Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

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en una biblioteca Blue Lupin Crónicas de escritores y escritoras de Honduras en las bibliotecas Blue Lupin de Plan International Honduras en Lempira



en una biblioteca Blue Lupin Crónicas de escritores y escritoras de Honduras en las bibliotecas Blue Lupin de Plan International Honduras en Lempira


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin, crónicas de escritores y escritoras de Honduras en las bibliotecas Blue Lupin de Plan International Honduras en Lempira. © De esta edición: Plan International Honduras. © De las crónicas: Glenda Estrada, Giovanny Rodriguez, Óscar Estrada, Boris Lara, Helen Umaña, Melissa Merlo, Delia Fajardo, Mito Galeano, Marvin Valladares, Néstor Ulloa, Melissa López, Candelario Reyes, Rafael Murillo Selva, Néstor Ulloa, Jorge Amaya, Mario Ardón, Víctor Ramos, Yolany Martínez. Directora de País de Plan International Honduras: Celina Rosales Gerente Unidad de Programas de Lempira de Plan International Honduras: René Perdomo Coordinación del Proyecto “Leer para empoderar”: Salvador Madrid Equipo del Proyecto “Leer para empoderar”: Yadira Hernández, Eveling Martínez, Ulises Alvarado, Edgar Rodriguez, Itzul Galeano, Edgar Rodríguez. Edición: Salvador Madrid

Se prohíbe la reproducción de este material sin el permiso de Plan International Honduras. Se autoriza su uso para citas y referencias, siempre y cuando se brinde el crédito correspondiente al Proyecto de Bibliotecas Blue Lupin “Leer para empoderar” de Plan International Honduras.

Impreso en Honduras Printed in Honduras




Bibliotecas que transforman mentes

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El sueño de las �lores azules

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Lugares de luz

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Un sueño en las montañas de Celaque Auténtica literatura infantil en el departamento de Lempira Una aventura en las alturas

Un paseo al interior de las bibliotecas Blue Lupin El placer de imaginar

Pan y libros para dibujar un país Vendedor de versos

He visto leer a los niños y niñas de mi tierra Una hermosa locura

Viaje a las maravillosas tierras de las casas de los libros

Artes escénicas, bibliotecas, cine y chilate con rapadura de dulce en Corante

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Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

Bibliotecas que transforman mentes

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Por Glenda Estrada Periodista

Jefa de Redacción de El Heraldo de Honduras

En los ojos brillantes de la pequeña Nayandi ―que cuando la conocí en 2019 tenía 7 años― hay un fuego interior en el que parecen acumularse uno a uno los parajes que ha visitado con el poder de su imaginación inagotable gracias a los libros.

La niña vestida con uniforme escolar, un par de coletas y un reloj que revisaba

ansiosamente como si tratara de detener el tiempo y sumergirse en las páginas de las historias que ha leído, representa lo que han logrado las Bibliotecas Blue Lupin y Plan International en las vidas de miles de niñas y niños de las montañas de Lempira.

Nayandi y su propuesta de un �inal no tan infeliz para el perverso lobo de Caperucita Roja que se comió a la abuelita, es la Biblioteca Blue Lupin y la biblioteca Blue Lupin es Nayandi.

Es las hileras de libros cuidadosamente colocados en los anaqueles, el Diario Lector donde cada niño resume la historia que leyó, el Bolsito Lector que llega cargado de


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Bibliotecas que transforman mentes

alegrías y sueños a los hogares o la Mochila Viajera que recorre los rincones de las

comunidades olvidadas de Lempira, es la niña que ha leído más de 800 libros, es el poder del conocimiento que empodera y transforma mentes pequeñas.

La visita a la Biblioteca Blue Lupin del municipio de Lepaera, Lempira, es un

encuentro con la esperanza. El imponente edi�icio lleno de color es como una especie de santuario que abre sus puertas a la creatividad y a la imaginación.

La primera imagen que descubre el visitante es un impresionante mural del artista Cristian Gavarrete colocado en la pared frontal del edi�icio, una invitación a entrar al recinto, un homenaje a los miles de niños lectores del departamento.

Ya dentro todo es color. La emoción está a �lor de piel. Desde la sonrisa de los niños al elegir un libro, palparlo e impregnarse del olor de sus páginas, escuchar la historia de las lupin ―las �lores salvajes que crecen en Canadá y a las que debe su nombre la biblioteca―, hasta los bolsos de colores listos para llenarse de libros que llevar a casa para compartir la alegría de la lectura.

El distintivo olor de los textos al hojearse con suavidad y cariño cada página, se mezcla con el exquisito olor a café que se cultiva en las montañas, de cuyas entrañas provienen los lectores.


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En ese espacio se puede ser feliz. El colorido de las mesas y sillas es una invitación a sentarse a disfrutar de viajes maravillosos y conocer personajes impensables. Cada obra literaria tomada por las manos pequeñas de los niños es una puerta abierta al mundo.

La lectura les abre espacios para debatir, para contar historias a través del teatro, para

crear guiones y hacer cortometrajes, para contar cuentos, para escribir blogs, para la

oratoria, los títeres, el dibujo y narrar hechos a través de la fotogra�ía. Es un encuentro con la lectura en libertad, en un ambiente propicio para la creatividad.

Son los mismos niños quienes se encargan del manejo de la biblioteca. Ellos prestan

los libros, ellos los cuidan, ellos son los responsables de la magia que ocurre dentro de esas paredes, la magia que luego se traslada hasta los hogares en el Bolsito Lector. Es

ahí donde germinan las semillas plantadas de las �lores de lupin, es ahí donde �luye el aprendizaje y los niños recuperan la con�ianza y mejoran su autoestima.

Cuentan con orgullo cuantos libros han leído, cuantos esperan leer y cuál es su

favorito y por qué. Les cuentan a sus amigos cómo una visita a la biblioteca les cambió la vida y los invitan a ser parte. Pero no importa cuántos lean, es la felicidad que les

provoca y la manera en la que se conectan con ellos mismos para alcanzar sus metas.


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Bibliotecas que transforman mentes

Es un universo paralelo donde las niñas como Michelle de�ienden sus derechos, exigen equidad de género y espacios de desarrollo, inclusión, un alto a la violencia contra la mujer, escriben blogs para inspirar a otras menores como ella y, donde los sueños de un mejor futuro puede ser posible.

En cada frase de estas pequeñas hay un enorme poder. La lectura les ha dado alas para

volar tras sus sueños. Escucharlas hablar de sus derechos en un foro sobre equidad, responder a las preguntas de los asistentes, levantar con orgullo banderas de lucha por una mejor educación y acceso a los derechos más básicos, enchina la piel, es esperanzador.

Tienen metas y están dispuestas a cumplirlas. No van a retroceder, no hay nada ni

nadie que las detenga. Son líderes, saben quiénes son, hacia donde van y qué hacer con todo ese conocimiento.

Cada mensaje de Michelle y de sus compañeras, que vinieron de varias comunidades para participar en el foro y dirigir el recorrido por la biblioteca, es como las lupin, hermoso y de muchísimos colores y cuya semilla se esparce para crear más �lores.

Esa es la semilla que plantaron Jim y Lynda Martin en la tierra fértil de Lempira, que crece

y se multiplica. Es una historia protagonizada por niños y niñas que están listos para dar lecciones a los adultos. Hay magia, hay amor y el anhelo de una mejor Honduras.


Leer me dio alas

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Las lectoras

Falta foto de Giovanni


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El sueño de las flores azules

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Por Giovanni Rodríguez Escritor

Catedrático de literatura de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras

Me dicen que todo empieza con una imagen: la de un campo forrado de unas �lores azules. Esas �lores azules tienen un nombre: Blue Lupin, y en un sitio web dicen que la planta de cuyas espigas brotan es «muy utilizada para mejorar la calidad y

composición de tierras en las que ha habido minería u otra actividad que haya podido dañarla».

Si la imagen enunciada al principio apelaba a un sueño y resultaba idílica, la referencia

sobre la utilidad de esas plantas nos devuelve a la realidad. No se me ocurre mejor manera

de pensar en lo que desde hace unos ocho años empezó a ocurrir en algunas aldeas y municipios del departamento de Lempira: la creación, instalación y mantenimiento de una red de bibliotecas a las que se les llama, precisamente, Blue Lupin, una red que cuenta ya

con 36 bibliotecas, entre escolares, públicas y mixtas, y que constituye un fenómeno extraordinario en un país como Honduras, tan dañado (como la tierra a la que restituyen sus valores las plantas de Blue Lupin) y menoscabado durante los últimos años.


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El sueño de las �lores azules

Si el solo hecho de ver una biblioteca en Honduras resulta extraño (por infrecuente),

más lo es comprobar que muchas de esas 36 mencionadas antes están ubicadas en zonas rurales, en donde —cualquiera podría suponer— quizá no puedan ser tan

aprovechables. Pero es ahí, precisamente, cuando el concepto del proyecto, ejecutado por Plan Internacional con el patrocinio de un �ilántropo canadiense, aquel que

imaginó por primera vez el campo forrado de �lores Blue Lupin, a�ianza su razón de ser. Trataré de explicar a continuación cómo es que llegué a conocer algunas de esas bibliotecas.

A la primera llegué hace varios años, probablemente en 2018 o 2019; Salvador Madrid me invitó esa vez a presentar una novela en Gracias y el evento se realizó en la biblioteca Blue Lupin ubicada en las instalaciones de La Casa de la Juventud.

Recuerdo haber quedado impresionado en aquella ocasión, no sólo por la existencia de una biblioteca tan bonita en esa ciudad, pues, para empezar, no hay una así ni en

San Pedro Sula ni en Tegucigalpa, y recuerdo también la reacción de mi hijo mayor,

que entonces tenía siete u ocho años, cuando entramos al lugar: con una especie de asombro, primero, y luego, animado por los adultos, cuando le dijimos que podía

acercarse a los estantes y ponerse a ver o a leer los libros, con la fascinación que es

fácilmente detectable en los rostros de los seres humanos inocentes y despojados de prejuicios.


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Pero asombro y fascinación son dos palabras que me permiten describir no sólo lo

que he podido ver en los visitantes de esa biblioteca, la mayoría de ellos niños como mi hijo, y de las otras tres que llegué a conocer hace pocas semanas, sino también lo

que yo mismo experimenté durante mis visitas, porque, al estar enfocadas en el público infantil (aunque eso no excluye a los adultos, por supuesto), están diseñadas

de tal manera que la experiencia sea muy distinta a la de asomarse, desde la enorme

distancia que impone un mostrador, a los estantes dispuestos en una biblioteca ordinaria, como las que acostumbramos a ver, cuando tenemos suerte, en alguna institución de enseñanza en Honduras.

Desde la escogencia del mobiliario y de los colores aplicados a éste, hasta la concepción de áreas para la interacción lúdica, lo que se suma a ideas como la de

marcar los libros con formas y colores que correspondan a los espacios en donde deberán colocarse luego de su uso o la del llamado «bolsito lector», diseñado por los propios usuarios de las bibliotecas para llevar en préstamo hasta sus hogares los libros que escojan en cada visita, el proyecto apunta a una reinvención del tradicional

concepto de la experiencia del visitante a una biblioteca. Esto, que quizá en otros

países pudiera parecer normal, en Honduras resulta novedoso, y constituye precisamente el mayor atractivo del proyecto, pues permite que los usuarios, en su mayoría niños, en lugar de llegar a un lugar aburrido y carente de atractivo en el que

seguramente serán atendidos por alguien igualmente aburrido —un burócrata en


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El sueño de las �lores azules

toda regla—, entiendan su visita equivalente a la que harían a una sala de juegos, con

la diferencia de que en las bibliotecas Blue Lupin, en lugar de pelotas, encontrarán una amplísima oferta de literatura infantil y juvenil, capaz de captar su interés desde el ambiente, que motiva a la relajación y a la libertad, y la eliminación de las barreras entre los visitantes y el objeto de su visita: los libros.

