geográficos, se encuentran principalmente en la zona de Carmelo, en Colonia, y más recientemente en el departamento de Maldonado, en la región costera al pie de las sierras entre Pan de Azúcar y José Ignacio. Destaca en la zona próxima a Carmelo el establecimiento Los Cerros de

San Juan, que es la bodega en funcionamiento más antigua del país. Formó parte del emprendimiento que Gustavo Lahusen inició en 1854 bajo el nombre de Compañía Rural Los Cerros de San Juan y Cochicó. El complejo se ubica a mitad de camino entre Colonia del Sacramento y Carmelo, en el kilómetro 213 de la ruta 21. Desde su origen el establecimiento se desarrolló en paralelo al afincamiento de población asociada a la producción, algo que promovió la creación del pueblo, que tomó el mismo nombre. Actualmente son más de 200 hectáreas a orillas del río San Juan y del arroyo Miguelete, de las cuales cerca de 40 son viñedos. La producción vitivinícola era una parte de las actividades desarrolladas en el establecimiento. Se trataba de una estancia que a su producción ganadera de costumbre sumó una dimensión agrícola importante, en la que destacaba la vitivinicultura. El antecedente más lejano de emprendimiento productivo en la zona

es la instalación de la Compañía de Jesús, hacia 1740, para el desarrollo de diversas actividades fabriles y agrícolas. Los jesuitas contaron allí con talleres de carpintería y herrería, además de iniciales intentos de producción de quesos y vinos de elaboración artesanal. En tiempos de Lahusen, en 1872, se construyó una nueva bodega de piedra en la que se instalaron toneles de roble traídos directamente de Alemania y Francia para la crianza de los vinos. Construida en dos niveles y semienterrada, con muros de piedra de más de 60 centímetros de espesor, es una de las piezas más destacadas del conjunto. Originalmente contó con un singular sistema de enfriamiento consistente en una piscina de agua con un serpentín por donde circulaba el vino. Además de la bodega, el complejo comprendía un almacén y panadería, casa para huéspedes, casas para personal jerárquico, galpones y talleres varios, oficinas y otras casas, más de veinte, varias de ellas agrupadas en tiras. Todas estas construcciones presentaban sus


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Arquitecturas con aroma de vino

Vista aérea de la Bodega Oceánica José Ignacio, Maldonado.

muros encalados, y la superficie edificada era cercana a los 10.000 metros cuadrados. El almacén y panadería cambió su destino a restaurante, y en el edificio que originalmente funcionó como hotel para los visitantes del establecimiento se instaló una escuela. En los bordes de las cuadras de viñas se encuentran calles de olivos y rosales que distinguen sectores. Además, los rosales cumplen la función de evidenciar la presencia de plagas o insectos antes de su aparición masiva en las vides. Casco, bodega y viñedos del establecimiento, junto con las construcciones del pueblo, fueron declarados monumento histórico nacional en diciembre de 2004, cuando el proyecto cumplía 150 años. Al igual que la Bodega de La Cruz, a principios de 2009 este establecimiento fue rematado. El nuevo inversor lo adquirió con la idea de llevar adelante un desarrollo inmobiliario para la zona ligado al acceso directo por el río San Salvador, cuyo proyecto de fraccionamiento no ha sido aprobado aún. La declaratoria de monumento histórico

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nacional ayuda a la interrelación con otros sitios patrimoniales locales con los cuales puede actuar en red, como son la Calera de las Huérfanas, la Capilla Narbona y el Parque Anchorena, sumados a Colonia del Sacramento, declarada por la unesco patrimonio cultural de la humanidad.

La región de Maldonado En la última década se han localizado en esta parte del país importantes emprendimientos vitivinícolas que conjugan lo productivo con el turismo. Aprovechando el marco paisajístico que ofrece la falda de las sierras, los establecimientos que se han instalado allí suman ofertas complementarias, que van desde el servicio gastronómico asociado a la degustación de productos de la bodega hasta propuestas de alojamiento y salones para eventos, entre otros servicios, que sacan partido

a la proximidad con los principales balnearios de la costa este. Bodega Oceánica José Ignacio es un emprendimiento de capitales nacionales perteneciente a la familia Conserva Welker. En la finca de José Ignacio se combinan los olivos con las vides en un emprendimiento que contempla el foco turístico desde sus orígenes a partir de un muy cuidado maridaje entre arte, arquitectura y paisajismo. Apenas ingresar al predio sobre la ruta 9 nos recibe una imponente escultura del artista Octavio Podestá, alternando luego con los mojones esculpidos por Giorgio Carlevaro con los nombres de las variedades viníferas. Mas adelante siguen surgiendo, entre vides y olivos, obras de Enrique Broglia, Ricardo Pascale y Pablo Atchugarry, hasta que llegamos a los edificios principales —almazara y bodega— diseñados por el arquitecto Marcelo Daglio. El diseño del paisaje productivo estuvo a cargo del argentino Roberto Mulieri. La Bodega Garzón abrió al público en 2012, con una apuesta turística que


