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indice 3 Prólogo Oskar Ruizesparza (México) 5 Escuelas: ¿De tauromaquia o de formación integral? Xavier González Fisher (México) 11 La importancia de las escuelas taurinas Juan Antonio de Labra (México) 16 Minuto de Silencio, tiempo de reflexión Horacio Reiba “Alcalino” (México) 19 Los humildes de la fiesta José Coello Ugalde (México) 25 Un Camino de ida y vuelta Paco Aguado (España) 45 El sueño de los toreros franceses Marc Lavie (Francia) 49 La odisea de ser torero portugués Rui Bento Vasques (Portugal) 53 De las sabanas a las plazas Víctor José López “El Vito” (Venezuela) 59 César Rincón, arco de mil sueños Victor Diusabá Rojas (Colombia) 65 Las escuelas taurinas en el Perú Dikey Fernández (Perú) 69 El milagro de ser torero Santiago Aguilar (Ecuador) 75 El quite de la lagartija Miguel Ángel Martínez “El Zapopan” (México) 79 María llena eres de toros Rocío Sierra (México) 92 Colaboradores
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prólogo Un día de tantos en un viaje por carretera en compañía de mi querido amigo Enrique Rivas “Joselito”, hablábamos acerca de la tremenda vocación de los toreros y la dificultad que entrañaba convertir en realidad el sueño de dedicarse –en cuerpo y alma– a una profesión repleta de incertidumbre y sinsabores. Y más aún, la dicha de que ese sueño viniera aparejado de fama y dinero, el que sólo alcanzan unos pocos privilegiados. Charlábamos animadamente sobre esos soñadores de gloria que son los muchachos –y algunos no tanto, porque a veces envejecen en el intento– que aspiran a convertirse en alguien dentro de la Fiesta, y planificábamos la publicación de un texto donde se contara esta historia. Ahora que este libro verá la luz, me pesa mucho que Enrique no hubiera dejado un artículo póstumo para poder alternar con el puñado de magníficos periodistas y escritores –de todos los países taurinos– que hemos conseguido reunir para colaborar en esta edición, porque hace apenas unos meses cayó fulminado por un infarto, esa cuchillada directa al corazón que, sin dejar de ser trágica e imprevista, también suele significarse como “la muerte de los justos”. Así que aprovecho estas líneas para dedicar esta obra a la memoria de ese entrañable amigo que fue Joselito Rivas, un hombre que estuvo muy unido a México Mío como un fino y atentísimo colaborador de mis proyectos editoriales.
A lo largo de estas páginas, en las que se palpan infinidad de ilusiones, han dejado su huella autores mexicanos de la talla de Xavier González Fisher, Juan Antonio de Labra, Horacio Reiba o Francisco Coello Ugalde, que en la primera parte del libro abordan el tema de las escuelas taurinas, sus antecedentes y previsión de futuro, así como la desdicha de esos humildes toreros de la legua que han sufrido la dificultad de ser toreros o, en el peor de los casos, han perdido la vida en uno de esos pueblos polvorientos, apartados de la mano de Dios, en los que la tradición taurina vive está estrechamente vinculada a nuestras tradiciones populares. También he querido abrir la puerta de esta casa editorial a otros escritores de distintas latitudes para ofrecer una visión más amplia de esos sueños de gloria, y la fórmula en que algunos novilleros incipientes han conseguido escalar peldaños, como en su día fue el caso de José Tomás cuando llegó a México de la mano de Antonio Corbacho, según recuerda Paco Aguado en un artículo en el que relaciona este hecho con el nacimiento de una “camino de ida y vuelta”. Y en ese mismo tenor, Mar Lavie, desde Francia, nos cuenta la problática de los toreros galos por alcanzar la alteranativa, o el relato muy bonito del matador portugués Rui Bento, actual gerente de la histórica plaza de Campo Pequeño, tuvo que emigrar a tierras de Salamanca para hacerse torero. De regreso a este lado del Atlántico, pero en la zona de suramérica, otros reconoci-
dos periodistas como José López “El Vito”, de Venezuela, Dikey Fernández, de Perú, y Santiago Aguilar, de Ecuador, nos cuentan el devenir de las escuelas taurinas de sus respectivos países y la importancia que han adquirido con el paso del tiempo, mientras que Víctor Diusabá hace un encendido relato de la figura –ahora podríamos afirmar que mítica– de César Rincón, un “arco” fantástico desde el que la torería colombiana lanza sus saetas cargadas de esperanza taurina. Se cierra el libro con dos participaciones muy especiales, las del matador Miguel Ángel Martínez “El Zapopan”, que refiere anécdotas como sobresaliente, esa figura casi escondida de la Fiesta, y el ameno cuento “Bendita eres entre los toros” que nos regala Rocío Sierra, que viene a resumir todo este afán de reto y supervivencia que supone el toreo. Mi agradecimiento especial a todos ellos, que han hecho posible este libro, así como a la ganadero de San Constantino, Juan Pablo Corona Rivera, que ha creído en mí y me ha patrocinado para poder realizar mis personales “sueños de gloria” editoriales al poder publicar tres libros –incluido éste– con los que hago mi humilde aportación a esta Fiesta que tanto amamos. Gracias a todos ellos. Y sobre todo, a esos muchos toreros que aparecen en las fotos que ilustran un libro que está cosido de ilusiones. Oskar Ruizesparza la vocación del toreo en el mundo