A la segunda de esas bibliotecas la pasé por alto. Ubicada en el municipio de Las Flores, a la orilla izquierda de la carretera que conduce a Gracias, uno pasa por ella sin

saber lo que ha quedado atrás y de lo que se ha perdido; y es normal que esto suceda, porque su fachada, imponente desde la hermosa pintura de Itzul Galeano que la

abarca toda, sólo es visible si uno viene de regreso de Gracias. Una vez dentro, se está como en un lugar que no existe, o que sólo existe en un sueño, porque qué otra cosa podría ser una biblioteca a la orilla de una carretera, en medio del verde de la naturaleza, con muy pocas casas cerca. El espacio es amplio y el mobiliario amigable,

sobre todo para los pequeños; y su colección de literatura infantil y juvenil es bastante

grande; imposible que el atractivo visual de esa biblioteca no despierte curiosidad;

imposible que esa curiosidad no derive en costumbre; imposible que todas esas formas, colores, palabras y aventuras que les ofrece el lugar no logren estimular a los

niños; imposible que, después de esa feliz cadena de «casualidades», no ocurra el «milagro» de ver crecer a esos niños de manera distinta.


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Para quienes visitan a diario esa biblioteca, la respuesta a lo que representa ese

edi�icio lleno de libros puesto ahí, es parecida a la mía: se trata de una especie de sueño que se ha vuelto real sin que nadie se explique cómo. Y uno no necesita preguntarlo; lo ve en sus rostros, en su capacidad de abstracción cuando están dentro de la biblioteca, saltando continuamente de las mesas de lectura a las estanterías.

Conocí ahí a una madre que recorre con su hija de siete años un camino a pie durante cuarenta minutos sólo para poder estar en la biblioteca un par de horas. Al salir,

después de su visita, las esperan otros cuarenta minutos de regreso a casa, pero llevan consigo los libros que las acompañarán a ellas dos y al padre de la niña durante otras

horas, las que se salen del tiempo ordinario y constituyen el de la convivencia familiar. «Mi papá no puede venir con nosotras a la biblioteca por las tardes, por el trabajo,

pero nosotras le llevamos libros y después nos ponemos a hablar los tres de esos

libros», me dice, y pienso, entonces, que la biblioteca es todavía más grande que ese edi�icio que aparentemente la contiene.

La grandeza y el impacto de una biblioteca no se mide según su tamaño, por supuesto,

pero ¿cómo obviar el hecho de que la biblioteca de Lepaera, que visité el mismo día

que la de Las Flores, es imponente desde el tamaño de su edi�icio? Es fácil entender la analogía de Borges entre el paraíso y una biblioteca si uno vive en un municipio como

Lepaera, tan parecido a cualquier otro de estas Honduras profundas, y de pronto se le abren las puertas de un lugar como la biblioteca Blue Lupin que un día juntó las


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El sueño de las �lores azules

buenas intenciones de un lector canadiense con la voluntad de las autoridades locales

para instalarse ahí. Lo que quiero decir es que la monotonía de la vida cotidiana que cualquiera podría experimentar afuera se rompe ahí, al entrar a esa biblioteca. Es

como estar habituado a moverse por un paisaje monocromático y repetitivo y, de repente, casi por casualidad, apartar unas ramas secas para descubrir que, del otro lado, el mundo es más amplio, más colorido, más interesante.

Las tres bibliotecas que ya he mencionado: la de Gracias, la de Las Flores y la de Lepaera, se abren para todo tipo de público, pero la biblioteca de la escuela de la aldea

San Ramón, en el municipio de Talgua, es, obviamente, una biblioteca escolar. El

modelo de biblioteca escolar es el que se repite más entre las Blue Lupin. La idea de

que cada escuela, por muy pequeña que sea y por muy lejos de los principales centros urbanos que esté, tenga su propia biblioteca, debería materializarse, por obra y gracia

del Estado, en todos los rincones del país, pero eso, aunque también sea un sueño, es uno muy di�ícil de hacer realidad. Pero aquí, ya lo hemos visto, aquel sueño del campo poblado por las Blue Lupin, es un sueño posible.

Lo primero que veo, desde afuera, a través de la ventana, mientras espero junto a Edgar, mi acompañante en esa visita a las altas montañas de la zona, al director de la

escuela, es un libro que reconozco de inmediato: El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica, novela infantil de uno de los autores favoritos de mi hijo mayor, el


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mexicano Juan Villoro. Cuando estoy dentro y me paseo por los estantes, vuelvo a ver el libro; recuerdo que ese y La autopista sanguijuela le gustaron mucho a mi hijo y

pienso que, si algunos de esos niños que en ese momento leen en un rincón de la biblioteca llegaran a toparse con esas novelitas, se engancharían fácilmente. «Ese es

muy interesante», me dice, de pronto, uno de esos niños. «¿Lo leíste?», le pregunto, y él empieza a contarme la historia relatada en el libro. Luego me muestra el que está

leyendo en ese momento, un relato donde explican por qué la pantera es negra, o algo

así, y después me señala una colección de novelas policiales infantiles que, me dice,

«también es muy interesante»: Los casos de Inspector Cito y Chin Mi Edo, de Antonio G. Iturbe y Alex Omist, que, de�initivamente, parece muy divertida e interesante y anoto el dato en mi teléfono para ver si localizo y compro después esa colección.

El niño de las lecturas «interesantes» tiene sólo diez años y, según me va contando, ha

leído un montón de libros de esa biblioteca de su escuela. «¿Y cómo es que has leído tanto?», le pregunto, y responde que leer le parece más interesante que cualquier otra

cosa. Luego de varios minutos acompañándome en mi recorrido por la biblioteca, dejo

de parecerle interesante y vuelve con sus compañeros. Me les quedo viendo, mientras extraen y recolocan libros en los estantes, o cuando vuelven a sus mesas y comentan algo de lo que les muestran las páginas. Sus padres, en otra esquina de la biblioteca,

acompañan su espera de la manera más obvia en que podrían hacerlo: curioseando también entre los libros, deteniéndose en alguno, sentándose y poniéndose a leer.


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El sueño de las �lores azules

¡Vaya escena! Y, sin embargo, por muy cotidiana que sea en ese lugar, no es una escena

normal; es decir: no es normal, en primer lugar, tener la oportunidad de acceder a los libros de la manera en que padres e hijos lo hacen en las bibliotecas Blue Lupin, sin

apenas intermediación, atraídos por la mera curiosidad, por el interés o, en última instancia, por el hábito. No es normal, en segundo lugar, que exista una biblioteca en

un lugar tan remoto: para llegar hasta ahí tuvimos que echarnos una hora de puro

ascenso en un vehículo todo terreno. Y, �inalmente, no es normal que la cosa funcione; es decir: que esa idea de montar bibliotecas en lugares como la aldea San Ramón de Talgua, Lempira, tenga los efectos que tiene sobre la población.

Salvador Madrid me cuenta un par de anécdotas que resultarán bastante ilustrativas.

La primera tiene que ver con un carpintero, padre de una niña, que se resistía a visitar la biblioteca con su hija. La niña intentó convencerlo, pero no logró su cometido de

interesar a su padre en los libros sino hasta que le llevó uno sobre carpintería. Luego,

el hombre le preguntó a su hija si podía conseguirle más libros como ese, y así se forjó la relación hombre-libro, hasta que el hombre logró elaborar un mueble de madera

que impresionó a sus vecinos, uno de los cuales subió una fotogra�ía a Facebook y así alguien, impresionado con su trabajo, contrató al carpintero para que produjera una

serie de esos mismos muebles. Fue el inicio de algo que el carpintero jamás pudo haber calculado; y todo, por un libro. La otra anécdota tiene que ver con una niña a la

que le preguntaron para qué le había servido leer tantos libros de la biblioteca. La


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niña respondió: «Para que me llamen por mi nombre». Antes de que a esa niña se le

reconociera como una de las mejores lectoras del departamento de Lempira, pocos la conocían. A partir de aquel momento, quien la ve pasar recuerda su nombre, el nombre de la niña que más libros ha leído en la zona, y la respeta. Los libros, entonces,

le dieron nombre y le dieron respeto en su comunidad; los libros le dieron un lugar en el mundo que los demás reconocen y respetan.

Así es como los libros, que contienen historias en sus páginas, construyen nuevas historias entre quienes se acercan a ellos. ¿Cuántas historias más se estarán gestando

en este momento? Aquel sueño, entonces, de un campo forrado de �lores azules, no sólo está volviéndose real, sino que alimenta nuevos sueños. Las bibliotecas Blue

Lupin son ese sueño generador de sueños, de experiencias distintas, de vidas distintas.



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Un sueño en las montañas de Celaque

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Por Óscar Estrada Escritor, cineasta, periodista y editor

Julio Cortázar abre su cuento «Apocalipsis de Solentiname», con una pregunta que

seguramente lo persiguió durante toda su carrera: «¿te parece que el escritor tiene que estar comprometido?» ¿Comprometido a qué?, preguntaría ahora, casi 40 años

de su muerte y luego de ver, desde las puertas de ese in�ierno adonde aseguró daría la última entrevista, cómo fue cambiando aquella revolución que soñaran Ernesto Cardenal y Sergio Ramírez.

Atrás quedaron las imágenes del polaroid que tanto miedo daban a Cortázar, el

papelito celeste llenándose de Napoleón a caballo que tanto temía porque, estoy

seguro, ese, como todos los temores de sus cuentos, era un terror honesto del escritor, como las vaquitas en el prado, la yegua de ojos verdes y los niños felices de los cuadros de la isla que tanto disfrutó en el lago Nicaragua.

Pero el miedo y la muerte que Julio va descubriendo en su cuento siguen allí, «vida de


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Un sueño en las montañas de Celaque

Guatemala y vida de El Salvador, vida de Chile y de Santo Domingo». ¿Acaso vio Julio que su amigo Sergio Ramírez sería un día el judío errante de las letras centroamericanas? Quizás sí. El arte —especie de oráculo en estas tierras— se parece

mucho a la realidad y el cuento de Cortázar nos describe el futuro. «Las pinturas también son la vida… también son lo mismo». A un punto el cuento se vuelve di�ícil de leer, de las imágenes idílicas de Solentiname surge la guerra. Julio vio el horror antes

que las imágenes se escaparan de su cuento y cubrieran las portadas de todos los

diarios del mundo, él comprendió que el arte no es un adorno sino un salvavidas para la muerte. Ese era quizás, el verdadero compromiso de Julio Cortázar.

El poeta Salvador Madrid me invitó a conocer el proyecto de bibliotecas escolares Blue Lupin que desarrolla Plan Internacional en el occidente de Honduras. Yo tomé el avión a

Honduras y de Tegucigalpa viajé a Gracias. No me atrevería a sugerir que mi viaje y el de Cortazar son parecidos, es más, al llevar su libro conmigo moldee mis observaciones al lente de la cámara con que viajó el maestro 40 años atrás, si bien el mundo es hoy muy

distinto y en Honduras �lorece el optimismo de un gobierno con aroma a primavera —como aquel que soñó el poeta Cardenal— y del cual el arte también nos alerta.

Me tocó movilizarme con Ulises Alvarado, viajero y conquistador, por las montañas de occidente hasta una escuela en la comunidad de Platanares. Entre los cafetales resaltan las casitas blancas, en la cima la cresta azul de hermoso Celaque.


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Cuando llegamos a Platanares los niños nos recibieron con la alegría que solo la

infancia irradia, me mostraron su biblioteca, orgullosos de ella, como quien muestra un tesoro invaluable. Yeyri, una niña de 14 años, fue la encargada de explicarme el

funcionamiento del proyecto. Ella ha formado parte de los clubes de la biblioteca durante los últimos cuatro años.

