Hacendera nº7_2018

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Hacendera I 2018

CUENTO

PERIQUITO TRAGAPEPES FINI GONZÁLEZ

C

aía la oscura noche sobre la desolada aldea y un halo de temor se extendía dando la mano a las tinieblas; tanto las bestias como los hombres regresaban presurosos a la seguridad de sus moradas. El joven Pedro encerró el rebaño en la majada y entró raudo en la cocina a calentarse las ateridas manos en el fogón. El zagal, alegre y simpático, era muy querido por todos sus convecinos que desde su tierna infancia lo llamaban por el sobrenombre de Periquito. En la sencilla vivienda de al lado, Benedicta, la humilde viuda, se disponía a preparar la cena para su numerosa prole. -Beatriz, - reprendió a su hija primogénita- deja de holgazanear y trae una brazada de leña del cobertizo, que ya es hora de prender la lumbre. Salió la muchacha obediente y a la tenue luz de un candil se dirigió a la parte trasera de la casa. Pocos minutos después, un grito aterrador rasgó el aire. Lo siguió un macabro coro de alaridos mezclados con ruidosas carcajadas.

Pedro, al oírlo, se precipitó hacia la ventana justo a tiempo de ver la silueta del gigante Pepe, quien a grandes zancadas, se dirigía al bosque, enarbolando un trofeo con su brazo extendido. El frágil cuerpo de Beatriz, su vecina y amiga íntima, se debatía en el aire aprisionado por la manaza del gigante. Más tarde, desvelado en su estrecha cama, imaginó y desechó innumerables artimañas para poner fin de una vez a las canalladas de aquel malvado. Poco faltaba para el alba cuando Morfeo lo rindió en sus brazos, pero la decisión ya había sido tomada y el plan trazado. A partir de la mañana siguiente, mientras el rebaño pastaba custodiado por sus dos fieles perros, Periquito iba excavando un profundo hoyo en un paraje donde las ramas rotas y la hierba aplastada, indicaban el paso frecuente del grandullón. Cuando terminó su obra unos días después, cubrió la abertura con ramas y hierba, y dejando un cordero atado junto al agujero, se fue a encerrar el rebaño.

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