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Academia Taurina Municipal de Guadalajara, en visita a la Ganadería de San Mateo
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Escuelas: ¿De tauromaquia o de formación integral? Por: Xavier González Fisher
Carlos Quirós Monosabio, uno de los integrantes de la terna que
fundara “El Universal Taurino”, considerada por los especialistas una de las mejores publicaciones de su género a nivel mundial, recogió una serie de conversaciones con el gran Rodolfo Gaona en el año de 1925, cerca de su retirada de los ruedos, en las que le contó lo que fue su vida como torero. Esa obra, primero publicada por entregas y después reunida en un libro, se titula “Mis Veinte Años de Torero” y en ella El Califa de León analiza con detalle el ser y el devenir de su existencia en los ruedos y lo que a su persona le dejó el paso por estos. De esa importante obra viene al caso lo siguiente: “…andaba por los pueblos, toreando lo que’ se podía y pasando hambres y fatigas. En los trenes viajaba en calidad de mosca. Y empecé a convencerme de que hacerse torero era algo más duro de lo que yo había creído en un principio. Ya estaba a punto de cortarme el pelo, cuando llegó a León Saturnino Frutos, “Ojitos”, allá por 1903 ó 1904. “Ojitos” fue expresamente a León para organizar una cuadrilla juvenil: Había oído decir que en León había varios aficionados a propósito, y tan luego como llegó se puso a buscarlos. Con el primero con quien habló fue, conmigo, porque dio la casualidad de que todos los muchachos que después formamos la cuadrilla acostumbrábamos ir diariamente a los billares de “Montecarlo”, donde el dueño, que todavía vive – don Timoteo Carpio, que fue aficionado, después luchador y ahora es dentista –, me llamó y me dijo: - ¡Anda!, tú que quieres ser torero: ha venido un torero ya viejo, que fue banderillero de Frascuelo y que le dicen “El Ojitos” y quiere hacer una cuadrilla de chiquillos. Más tarde vendrá por aquí y te .lo presentaré.
Fotos: Oskar Ruizesparza - ¡A ver si le convienes! En efecto, poco después llegó Saturnino, muy serio y bien trajeado, “negro hasta los pies vestido”, con cuello de pajarita y… ¡con bombín! En León había pocos bombines. Y un torero con bombín me aplastó. Yo le cobré desde luego un gran respeto. Me presentaron. Hablamos en tanto que él se empujaba una copita de coñac. – Muchacho, me dijo: - ¿Tú quieres ser torero? - Sí, señor - le contesté. - Pues yo quiero hacer una cuadrilla de toreros. Pero una cuadrilla modelo. De toreros que sepan estar en sociedad y portarse como gente decente. Porque se puede ser torero y no ser un VICIOSO. - ¡Y me largó el primer sermón Y por primera vez me contó cómo las gastaban el señor Cayetano y el señor Salvador¡ Tan pronto como calló. Le dije que aceptaba entrar a formar parte de su cuadrilla. Mas tropezamos con serio inconveniente: “Ojitos” exigía que todos los muchachos que formaran la cuadrilla tuvieran el consentimiento de sus padres; de lo contrario, no los admitía. Y me aconsejó que hablara con mi madre para ver si me daba permiso. Con eso, después él iba para cerrar el trato. Y allí estoy pasando fatigas convenciendo a mi “bata”, que se cerró a banda. ¡Que no y que no! Y yo, ¡que sí y que sí! Que yo quería ser como el la vocación del toreo en el mundo
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Academia Municipal de Aguascalientes
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señor Cayetano. Que me dejara, porque, si no me daba su consentimiento. Me iba a largar sin él. Pero, a pesar de todo. Ella se aferró en que no. Entonces me fui a buscar al “Ojitos”. Iba pensando: ¿Cómo le voy a decir a este señor que siempre no? Y opté por la mejor solución: Le aseguré que ya todo estaba arreglado. Me dije: Este hombre la convence; está bien vestido, tiene representación, y trae bombín. Y, efectivamente, “Ojitos” fue y la convenció. Y le dijo: - Señora: Los toreros pueden ser gente decente y bien mirada en sociedad. Es una carrera como otra cualquiera. Prometo a usted que yo educaré al muchacho y evitaré que se entregue al vicio. Seré como su padre. Lo vigilaré. Y le habló de Rafael y del señor Salvador. Y, lo que yo deseaba: La convenció y dio su permiso para que entrara a formar parte de la Cuadrilla Juvenil. “Ojitos” ya tenía a Fidel Díaz; después a menda. Luego llegaron Solís y Lombardini y los demás. Entonces nos fuimos a vivir a una casa muy grande. Cerca de la estación. Era la escuela. En el corral “Ojitos” mandó hacer una barrera. Y comenzaron las lecciones. “El Relampaguito” murió, y allí nació Rodolfo Gaona. Una coincidencia: El único mozo de estoques que he tenido, “Maera”, servía a Julio Gómez, “Relampaguito”. Y dejó a “Relampaguito”, para irse con Gaona. Aprendimos a saltar la barrera. Los picadores a rodar por el suelo y a levantarse a la voz de mando y a correr con la bota puesta. “Ojitos” primero nos daba la clase teórica, explicándonos las transformaciones que sufren los toros y sus diferentes condiciones. Después entrábamos a la práctica, toreando una cabeza de toro puesta en una carretilla. “Ojitos” no sólo nos enseñó las reglas del Toreo.
