Nazarenos JOSE LUIS BERNAL SALGADO A Santos Yedro, in memoriam La revista Cruz de guía, de la Hermandad de Cofradías y Nazarenos del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y de María Santísima de los Dolores, me solicita, por mediación de su Hermano Mayor Jesús Gómez Barragán, una colaboración para el número de este año. Agradezco el honor que me hacen y no puedo evitar el recuerdo de mi querido Santos Yedro, Hermano Mayor que fuera de la Cofradía, quien me solicitaba siempre fidelísimo unas páginas para su querida revista. Santos, junto a otros cofrades, era un fiel asistente a mis añoradas exaltaciones de la saeta en Don Benito, que estos tiempos feraces se llevaron por delante hace ya unos años. No quiero ocultar que el encargo, en medio del trajín en que uno vive, me resultó de primeras una carga más, aunque lo acepté al instante por varias razones que, una vez sosegado, se impusieron rotundas; a saber: mi recuerdo y humilde homenaje a Santos, ya en “el otro mundo”, como diría don Miguel de Unamuno; mi recuerdo de aquellas exaltaciones de la saeta en la Iglesia de Santiago con don Fermín Solano, ese “hombre de Dios” sin medias tintas, como anfitrión; y la necesidad de arrimar el hombro en estos tiempos tan difíciles en los que vivimos, con virus, confinamientos y guerras de por medio. No estorba al hombre fatigado y arrebatado en el vértigo de sus quehaceres, pararse un momento y meditar, reflexionar, sin escuchar el goteo pertinaz del tiempo, y a ello invita este tiempo de cuaresma en 50
Cruz de Guía 2022
el que estamos y que nos desemboca en la Semana Santa. Mi reflexión va a girar en torno al significado que para mí tiene la palabra Nazareno, los recuerdos que me evoca y la oportunidad en el presente de ligar todo esto al nombre de la cofradía que impulsa esta Cruz de guía que acuna mis palabras. Yo, como otros muchos niños de hace más de cincuenta años, fui alistado por mis padres en las filas de la cacereña cofradía del Nazareno al nacer. Esta fue mi primera filiación, mi primera hermandad y, al cabo de los años, diría que casi la única. Contra los bandazos de la vida, las dudas, las vacilaciones tan humanas, los descreimientos y las flaquezas de alma, ese lazo ha seguido fiel y pacientemente el transcurrir de mis años. La primera vez que miré a la cara al Nazareno, sentí miedo. Yo era un niño que acompañaba a su madre al solemne besapié de la imagen. La cacereña iglesia de Santiago de los Caballeros, en cuya fachada posterior hay una simbólica hilera de canecillos con concha de peregrino, era entonces una referencia obligada para mi familia, y en ella se celebraron señalados acontecimientos, desde la boda de mis padres a bautizos o celebraciones litúrgicas diversas. Santiago era el eje central de la vida de la inmensa mayoría de las personas que formaban el mundo de