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Arquitecturas con aroma de vino

" Refugio en la viña en Sacromonte, sierra de Carapé, Maldonado. " " Capilla de la Virgen de la Carrodilla en viña Sacromonte, sierra de Carapé, Maldonado.

incluye la oferta gastronómica y un recorrido por la bodega y su entorno, un sector social con bar, sala de usos múltiples, lounge y un club con membresía exclusivo. En este caso se ha diseñado también un campo de golf y la posibilidad de acceso a través de su helipuerto. Este emprendimiento, ubicado sobre la ruta 9 a la altura del kilómetro 175, cerca de Pueblo Garzón, es llevado adelante por el inversor argentino Alejandro Bulgheroni, que ya en 2000 había comenzado a considerar la posibilidad de invertir en un centro productivo de estas características. El complejo, de más de 15.000 metros cuadrados, se impone en el paisaje, a media altura en la falda de la sierra, y se articula conjugando las necesidades funcionales de la planta de producción

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con las perspectivas del valle y los viñedos. El proyecto fue ideado por el estudio argentino Bórmida & Yanzón, radicado en Mendoza y especializado en el diseño de bodegas. Los edificios del complejo se alinean en dirección este-oeste, con la contrafachada recostada hacia la ladera de la sierra, donde se ubican los cuerpos destinados a los tres sectores de fermentación y el de crianza, con recipientes de acero inoxidable, piletas de hormigón y cubas troncocónicas de roble. La con-

tundencia de estos espacios interiores se aprecia en el uso expresivo del hormigón armado y la puesta en valor de la roca firme. Algunas de las opciones de proyecto se terminaron de definir en sitio, a partir de la presencia rocosa del lugar liberada en los trabajos. La localidad cercana de Pueblo Garzón ha entrado en estrecha relación con el emprendimiento, y es un sitio preferencial de residencia en el que se han instalado otros servicios complementarios al turismo, junto con un

incipiente desarrollo gastronómico. Su población, cercana a los 250 habitantes, encontró en la actividad asociada a la producción vitivinícola y al turismo una nueva oportunidad laboral que ha permitido mantener activa económicamente a la zona, situación impensable tiempo atrás. Su desafío es conservar la relación de escala y la densidad local, para no perder cualidades originales. A menor escala, el establecimiento Viña Edén repite la misma relación con la población próxima de El Edén. Se


ubica en la falda del cerro Negro del departamento de Maldonado, próximo a la ruta 12, que conecta las ciudades de Punta del Este y Minas. El emprendimiento es de Juan Pablo Fitipaldo y Verónica Lychenheim, de origen brasilero, quienes decidieron instalarse en estas sierras y fundar la bodega, que cuenta con 300 hectáreas de viñedos. Las características de buen drenaje, amplitud térmica y asoleamiento combinado con la brisa costera son condiciones comunes para los múltiples emprendimientos que se han instalado en esta zona de sierras. El proyecto del establecimiento fue realizado por el estudio de arquitectura uruguayo Fábrica de Paisaje. El edificio principal consiste en una pieza compacta que abre una amplia fachada vidriada al valle y recubre todo el volumen con una envolvente de acero corten que dialoga con el entorno natural. La bodega propiamente dicha se organiza en tres niveles, aprovechando las diferencias de nivel para los vertidos de las distintas etapas del proceso. Se recibe la cosecha en el nivel superior, se madura

en el siguiente, y en el último se llega a la cava, excavada parcialmente en la roca del cerro para conseguir condiciones de temperatura, luz y humedad óptimas. Desde el sector del restaurante se proyectan las visuales hacia los viñedos. La consigna en la producción de la bodega es la del máximo respeto por la naturaleza y la búsqueda de una producción amigable que incorpore los procesos tecnológicos necesarios para asegurar la excelencia en los resultados. Dentro del mismo ámbito geográfico de las sierras de Maldonado, pero con instalaciones de muy bajo impacto como antítesis de la infraestructura de Bodega Garzón, se presenta Sacromonte, bajo la modalidad de bodega boutique. En este establecimiento enclavado en la sierra de Carapé, al norte de El Edén, la producción vitivinícola no parece ser el objetivo único; también se procura la creación de un lugar de contemplación y descanso al pie de las sierras. Sacromonte fue fundada en 2014 por Edmond Borit, peruano descendiente

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Arquitecturas con aroma de vino

" Vista desde la sala de cata en Viña Edén, Maldonado.