—A mí me llamó la atención el club de teatro —me dice—. La mayoría de los niños que trabajan en la biblioteca son los niños grandes, especialmente los del grupo de

animación lectora, que son los encargados de llenar el libro de visitas y llevan el

control de los niños que prestan los libros o ayudan a leer a los más pequeños. También teníamos un grupo de cine, de mimos, que actúan sin hablar. La mayoría de

estos niños ya salieron. Toca volver a armar los grupos después de la pandemia. También tenemos un grupo de títeres y un club de cuenta cuentos —agrega.

Puedo ver el orgullo en los ojos de los niños y las niñas cuando Yeyri habla, como describen que la biblioteca les ha ayudado a «mejorar su comprensión lectora y a desarrollar la imaginación».

«Desarrollar la imaginación —pienso—, ¿acaso no es ese el patrimonio de los niños?» —Todos los niños de la escuela usan la biblioteca —me dice Yeyri—. Los niños en esta escuela aprenden mejor que los de niños de otras escuelas que no tienen bibliotecas.


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Un sueño en las montañas de Celaque

Y aquí entra Solentiname.

En 1965, el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal estableció una parroquia en el archipiélago de Solentiname en el lago Nicaragua. Allí habló a los habitantes de la

teología de la liberación, una escuela de pensamiento que ve el evangelio cristiano como un vehículo para la justicia social. Él imaginaba Solentimane como «una

sociedad justa, sin explotados ni explotadores, con todos los bienes compartidos, como la sociedad en la que vivían los primeros cristianos».

La trayectoria del poeta Cardenal es monumental en las letras nicaragüenses, pero

quizás el legado más perdurable de Solentiname sea su arte. Cardenal animó a sus

feligreses a esculpir, escribir poesía, pintar y crear. El pintor nicaragüense Roger Pérez de la Rocha fue a Solentiname para enseñar a su comunidad técnicas de pintura

formal, y otros artistas, como el escritor argentino Julio Cortázar y la fotógrafa panameña Sandra Eleta, visitaron la isla para hacer su propio arte.

—Atrás de ese cerro que ve allí hay un montón de casas —me dice Yeyri, la niña de Platanares en la montaña de Celaque—, de acá no se miran, pero son un montón.

Nosotros fuimos allí y les llevamos en la mochila viajera, obras de teatro y libros para

que así ellos pudieran tener también acceso a la biblioteca, los niños estaban encantados con los libros que llevábamos. Estuvimos un día con ellos allí, en la tarde

ya nos regresamos. Ellos siempre dicen que somos muy afortunados porque tenemos


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la biblioteca acá, en nuestro centro educativo. —Y agrega— muchos niños han pedido el traslado a esta escuela para poder tener acceso a la biblioteca.

—En el Guancasco se junta el pueblo y sale al camino en procesión de tambores y

cantos —me explicaba Ulises en el carro—. Del pueblo vecino viene también su gente al encuentro, ambas comunidades marchan a encontrarse en algún punto a la mitad del camino.

Al escuchar a Yeyri, no pude sino pensar en el Guancasco que antes me había descrito Ulises. «Este es un pueblo de guancascos —pensé—, quizás sea esa la tradición que los niños mantienen viva con su Mochila Viajera».

—Aquí arriba de mi casa vive un señor que no sabía leer. Un niño de la escuela venía a recoger libros de un nivel más bajo del suyo y la gente le preguntaba por qué llevaba

esos libros si él podía leer libros más grandes —cuenta Yeyri—, y él decía que no, que esos eran los libros que ocupaba. Un día llevamos la sorpresa que el papá vino a

prestar él un libro. Él antes había dicho a la maestra que no podía leer y ahora todos

se sorprendieron que venía a prestar un libro, y era que el hijo le enseñó a leer. Así, varias personas han aprendido a leer con los libros de aquí, de la biblioteca de la escuela.


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Un sueño en las montañas de Celaque

Cuando llegué a Massachusetts no tuve la Epifanía de Cortázar en su Apocalipsis de

Solentiname, afortunadamente no he visto el horror que él vio cuando conoció el

sueño del poeta Cardenal. Pero he visto si la fragilidad de un tesoro que puede perderse un día cualquiera. La pandemia, el cambio climático, el abandono al que se

ha sometido esa zona del país amenaza el sueño de Jim y Lynda Martin y del poeta Madrid. Vi, eso sí, que el mundo del arte y la literatura, del proyecto de bibliotecas de

Plan Internacional mantiene viva la memoria y la imaginación en las montañas de occidente de Honduras, y cambia vidas y crea esperanza. Brim�ield, Massachusetts 22 de mayo de 2022


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Leer me enseñó a liderar


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Lugares de luz

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Por Boris Lara Escritor y cineasta

Televisión Nacional de Honduras

Llegué a Gracias con la idea de hacer un programa de televisión para el canal del

Estado, basado en niños artistas, invitado por Salvador Madrid de Plan Internacional. Salvador me había prometido que en la gira por las bibliotecas Blue Lupin iba a

conocer gente excepcional, haciendo arte desde su experiencia y contexto, contando las historias de su gente a través de la poesía, teatro y quien sabe que más, inspirados por los libros de la biblioteca.

Mis expectativas eran altas, conozco el valor de la lectura para impulsar la creatividad

entre los niños. Pero, la verdad, yo no estaba preparado para lo que iba a vivir entre las montañas azules del departamento de Lempira.

Llegué a la Aldea Mercedes, en el municipio de Las Flores, acompañado de mi �iel camarógrafo, Rodolfo y el personal de Plan Internacional. Fuimos directamente a conocer la biblioteca, instalada en el colegio de la comunidad.

La pandemia del nuevo coronavirus comenzaba su paso terrible por nuestro territorio y los estudiantes recibían, de alguna forma, sus clases fuera del colegio.


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Lugares de luz

Nos recibieron las aulas vacías del instituto. Aunque resentí la ausencia de los niños,

al fondo del edi�icio, los colores de la biblioteca iluminaron de esperanza nuestra visita.

El maestro Edgardo Javier Aguilar nos abrió las puertas de la biblioteca Blue Lupin.

Adentro, un mundo maravilloso nos esperaba. No se trataba solamente de una

colección de libros, entramos a un universo palpitante en la ansiedad de la espera. Los

niños iban a regresar, eso era seguro. Mientras tanto, la biblioteca estaría ahí mismo, lista, expectante.

“Desde que la biblioteca abrió, la vida de los niños de Mercedes ha cambiado”, nos dijo el maestro Aguilar. “Y no es solo que les guste leer, los libros les mejoraron la vida.”

Además del progreso en temas como ortogra�ía y habilidades de lectura, los niños

estaban expuestos a mundos distintos, de aventuras, de ciencia, de historia, nos contaba el orgulloso maestro. “Y de arte.”

Así conocimos a una de las asiduas visitantes de la biblioteca, una niña poeta, Lixy.

“Empezó interesándose en los libros de poesía, después fuimos al Festival de Los Con�ines” nos dijo su profesor. “Ahí, encontró una pasión por lo que los poetas escribían”.


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La niña se dio cuenta de que ella también tenía algo que decir, tenía poemas que escribir, historias que contar. De su casa, de su familia, de su comunidad.

“Mi primera experiencia con los libros fue cuando abrieron la biblioteca Blue Lupin”

nos contó la niña poeta. “Fue impresionante, teníamos problemas con el aprendizaje,

pero cuando vino la biblioteca empezamos a leer y a integrarnos en los grupos de arte que se abrieron aquí.”

Conversamos acerca de la historia de la biblioteca y la comunidad, de los niños, de sus familias y de la in�luencia positiva de los libros en cada uno.

Cuando veníamos de regreso por la carretera de tierra hacia la ciudad, no podía dejar de pensar en el milagro que acababa de presenciar. Salvador, a mi lado, compartía conmigo una sonrisa cómplice, como diciendo “Te lo dije.”

Esa fue mi primera aventura en el mundo de las Bibliotecas Blue Lupin. Por suerte, no

fue la última. Desde entonces he visitado varias de las bibliotecas en distintas

ocasiones, he conversado con muchos de los niños y niñas cuyas vidas han sido transformadas por los libros. Hemos hecho entrevistas, hemos contado las historias de estos niños maravillosos.

Kerin, Yeyry, Ana Gabriel, Jorge y muchos niños más han compartido con nosotros no

solo sus historias, si no sus esperanzas, sus anhelos, sus sueños de ser cada día mejores.


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Lugares de luz

Cada programa que he realizado me ha dejado nuevas experiencias, perspectivas frescas que me han enseñado a ver de otra manera el mundo.

Sí hay esperanza, doy fe. He visto los ojos de los niños cuando entran a la biblioteca, cuando abren un libro. He visto sus sonrisas cuando deslizan la mirada por las páginas de colores. He visto el orgullo de sus maestros, de sus familias.

He tenido la oportunidad de visitar estos lugares asombrosos, donde se cambian vidas.

He estado en estos lugares de luz, que tienen por nombre Bibliotecas Blue Lupin.


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

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Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

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Auténtica literatura infantil en el departamento de Lempira Por Helen Umaña Escritora, considerada la mayor crítica literaria de la Historia de Honduras El placer que se encuentra en la lectura de un poema, de un cuento, de una novela, la

mayor parte de las veces, no es espontáneo. Se fue forjando en el transcurso de la niñez: los cantos de cuna de una madre amorosa; los juegos con las manos escuchando alguna copla reiterativa; los viejos cuentos tradicionales en la voz de un

abuelo querido; los cantos infantiles, en las inolvidables rondas durante los recreos escolares; la lectura durante los recreos con las amigas; la memorización de un breve poema para recitarlo en el día de la madre o de la patria, en las celebradas “veladas” escolares fueron poniendo la base de esa pasión por los libros.

Justamente eso es lo que, desde hace varios años realiza un grupo entusiasta de personas en el departamento de Lempira. Hace algunos años, tuve la suerte de llegar a Gracias

invitada a participar en el Festival de Los Con�ines y dentro de las actividades programadas estaba la visita a distintos municipios. Entre otras localidades, me asignaron visitar Lepaera, en donde fuimos invitados a visitar una biblioteca Blue Lupin.


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Auténtica literatura infantil en el departamento de Lempira

Fue una auténtica revelación que empezó con la grata impresión de un edi�icio bien diseñado y pintado con agradables colores. Atractivo, en una palabra. Y entrar a él fue

la sorpresa más grata de toda la experiencia en el occidental departamento de

Honduras. Colores alegres en los distintos ambientes. Cómodas sillas, adecuadas a los pequeños lectores. Libros a granel en atractivos estantes.

Pero la mayor sorpresa la dieron los niños y niñas. Con naturalidad, frente a los escritores que estábamos allí, ellos también dijeron serlo. Para comprobarlo, leyeron

sus propios textos y contaron cuántos libros habían leído durante el desarrollo del ciclo lectivo. ¡Qué maravillosa experiencia! Realmente inolvidable.

Además, supimos que, en las escuelas, se han formado grupos de teatro con sugestivos nombres: «Teatro rayito mágico», «Teatro Quiscamote», «Teatro Taragual», «Teatro Quelacasque», «Teatro Ilustres de Caiquín», «Teatro Hollín», «Teatro Líderes

del Celaque» y otros similares. Adviértase, en el nombre, la validación del propio entorno.

En 2015, montaron obras adaptadas de cuentos hispanoamericanos. En 2016 se publicó un hermoso libro de teatro con fotogra�ías a todo color con el título Juguemos

al teatro en el cual se incluyó el libreto de cada obra escrita y llevada a escena por los niños y niñas de diferentes escuelas. Fue la culminación de ejercicios de escritura creativa y tradición oral.