También las de urbanidad; a saber sostener una conversación con los buenos aficionados; a sentarnos a la mesa cediendo la cabecera a los visitantes de respeto; a no sopear a cuerno limpio cuando le entrábamos al mole de olla, sino que él tenía un procedimiento muy difícil: la sopa de tortilla la prendía en el tenedor. Así, ¡ándele, señor!, le metíamos con fibra, al caldillo. Mientras él o los matadores no llegaban, ninguno se sentaba a la mesa. Y cuando el matador – yo – se levantaba, todos daban por terminada la comida. Estábamos educados al reloj. Aprendimos otros adornos que decía Saturnino eran propios de los buenos toreros: a tocar la guitarra, a cantar flamenco, a bailar el tango y por soleares. Decía que así como los militares deben saber de esgrima, nosotros, los toreros debíamos saber cantar, rasguear la guitarra y darnos dos pataítas cuándo se terciara, para que nadie dijera que éramos sosos, que es lo peor que puede tener un torero. Solís aprendió a tocar muy bien. Yo algo, y entonaba mis coplas y bailaba. Ahora todo eso lo tengo olvidado. Como un año duraría ese aprendizaje. La primera vez que salirnos a torear’ moruchos, fue a la Hacienda de Santa Rosa, donde había toros muy bravos: nos llevaban los novillos a un corral cercado con espinas, de suerte que aquel a quien perseguía un bicho, tenía que decidirse o por las espinas, o por los cuernos. Yo una vez fui a dar sobre un mezquite, y quedé hecho un Cristo. La prueba fue muy dura, no se crea. Ojitos en la escuela nos llenaba la cabeza de explicaciones. Nos hablaba, para todo, de los toreros que él conoció, v nos los ponía de ejemplo. La verdad que no siempre le entendíamos. Pero él tenia mucha paciencia y era machacón, hasta que juzgaba que ya habíamos aprendido lo bastante… la vocación del toreo en el mundo
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Ojitos extremaba sus doctrinas, porque mucho de lo que nos exigía era de imposible realización en el ruedo. Quería que toreásemos a pie quieto y sin enmendarnos lo más mínimo. Aun cuando al final del lance anterior quedáramos con el bicho encima. En el corral y delante de la carretilla así lo hacíamos, pero luego, cuando salíamos a torear, nos enmendábamos un poquito, cuidando que no nos viera… Hoy se lo agradezco…”
Leo Valádez y Diego Sánchez de la Academia de Aguascalientes
Como podemos apreciar, lo que históricamente se considera la primera escuela taurina formal en México, excede en mucho lo que el común de la gente piensa de ellas, que son agrupaciones o establecimientos en los que se enseña a los alumnos las habilidades necesarias para esquivar las acometidas de las reses y evitar ser arrollados o heridos por éstas, además de que por imitación, los aprendices adquieren una serie de hábitos y de vicios que se atribuyen a quienes frecuentan o viven cerca o dentro del ambiente taurino, porque desgraciadamente, se ha hecho mucha difusión del folklore y de la picaresca que éste propicia, pero poca o nula de los valores y de las virtudes que también genera. Hace algún tiempo, el Notario Jesús Eduardo Martín Jáuregui, autoproclamado “aficionado en el retiro”, publicó en el diario El Heraldo de la ciudad de Aguascalientes un artículo que relaciona una serie de bienes que a su juicio, deberían reunir las escuelas de tauromaquia, a propósito del anuncio que hiciera el entonces Gobernador del Estado de Aguascalientes, ingeniero Luis Armando Reynoso Femat de la puesta en marcha de una escuela de educación básica enfatizada en el llamado “Arte de Cúchares”, dentro del sistema educativo oficial. Escribió Martín Jáuregui, citando a otro humanista y docente, el médico Desiderio Macías Silva, que las escuelas de tauromaquia deberían otorgar a sus educandos el equipo físico e intelectual que les permitiera descubrir si la suya es la vocación de ser toreros y que habían de acudir a ella, con la principal finalidad de acreditar su instrucción básica obligatoria y agrega que la función de esa Institución Educativa debiera ampliarse de la siguiente forma: “…imaginarme la Escuela Taurina no como un plantel en que se dote a los niños de ciertos conocimientos taurinos además de su formación básica,
