Un millón de estrellas David Hernández Almazán.
S
oy padre de una familia orgullosamente queretana y les comparto una grata experiencia que tuve con mi hija de secundaria.
conocimientos que hemos acumulado a lo largo de nuestra vida, pero también consideramos lo que creemos que es mejor y conveniente, es decir, recurrimos a nuestros valores.
La maestra de formación cívica y ética de mi hija les dejó de tarea una investigación sobre los valores y su globalización y durante la comida nos preguntó —¿Qué es en valor?—
Me encantó su explicación, pues con esto demuestra que es capaz de reflexionar y analizar las razones de cualquier acción o conducta que debe seguir antes de tomar la decisión de seguirla o no, así es como “vive los valores”.
Mi esposa, contestó, —Valor se define como “Lo que resulta que algo funcione según aquello para lo que fue hecho”, es decir, una laptop vale en la medida que sirve, si dejara de funcionar, su valor cambiaría por el de chatarra electrónica— Mi hija se quedó pensando un rato lo que dijo su mamá, investigó y comenzó a escribir su concepto de valor, según ella, es aquello que se refiere a las cualidades que poseen las personas y que dirigen sus acciones, por lo que son valiosos ante los demás. “La globalización de los valores” es la generalización gradual de valores y principios éticos comunes y cuya expresión más completa se encuentra en las declaraciones sobre los derechos humanos que garantizan la autonomía del individuo ante el poder del Estado y la participación en las decisiones públicas. Además, se manifiestan en los derechos económicos, sociales y culturales, que responden a los valores de igualdad económica y social, solidaridad y no discriminación. Para Karen, mi hija, la vida cotidiana nos enfrenta a situaciones ante las que es necesario decidir lo que debemos hacer y para esto, requerimos reflexionar, analizar la situación, las posibilidades de actuar y los posibles resultados. Cuando reconocimos una situación lo que hacemos con base en las experiencias o
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