" " Cerro Negro y bodega Viña Edén, Pueblo Edén, Maldonado.

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de franceses que se radicó en Maldonado con la aspiración de concretar su proyecto de producción de vino. Poco después se sumaron a la empresa su hermano François y dos socios más, Manuel y Mario Villavisencio. Allí el paisaje suscita la máxima atención y la arquitectura que lo modela se sitúa en él con delicadeza, a través de pequeñas intervenciones que instalan, además de los edificios de producción, cuatro pabellones de hospedaje dispersos entre las viñas. La acción tiene un claro carácter de actuación paisajística con una propuesta de diseño extremadamente cuidada. Al igual que Bodegas Garzón y Viña Edén, se ubica cerca de la zona costera de Maldonado, que acoge un turismo masivo. En clara oposición a esa realidad, la propuesta de Sacromonte es la reducción del impacto y la exclusividad. La denominación de refugios utilizada para los pabellones de alojamiento es claro ejemplo de esta intención. El proyecto de estas delicadas piezas arquitectónicas, definido por el estudio


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Arquitecturas con aroma de vino

Paisaje productivo en la zona de Pueblo Edén, Maldonado.

uruguayo-brasilero mapa, consiste en sintetizar las necesidades del visitante en una pieza de diseño muy elaborada, hasta el grado de presentarse con una simpleza estética que logra posarse en el paisaje como un artefacto ajeno pero armónico a la vez. La construcción de estos pabellones fue realizada en un taller para después, ya finalizados, trasladados al sitio. En el territorio, una vez instalados, se realizaron los trabajos de las terrazas, con sus pequeñas piscinas circulares, y el acondicionamiento de espacios exteriores. La distribución interior de cada módulo separa una faja angosta de servicios, donde se ubican baño y cocina, de otra más ancha donde se localizan las áreas de estar y dormir. Mientras la fachada principal se abre a pleno a través de un plano de vidrio espejado, la posterior se cierra con una barrera de rolos de madera. Las actividades se desarrollan bajo una premisa de sostenibilidad y diálogo con la naturaleza. Se propone un

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uso respetuoso de los recursos, apostando al uso de energías renovables y el cuidado medioambiental.

Hoy El desarrollo de los vinos nacionales en los últimos años permitió alcanzar nuevos mercados y, además, marcó un piso de calidad mayor que en décadas

anteriores, lo que implicó un necesario mejoramiento general de la producción. Pese a todos estos cambios, las bodegas históricas y tradicionales han sabido mantener y valorar sus características originales. Por otra parte, la irrupción de bodegas marítimas, cuyos nombres no se asocian con la larga tradición de las bodegas nacionales, presenta nuevas lógicas de mercado y apunta a la elaboración de vinos calidad, con un fuerte componente turístico y servicios

complementarios como los gastronómicos y de hospedaje. El desafío en los dos casos es alcanzar un balance que permita articular ambas posiciones o, al menos, tomar verdadera conciencia de los puntos fuertes de cada propuesta. Para el consumidor, tanto de vinos como de ocio, las diversas opciones que se presentan abren una variedad de propuestas alternativas al turismo de sol y playa, donde también la población del país descubre un espacio no demasiado explorado.


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1995-2020


25 aĂąos de Expoactiva



El valor de la continuidad

A

l cumplirse el primer centenario de la Asociación Rural de Soriano, esta histórica entidad resolvió abrir un nuevo canal de expresión para la pujanza agrícola del país. Fue allá por 1992 y lo hizo realizando la primera Expoactiva, con la idea de ofrecer un espacio que reuniera el parque tecnológico del país, el humano y el de sus máquinas y conocimientos, al tiempo que permitiera el contacto personal de todos quienes estaban dedicados a esa actividad. El tiempo ha corrido y para bien. Año a año, la Expoactiva se consolidó como una formidable muestra del agronegocio. Participan productores, expositores de equipos, divulgadores de nuevas tecnologías y se ofrece un lugar invalorable de intercambio personal y comercial. Inicialmente estaba referida a la actividad agrícola específicamente, incluso con demostraciones en campo que le marcaron, hasta hoy, ese sello de activa. Luego se fueron añadiendo temas vinculados a la ganadería, especialmente en lo referido a la producción de forraje, pero también —mucho más allá— todo lo nuevo que se da en la producción y el comercio. En ese ya largo lapso se vivió la primavera de la soja y en general la incorporación de variedades genéticamente modificadas, que abrieron también los debates —no siempre racionales a nuestro juicio— con los adversarios de los avances de la biotecnología.