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sino como un centro de Estudios de la Tauromaquia… un lugar donde cualquier interesado, desde la niñez hasta la senectud, encontraría la posibilidad de profundizar en el conocimiento de una expresión cultural tan nuestra, y por lo mismo tan cuestionada por los apóstoles de la globalización, que son también los apóstoles de la estandarización, del adocenamiento, de la plebeyización, que desearían verla relegada a los museos. La Escuela Taurina sería no escuela para aprender a matar sino una escuela para aprender a vivir”. Los horizontes de las escuelas de tauromaquia deben ampliarse más allá del aprendizaje del uso de capotes, muletas y estoques. También son tauromaquia las obras de Pancho Flores y de Roberto Domingo; las del Padre Ramón Cué, de Federico García Lorca y de Manuel Benítez Carrasco; las de José Alameda y José María de Cossío y todas ellas no se tejieron en la arena de los ruedos, sino en torno a ellos y aportaron y aportan mucho a lo que sobre ella se realiza. La misión de las escuelas de tauromaquia debe centrarse pues, no en la función primordial de hacer toreros, como parece ante los ojos del catecúmeno, sino en la de formar hombres de bien y buenos aficionados a los toros. Si dentro de esos hombres de bien surgen toreros de valía, respetuosos de la afición y de su profesión, será un valor añadido, pero siempre deberá ir por delante el valor de lo humano por sobre cualquier otro.
perpetua se han vivido en nuestra sociedad, que no resulta ocioso repetirlo, tiene por una de sus más preciadas expresiones culturales, precisamente la de la fiesta de los toros. Hoy se alzan voces en contra de este tipo de centros de enseñanza. Se alzan intolerantes porque no gustan de nuestra fiesta y por ende la desconocen, afirman que fomentan la violencia social y que ponen en riesgo o dañan a quienes acuden a instruirse en ellas. Resulta sencillo hacer afirmaciones así desde la comodidad de un gabinete o a partir de experiencias aisladas ocurridas en tierras extranjeras. A esas personas debemos invitarlas a que conozcan el funcionamiento de las escuelas de tauromaquia, a que conozcan a quienes participan en ellas y que después de que estén debidamente informadas, opinen, porque la realidad nos demuestra que quienes han pasado por el medio taurino, en su inmensa mayoría, son hombres de bien, que sirven a su familia y a su patria de una manera significada. En fin, la idea que deseo transmitirles al final de toda esta argumentación, es que las escuelas de tauromaquia pueden enseñar algo más que a torear. La interacción de ellas con las familias de los educandos y con el sistema educativo oficial será fundamental para lograr el cometido, no de egresar muchos toreros, pero si mejores personas, mejores aficionados y sobre todo, personas interesadas en preservar una de las tradiciones culturales más preciadas que tenemos: La fiesta de los toros.
En una importante medida eso se logra manteniendo y fomentando el espacio de convivencia familiar que representan las escuelas bajo su actual concepto. Anima mucho ver al padre, a la madre, a los hermanos y hermanas apoyando lo que los chiquillos hacen en el ruedo, reconfortándoles ante una tarde en que la suerte fue adversa y elevando al cielo una oración por aquél que enfrentará al enigma que saldrá por la puerta de toriles. El amor une a las familias, pero la taurinidad también puede ser otro lazo de unión que permita lograr un desarrollo integral de las personas, no desdeñemos el potencial que hay en esto. La responsabilidad del aprendizaje de la tauromaquia pues, se comparte entre quienes transmiten la tradición del toreo y quienes transmiten la tradición de los valores que de manera constante y
Arturo Macías “El Cejas” mostrando al alumno Salvatierra la vocación del toreo en el mundo
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Escuela de San Luis Potosí
Escuela de Monterrey, N. L. 12 SOÑADORES DE GLORIA
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la importancia de las escuelas taurinas Por Juan Antonio de Labra
La fiesta de los toros de México atraviesa
por una época de esperanza. El surgimiento de varios toreros que están triunfando en Europa es el fiel reflejo de un momento que devuelve la ilusión a muchos aficionados que en años pasados habían soportado, con una lánguida tristeza, la ausencia de nuevos valores; de novilleros con verdaderas posibilidades de cuajar en figuras en los primeros años de alternativa. Y ahora que estamos ante una nueva generación de toreros importantes como Joselito Adame, Octavio Gacía “El Payo”, Juan Pablo Sánchez, Arturo Saldívar, Diego Silveti o Sergio Flores, entre muchos otros, resulta interesante hacer un balance de lo que las escuelas taurinas –o la formación profesional y dedicada de los últimos tiempos– ha incidido en el porvenir del México taurino en esta segunda década del siglo XXI. Algunas escuelas taurinas han influido de manera determinante, pues en los años recientes han comenzado a desaparecer aquellos maestros de toreros que formaban aprendices con una desmedida pasión, pero quizá sin los recursos y la proyección que hoy día brindan las escuelas a toda esa pléyade de chavales que sueñan con ser matadores de toros. “Ojitos”, ¿el pionero?
