48 En lo que atañe a los narradores que han abordado de modo crítico nuestra prosa de ficción se cuentan principalmente Orlando Araujo en Narrativa venezolana contemporánea, y José Napoleón Oropeza en Para fijar un rostro. Otros críticos de referencia obligada por su sostenido trabajo sobre narrativa venezolana son Julio Miranda y Oscar Rodríguez Ortiz, Víctor Bravo, Juan Carlos Santaella, Luis Barrera Linares y Antonio López Ortega, que han examinado la producción narrativa de los años 70, 80 y 90 con indudables aciertos. Es de hacer notar que para esas décadas había más revistas especializadas y páginas de diarios para acoger comentarios críticos que hoy, aparte de las publicaciones auspiciadas por el Estado que siempre han existido, como la Revista Nacional de Cultura e Imagen. Por entonces también los diarios “El Universal”, “El Nacional” y “Últimas Noticias” tenían dossiers dominicales donde se localizaban buenas columnas críticas, inexistentes hoy, así como algunos diarios del interior como “El Carabobeño”, “Panorama”, “El Impulso” poseían estos encartes, mientras que revistas literarias independientes o universitarias aparecían con más regularidad y daban cabida a reflexiones críticas sobre literatura, muy escasas en la actualidad. No obstante, se han venido publicando excelentes libros de ensayos y crítica en Monte Ávila Editores, Biblioteca Ayacucho y en Fundaciones privadas como Polar y Bigott. Aun así, seguimos echando de menos libros lúcidos y frescos que amplíen los horizontes de la crítica. Tomo como ejemplo un libro de Luís Barrera Linares situado dentro de este orden de ideas: La negación del rostro, cuyo tema es precisamente la insólita tendencia visible en muchos de nuestros escritores de negar la existencia, desde los años 70, de una narrativa venezolana que pueda competir en buena lid con la de otros países, en una especie de posición negativa que un psicólogo elemental llamaría de “complejo de inferioridad”. Barrera Linares siguió la pista de esta tendencia en declaraciones de los mismos escritores en reportajes, entrevistas, artículos, críticas en diversos formatos y las acopió, para luego darse a la tarea de refutarlas. Este resulta un tema más que interesante dentro de nuestra tradición reciente, una suerte de síndrome cultural que nos hace vulnerables a los ojos de las demás naciones en materia literaria, y apela a una especie de incapacidad innata que tendríamos para cotejarnos frente a grandes figuras extranjeras. Barrera Linares demuestra exactamente lo contrario: que buena parte de nuestra narrativa ha venido conquistando un espacio justo a partir de los años 70; espacio sistemáticamente escamoteado por intereses extra-literarios, en este caso políticos o de figuración pública, propiciados los más de ellos por profesionales doblados en literatos, los cuales se impusieron usando diarios, ateneos, museos e instituciones públicas y privadas, buscando ciertamente