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

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Eso no podía ser espontáneo. Evidentemente era producto del esfuerzo de un grupo de hombres y mujeres que habían logrado superar los obstáculos que se oponen a todo lo

que tenga que ver con la cultura. Nos enteramos que esas personas, —guiados por un

motor interior que puede llamarse sueño, ideal o utopía— no se dejaron aplastar por la realidad ambiente y se integraron y forman parte de un proyecto de largo alcance: hacer de la literatura infantil un instrumento conformador de conciencia. Inyectar en

los pequeños lectores la fe en sí mismos y en su capacidad creadora.

Los artí�ices del milagro educativo que constatábamos forman parte del dinámico

equipo de Plan Internacional Honduras. El caso de Lepaera no era único, hay docenas de bibliotecas Blue Lupin más entre las montañas.

Un gran logro ha sido la fundación y funcionamiento de bibliotecas escolares Blue

Lupin en los diferentes municipios; asimismo las diferentes actividades y festivales de teatro y arte comunitario.

Se ha contado con la colaboración de teatristas, poetas, escritores y artistas de la

plástica. Testigos fehacientes de lo anterior han sido escritores de diferentes países latinoamericanos invitados al Festival de Los Con�ines a los que Plan International les ha dado la bienvenida. Todos han participado en charlas, conversatorios, lecturas y talleres

muy dinámicos con las niñas y niños, lectores y también escritores de literatura que, con todo derecho, es la que verdaderamente merece el nombre de Literatura Infantil.


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Cambios con las bibliotecas Blue Lupin


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

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Una aventura en las alturas Para la Biblioteca Blue Lupin de Las Mercedes, Las Flores, Lempira

Por Melissa Merlo Escritora

Miembro Número de la Academia Hondureña de La Lengua Catedrática de Literatura de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán

La montaña cantaba con los trinos de los pájaros esa mañana. Los pinos hilvanaban el

viento con sus hojas de aguja que dejaban escuchar algo que parecía un poema, quizá de Octavio Paz, porque hablaba como de árboles y soles. El rumor del poema que cantaban los pinos me atrajo como una brújula es atraída por el magnetismo que

emana de la tierra. Me hacía subir por el sendero tal y como el �lautista de los

hermanos Grimm había encantado a los roedores del pueblo de Hamelin, conduciéndolos a un destino desconocido.

El aire era muy fresco, mientras más subía la montaña, más frío se volvía el clima. Yo

estaba muy emocionada porque, como buscadora de oro, había aprendido con mi tío abuelo, experto en el tema, que entre más frío, más cerca está el tesoro. Así que,

emocionada, seguí subiendo por el sendero y escuchando a los árboles y a las aves recitar poemas y cuentos con voces de niños y niñas que seguramente, habían jugado en esos bosques. Eso no era para nada extraño. Los bosques y las montañas guardan


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Una aventura en las alturas

los recuerdos más preciados de sus visitantes, y los repiten cuando están felices para alivianar el paso de los viajeros.

Dentro de mi corazón sabía que encontraría mucho oro. Cuando mi tío abuelo Salvador Salandía había visitado ese lugar, lo había dejado marcado como uno de sus

lugares especiales para buscar oro. Yo había heredado el mapa. Por supuesto no se lo

había mostrado a nadie, es una regla de los buscadores de oro, lo secreto es secreto.

Recordé uno de mis libros preferidos. Me entretuve pensando en mis libros preferidos, Masquerade de Kit Williams, y su liebre de oro; El secreto, de Byron Preiss, que me emocionaba mucho porque tenía mapas de tesoros, poemas y acertijos que

resolver; Los buscadores de tesoros, de Washington Irving, que contaba sobre fantasmas y espíritus que en la noche rondaban los lugares donde estaban los tesoros. Y mi mente divagaba en historias fabulosas con cada paso que daba.

Un correcaminos atravesó el sendero a una velocidad que casi rompe la barrera del

sonido. Me sorprendió su velocidad, la belleza de su cresta y su cola horizontal que continuaba la línea de su cuerpo diseñado para correr y romper el viento. Solo lo vi por unos segundos, pero eso me bastó para que su imagen quedará grabada en mi

memoria. Además, mi tío abuelo me había dicho que donde hay correcaminos hay cascabeles, y donde hay cascabeles hay cuevas, y donde hay cuevas hay oro.


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

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Según mi mapa estaba muy cerca del poblado de Las Mercedes, lugar donde mi tío

abuelo había descubierto una vieja mina de oro que los extranjeros habían saqueado hace más de cien años. Me había dicho que era un pueblo pequeño y apacible, de gente

solidaria y silenciosa. De pronto, en una curva del camino, justo cuando el sol saltaba de la cima de una montaña a la otra en el horizonte, apareció el pueblo. Nada que ver con lo

que mi tío abuelo vio. Este era un hermoso pueblo blanco incrustado en las montañas. De

las chimeneas de las cocinas comenzaba a salir el humo quizá del café y las tortillas de

maíz recién hechas. Me dio hambre y decidí parar en las primeras casas y pedir que me vendieran un desayuno o café con pan, eso bastaría para seguir en mi búsqueda.

Al ver el pueblo pensé en las pinturas de Velásquez, un pintor hondureño que

inmortalizó el área rural con su estilo primitivista. Pintó pueblos con sus techos rojos, árboles muy verdes, señoras cargando canastas o lavando ropa en el río, hombres a

caballo o en la labranza, en �in, si mirabas uno de sus cuadros, habrías visto los pueblos de Honduras. Sentí pasos detrás de mí y al darme vuelta vi a una señora joven y un grupo

de niños con uniforme que alegres le llevaban el paso rápido y �irme. Me saludaron

alegremente y me dieron la bienvenida. ¿Usted es la poeta verdad? ¿La que viene de la

capital a visitar la biblioteca de la escuela? ¡Venga con nosotros! No atiné a decir palabra. Los niños y las niñas me tomaron de las manos, cargaron mi mochila, y mientras casi

corrían me lanzaban frases de los libros que habían leído, de lo contentos que estaban con mi visita, y de que no me esperaban tan temprano.


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Una aventura en las alturas

La profesora trataba de calmarlos pero era imposible, seguían hablando y sonriendo y así caminamos como medio kilómetro hasta llegar a la escuela. ¡Llegó la poeta!

Gritaron a los demás. Y no me quedó más remedio de poner cara de poeta y de seguirles la corriente, ya que pude echar un ojo a mi mapa del tesoro y la escuela estaba justo en el lugar que mi tío abuelo había marcado con una equis. Pensé que el

destino me daba una oportunidad, un poco enredada, pero una oportunidad al �in. Así

que saludé a los profesores y a las profesoras, a la directora y a los niños y niñas que alegres me miraban como bicho raro, quizá por mis bufandas y mis zapatos burros,

que a lo mejor no quedaban con su idea de poeta. Seguí la corriente y me dejé llevar

por el entusiasmo de esas personas que sin más me llevaron una aromática taza de café y pan de yema. Ambos absolutamente deliciosos.

Puede identi�icar a un lado de la escuela, la gran roca que estaba en mi mapa. Pero

donde estaba la equis había un edi�icio, se miraba nuevo y colorido. Pregunté por él y me dijeron que era la Biblioteca Blue Lupin, su máximo orgullo, su espacio mágico, su

lugar preferido y todos los hermosos adjetivos que se podían decir de una biblioteca. Qué situación tan extraña pensé, una biblioteca que en realidad funciona, en una

pequeña escuela, de un pequeño poblado, en el medio de las montañas, en las alturas.

Todo el evento preparado para la poeta se había organizado en la biblioteca, así que me llevaron ahí. Cuando entré quedé boquiabierta, era la biblioteca más hermosa que había visto en mi vida.


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

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Los niños y las niñas expresaban sus palabras y sus gestos mostrándome las maravillas que había ahí. Me decían que ese era su tesoro, que cada libro era un

mundo de ensueño que les permitía conocer, explorar, crecer, desear. Me sentí abrumada, quería decirles que yo no era la poeta que esperaban, pero no pude. Al �in

y al cabo, algún poema tenía escrito por ahí, así que de repente no me sentí mal. Me inquietaba que el edi�icio de la biblioteca había sido construido sobre la entrada a la

vieja mina, el profesor encargado me lo corroboró. Pero también me dijo que la puerta que estaba detrás del teatrino, era donde se cambiaban los niños y las niñas cuando actuaban, y que todavía daba acceso a un túnel de la mina. Mi emoción creció.

Luego vería la forma de entrar a la mina y comprobar si todavía podría extraer algo de oro, alguna pepita, o un pedazo de broza que comprobara su existencia. Por lo pronto la biblioteca me cautivó.

Una de las niñas, que a su corta edad había leído más 400 libros, me mostró una

enorme fotogra�ía de muchos de ellos con un señor de pelo blanco y sonrisa amplia en el centro. ¿Quién es? Le pregunté. Es el soñador, me dijo. ¿El soñador? Pregunté de

nuevo. ¡Sí! Me dijo con alegría, él un día soñó con hacer felices a los niños y las niñas

del mundo entero y nos regaló el tesoro más preciado del mundo, dijo emocionada, ¡los libros! También me contó que no solo existía esa biblioteca, que había muchas más en la zona, pero que la de ellos era muy especial porque subía a las alturas. ¿A las

alturas? Le pregunté. ¡Sí! me dijo entusiasmada ¡a las alturas! ¡vamos volando por el


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Una aventura en las alturas

cielo para llevarle libros a los niños y las niñas que no tienen biblioteca y que viven en las montañas más altas! Me quedé sorprendida.

El profesor vino en mi rescate y me contó que una vez había llegado el señor blanco de sonrisa amplia, en globo aerostático, cargado hermosos libros. Llegó en un globo de

colores desde Canadá hasta Honduras. Y desde las alturas venía el señor blanco de sonrisa amplia, buscando los lugares donde, por alguna señal inesperada, podría bajar

y regalar los libros para los niños y niñas que querían soñar con un mundo mejor, como él soñaba. Entonces desde el cielo vio que un brillo dorado le cegaba la vista, y era justo una piedra de oro que habían sacado de la boca de la mina. Así que bajó a la montaña en

su maravilloso globo, y fue así como nació la biblioteca. Se construyó con la venta del

oro sacado de la piedra, y se llenó con los libros que el señor blanco y de sonrisa amplia

trajo en su globo. Desde entonces, el globo quedó aquí, y una vez al mes los padres y madres de familia ayudan a elevar el globo con aire caliente y los niños y niñas van por las alturas a llevar libros para los habitantes de las montañas más altas, en donde no hay

bibliotecas. Mi sorpresa no terminaba de crecer. Ahora quería subirme en el globo y surcar los aires justo como un libro que un niño me mostraba en ese momento, La vuelta al mundo en ochenta días, de Julio Verne, otro de mis preferidos.

Me fui olvidando del oro, y fui encontrando en cada paso, en cada palabra, el verdadero tesoro, la magia de la lectura. En los anaqueles de la biblioteca crecían los


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

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libros como enredadera de �lores de colores. Tan variados los temas, como hermosas las carátulas. Pasaron por mis manos libros que nunca había visto, ni siquiera en la

biblioteca de las universidades en donde estudié. Eran libros que enseñaban sobre la

vida, sobre las ciencias, sobre los valores. Eran libros divertidos, y también tristes. Eran libros con bellas imágenes, y también grises. Eran libros con sonidos de

concierto de Bach, y también libros silenciosos. Eran libros de números que alborotaban los sentidos y también de palabras que hacían reír y llorar. Eran libros,

libros y más libros, que en las manos de los niños y niñas se volvían alas y sueños, que en las mentes de todos se volvían una realidad posible de alcanzar.

