36 concentración nazi, o los desafueros de las dictaduras en la América Latina. Se trataba también de pensar bajo qué reglas del juego se estaba existiendo en estas sociedades. Ya no era cuestión de ver si era posible nuestro ideal de Revolución socialista, o si el comunismo como expresión última de la justicia social, podía ser realizado algún día. Se trataba también de vivir al pulso de lo cotidiano, bajo las implacables leyes del mercado o de las pautas civiles, laborales o morales trazadas por las instituciones. Después ver y observarse uno mismo formando parte de ese juego viviendo, por qué no, momentos placenteros, experimentando a ratos ciertos goces en medio de la llamada sociedad de consumo, una sociedad que no deja mucho tiempo para pensar, pero sí para actuar rápidamente, para resolver el universo práctico de la sobrevivencia, y, por qué no, para disfrutar de algunos favores del progreso. Una desilusión amorosa, una disensión política o una polémica con un “camarada” del partido te podían hacer cambiar de opinión y colocarte radicalmente del otro lado. Pero eso no era fácil. El intelectual estaba atornillado a su responsabilidad de demócrata convencido, a su izquierda revolucionaria, a un cambio en todos los órdenes que había que hacer para poder alcanzar cierto grado de justicia o felicidad. Mientras esto ocurría, el intelectual experimentaba las más profundas contradicciones con su familia, sus amigos o colegas, que le podían llevar al desvarío o a la duda profunda. En un momento dado, el escritor-intelectual, el filósofo-profesor, el catedrático- ilustrado estaba viviendo en el medanal de las contradicciones, la paradoja era su esencia. El socialismo real se convertía en socialismo utópico, la revolución en la inmolación de camaradas guerrilleros que vivían sacrificados en montañas, mientras llegaba la toma de conciencia y un cambio profundo en el status. Transcurrieron dos Guerras Mundiales, después vinieron la Guerra Fría, la Guerra Civil Española, las revueltas latinoamericanas, entre ellas las revoluciones mexicana y cubana. Todo ello abonó un terreno para volver a hablar de revolución y de intelectuales comprometidos. De la brillante Generación de 1927 opuesta al gobierno fascista de Franco surgieron figuras combatientes como la de un Rafael Alberti. Franco era deudo de Mussolini en Italia, y éste a su vez había servido de inspiración a Hitler en Alemania. Por su parte, la revolución cubana amonedó la imagen del intelectual latinoamericano de izquierdas, del profesor universitario beligerante, del crítico que ejercía la cátedra en el aula o el periódico. Éste atizaba sus ideas contra las democracias representativas, genuflexas ante el poder imperial de Inglaterra o Estados Unidos, países que permanecen más o menos satanizados en la mente del intelectual, y del otro lado las de la Unión Soviética o China canonizadas en una verdad revolucionaria que pronto cesó. El Mayo Francés, la rebelión juvenil de