Hacendera I 2017
AIRES DE VERANO GRELEA Todos los jóvenes siempre deseamos que llegue el verano. La libertad de dejar atrás las obligaciones. Aunque el verano nos da uno: divertirnos. La mayoría de nosotros buscamos nuestros proyectos para que el verano se nos haga corto. Y yo soy una experta en este tipo de historias. Este año os escribo estas dos historias para reír, disfrutar y recordar ese aire de verano. Todos tenemos nuestras propias historias de verano y espero poder vivirlas con la mayoría de vosotros para seguir contándoles y llenaros de recuerdos las cabezas. Y si no las conocéis, ya tendréis una historia que sepáis, la mía. Grelea
El error que llevó a la aventura Verano. Esa palabra para mí significa libertad y aventura. En el pueblo se vive de una manera muy singular, puesto que en la ciudad la libertad es cambiar de habitación y aventura cruzar la carretera. En cambio, en el pueblo libertad significa no entrar en casa durante todo el día. Por el contrario, la aventura, es meterse en lugares en los cuales siempre acabo con algún moratón; claro, que ya estoy tan acostumbrada a que no me preocupa el mal color que tiene. En resumen, cada día se vive una aventura, más grande o más pequeña, en un pueblo o en una ciudad, en la calle o en casa, viviéndola o escuchándola… En esta ocasión fue una aventura por error. Que así empiezan normalmente las aventuras. Así que, a disfrutar de la historia y sumergiros en ella, porque aquí empieza mí aventura por error. Era una tarde de agosto, exactamente el 9 de agosto del 2016, en la cual pasábamos el rato ju-
gando a las cartas. En la partida se encontraba mis primas Olga y Elsa, y mis primos César y Pepe. Maite, la madre de César y Pepe, hacía las tareas del hogar. Después de unas horas de puro aburrimiento se nos ocurrió la idea de dar un tranquilo y relajante paseo por donde antes estaban las vías del tren y donde se encontraban alguna que otra bodega. La entrada estaba en medio de la carretera, y ésta abría paso a una cuesta muy empinada, perfecta para tirarse sin frenos con la bicicleta. Mientras pasábamos por el túnel íbamos gritando y escuchando nuestras voces a través del eco. Decidimos ir hacia la izquierda en la cual, tras las ramas había un pequeño camino que llevaba hasta una fuente. De ella brotaba el agua más pura y fresca del lugar. Detrás de la fuente, había una rama gigante, llena de otras ramas espinosas. César, Olga y yo miramos un poco a través de ese camino. Realmente, no se podía avanzar mucho más que
20
dos míseros pasos, puesto que rama que tocabas, rama que te pinchaba. Salimos de aquel camino que llevaba a la fuente y volvimos a coger las bicicletas continuando nuestro camino. El paso iba tranquilo y sereno como se esperaba que fuera. Alguna que