Justo ese día estaban preparando un viaje en globo para la poeta, una aventura en las alturas. Visitarían un pueblo vecino en las montañas más altas, para llevar libros a una

familia que los esperaba con ansias y con el ferviente deseo de leer, de conocer otras formas de vida, de enriquecer la propia. Para el padre llevaban un libro sobre la siembra

de fresas en las laderas. Para la madre, un libro sobre educación sexual y reproductiva. Para los niños llevaban libros de aventuras y de matemáticas, para las niñas libros

biología e historias de �icción. Para los abuelos llevaban estudios de teología universal. Y así, llevaban libros para todos. El profesor me invitó a subir, junto con una madre de

familia, tres niños y tres niñas. Con algarabía fueron soltando el globo muy lentamente. Mientras el globo subía me despedí del oro y la �iebre que había heredado de mi tío


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Una aventura en las alturas

abuelo. Descubrí el verdadero tesoro, la alegría que produce el conocimiento cuando llega a la vida de los niños y de las niñas, la armonía de la palabra escrita para que

otros veamos el mundo con diferentes miradas, la oportunidad de escoger de acuerdo a nuestros deseos, en dos palabras, la libertad. Desde las alturas la biblioteca se vía

cada vez más pequeña y crecía el frío. La madre de familia dirigía el globo con una soltura de piloto experimentado. Los niños lanzaban sus palabras de alegría y

emoción a los cuatro vientos, y sus palabras se quedan enredadas en las hojas de los pinos y de los mangos, y bajaban hasta los bosques, como las que había escuchado yo en el amanecer.

El profesor me indicó que viera hacia abajo, que un carro llegaba a la escuela. Vimos

que del vehículo se bajaba una señora, toda ataviada en telas vaporosas y con aire de

artista, era la poeta. El profesor que había intuido todo desde mi llegada, y que en

algún momento vio de reojo mi mapa del tesoro, me dijo, Pero usted también ha escrito algún poemita por ahí ¿verdad? De hecho, sí, alguno, le contesté apenada. Entonces no hay problema, dijo él con una sonrisa, la poesía brilla más que el oro. Así

es, asentí. Y entre las voces felices de los niños y las niñas, vimos como la poeta miraba hacia el globo, nos reímos y seguimos disfrutando nuestra aventura en las alturas.


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

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Epílogo Agradezco a los niños y las niñas de la Biblioteca Blue Lupin de Las Mercedes, por renovarme la alegría de leer. También al profesor, las profesoras y la directora, porque

en su experiencia de vida, comprendieron la importancia de la lectura en la formación

de toda una población. A los padres y madres de familia, porque incluso han tenido la

valentía de cambiar de domicilio, solo para que sus hijos e hijas tengan acceso a la Biblioteca Blue Lupin de Las Mercedes. A Jim Martin, el canadiense blanco de sonrisa amplia porque su altruismo va más allá de lo que la riqueza puede comprar, la

felicidad de la libertad. Y agradezco a los amigos de Plan International porque con

proyectos como este, han sembrado bibliotecas únicas, diferentes, abiertas, oasis de sabiduría y esparcimiento, y están cosechando personas que leen, que aman la vida, que escriben, y que sueñan que el mundo les pertenece, como de hecho lo es.



Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

Un paseo al interior de las bibliotecas Blue Lupin

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Por Melissa López Periodista cultural Diario El Heraldo

Tener la oportunidad de adentrarse en un recorrido por las bibliotecas Blue Lupin de Lempira, en donde leer es cualquier cosa menos una tarea impuesta por los adultos, es algo maravilloso de vivir y meritorio de contar.

Era alrededor de la una de la tarde de un día jueves cuando el vehículo que nos conduciría a la primera parada esperaba por nosotros. Éramos un grupo pequeño, de

cinco personas, de las que tres jamás hubiéramos siquiera alucinado el sin�ín de emociones que experimentaríamos durante la visita.

Por mi parte sabía que en Lempira viven los niños que más leen en Honduras, había leído acerca del proyecto que Plan International estaba implementando desde el

2013 y estaba segura de que la experiencia nos dejaría nutridos de mensajes y enseñanzas, pero nada de eso se compara con lo que en realidad pasó.


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Un paseo al interior de las bibliotecas Blue Lupin

Descubrimiento Tras poco más de una hora de viaje llegamos a una escuela que nos recibió con los

portones abiertos, en donde los alumnos ya nos esperaban ansiosos. Una pequeñita

de siete años, se acercó de inmediato y comenzó a contarnos que el mural de la pared de afuera de la biblioteca había sido pintado por ella y un grupo de amigos; y no solo eso, sino que relataba un cuento que ellos mismos habían creado.

Al ingresar pudimos observar a más de una docena de estudiantes que se habían quedado después de clases para continuar haciendo lo que más les gusta, leer. Bien

acomodados, divididos por grupos y con el afán de seguir descubriendo historias, todos voltearon para saludarnos. La coordinadora y el subcoordinador, Lurvin y Junior, dos pequeños de doce y once años, nos dieron la bienvenida.

En las bibliotecas Blue Lupin los libros están ubicados de modo que los títulos sean

visibles, en libreros con �iguras y colores distintivos que permiten a los estudiantes ubicar lecturas acorde a la edad que tengan y el grado que cursan. “Desde que la

biblioteca llegó a la escuela hemos notado que nuestros compañeros han mejorado su

lectura, han aprendido más de la vida y cuidan mejor de los libros”, contó Lurvin,

quien además forma parte del grupo de animación lectora, junto a otros 14 pequeños. Además de los estantes llenos, hay herramientas como el “Diario lector” y el “Bolsito


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

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lector” que también ayudan a que los estudiantes hagan de esta práctica algo más que

un pasatiempo. En el primero tienen la opción de escribir “qué les gustó” y “qué

aprendieron” de cada historia, mientras que el segundo les permite llevarse a casa el libro para leer ese �inal que no alcanzaron a descubrir en la escuela.

Eso sí, la responsabilidad también toma lugar a través de un cuaderno en donde cada uno anota su nombre y el título de la obra que devolverá más tarde.

“Si alguien quiere leer cualquier libro lo puede hacer, pero luego lo tiene que colocar

en el lugar donde lo encontró”, dijo Junior. “Nuestros compañeros nos eligieron como

coordinadores y nos sentimos felices y orgullosos, pero tenemos que ser responsables y ayudar a que los demás también lo sean”, agregó.

Hay quienes caminan hasta más de una hora para llegar a la escuela, donde hacen uso

de la biblioteca durante una a dos horas, alternándose por grupos para que cada

estudiante, desde primero a noveno grado, tenga oportunidad de leer. “Nos sentimos felices y les damos las gracias a los donantes por regalarnos una oportunidad con esta

biblioteca”, expresó Junior. “Me siento muy contenta por poder cuidar de este proyecto que nos han regalado”, aseguró Lurvin. Regalo

Luego de leer para los niños y de que ellos leyeran para nosotros, fue momento de


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Un paseo al interior de las bibliotecas Blue Lupin

partir hacia la biblioteca pública de Lepaera, en donde más de 4,000 libros en �ísico y 1,000 en digital están disponibles para que tanto pequeñitos como jóvenes puedan cultivar su memoria, conocimiento e imaginación.

“A mí me gusta leer porque en los libros descubrimos muchas cosas y de los personajes también aprendemos. Yo vengo a la biblioteca desde que la inauguraron y

aunque no puedo hacerlo todos los días porque paso bastante ocupado con las tareas

y otros compromisos en la Red de Comunicadores, disfruto de ella”, contó Juan Manuel, de diez años.

Por su parte, Mario, solo un año menor que su amigo, dijo: “A mí me gusta venir a la

biblioteca porque puedo encontrar muchos libros que me inspiran y otros que me interesan. Hay algunos de colección y yo los leo siempre. Hay libros para todos, hasta para los que no saben leer bien”.

Más allá de poder diferenciar entre una biblioteca escolar y una pública, lo que

sobraba eran similitudes. Niños que desde muy pequeños entienden el valor que la lectura deja en sus vidas que pueden responder a una o varias preguntas con argumentos y poseen un nivel de elocuencia digno de cualquier orador. Para ellos este

proyecto es más que un espacio lleno de libros, es un pase libre que les permite viajar a cualquier parte del mundo, sin ningún tiempo establecido, a través de los personajes de sus libros favoritos.


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

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Falta foto de Delia


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

El placer de imaginar

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Por Delia Fajardo Salinas Escritora, catedrática universitaria experta en Educación Intercultural Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán

Cruz Alta se levanta entre las montañas más altas de La Campa, su municipio, en el

departamento de Lempira, Honduras. Como la mayoría de aldeas en la zona, sus

actividades económicas giran en torno al cultivo de maíz y frijol y, sobre todo, la producción de alfarería. En esta aldea, existe una escuela básica llamada Tecauxinas.

Y en esta escuela encontramos una de las bibliotecas Blue Lupin. Fue creada en 2016,

en la segunda etapa del proyecto. Y como esta, hay 33 bibliotecas más, distribuidas en

esas altaneras montañas de uno de los departamentos con los resultados más bajos

de rendimiento escolar en el país. Aunque poco, los porcentajes han mejorado. Pero estas no son malas noticias, solo nos demuestran que la evaluación externa, una

prueba escrita, no es capaz de medir el amplio y real impacto de estas bibliotecas en la vida de miles de niños, en los docentes, en las mamás y los papás, en los artistas locales, en las abuelas y los abuelos, en las redes educativas, en las comunidades... ― ¿Qué pasó cuándo empezaron a venir?


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El placer de imaginar

― Nos poníamos alegres porque veníamos a jugar y ver libros.

Es necesario partir de la razón biológica por la cual la gente busca hacer ciertas cosas,

por qué se siente motivada, por qué siente la necesidad de hacer algo en particular,

por qué no quiere hacer otras, aunque sabe que es su obligación… Parte de la respuesta la encontramos en la neurociencia: todo se reduce a la química del cuerpo, la química del cerebro. De forma natural nuestro cuerpo pre�iere hacer esas cosas que le darán una recompensa muy preciada, no es algo externo, está en nosotros, en nuestras glándulas, se llaman hormonas de la felicidad. Dopamina, endor�inas,

serotonina, oxitocina… La adicción es natural, buscamos las actividades placenteras

que nos ayudan a producir este cóctel químico que llamamos felicidad. Y hay una forma de placer que nos distingue como especie: el placer de imaginar. ― ¿Cómo fue cuando abrieron la biblioteca? ― ―Era extraño.

―No sabíamos qué era una biblioteca…

Mi recuerdo más lejano de lectura es una versión en cómic de La Ilíada. Hace poco

volvió a mis manos. Casi me echo a llorar como Dominique Bredoteau en Amelie. Tamaño carta, papel satinado, colores vivos, letra grande, composición dinámica

entre los cuadros de las escenas y, lo más importante, ¡hermosos dibujos! Ahora sé


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

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que esos trazos que me hipnotizaron corresponden al estilo americano del cómic, en acuarela. Era una edición magní�ica y ahora lo es más por esas encantadoras huellas que el olvido y la polilla le han dejado: arruguitas, algunas diminutas circunferencias

perfectas, alguna rotura por aquí y por allá, y ese olor… ese aroma del tiempo amado. Digo lectura pero no en sentido estricto, era lectura de imágenes. Y pensar que ahora

le llaman prelectura. No creo que mi mamá y mi papá supieran de ese término técnico que conlleva toda una epistemología sobre la lectoescritura inicial. Pero lo hicieron.