Fotos: Óskar Ruizesparza
El antecedente más significativo de esa época que tiende a quedar encerrada en el baúl de la añoranza, sea la emblemática escuela que formó Saturino Frutos “Ojitos”, aquel banderillero retirado que llegó de España y se afincó en León para transmitir sus sabias enseñanzas a principios del siglo XX. Ojitos había aprendido de su jefe de filas, Salvador Sánchez “Frascuelo”, y de ver en directo a la acérrima pareja de éste, Rafael Molina “Lagartijo”. La transmisión de este cúmulo de conocimientos desembocó en una de las figuras del toreo más relevantes y señeras de México: Rodolfo Gaona Jiménez (1888-1975), paradigma de la elegancia y uno de los pilares de la tauromaquia mexicana. De aquella cuadrilla juvenil que formó Ojitos a principios del siglo pasado en León, en la que Gaona hizo pareja con Samuel Solís, nace el caudal de conceptos técnicos y estéticos que dieron forma a la expresión mexicana del toreo. Porque no es que exista una “escuela mexicana del toreo”, como tantos años se ha repetido con una visión limitada sobre este asunto. Lo existe es “un sentimiento mexicano del toreo”, que deriva de nuestra idiosincrasia, que es la que aporta su verdadera identidad.
Esta forma de expresar, aplicada a la técnica y los conocimientos que siempre vinieron del otro lado del Atlántico, desde que Bernardo Gaviño procuró afianzarlos en tierras aztecas, es el resultado de un sello propio que ha caracterizado a varias generaciones de toreros nacidos en México. El sentimiento mexicano del toreo ha estado cobijado por la sensibilidad de un público que permanece ajeno a la teoría o a la rigurosa observancia de la pureza de la técnica, y que se ha dejado llevar por el aspecto febril del sentimiento, ese que ha permitido el desarrollo de una manera de torear que no está encasillada en determinada “escuela” –la sevillana, la rondeña o hasta la madrileña–, sino que fluye e impacta con suma naturalidad. La plataforma de enseñanza de Ojitos se bifurcó en dos corrientes bien diferenciadas: la de Gaona, que dio continuidad Alberto Cossío “El Patatero”, uno de sus fieles banderilleros, y la de Samuel Solís, que siguieron otros toreros a lo largo del tiempo. En la actualidad, más de cien años después, no resulta complicado poder advertir, en algunas de las grandes figuras del toreo mexicano, la ascendencia genealógica de su aprendizaje taurino y determinar la fuente en la que abrevaron. Con el paso de las décadas, las dos corrientes provenientes de Ojitos dieron pie a ciertas ramificaciones, hasta que desde hace unos 15 años a la fecha, el derrotero de la enseñanza taurina en México dio un interesante giro de timón, y hace poco más la vocación del toreo en el mundo
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virtuoso dentro de una Fiesta de auténticos profesionales; gente comprometida con esta fascinante filosofía de vida que entraña ser torero.
