UN CAMINO DE IDA Y VUELTA Por: Paco Aguado
Nunca como hasta ahora, salvo aquel glo-
rioso paréntesis de los bravos años de la II República, hubo tanta conexión taurina entre México y España. Después de tantas interrupciones en esa especie de relación amor-odio entre el toreo azteca y el ibérico, parece que por fin se haya normalizado el tráfico entre ambas naciones taurinas, hasta el punto de que empieza a corregirse sensiblemente el desequilibrio de una balanza que siempre se volcó a favor de los toreros de la orilla occidental del Atlántico. Pero, de una u otra forma, ya sea por la mayor facilidad de las comunicaciones o incluso por el mayor flujo de información que genera esta aldea global que también lo es en lo taurino, España y México cada vez viven menos alejadas gracias a un nuevo, y esperemos que definitivo, proceso de acercamiento que dio comienzo allá por la mitad de la década de los noventas del ya pasado siglo.
Fotos: Tomadas de internet
Fue justo entonces, al apagarse los recientes ecos de los clamorosos triunfos del “hermano” Capea en la Monumental y con una presencia mínima de toreros españoles en los grandes carteles mexicanos -la de los aztecas en España no llegaba en esos años ni a testimonial-, cuando un novillero llamado José Tomás abrió de nuevo las barreras de esa casi siempre estrecha senda entre uno y otro continente taurino.
Tampoco entonces estaban fáciles las cosas para los aspirantes españoles. La abundancia de “ponedores” y “mirlos blancos”, que derrochaban los muchos excedentes de ganancias de los tiempos de las vacas gordas en el montaje de festejos –y casi siempre invirtiendo en los peores prospectos- cerraba el paso a quienes, como aquel desconocido torero de Galapagar, aspiraban a rodarse en el oficio sin la ayuda de “inversores”. Pero si no con dinero, José Tomás contaba al menos con un mentor de altísimo nivel y de gran clarividencia taurina: Antonio Corbacho, banderillero mediano pero preparador exigente y pensador profundo, por mucho que la inmensa mayoría lo ignorara entonces. Fue Corbacho quien decidió aceptar la oferta de viajar a México que les hizo el astuto Pepe Chafick, que también intentaba abrirse camino en España como ganadero guiado por Victorino Martín padre e hijo. Y fue en “Monteviejo”, la finca cacereña donde pastan los famosos toros de la A coronada, donde el criador mexicano se asombró por primera vez del valor de aquel torerillo de la sierra madrileña que se enfrentó a todo un “tío” con cinco años de los que criaba aquel ganadero emparentado con su abuelo paterno. Ese mismo valor, es absoluta determinación de pureza, fue lo que motivó la invitación, hasta que el 8 de enero de 1994 José Tomás y Corbacho, ligeros de equipaje como le gustaba al poeta, tomaron camino de “La Gloria” –la finca queretana de Chafick y Miaja- en busca de una gloria taurina que la vocación del toreo en el mundo
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