Se han vivido buenos y malos momentos en todo el sector agropecuario, pero, más allá de coyunturas, es notoria la evolución en todas sus dimensiones. No solo la tecnología sino la capacidad de organización empresarial muestran hoy un mundo diferente, tanto en lo agrícola como en lo ganadero. Las empresas de servicios se han multiplicado, el conocimiento se ha especializado y, si bien se padece la caída de muchos productores pequeños, estos difíciles procesos de transformación han mejorado de modo sustantivo la eficiencia de la cadena productiva. En nuestra segunda presidencia, en 1998, tuvimos la alegría de ser anfitriones de la 7.a Expoactiva, en el Establecimiento Anchorena, la emblemática estancia que la generosidad de un productor argentino legó para residencia oficial, con su magnífica casa y su maravilloso parque. Aquella muestra fue un gran episodio, nacional e internacional. Con ese vívido recuerdo, vemos en esta 25.a edición la expresión feliz de una continuidad afianzada. Aquella aventura inicial hoy es la mayor expresión de la agroindustria del país, fuente invalorable de contactos de negocios y relumbrante vidriera de toda la capacidad innovadora. Felicitaciones a la Asociación Rural de Soriano. Julio María Sanguinetti Expresidente de la República

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Expoactiva: 25 ediciones potenciando el latido del corazĂłn del campo uruguayo PĂ­a Supervielle

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Primera edición de Expoactiva, abril de 1992.

Primera etapa: revolucionar para innovar

1 N. de R.: En aquel entonces algunos la llamaban Expo Dinámica.

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En la Casa de los Rurales, en el centro de la ciudad de Mercedes, un folleto —pequeño, sin demasiadas pretensiones, escrito en austeras letras de molde negras— funciona como ayudamemoria sobre los inicios de uno de los grandes acontecimientos del sector agropecuario de Uruguay. El papel, que hace rato dejó de ser de blanco inmaculado para pasar a una paleta amarillenta, recuerda, entonces, el momento preciso: 24 y 25 de abril de 1992. También revive que por esas fechas se celebraron dos grandes acontecimientos —los 100 años de la Asociación Rural de Soriano y la primera Expoactiva Nacional—, y que durante esas dos jornadas algo realmente novedoso sucedió a pocos kilómetros de la capital de Soriano, en un predio gigantesco de 600 hectáreas: 80 tractores y sus máquinas trabajaron la tierra. En la otra cara del folleto se puede

ver un plano. A la derecha de la vía de acceso, la labranza cero; a la izquierda, las pulverizadoras; un poco más adelante, las sembradoras de grano grueso, los cinceles y las abonadoras; hacia Mercedes, las excéntricas pesadas, los arados, las enfardadoras, las pasteras y los rastrillos; alrededor del tajamar, todo el sistema de riego; y al final, los silos. La Expoactiva Nacional fue, cuentan, una verdadera revolución. Mauricio Touron, uno de sus actuales directivos, dice sin vueltas y con contundencia lo siguiente: «Era una locura; nunca se había visto una exposición tan grande». La crónica del primer día de la Expoactiva, firmada por Humberto Ramírez, de El País Agropecuario, empezaba así: Como «impresionante» y «espectacular» puede catalogarse lo vivido en el primer día de la 1.a Expo Dinámica1 que se está desarrollando en el Establecimiento Santa Amelia del

Dr. Gonzalo Chiarino Milans […]. Ayer concurrieron más de 6.000 personas, las que pudieron apreciar algo difícil de repetir, con más de 80 tractores con sus respectivas maquinarias, realizando distintas demostraciones […] así como el trabajo de unos 3 o 4 equipos de riego en pleno funcionamiento. Consultados por El País productores concurrentes al evento, manifestaron su satisfacción por lo apreciado y que «esto realmente vale la pena. Aquí vemos cómo trabajan las maquinarias que no es lo que estamos acostumbrados a ver en las exposiciones, que son muestras estáticas». Luis Aberastegui, propietario de la empresa Mary, que funciona en la localidad de Santa Catalina y se dedica a fabricar maquinaria agrícola, participó en todas las ediciones de Expoactiva y, aunque los recuerdos se le mezclan, hay algo en lo que no duda: «Hubo un antes y un después para el agro», dice con contundencia.


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" La primera edición de la muestra se realizó en el Establecimiento Santa Amelia, a unos pocos kilómetros de Mercedes. " " La edición número 20 de Expoactiva.