En casa había una biblioteca mínima con esos textos inolvidables de los años 80: el

Diccionario Océano, la colección de Selecciones del Reader Digest de mi papá, la colección de revistas de mi mamá: Cosmopolitan, Buenhogar, Vanidades, una enciclopedia (no era la Británica, no teníamos tanto dinero), los ‘paquines’ (Hermelinda linda, Aniceto el gallo, Archy y sus amigos, Lulú, Memín, Condorito), La Biblia Latinoamérica por supuesto, y una colección de fascículos sobre animales que

recuerdo por sus grandes dibujos. Y con ese ecléctico canon formativo, La ilíada llegó a mis ojos curiosos en mi tierna infancia. Mis padres nos amaban. –¿Qué hacen cuando no entienden un cuento? –Leerlo más.

Leer no es una habilidad natural, como el habla. Leer es una habilidad aprendida,

compleja, que requiere de un entrenamiento muy sistemático. Cuando leemos,


El placer de imaginar

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nuestro

cerebro

realiza

múltiples

acciones

simultáneas,

secuenciales

y

bidireccionales, mediante la cooperación entre varios sistemas y los sustratos neuronales del lenguaje ubicados en el hemisferio izquierdo en la mayoría de las

personas. Dichos sistemas neuronales nos permiten: escanear y reconocer las letras para traducir esas imágenes en sonidos y signi�icados, pronunciar las palabras letra

por letra, para asociar cada sonido con su grafema, es decir, la decodi�icación, y, �inalmente, nos permiten que la información auditiva sea enviada a las zonas en donde “se elaboran los programas motores que se remitirán a las cuerdas vocales o a los músculos de los dedos para facilitar el habla o la escritura, respectivamente”

(Guillén, 2020). En su explicación, el neurocientí�ico español Jesús Guillen nos aclara que “...una vez conformadas las palabras en la caja de letras del cerebro, pasan al

sistema límbico (a través de la amígdala) adquiriendo un signi�icado emocional

inconsciente antes de su procesamiento semántico en los sistemas dorsal y anterior.” (Ibid.)

Por lo tanto, el cerebro no posee un sistema especí�ico para leer, si no que hace acopio de varios recursos que ya posee y, mediante entrenamiento, los adapta para que podamos leer y hacer de la lectura algo más que una mera mecánica racional para volverla una

experiencia emocional altamente signi�icativa. En palabras de Francisco Mora: “Leer signi�ica activar un amplio arco cognitivo que involucra la curiosidad, la atención, el aprendizaje y la memoria, la emoción, la conciencia y el conocimiento” (Ibid.)


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

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–¿Por qué te parece bueno tener esta biblioteca aquí en la escuela? –Se siente aburrido uno y al leer no.

Sí, ahora la neurociencia nos puede describir con lujo de detalles esa habilidad tan

espectacular de tan compleja que es: ¡leer! Pero no necesitamos de las evidencias cientí�icas para comprender lo que pasa en nuestros corazones. Cuando perdemos la noción del tiempo, cuando se nos quita el sueño al doblar una nueva página, cuando

se nos encoge el estómago, o nuestros ojos empiezan a quedar anegados en lágrimas

o sentimos un gozo interno que nos hace sonreír, reír a carcajadas, olvidarnos de nuestros dramas personales y ser felices con esas letras. Esas letras que nos dan el placer de imaginar.

–Imaginen que mañana les dicen: “Vamos a cerrar la biblioteca, nos vamos a llevar todos los libros” ¿Qué harían ustedes?

–Ponernos tristes… porque a veces uno no tiene cosas qué hacer y se puede venir a leer en vez de estar solo echado en la casa.

Carmen Pellicer (presidenta de la Fundación Trilema de España), nos empuja a otras

re�lexiones cuando ella se plantea qué signi�ica leer: ¿es leer mucho, leer rápido, disfrutar la lectura, comprender las palabras, opinar? ¿Por qué es tan importante

leer? Según sea nuestra respuesta, así será la respuesta de intervención pedagógica


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El placer de imaginar

para apoyar su aprendizaje. Por ejemplo, una respuesta obvia a la importancia de leer

es que ayuda a desarrollar la imaginación, pero ¿qué implica esta frase cuando hablamos de niñas y niños? Pellicer lo explica de manera muy funcional: desarrollar la imaginación implica que la mente infantil va creando una película propia en su

mente, la cual con cada lectura se va enriqueciendo, se vuelve más compleja, y le sirve

para conocer y entender el mundo que nos rodea. Es gracias a los relatos que escuchamos que le damos sentido a las cosas, que elaboramos una construcción mental. La iniciación a la lectura se corresponde así con el desarrollo del pensamiento y con la educación en los valores que hacen la vida valiosa.

De ahí lo trascendental de aprender a leer en la vida del ser humano, y de ahí la importancia vital de una biblioteca en un centro escolar en donde la actividad lectora

sea el núcleo o columna vertebral de todo lo que se haga. Las bibliotecas Blue Lupin

han creado este tipo de intervención pedagógica: una cultura de fomento de la lectura en la cual niñas y niños se hacen cargo del préstamo de libros, establecen las reglas,

toman decisiones sobre la gestión de la biblioteca, participan en actividades de animación, juegan con los libros en un amplio sentido, y disfrutan de tiempo y espacios para leer tanto en la escuela como en casa. ¿Y le platican a alguien de lo que están leyendo? Yo le cuento a mi mamá.


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

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Yo le leo a mi hermanito.

Es sabido que el aprendizaje de la lectoescritura se ve favorecido en las familias que

cuentan con libros, es decir, crecer en un entorno letrado, con libros, donde se lee

mucho hace la diferencia en el desarrollo de capacidades de los niños. En este sentido es que las bibliotecas Blue Lupin se convierten en la tabla de salvación que compensa

la escasez de recursos de las familias rurales en el departamento de Lempira, puesto

que ofrecen de forma gratuita ese espacio ideal con todas las comodidades para, ante todo, disfrutar la lectura, para que desarrollen una relación positiva con la lectura

desde la infancia, tanto en las escuelas como en los hogares. Gracias al préstamo bibliotecario, hijas e hijos llevan a casa sus lecturas y las comparten con sus familiares

que estén receptivos a este nuevo hábito de ocio compartido. De esta forma, el fomento de la lectura cubre un amplio radio de acción y se genera un nuevo tipo de

convivencia en los hogares en torno los libros, dándole a mamás y papás la

oportunidad de educar a sus hijos e hijas por la vía del comentario de textos y además, indirectamente, de enriquecer ellos mismos su capital cultural de forma no

intencionada. Son muchos ya los padres que se han vuelto lectores, incluso hay quienes han aprendido a leer gracias al apoyo de sus hijos lectores.

Y ciertamente el valor de las bibliotecas Blue Lupin radica no solamente en ese

fomento integral de la lectura, en ofrecer ese espacio compensatorio de capital


66

El placer de imaginar

cultural, ese edi�icio bien equipado y decorado para trasladarse al paraíso, esa variedad y belleza de excelentes lecturas para disfrutar el placer de imaginar...

Consideremos que entrenar hábitos puede ser muy fácil, pero también muy di�ícil. Y

cuando se trata de hábito lector y con niños, sin duda puede ser muy di�ícil, por todos los factores implicados. Tal y como lo plantea Pellicer, se requiere persistencia y frecuencia en la práctica, un entorno apropiado, sistematicidad en su organización y plani�icación, y buenos libros. En tal sentido, el valor de las bibliotecas Blue Lupin es

inconmensurable: constituyen un oasis en el desierto para las escuelas rurales de

Lempira, porque cumplen con todos estos requisitos y además con todo un amplio proyecto que resulta tan trascendental para las comunidades, porque se ha

convertido en un dinamizador de la vida sociocultural en cada comunidad y entre

comunidades, con sus actividades de mimos, cuentacuentos, teatro, escritura creativa, presentación de libros, �ilmación, mochilas viajeras, etc. Aprovechando las palabras de Pellicer, se han convertido en ‘agentes de fomento de oportunidades’. ¿Qué libros les han gustado más? De naturaleza.

De aceptar a los demás.

La cuarta revolución industrial, de la mano del desarrollo tecnológico, nos tiene del


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

voladero, lo sepamos o no, lo queramos o no. Para muchos una bendición, para

muchos más una verdadera amenaza… casi como ese meteorito que se estrelló contra

nuestro planeta hace 66 millones de años. De ese mundo, solo nos quedan fósiles,

como fotos de daguerrotipo que atesoramos por el misterio que guardan. Dentro de unas décadas, futuras generaciones pensarán así de nosotros, los humanos que se

extinguieron porque no supieron sentirse cómodos con la incertidumbre, reinventarse, estar al día, cultivar el pensamiento divergente. Sacarán nuestros fósiles

de las nubes de información que cada segundo nos espían y acumulan datos y más datos que les entregamos complacientes, víctimas adictas a las redes sociales.

¿Quiénes se salvarán del Darwinismo tecnológico? Quiero pensar que los privilegiados que pasarán a la siguiente era de la humanidad serán aquellos que

fueron lectores desde su tierna infancia, y luego se convirtieron en lectores

empedernidos, y sus cerebros desarrollaron poderosas redes neuronales no solo con capacidad de imaginar mundos literarios, con el sentido de lo estético y de lo bueno,

sino sobre todo con la voluntad de imaginar una vida mejor para todas, todes y todos. –¿Qué harían si cierran la biblioteca?

–Sería muy malo porque cuando uno está pequeño necesita leer para desarrollar la mentalidad, aunque solo se vean las ilustraciones…


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El placer de imaginar

Después de La ilíada, aparece en mis recuerdos una versión de Las mil y una noches. Mis padres lo lograron de nuevo. Pero esta era una edición muy diferente, con más letras que dibujos, en blanco y negro, grande de tamaño, en un papel de grano grueso,

paginas color crema, con unas ilustraciones minimalistas pero no por ello menos

enigmáticas. Pero de este ejemplar solo encontré unas páginas, sin pasta, con las costuras expuestas, el rastro de una obra artesanal, de un libro enorme a la medida de

su contenido. Para ese momento ya sabía leer. Pero aun así lo que más recuerdo son esas ilustraciones tan sencillas pero tan sugestivas como la punta de un iceberg: en mi

mente se completaron las �iguras, los gestos, los elementos, las escenas, con lujo de

detalles. Años después, en otro cajón de la memoria encuentro otra edición de Las mil y una noches, completa, un libro nuevo, un libro mío… ¿Fue un obsequio? ¿Me lo gane

en una rifa? El hecho es que me veo muy ufana con mi libro nuevo en casa de mi abuela en la aldea Las Crucitas, carretera a Danlí… ¿Qué preadolescente llevaría una lectura a sus dos meses de vacaciones en el campo? –¿Qué harían si cierran la biblioteca? –¡Llorar!--

Nudo en la garganta… pero en una fracción de segundo logré tragar saliva y decir: –Yo también lloraría si me quitan esta biblioteca.


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

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Nunca he tenido ambiciones de riqueza material, tener mucho dinero, ser millonaria. Pero después de conocer las bibliotecas Blue Lupin estoy empezando a cambiar de opinión. El dinero realmente puede salvar vidas. Ahora sí quisiera ser millonaria para

dedicar mi responsabilidad social a la construcción de bibliotecas por todo el mundo, para todos los excluidos, los olvidados, los de abajo, los que inspiraron a Guayasamin,

los balseros, los caminantes de caravanas… ¡Como no se me había ocurrido antes! Lo más probable es que yo no logre construir este sueño, pero quizás usted sí puede. Usted que sí tuvo acceso a una biblioteca de calidad en su casa y en su escuela. Usted

lo sabe. Usted también se pondría triste, ansioso o ansiosa, también se pondría a llorar.

Muchas gracias a: Heydi Dariela, Dariana So�ía, Miguel Alejandro, Itxel Fabiola, Hellen y su mamá María Clara, Daysi, Brenda, Aracely y todas las niñas y los niños que me permitieron entrar a su biblioteca.