Escuela de las artes, Aguascalientes
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Escuela Municipal de Aguascalientes
de una década, cuando algunos políticos interesados en la formación de escuelas taurinas brindaron su apoyo a la Fiesta, volvió a escucharse el término “escuela taurina”. Una de las primeras fue la desaparecida “Ponciano Díaz”, de la Ciudad de México, auspiciada por el gobierno de la Delegacion Benito Juárez, demarcación política donde está enclavada la Plaza México, que funcionó desde mediados de los noventas, durante unos diez años. Esta escuela la dirigía ese gran taurino hidrocálido –aficionado práctico y juez de plaza en retiro– don Jesús Dávila. Pero al cabo de unos años terminó difuminándose en el horizonte, cuando los intereses políticos cambiaron de rumbo y los apoyos económicos desaparecieron. De esta escuela capitalina quizá el nombre más reconocible sea el del matador Federico Pizarro, que fue uno de los primeros en conseguir triunfos de relieve en su etapa novilleril y tomó una alternativa de categoría. Dos magníficos ejemplos La reciente fundación de varias escuelas taurinas vive una etapa relevante en México, quizá porque, en poco tiempo, el resultado que se ha visto fortalece la conciencia de buscar la consolidación de las nuevas generaciones de toreros que proveerán de figuras al espectáculo en los próximos años. En dicho sentido, ahora sí se está trabajando con las “fuerzas básicas” del toreo: niños pequeños que atienden al llamado de una
tempranísima vocación. En este sentido, cabe otorgar la importancia que merece a dos academias taurinas – según su nombre oficial– auspiciadas por sendos gobiernos municipales de estados que son vecinos: Aguascalientes y Guadalajara, respectivamente, siendo la primera la que ha contribuido, en gran medida, a la formación de una larga y valiosísima camada de jóvenes espadas que ya están dando mucha guerra en México y Europa. Y de este éxito local han brincado el charco para acudir a escuelas taurinas de España, donde han sido acogidos con agrado porque llegan con una formación intermedia que les permite desarrollarse con facilidad. En años recientes, varios becerristas egresados de la Academia Taurina Municipal de Aguascalientes han cursado estudios en la Escuela de Tauromaquia “Marcial Lalanda” de Madrid (una de las más trascendentes, por su misión de lo que debe de ser un profesional del toreo) o esas otras que, al amparo de grandes figuras, como la Fundación del maestro Joselito Miguel Arroyo “Joselito” o la de Julián López “El Juli”, han tenido el buen tino de devolver a la Fiesta un poco de lo que tanto les ha dado ella, creando centros de enseñanza de alto rendimiento.
las presidencias municipales, a finales de los noventas surgió la Escuela Taurina de Pastejé, con la dirección del maestro David Silveti. Y aunque este proyecto, patrocinado por el ganadero Carlos Peralta, no terminó de cuajar debido a distintos factores que impidieron su cohesión, abrió otra veta para la exploración de nuevas fórmulas de enseñanza desde la iniciativa privada. En este sentido, y pocos años más adelante, surgió “Tauromagia Mexicana” como una escuela taurina sui generis, que también representa un ejemplo valioso en la formación de toreros. Y aunque, aparentemente, se trata de una formación un tanto elitista –por diferenciarla en cuanto a su número de alumnos por camada y procedimientos de planeación y enseñanza–, “Tauromagia Mexicana” no se aparta del sentido ético y riguroso que le imprimió, desde un principio, un taurino de pura cepa: Enrique Martín Arranz, que años atrás había sido una pieza clave en la creación de la Escuela de Tauromaquia de Madrid que tantos –y tan buenos– profesionales ha aportado a la Fiesta desde hace más de tres décadas.
“Tauromagia Mexicana”, una escuela sui géneris
Porque Enrique no sólo fue el autor intelectual de este proyecto tan ambicioso, sino el promotor adecuado para sembrar la inquietud en varios personajes de la Fiesta de México que supieron financiar y promover la urgente necesidad de “hacer toreros”. A como diera lugar. Y lo consiguieron.
Paralelamente a las escuelas taurinas convencionales, creadas al amparo de
Uno de ellos es Julio Esponda, ahora convertido en el mentor más visible de la vocación del toreo en el mundo
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Proyecto ¡Vamos por un torero!
Escuela de Tlaxcala 16 SOÑADORES DE GLORIA
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Salvador Novoa
César Gutiérrez
“Tauromagia Mexicana”, que, ayudado por ganaderos y varios amigos, supo encauzar aquella idea nada guajira de Martín Arranz cuando, hace poco más de una década, eligieron a un puñado de niños que tenían aspiraciones de convertirse en toreros. De ahí han surgido cuatro matadores de toros con amplia proyección como Octavio García “El Payo”, Arturo Saldívar, Mario Aguilar y Sergio Flores, que a base de disciplina y esfuerzo, con las enseñanzas de maestros españoles como Carlos Neila, que fue el primero, o Juan Cubero más tarde, que terminó de pulir a los integrantes de la primera promoción. Quizá el logro más importante de “Tauromagia Mexicana” sea haber llevado a sus toreros a plazas de la jerarquía de Madrid, donde ciertamente no hubo presencia mexicana en muchos años. Y no sólo eso, sino que El Payo –que cortó una oreja en el Certamen Ocho Naciones de 2007– o Saldívar y Flores –que tan buen papel hicieron en Las Ventas como novilleros– este centro de enseñanza adquirió una reconfortante credibilidad, la que otorga la formación de hombres de recia convicción. Y ahí vienen detrás otros prospectos de este grupo, como es Brandon Campos, y a buen seguro seguirán “fichando” a otros más tiernos, pues aquello de que la cantera de toreros en México es inagotable, no es una frase de cartón sino una realidad que no había conseguido destaparse debido a la mentalidad rácana y ausencia de visión de los formadores de toreros de épocas
pasadas. La influencia de “Tauromagia Mexicana” se ha dejado sentir en la creación de la Escuela Taurina de la empresa Espectáculos Taurinos de México, que encabeza don Alberto Bailleres González, una prueba fehaciente de que es preciso que los empresarios también se involucren en un asunto fundamental para el desarrollo de la Fiesta, con el consiguiente compromiso de dar novilladas y avanzar juntos hacia el mismo destino.