El día después del cierre de la exposición, el diario El País —que acompañó el acontecimiento con una extensa cobertura— publicó un elogioso texto con el título «Expo Dinámica perdurará en retina de visitantes». En el artículo, Jorge Batlle, que visitó la exposición, la calificó como «un hecho excepcional». Alejandro González Bellini, vicepresidente de la Asociación Rural de Soriano, retoma ahora, 25 años después, algunos de los principales objetivos de la Expoactiva. «Lo que se quería era

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validar algunas tecnologías que había y mostrarlas en movimiento. Se quería mostrar que había una manera de trabajar distinta y que la gente lo pudiera ver y así comparar», cuenta. Hasta ese entonces los productores compraban sus maquinarias sin verlas en funcionamiento, «como si fuera un museo. Ahora lo iban a ver en funcionamiento, con las herramientas que precisaban para la empresa», dice González. A partir de 1992 el sistema cambió y la dinámica pasó a ser mucho más práctica.

Productores y empresarios se encontraban todos en un mismo espacio, durante varios días, para observar, dialogar, intercambiar conocimiento, despejar dudas, transmitir necesidades, escuchar opiniones sobre posibles inversiones y, sobre todo, ver con sus propios ojos las nuevas tecnologías y todo lo que se podía adoptar para innovar en el campo. Pero antes de que el establecimiento Santa Amelia —ubicado en el kilómetro 263 de la ruta 2— se transformara en el primer predio que albergó la Expoac-

tiva, hubo una serie de hechos que precipitaron y gestaron este mojón para la industria agropecuaria nacional. Todo empezó en 1990, cuando la Asociación Rural de Soriano estaba por cumplir 100 años. El campo, productores y trabajadores venían de dar batalla a una crisis muy complicada. A fines de la década de los ochenta habían quebrado dos o tres empresas de trigo y de girasol, y a eso se le sumó una enorme sequía en 1989. La monotonía y la sensación de desesperanza, dicen los que


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El presidente Julio María Sanguinetti recorrió la Expoactiva que se realizó en la Estancia Anchorena en 1998; lo acompañaron el ministro de Vivienda, Juan Chiruchi; el presidente del Banco República, César Rodríguez Batlle; el intendente de Soriano, Gustavo Lapaz Correa; el directivo de la Asociación Rural de Soriano Luis Manuel Irastorza, y el presidente de la Asociación Rural de Soriano, Mauricio Touron.

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vivieron esos años, era muy profunda. «La Asociación de Soriano hacía en aquella época unos remates grandes e interesantes en el local Bequeló, pero no alcanzaba. Sentimos que teníamos que hacer algo», recuerda Touron. Lo que disparó finalmente la idea de hacer una exposición donde las maquinarias estuvieran en movimiento fue un viaje que hicieron en 1990 Julio Touron y Hugo Lauber, directivos de la Rural, a la muestra Farm Progress Show en Iowa, Estados Unidos. Touron y Lauber vinieron con mucho entusiasmo y el reglamento norteamericano debajo del brazo. En Uruguay se lo estudió para adaptarlo a las posibilidades locales. En agosto de 1991 toda la Asociación Rural estaba trabajando con intensidad y convicción para presentar un acontecimiento muy fuera de lo común. No eran los únicos en la región. En 1992 en Argentina también se inauguró ExpoChacra. Expoactiva y ExpoChacra fueron así los dos primeros acontecimientos de ese tipo que se hicieron en América Latina. La dife-

rencia es que la versión argentina la organizó el Grupo Clarín y la uruguaya, hasta el día de hoy, la llevan adelante los productores. Touron recuerda el esfuerzo que implicó la primera edición. «Fue muy difícil de armar. Las empresas —la mayoría instaladas en Montevideo— se negaban a venir, pero gracias a los representantes de esas empresas de Soriano se pudo hacer. Fue muy importante el apoyo de ellos. En la primera participaron 19 firmas. La primera empresa que vino de Montevideo fue Case. Después, con el paso de los años, la Expoactiva empezó a crecer», dice. Alcanza con poner una al lado de otra las imágenes de la primera muestra y la de la número 24. El crecimiento rompe los ojos. Las empresas, que durante los primeros años presentaban unos stands pequeños y muy sobrios, ahora compiten por ver quién se luce más. Aberastegui recuerda que en la primera edición el equipo de Mary llevo solo una carpa chica. Ahora el montaje es mucho más importante: un

contenedor en el que hay una oficina y, en el piso de arriba, una terraza con un par de livings para los clientes. El ejemplo se repite una y otra vez en todas las empresas que saben que allí es el lugar en el que hay que estar. «Yo creo que ni el más optimista de los directivos de la Asociación Rural de Soriano se debe haber imaginado nunca el crecimiento exponencial que tuvo la muestra», dice. Jorge Rodríguez, presidente de la Asociación Rural de Soriano, recuerda la etapa inicial de la siguiente manera: Todos los que formábamos parte de la Rural poníamos las máquinas. Al principio era todo muy casero y así fue durante las primeras cinco o seis ediciones. Para que los productores pudieran ver cómo funcionaban las máquinas y las nuevas tecnologías, había que preparar el terreno. Eso, en resumidas cuentas, quiere decir que había que trabajar la tierra de verdad; no podía ser un montaje solo para el evento. Era una


