39 cerrado de una microsociedad, para el disfrute de unos pocos estudiantes, que a su vez se convertirán en tesistas algún día, fenómeno que ha dado pie a que se hable incluso de un “capitalismo académico” regido por la ciencia mercantil, acelerado por el financiamiento corporativo y las relaciones cada vez más íntimas entre universidad e industria. Entonces los escritores no son obligatoriamente intelectuales ni los intelectuales escritores. Mientras tanto, en un plano marxista se nos dice que “un intelectual sería un hombre que utiliza sistemáticamente su pensamiento para distinguir y denunciar la estructura del sistema y no sus apariencias, para atacar frontalmente y destruir todos los mitos que el sistema elabora y difunde, a fin de justificarse entre la conciencia de los hombres, para restituir la verdadera noción de conciencia que implica la idea de crítica, y elevar a la percepción lúcida de las gentes el significado de todo ese mundo de imágenes-fetiches y representaciones-ídolos que el Estado ha instalado en su pre-conciencia”, como ha escrito Ludovico Silva. Tamaña responsabilidad ya no es asumida por nadie individualmente. Por el contrario, las colectividades trabajan cotejando experiencias continuamente. Un individuo, por más lúcido que sea, no puede revelar todas las fallas de una sociedad y llamar a otros a resolverlas. Hay definiciones más elementales. Por ejemplo, la del Pequeño Larousse: “persona que se ocupa, por gusto o por profesión, de cosas del espíritu”. Pero ese gusto por las cosas del espíritu ¿es tal en función del nivel de instrucción? En ese caso, ¿se podrían considerar como intelectuales a todas aquellas personas que han realizado estudios superiores –incluso secundarios— sin olvidar a los autodidactas? Por el contrario ese “gusto” no se ha formado sino de un pequeño nombre, de una élite de filósofos, de escritores, artistas, hombres de ciencia. Tales juicios de valor pueden también intervenir dentro de una evaluación de este tipo: el “gusto” será bueno o malo, y en consecuencia aceptado o rechazado: las “cosas del espíritu” serán estimadas tales en función de una sensibilidad, de una estética, de una escuela. Las “actividades intelectuales” por su parte, pueden ser concebidas de manera restrictiva: las actividades de creación (literatura, pintura, música, arquitectura y en cierta manera las ciencias) serían intelectuales, mientras que de manera más extensiva toda persona donde predomine el uso de la escritura, en cualquier soporte o formato, puede optar a la calificación de intelectual, y en tal sentido, ya no se definiría en oposición a la actividad manual. Ese “gusto por las cosas del espíritu” se manifiesta más habitualmente por la lectura de libros, periódicos, revistas mensuales o semanales de tendencia literaria. Es decir, el término “intelectual” está dominado siempre por la ambigüedad, y su ejercicio por la paradoja.