de “novillada sin picadores” servirá para que los chavales se vayan fogueando con un grado más alto de profesionalidad y este tipo de festejos se conviertan en un filtro para todos aquellos que vayan a dar el paso siguiente: actuar en novilladas con caballos y con auténticos novillos. Se trata de una formación más sólida y competitiva. Ojalá que esta inquietud, que ya está permeando en las agrupaciones taurinas, llegue a consolidarse en breve con la finalidad de que contribuya a cerrar un círculo
Novilladas sin picadores ¿Qué hace falta en México para continuar con esta labor tan necesaria? Que no se pierda el rumbo. Ver a la Fiesta como un espectáculo integral que requiere de gente conocedora y decente en la formación de toreros; maestros capacitados y exigentes, que conozcan bien de qué están hechos los aspirantes a novilleros para que puedan extraer lo mejor de ellos desde su primera etapa en los ruedos. Pero también hace falta que los estamentos que conforman la Fiesta –ganaderos, matadores, subalternos y empresarios– sigan promoviendo la creación de escuelas taurinas que cuenten con el apoyo económico de los alcaldes y en breve cuaje en Méxco ese proyecto ya existente para se celebren novilladas sin picadores en vez de festivales de escuelas taurinas. Esta será, sin duda, la gran asignatura de aquí a la próxima década, ya que el formato
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Minuto de silencio, tiempo de reflexión Horacio Reiba “Alcalino” Para la mayor parte de la gente que va a los toros, la corrida se traduce en ruido, color, algarabía y, en definitiva, fiesta. Qué arte ni qué rito ni qué ocho cuartos: ver y dejarse ver, oír y hacerse oír. Sol, alcohol y pasión. Pura y desenfadada alegría… Pero la tauromaquia tiene también su cara sombría. Es la cara de la muerte, tan presente siempre. No en balde se nos acusa – aunque al hacerlo se ofenda la semántica y se tergiverse el hondo sentido del toreo– de instigadores insensibles de la tortura animal. Y no en balde, el martirologio taurino lo integra una lista impresionante de percances mortales, donde caben por igual famosos e innominados. Mucho más de éstos que de aquéllos, aunque la historiografía se muestre a menudo indiferente con esas víctimas sin mayor espacio en las crónicas y los fastos de la lidia. A esta última categoría pertenecía Laureano de Jesús Méndez Uh, el joven lidiador muerto por cornada el sábado 7 de diciembre de 2013 en la población yucateca de Xuilub, por un bovino criollo de la región que en uno de sus descompuestos derrotes le vació un ojo derecho y le perforó el cerebro. En el hospital de Valladolid adonde apresuradamente se le llevó sólo pudieron certificar su defunción. Laureano había nacido en Peto, Yucatán, y contaba al morir 29 años. A esa información se reduce la nota publicada en unos pocos medios. Mayor concisión, imposible. Capeas y similares 18 SOÑADORES DE GLORIA
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La estadística de corridas y novilladas formales nunca registrará festejos como el de Xuilub que le costó la vida a Laureano de Jesús Méndez. Y eso que, en el área donde México se vuelve Centroamérica –de Campeche a la península y de Tapachula a Guatemala— abundan este tipo de festejos populares de formato incierto –mezcla de capea, jaripeo y toreo cómico–con que numerosas poblaciones acostumbran dar realce a sus fiestas patronales, celebraciones que muchas veces se prolongan durante días, dando lugar a los famosos novenarios. No hay que desdeñar la importancia de estas variantes libres e inclusive exóticas de la tauromaquia. En ellas se formaron toreros que, a falta de influencias que les abrieran un hueco en los carteles de cosos importantes, encontraron buena acogida y empezaron a desarrollar sus respectivas tauromaquias. Basten los casos de Joselillo y El Imposible para dar idea de la posibilidad de que surjan frutos maduros de esa dura y polvorienta escuela de la vida y el toreo que han sido y son las ferias del sureste mexicano. Sin olvidar que Manolete empezó su andadura participando, vestido a veces de luces y a veces de corto, en la parte seria de la Banda del Empastre, agrupación cómica que recorría los cosos españoles en los años previos a la guerra civil. Doloroso contraste Para el aficionado curtido, la presencia de la muerte en los toros se concentra en la resonancia de nombres como los de El Espartero, Antonio Montes, Joselito El Gallo, Carmelo