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Autoridades de la Asociación Rural de Soriano en 1992, el año de su centenario. De izquierda a derecha y de arriba abajo: Julián Bonino, Mario Mussio, Luis Manuel Irastorza, Hugo Lauber, Francisco Buffa, Roberto Sáez, Jhony Lizarralde, Mario Viotti, Carlos Rosas, Juan Masoller, Alejandro González, Daniel Doubourdieu, Alberto Perera, Leopoldo García, Mauricio Touron y Fernando Lavista.

ingeniería muy compleja, realizada por un puñado de personas para mostrar en todo el predio los distintos laboreos. La industria agropecuaria cambió muchísimo en las últimas décadas, pero en 1992 la Expoactiva se organizaba así: se empezaba con un arado, después se seguía con la rastra niveladora. Mucho tiempo antes también se plantaban las variedades de maíz, sorgo y girasol que se quería mostrar. Por otro lado, se exhibían las cosechadoras, las cortadoras de pasto, las enfardadoras, los silos,

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la micropicadora, la abonadora. Todo tenía que estar listo y probado para que la gente viera cómo trabajaban todas esas máquinas. Exhibir las alternativas de funcionamiento de las distintas herramientas de trabajo no era lo único para los organizadores. Rodríguez lo explica así: Desde la primera Expo, nuestra gran preocupación es mostrarle al productor los números para que pueda evaluar los costos. Siempre

exhortamos a que los expositores, cuando traen maquinarias novedosas en admisión temporaria, tengan algún dato económico en cuanto a resultados. No es obligatorio y no se hace una valoración de si es caro o barato, pero es para que el productor tenga la información y así evalúe. Con el paso de los años el funcionamiento se fue profesionalizando, la exposición empezó a durar más días, se incorporan los animales, los predios

se fueron modificando, y se dieron a conocer grandes novedades para el campo. Entre las innovaciones más destacadas que se presentaron en la primera etapa de la Expoactiva están la labranza cero, el silo en bolsa —al principio muy resistido por algunos productores más conservadores— y el destete precoz. El gran salto de calidad y de visibilidad fue cuando en la edición número 7 el presidente de la época, Julio María Sanguinetti, permitió que la Expoactiva


Nacional se trasladara al Parque Anchorena. Fue la primera y única vez que la exposición salió de Soriano y pasó a ser internacional. Dice Touron: La Asociación Rural de Soriano precisaba un golpe de calidad y en 1998 se consigue que la Expoactiva se convierta en Zona Franca temporariamente. Eso fue muy importante porque ahí muchos uruguayos consiguen la representación de maquinaria de Argentina. La década de los noventa terminó con su correspondiente Expoactiva, que después de una muy exitosa edición en Colonia volvió a las afueras de Mercedes. Pero el siglo xxi no empezó de la mejor manera. Entre fines de 1999 y principios de 2000 Uruguay sufrió el vendaval que llegó desde Brasil por la devaluación; unos meses más tarde, en octubre, apareció un caso de fiebre aftosa en Artigas; en abril de 2001, los focos de aftosa se expandieron por el

Primer grupo organizador de Expoactiva: Julio Touron, Reinaldo Mazzilli, Juan Masoller, Mauricio Touron, Gonzalo Chiarino, Alejandro González, Alberto Perera, Leopoldo García Noutary, Francisco Buffa y Luis Manuel Irastorza.

territorio nacional; entre 2000 y 2001 se sacrificaron casi 28.000 animales y Uruguay perdió su estatus de libre de fiebre aftosa sin vacunación; en 2002 el país fue azotado por una profunda y paralizante crisis económica. Los primeros años del nuevo siglo no fueron felices y los organizadores de la Expoactiva decidieron hacer un paréntesis. No había otra salida. Touron recuerda aquellos años: En 2001 no se vendió un solo tractor en todo el país. Sobre fines de 2002 la cosa empezó lentamente a cambiar, pero los empresarios venían de un proceso muy duro. Era una situación muy complicada, los productores estaban en un momento muy complejo y nadie tenía ánimo. El único objetivo era salvar la empresa da cada uno. Cuando en 2003 se ve que la situación se empieza a restablecer, la Rural comienza a pensar en cómo volver a hacer la Expo.