Referencias: Guillén, J. [Escuela con cerebro] (21 de julio de 2020). Neuroeducación y lectura. https://escuelaconcerebro.wordpress.com/2020/07/21/neuroeducacion-y-lectura/

Pellicer, C. [Supertics] (8 de marzo de 2018). Cambios para innovar en la comprensión lectora. [Archivo de video]. https://youtu.be/VWB_afvLx7A



Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

Pan y libros para dibujar un país

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Por Mito Galeano Artista plástico El otro día buscando unos poemas en el internet encontré sin querer el discurso que

dio el poeta Federico García Lorca un día del mes de septiembre de 1931 con motivo de la inauguración de la biblioteca pública en Fuente Vaqueros, su pueblo natal.

Fue algo bonito descubrir este texto y me conectó directamente con la invitación que me hicieron para visitar otra vez las bibliotecas Blue Lupin que fundó mi tatita Jim Martin y mi nanita Lynda Martin en Lempira.

He tenido la oportunidad de conocer las bibliotecas Blue Lupin desde que eran un sueño, pues Salvador Madrid, un poeta atarantado se sentaba noches enteras y horas a

ver el cielo en el centro de mi casona de Gracias y tejía esas bibliotecas imaginarias con todas las pláticas que hacía con las niñas y niños patrocinados por Plan International

Honduras, con las palabras de los hombres y las mujeres, de los profesores y profesoras del monte y con lo que le decían los viejitos y viejitas de las montañas, además de las palabras de nosotros los artistas de Gracias que he tenido una relación


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Pan y libros para dibujar un país

muy fuerte con nuestra cultura lenca y mestiza y también con las bibliotecas Blue

Lupin. Yo creo que por eso todos sentimos que en las bibliotecas Blue Lupin están nuestras ideas, nuestras opiniones, pues el poeta que sabe tanto de libros no propuso

una idea autoritaria, sino que tomó los sueños de todos, incluso de gente que según la academia “son analfabetas”, pero que pueden leer el cielo, las semillas, el viento, o sea que pueden leer la vida.

Yo mismo soñé esas bibliotecas y por eso me fui de voluntario a dibujar con las niñas y niños; hacíamos jornadas para platicar de las leyendas, de las alegrías y los pesares.

Fue un tiempo muy bonito ver aquellos primeros lectores que hoy son miles. Hicimos centenares de dibujos y con ellos se me ocurrió una idea estupenda: tomar sus trazos

e ideas y hacer una colección de dibujos que se llamó “Pichinguitos” donde yo me volví niño y dibujé por meses. Hoy esa colección está considerada por la crítica de arte

como una de las mejores muestras de arte de Honduras. Y eso se lo debo a los niños y niñas de las bibliotecas Blue Lupin.

Pues estaba contando antes que me invitaron de Plan para que cuente mi experiencia

en las bibliotecas Blue Lupin “Leer para empoderar” y oyendo a Federico García Lorca, pensé: “pero diónde me va salir tantas letras a yo, que pienso en pichingos”. Dijo Federico García Lorca en ese memorable discurso:


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

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«No solo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle

no pediría pan, si no que pediría medio pan y un libro (…) Bien está que todos los

hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social».

Después de visitar, ahora y durante otros tiempos varias comunidades donde se han construido y habilitado bibliotecas Blue Lupin, he aprendido que las bibliotecas traen

muchos bene�icios. Son un soporte para la educación de los cipotes y cipotas. Fomentan el hábito, disfrute de lectura. Dan a niñas, niños y jóvenes un espacio para

estudiar. También brindan la posibilidad de entretenimiento de calidad, se forman

niñas y niños de todas las edades, incluidos a padres y padres. Son como un lugar más de la familia.

Las bibliotecas Blue Lupin son una gran oportunidad para aprender y desarrollarse.

Son lugares abiertos para socializar con otras personas, al ofrecer actividades relacionadas con el liderazgo, el ocio, el entretenimiento, el aprendizaje a través de sus talleres, exposiciones, clubes de lectura, actividades literarias y artísticas. Otro bene�icio de las bibliotecas Blue Lupin es que cuenta con personal voluntario que

siempre trata de ayudar a las personas. También son los únicos lugares en muchos casos con acceso a la tecnología (computadoras, internet, impresoras, etc.).


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Pan y libros para dibujar un país

Las cipotas y cipotes aprenden a respetar normas básicas como compartir los libros y entregarlos en la fecha indicada. Fomentan el respeto al cuidar los libros que son de todos. Se estimula la imaginación despertándoles y cultivándoles su gusto por la lectura recreativa.

Las bibliotecas Blue Lupin empoderan a niñas y niños. Preservan el patrimonio cultural de nuestra nación. Protegen nuestro derecho al conocimiento. Propician la

información de ciudadanía, la formación de la identidad y por ende la participación ciudadana. Sin lugar a dudas, podemos concluir, que las bibliotecas Blue Lupin

ocupan un espacio dentro del corazón de la comunidad, por eso funcionan, por eso están vivas.

Ya dije que yo no escribo bien y que me comunico mejor con mi arte de trazos y color. Un día mi tatita Jim Martin me mandó un recado, decía que yo debía pintarle un cuadro sobre las bibliotecas Blue Lupin. Lo hice. Es muy simple, una niña y niño imaginando

todo, además de un ambiente amoroso donde se sienten seguros y apreciados, donde les escuchamos sus historias, donde vivimos en armonía. No estoy hablando de ningún sueño, hablo de lo que es posible cuando las cosas se hacen bien como se hicieron estas bibliotecas que ojalá lleguen a cada aldea de este país, tal como lo dice el poeta Garcia

Lorca «¡Libros, libros! He aquí una palabra mágica que equivale a decir amor, amor y que debían pedir los pueblos como piden pan o como anhelan la lluvia de sus sementeras».


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

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La lectora de las tierras altas


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Vendedor de versos

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Por Candelario Reyes Escritor, dramaturgo y gestor cultural

Director del Centro Cultural Hibueras, Embajador de Honduras en Panamá

Recibí la invitación de Plan Internacional Honduras para acompañar durante dos días

una jornada de promoción de lectura de al menos tres de las treinta y seis bibliotecas escolares y públicas del modelo Blue Lupin, que han emergido por la magia del trabajo intenso y la pasión por los libros, en los territorios de Lempira.

De inicio hubo una inducción sobre la jornada que debemos emprender y a la vez, hicimos la rúbrica en el documento de la Política y Protección de Salvaguarda de Plan Internacional Honduras. Luego partimos hacia la ruta en busca de las bibliotecas.

Tras breve viaje, nos vimos involucrados en una amena charla, en la comunidad de

Las Flores, con los maestros y una madre de familia del municipio de ese día diecinueve de mayo a las dos de la tarde.

Antes, hace un año, estuve en una gira y vi en obras lo que hoy es un ensueño donde duermen los libros a la espera de la mano generosas que por las mañanas y las tardes concurren a avivar las �lamas de las palabras que celosamente guardan los libros.


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Vendedor de versos

Linda, maravillosa biblioteca diseñada por los mismos niños de la comunidad. Nos recibe de inicio el frontón de un bello mural hecho por el artista Itzul Galeano del

equipo de Plan Honduras e hijo del mítico, Mito Galeano, portento de las artes

oriundo de Gracias y duende clave del señorío de las artes desde sus ancestros hasta las actuales generaciones. Pintador de pichinguitos con los niños de los programas de Plan en Honduras en las escuelas rurales del departamento de Lempira.

Al ingreso, uno cree encontrarse al ingreso la frase “Gnosce Te Ipsum” y siente quien abrirse un “Sésamo de tesoros en el que la sabiduría helénica y la magia de las Mil y

Una Noche” Que dentro estará Borges mostrándonos multiplicidad de jardines con caminos que se bifurcan. Y es así, estantes creativos de libros bajo una arquitectura acogedora. El ambiente propicio para leer, creer, descreer y crear.

Punto y aparte, café con pan, en la bella biblioteca de Lepaera, Lempira, hora y media después.

Es famosa esta arquitectónica imagen. Fuimos recibidos por dos bibliotecarias, amantes de los libros, de los niños, de la declaratoria de Plan Honduras en favor de la

protección de las niñas y de los niños, que, además de contar con el respeto de sus

derechos, son los dueños de casa, de las casas de los libros, que celosamente multiplican, leyéndolos.


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

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Allí dentro se cuenta con espacios atractivos para diversos tipos de lectores, muebles adecuados a las edades y las inquietudes que atrapa en su telaraña creativa y te vuelve lector, porque hay un caleidoscopio de colores expuesto.

Afuera de la biblioteca, enjambres de mariposas celan tu ingreso.

Adentro, las palabras son una enredadera de �lores que te ponen ante el mirador del

universo que los escritores a juicio de su inteligencia, dejan como patrimonio y heredan a los lectores.

El día veinte, desayuno con esencia de Guancasco, ritmo y alegoría Lenca. Una entrevista a Canal Ocho, de la televisión estatal. Tema: “Método de la Basura para

hacer Teatro” y por qué se hace poesía, palabras, se cuenta cuentos y se es más humanos gracias al arte.

De inmediato, guiados por dos compañeros del equipo de Plan, este servidor y mi hijo Cande David, que igualmente lleva una vida, joven aún, de trabajo en favor de la niñez, nos vamos en la ruta hacia la comunidad de Tejeras del municipio de Lepaera.

Esta biblioteca Blue Lupin, es la semilla generadora de lo que en el futuro ha venido a ser las otras treinta y dos bibliotecas. De arquitectura modesta, un aula de la escuela convertida en biblioteca.


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Vendedor de versos

Llegamos puntuales, porque los an�itriones manejan a su antojo los cordeles del

tiempo, leyendo. Nos esperaban treinta y siete niños y cuatro profesores. No les sombró nuestra llegada. Nos saludaron y dijeron, ¡aquí estamos, vamos a ver, que traen de novedades!

Sin mayores discursos nos dimos manos a la obra y pensamientos a la acción, con

frases y gestos corteses, les expuse mi mercancía de vendedor de palabras y de sueños. Les pareció bien e iniciamos una transacción. La compra de ese librito insigni�icante llamado Ulúa, pero que, en sus pocas páginas, al abrirlo, se desata el río

más distinguido de Honduras, cuna de la los pueblos lencas y mayas y ruta inicial del mestizaje colonial.

Tasamos el precio, más bien el valor del libro. Una vez acordado el canje, procedieron

los niños a cumplir el convenio, se encaminaron a las bóvedas de sus fortunas. Se fueron al jardín a traer, piedrecitas, frutas, hojitas de monte, �lorecilla, papeles de valores con versos dentro.

De regreso, cada quien adquirió un libro.

Fuera de toda coincidencia, en las o�icinas de Plan me dijeron, serán veinte personas,

diez niños, cinco padres y madres y cinco maestros ¡Pamplinas! Tomé un puñado de libritos al azar, como buen vendedor de palabras y mago ante las sorpresas de camino.


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La mercancía fue justa. Treinta y siete libros, treinta y siete niños y niñas, ni una más. La magia de la poesía es real.

Libro en mano, acordamos que dentro, había un río, en la portada una barquita. La pregunta hecha a los lectores, fue ¿Qué necesita esa barca para navegar? ¡Un río,

gritaron! ¡Viento, agregaron otros! Y se vio al barquito iniciar ya hinchando velas

¿Quién es la barca? Les riposté ¡Nosotros, los lectores! Me dijeron sin dudarlo… ¡Ay! Papá, ¡pensé!, estoy ante lectores expertos y les aplaudí. De inmediato procedimos a navegar en aquellas páginas durante cinco minutos. La idea generadora, fue: “Vamos

a poner redes y pescaremos un verso que nos agrade”. Cinco minutos después, las redes estaban a rebosar.