Los números de la Expo En la organización de Expoactiva trabajan 180 personas. Durante los cuatro días en que se lleva a cabo hay un movimiento de 30.000 personas entre las que trabajan, las que exponen y las que van a visitar. También se acreditan 150 periodistas por edición y se fomenta que niños y jóvenes la visten; en 2019 recorrieron el predio de la muestra más de 700 escolares. En 2014 Expoactiva alcanzó el récord de expositores: fueron 300.

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Desde su nacimiento en 1992 hasta hoy, la muestra se ha caracterizado por mostrarles a los productores nuevas tecnologías para mejorar el trabajo del campo.

Segunda etapa: la luz después de la oscuridad El 19 de abril de 2004 Emiliano Cotelo dedicó la entrevista central de En perspectiva a la edición número 9 de Expoactiva, y antes de dialogar con Walter Frisch, director en aquel entonces de la exhibición, dijo lo siguiente: Faltó durante cuatro años, pero esta semana vuelve: como una señal

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más de la recuperación del agro, el próximo jueves reabre sus puertas la Expoactiva, una exposición muy particular, con stands, conferencias y remates, pero sobre todo con la posibilidad de apreciar distintas maquinarias en actividad, trabajando en un espacio especialmente acondicionado. Retomando la tradición, el escenario será el departamento de Soriano, en un predio de 30 hectáreas ubicado en el kilómetro 255 de la ruta 2.

El 22 de abril, después de varias semanas de trabajo en las que se cultivó la tierra, se montaron los stands y se prepararon los espacios para recibir a los miles de asistentes, la Expoactiva volvió a abrir sus puertas. Esa vez el predio fue el establecimiento El Túnel. Desde 2004 hasta la fecha, la Expoactiva nunca más se volvió a interrumpir. El crecimiento que vivió el campo uruguayo durante la década siguiente fue exhibido año tras año en las tierras de Soriano. Es cierto que se atravesaron

momentos críticos —tal vez el más relevante estuvo marcado por los cortes del puente Fray Bentos-Gualeguaychú— que complejizaron el desarrollo de la muestra, pero su realización es, desde hace 25 ediciones, parte esencial del calendario del sector. Cada marzo o abril miles y miles de productores se encuentran en Soriano para conocer cuáles son los pasos a seguir en sus emprendimientos. Son una serie de jornadas en que se ve un pantallazo de cómo luce el futuro. Lo que hoy forma


Una de las particularidades que tuvo la Expoactiva fue que se convirtió en la primera muestra en la que la maquinaría se exhibía en funcionamiento; aquí los visitantes de la edición de 2017 ven cómo trabaja la cosechadora de maíz.

parte de la cotidianidad del trabajo agropecuario se exhibió años atrás en la Expoactiva Nacional. Sus organizadores suelen decir que fueron punta de lanza. Rodríguez lo explica de esta manera: Lo que ha corrido a favor de la organización de la Expo es que el avance y la complejidad tecnológica que tiene el sector son impresionantes. A la gente que está afuera le parece muy sencillo, pero no es sim-

plemente tirar una semilla y que salga una planta; el valor agregado que tiene un grano o la carne que exporta Uruguay es muy alto. Hay trabajos e investigaciones que muestran que alrededor del 70 % de los granos que exporta Uruguay tiene valor agregado nacional. Ahí hay un trabajo de la tecnología, del conocimiento. La complejidad que ha ido adquiriendo el proceso productivo en estos 25 años logra que la muestra crezca. Ya no es solo la tecnología de un tractor

u otro. La tecnología tiene que ver con el conocimiento. Son tecnologías blandas, no se pueden tocar. Hay, por ejemplo, una tecnología que está a nivel de plantas: hay más variedades, hay híbridos, hay cultivos que se modifican genéticamente. También, por otra parte, hay un nivel de capacitación mayor en los productores y los operarios. Un operario en la primera Expo era un artesano; hoy las máquinas tienen piloto automático.

En esta segunda etapa, la Expo volvió a marcarle el paso al sector e impuso una serie de tecnologías que cambiaron la manera de trabajar. Entre ellas están el micropicado, el control de precisión y el georreferenciamiento. González recuerda que la primera vez que se mostró un ejemplo de georreferenciamiento lo hizo John Deere. La imagen, muy moderna para la época, era la siguiente: un hombre caminaba por el campo cebándose mate y al lado el tractor funcionaba solo.

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La edición internacional

" La cuarta Expoactiva, en 1995.

La historia de la Expoactiva está marcada por la lucha contra las fuerzas de la naturaleza, y la muestra que se realizó en Anchorena será recordada, principalmente, por el tornado que se llevó puesto todo. El 6 de marzo de 1998 la portada del diario El País mostraba una foto que exhibía el desastre y arriba titulaba: «Tornado causó graves daños en Expoactiva obligando a postergar inauguración para hoy». Era la primera Expoactiva que llevaba la palabra internacional detrás, y también era la primera vez que todo el acontecimiento se trasladaba a otro departamento. La expectativa era muy alta. Pero hubo que manejar la ansiedad durante 48 horas. La crónica de El País recuerda el episodio así: Cuando apenas pasaban 90 minutos del día inaugural, vientos que alcanzaron hasta 125 kilómetros por hora soplando del sureste, acompañados de fuertes lluvias —un verdadero tornado—, crearon grandes perjuicios en parte de la infraestructura armada en los 120.000 metros cuadrados del predio de Parque Anchorena. Carpas, sillas, cajones, carteles, torres de iluminación, techos, casilleros, mesas, parlantes, gigantografías y banderas, todo lo que pueda imaginarse estuvo a merced del viento que produjo deterioros severos en todos los stands. Al día siguiente, el diario uruguayo volvió a dedicarle su portada. «Aún con mal tiempo abre

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Expoactiva». Debajo, la foto de Juan José Gotta mostraba el barrial y el cielo encapotado. «Más de 250 empresas de Argentina, Brasil y de nuestro país participan de esta exposición de tecnología y servicios agropecuarios […] que mañana será visitada por el Dr. Julio María Sanguientti, quien impulsó su realización en la estancia presidencial», decía el artículo de El País. En su edición de Colonia no pudo haber demostraciones de maquinaria ni venta de ganado, pero sí hubo más de 60.000 visitantes y un discurso presidencial muy potente. El domingo 8 de marzo de 1998, Sanguinetti se paró frente a miles de personas y eligió las siguientes palabras para comenzar: Los momentos de prueba son aquellos que acreditan la calidad, la jerarquía y la entereza de los hombres y las instituciones. La adversidad que estos días se desató sobre esta muestra ha puesto en evidencia ante el país entero la capacidad de realización de esta Asociación Rural de Soriano, al haberse propuesto esta ambiciosa meta de organizar una Expoactiva, no solo nacional, como ha sido su tradición, sino también internacional. Basta ver lo que ha venido ocurriendo aquí ayer y hoy apenas salió un poco de sol, para darse cuenta lo que esto pudo haber llegado a ser. Los miles y miles de personas que llegaron ayer y hoy, sin ninguna duda, ya testimonian el éxito alcanzado a pesar de las adversidades.


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" La edición 24 de Expoactiva se realizó en 2019, " " El sector ganadero en 2017,

Para destacar el nivel de todas las innovaciones que se presentan en la exhibición, desde 2010 la Expoactiva premia a la mejor tecnología. La ganadora de 2019 fue la bomba de la empresa alemana Lorentz. «Ellos no creían que se pudiera hacer un riego entero con energía solar. Nosotros les dijimos que sí, que se podía. La hicieron exclusivamente para acá; la probaron, funcionó, y ahora están regando en Marruecos más de 300 hectáreas con esa tecnología», cuenta Touron.

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La Expoactiva y la Asociación Rural de Soriano históricamente han tendido puentes con la Academia —principalmente con las facultades de Agronomía y Veterinaria—, los diversos institutos nacionales y los ministerios. En 2017, por ejemplo, se presentó un plan piloto de monitoreo satelital de agroquímicos para realizar junto al Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca. Después de la demostración, Federico Montes, director de Servicios Agrícolas del Ministerio, explicó que el proyecto «cubre

100.000 hectáreas de cultivos en tiempo real colocados en 31 equipos terrestres y cuatro aéreos utilizados por productores de Soriano». En la edición del aniversario número 25, se va a mostrar el plan ya en funcionamiento. «Lo que esto te permite es saber en tiempo real qué se está aplicando y dónde, con los lugares de exclusión —que son los pueblos, las escuelas y los cursos de agua— marcados. El tema del medioambiente para nosotros es fundamental», dice Rodríguez.


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La Casa de los Rosales, sede de la Asociación Rural de Soriano, en el centro de Mercedes.

En el mapa del futuro de Expoactiva está, claro, el cuidado del medioambiente. También la sustentabilidad, la eficiencia, seguir uniendo el campo con la ciudad y mantener el diálogo estrecho y continuo con los productores que año a año se acercan para ver cuáles son las últimas novedades. La mira también

está puesta en nuevos horizontes, como China, y por eso en noviembre de 2019 Rodríguez integró la delegación oficial de empresarios y políticos uruguayos que viajaron al gigante asiático. Si el pilar fundamental de la exposición fue, desde su génesis, el movimiento, sus directivos saben que la

máquina no puede detenerse nunca y deben seguir trabajando durante todo el año. Allí está la esencia y el éxito del acontecimiento que desde hace 25 ediciones marca el rumbo tecnológico del sector agropecuario de Uruguay.




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