Comenzamos a recitar versos, era aquello un tropel de corcheas, semicorcheas, blancas, negras, fusas y semifusas brotadas del mismo piano ejecutado por Mozart, Bach, Vivaldi, Chopin y Debussy.

A ese momento nos dimos cuenta, que éramos ricos. Ellos tenían versos en abundancia y yo una mesa repleta de monedas, pétalos, hojitas, piedras, un limón verde y un mango en ciernes, acaso para una sola mordida de una ardilla, o para una fábula pintada por niños muralistas de un país gobernado por pinceles y acuarelas.


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Vendedor de versos

Debíamos tomar una decisión ¿Qué hacer con tantas riquezas? Gratos en la inversión humanista, hicimos modestos planes.

Tomamos entonces la decisión de fabricar una cripto moneda de la solidaridad, que, por un lado, tuviera el esplendor de los tesoros, y por el otro, la magni�icencia de los valores humanos más caros.

Así surgió esta moneda. (Una hoja de papel donde las niñas y niños a cambio de un libro han traído hojas, una �lor, una piedra, una semilla, un pedacito de papel)

Fue una tarea a la que se le dedicó tiempo y ternura. Una vez hecha la moneda, tuvimos

que decidir a quién dejar al celo, al cuido de esa moneda. Hubo un solo candidato: La familia creadora de la Biblioteca Blue Lupin, los esposos: Jim Martin y Lynda Martin…Esperamos que Plan Internacional Honduras les haga llegar este tesoro.

En premio por tan encomiable jornada de lectura, hice entrega al �inal de tres libros, Ixchel, Palmerolo para genios y Palmerolo lee el Quijote, para que circulen por las

casas de la comunidad de Tejeras. A cuyo celo estarán los niños y niñas lectoras y los educadores de la escuela.

Doce en punto del día veinte de mayo del dos mil veintidós.

Y seiacabuche, como dice Salarrué, en el libro Cuentos de Cipotes.


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Vendedor de versos


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He visto leer a los niños y niñas de mi tierra

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Por Marvin Valladares Drago Escritor y cantautor

Director de la Casa de la Cultura de Gracias

Salvador me llama y luego de un escueto protocolo me explica el "plan" a seguir. La

cruzada partirá de las o�icinas de "Plan" en Gracias, Lempira, aproximadamente a las 8:30 a. m. La primera parada será en la Biblioteca Blue Lupin del municipio de Las

Flores. Trazo de inmediato la analogía: las "�lores" salvajes canadienses "lupin" que le dan un bellísimo sentido y armonía al nombre de las bibliotecas y Las Flores, Lempira, con su propia biblioteca infantil. Imagino pétalos apergaminados en medio de los

libros, hojas como separadores y semillas luminiscentes germinando en ojos y neuronas de los niños. También recuerdo que en estas mismas "Flores" (Mongual),

fue fundada hace 485 años y por segunda ocasión mi amado terruño Graciano (1537 por orden de Don Francisco de Montejo).

Luego pienso en la maniobra que implementaré para acomodar un sinnúmero de

actividades en los próximos dos días de expedición "biblioteca". Es simple: aplico de

inmediato ese mecanismo caprichoso de pesos y contrapesos que al �inal siempre da


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He visto leer a los niños y niñas de mi tierra

como resultado hacer aquello que en verdad me apasiona: la literatura. Resultado:

dejo todo en suspenso y me voy a visitar esas afamadas bibliotecas infantiles, a

recorrer esos pueblos encantados, esos caminos de tierra y de palabras, esos libros, y sobre todo a disfrutar de la compañía de los niños y niñas de mi amada tierra lempireña.

En punto de las 8:00 a.m. arribo a las citadas o�icinas de Plan. Ahí otra grata sorpresa:

me encuentro a mi querido amigo, el Dr. Víctor Manuel Ramos, Director de la Academia Hondureña de la Lengua. Está ahí en compañía de su esposa y resulta que él también es integrante fundamental de esta inusual expedición. Mejor imposible.

En el camino hablamos sin parar. Tanto el Dr. Ramos como yo somos conversadores infatigables, y para terminar de "complicar" la situación tenemos algunos puntos en

común: somos escritores, somos originarios de esta zona occidental de la patria, él es un experto en literatura infantil, yo he trabajado media vida en bibliotecas y centros de documentación especializados en literatura infantil y juvenil. Así que la guitarra

pasa como agua entre las manos, las cuerdas vibran, y nadie quiere prestarla por mucho tiempo.

Por �in ingresamos al in�inito universo de los libros (recuerdo a Borges y la "biblioteca de Babel"). De entrada, me sorprenden el maravilloso mural de Itzul Galeano, las

paredes altas y sólidas, la edi�icación es robusta y a la vez acogedora. Hay vegetación


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

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en los alrededores y la �lor de Blue Lupin se yergue imponente y hermosa en el centro del jardín, con sus niños alegres como estambres después del primer rocío.

El personal es muy atento, hay algunos niños y niñas leyendo, ubicados en cómodos sillones y en mesitas coloridas. De inmediato el Dr. Ramos traba conversación natural

con ellos. Yo me intereso por husmear entre aquellos lindos anaqueles. El acervo

bibliográ�ico es de buena calidad, considerable, diverso y en su mayoría nuevo (buenas ediciones, pastas duras, buen papel, buenos libros, excelentes semillas).

Luego trato de socializar un poco, pero es tarde, una bibliotecaria ha encontrado unos

libros de cuentos infantiles escritos por el Dr. Víctor Manuel Ramos y él, sin protocolo

alguno se ha puesto a leer de inmediato su obra "El Ratoncito gris" rodeado de niños. Es un deleite en realidad.

Compartimos un poco más. Los y las niñas superan la timidez y nos leen algunos de

sus tramos preferidos, nos cuentan sus experiencias y sus expectativas como lectores. Nos despedimos, partimos con rumbo a la biblioteca infantil Blue Lupin de Lepaera.

Por el retrovisor observo una vez más la edi�icación, siento un poco de nostalgia, pero

esta vez ya sin asombro: he visto leer a los niños y niñas de mi tierra y sé que se

merecen todos esos libros, todas esas comodidades y hasta esos magní�icos espacios, sin su presencia, carecen de sentido alguno.


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He visto leer a los niños y niñas de mi tierra

Entramos a Lepaera y a su Blue Lupin. Esta biblioteca es realmente impresionante, su

diseño arquitectónico es impactante. Igual: altas las paredes, columnas macizas, ángulos equiláteros que cortan de tajo la tarde gris de Lepaera. Esta es más grande,

sus espacios interiores son amplios y los ambientes temáticos en interiores han sido cuidadosamente elaborados.

Entramos, es un poco tarde y casi no hay niños. Me asomo por una ventana y veo unos quince niños subiendo a un pequeño camión. Llevan mochilas y cuadernos. Hablo con

el maestro y los convenzo de bajar y escuchar al Director de la Academia de la Lengua

en Honduras. Casi no lo pueden creer. La historia se repite y pasa igual que en las Flores, con la diferencia que en esta biblioteca tienen prácticamente todos los libros del Dr. Ramos.

Al día siguiente visitamos la Blue Lupin de Lagunas, La Iguala. Esta biblioteca es

bastante modesta si se compara con las anteriores. Es decir, este espacio está dentro de la escuela pública de la comunidad. Es pequeña pero también es bonita y

estéticamente bien diseñada. Lo más importante, tiene excelentes libros. Aquí nos tienen preparada la sorpresa de la jornada: todo un programa artístico: cuenta cuentos, mimos, teatreros, títeres, pintores, lectores, cineastas, niños escritores, etc.

Regresamos con una sonrisa de complicidad esbozada en los labios. Hay tanto talento

escondido en medio de estos cerros. En el camino le comento a Itzul una ocurrencia


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

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de niños ventrílocuos en tiempos de pandemia: "Todos usan mascarilla, incluso el

muñeco del ventrílocuo y obviamente él niño. Resulta que nadie percibe si este en realidad habla con el vientre o si mueve los labios, tampoco se sabe nada del muñeco,

ni de los espectadores, no se sabe si las ocurrencias del artista les causa risa, pero el espectáculo causa tanto furor que al �inal el ventrílocuo pandémico se gana todos los aplausos".


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Una hermosa locura

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Por Néstor Ulloa Escritor y gestor cultural

Jefe del Departamento de Letras de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras

La primera vez que visité el occidente del país, era ya un adulto. Viajé para asistir a un festival cultural que se gestaba en la ciudad de Gracias, cabecera del departamento de

Lempira. Todo el transcurso de ese viaje me mantuve absorto, bebiéndome a borbotones el paisaje. Puesto en Gracias, me encantó la ciudad como unidad arquitectónica; pero más su gente, su sencillez, hospitalidad y sensibilidad.

Así comenzó mi relación amorosa con esta zona del país, la cual visito cada vez que puedo. Esas visitas me llevaron a conocer personas que, en aquel entonces soñaban un proyecto que parecía una locura: una hermosa locura.

Fue así como me enteré de un proyecto que pretendía fundar bibliotecas en los

rincones más postergados del país. Con lo dado a ser localistas que somos al interior del país, y puesto que, producto de un terrible complejo de superioridad que poseemos, es común pensar que eso que llamamos cultura sólo ocurre en los grandes centros poblacionales, cualquiera pudo haber pensado qué locura era esa de fundar


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Una hermosa locura

bibliotecas en lugares tan postergados y olvidados. Pero estas personas que soñaban ese proyecto estaban convencidas de lo urgente de llevar a cabo esa locura.

Muchas vestiduras fueron rasgadas cuando quienes las portaban se dieron cuenta de

que la metodología era prácticamente inexistente y que todo comenzaría con consultarle a las niñas y los niños de esos pueblitos olvidados, para poder construir el catálogo.

«¡¿Qué van a saber ellos sobre catálogos de bibliotecas?!» dijeron los puritanos y puritanas de la academia.

Y las niñas y los niños tuvieron voz por primera vez en sus vidas y comenzaron a hacerla valer para decir sobre qué querían leer: «Quiero leer sobre mujeres

valientes», dijo una niña, con los ojos llenos de ilusión. «Yo quiero leer sobre tesoros escondidos», dijo un niño con la mirada hambrienta de aventura.

Desde entonces he sido testigo, a veces desde dentro, participando como voluntario en algunas actividades; y la mayoría de las veces, desde fuera, observando feliz cómo ha evolucionado y se ha transformado, no sólo el proyecto, sino la vida de

comunidades enteras, a través de todo ese maravilloso universo de acciones que giran en torno a un «edi�icio lleno de libros».


Leer y crear en una biblioteca Blue Lupin

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Porque para quiénes las bibliotecas, esos edi�icios llenos de libros, son sólo un mundo

gris y silencioso, lo que sucede en el occidente de Honduras sigue siendo una simple y llana locura. Para mí ─y afortunadamente para muchísima gente─ es la hermosa

locura que le hace falta a todo este país sumido en el caos. En las bibliotecas Blue

Lupin, las niñas y los niños ríen, cuidan, juegan, comparten, enseñan, escriben poesía, actúan, hacen dramaturgia, bailan, hacen cuentos, hacen cine, escriben libros, crecen, se empoderan, se convierten en personas felices y, por supuesto, también leen.

Yo, por poner un ejemplo, jamás podré olvidar los rostros de niñas y niños de Cruz Alta, una aldea del municipio de La Campa, cuando en un festival de teatro que se

efectuó alrededor del proyecto de las bibliotecas, tuvieron la oportunidad de representar una obra escrita por una compañerita de la escuela, y basada en la

tradición oral local. Esos eran rostros de niñas y niños felices, porque habían

encontrado un asidero para su voz y un lugar en el universo para poder ser, propiciado por esa hermosa locura que eran y seguirán siendo las bibliotecas Blue Lupin.


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