Pérez, Alberto Balderas, Manolete, Paquirri o Yiyo. Y los de toros “tristemente célebres” – así decían los revisteros antaño– como “Perdigón”, “Matajacas”, “Bailaor”, “Pocapena”, “Michín”, “Granadino”, “Cobijero”, “Islero”, “Avispado” o “Burlero”, entre tantos más. Del “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” al cartel maldito de Pozoblanco, pasando por Talavera, Manzanares, Linares y Colmenar Viejo, existe profusión de héroes cuya luminosidad fue cegada por un súbito crespón luctuoso. Nombres que nos recuerdan que la grandeza del toreo se alimenta de riesgo y dolor, y mantiene una permanente comunión con la muerte. Una comunión y una presencia constantes, acechantes, que lo diferencian radicalmente de las demás artes. Un siglo de sangre Hemos llamado aquí Siglo de Oro de la Tauromaquia al que se inicia en 1913-14, con el encumbramiento y alternativa de Juan Belmonte. Con su evolución lógica, con sus luces y sombras innegables, nunca en la historia de este arte singular se ha toreado más ni mejor. Pero así como ha sido una etapa – cien años ya– de obras y gestas magníficas, también la jalonan profusamente constantes sobresaltos y abundantes muertes de seres humanos en las plazas de toros tanto grandes como pequeñas, famosas o insignificantes. Que el recuento histórico suela eludir a éstas últimas –placitas de vigas o talanqueras, improvisadas en corrales, plazuelas públicas o campos deportivos– y acostumbre en cambio concentrar un interés morboso en las tragedias que sacudieron al mundo taurino por la trascendencia del héroe caído, no debe ocultarnos que mucho más cerca están del riesgo de una cornada precisamente aquellos que por su deficiente preparación técnica y física, y por la índole del ganado que se ven obligados a enfrentar para acceder
a un mísero jornal, peor pueden defenderse de un peligro que nunca desaparecerá por completo, ni para el torerillo anónimo ni para los grandes. Pero que el poder de las figuras sí consigue aminorar considerablemente por los dos motivos apuntados: a mayor sitio en la plaza e influencia en los despachos, ganado más asequible y cómodo. Comodidad derivada tanto de la buena procedencia de los animales como de las variadas maneras de manipular la edad, poderío y conformación natural de los mismos que la picaresca taurina ha sabido desarrollar al margen de los reglamentos. Breve recuento De un somero repaso al martirologio de la Fiesta en México pueden derivarse algunas conclusiones provisionales. Es explicable que el período con mayor número de víctimas mortales coincidiera con una época de recursos médicos sumamente precarios, de modo que entre 1886 –cuando un bicharraco de Ayala acaba en Texcoco con la vida del veterano Bernardo Gaviño– y 1944 –cuando se usó por primera vez la penicilina para tratar una cornada–, una estadística aproximada nos habla de siete matadores, dos picadores, un torero cómico, 12 banderilleros y nada menos que 16 novilleros muertos por asta en distintos cosos nacionales. Las mismas razones podrían aducirse para justificar una disminución a partir de entonces, pues de 1945 a la fecha –y pese a un marcado incremento en el número de festejos– las víctimas mortales disminuyeron a tres banderilleros, un rejoneador, un picador, un becerrista y ningún matador de toros, pero no entre la novillería (17 decesos), si concedemos esta categoría lo mismo a jóvenes ya colocados y en vías de tomar la alternativa –como Joselillo en 1947– que a muchachos como el infortunado Laureano de Jesús Méndez, que si bien actuaba como matador en festejos a la usanza yucateca difícil-
mente tendría en su horizonte la posibilidad de actuar en novilladas formales. Tendencia actual Hablamos de una actualidad que fácilmente se extiende a cinco décadas, durante las cuales hubo cornadas gravísimas de las que venturosamente sobrevivieron, entre otros, Antonio Velázquez, Manuel Capetillo, Jesús Córdoba, Humberto Moro, Mauro Liceaga, Jaime Bravo, José Huerta, Manolo Martínez, Fabián Ruiz, El Pana, Antonio Lomelín, El Glison, Jorge Carmona, Juan Clemente, Juan Pablo Llaguno, Jairo Miguel, José Tomás o, entre los subalternos, David Siqueiros “Tabaquito”, Filiberto Rivera “Pinochito” o Alberto Ortiz “El Chaval de Orizaba”. La cuenta fue notoriamente a menos a partir los años noventa –aunque registraran los letales percances de Alberto Bricio en Guadalajara y Eduardo Funtanet en la Plaza México–, y durante el siglo XXI, su incidencia se abate bruscamente. Las víctimas mortales en cosos del país a partir de 1970, incluidas las dos mencionadas y la reciente de Laureano de Jesús en Yucatán, suman ocho según mis cuentas. No hay entre ellas ningún matador de toros –de hecho, el último fue Alberto Balderas (29-1240)– pero sí dos subalternos –El Chinanas en Tijuana (28-08-78) y El Chato de Tampico en Villa Colima (13-01-80)– y nuevamente aparece como la categoría más castigada la de “matador de novillos”, con cinco decesos; entre éstos, solo uno en un coso de primera –el Nuevo Progreso, donde el 6 de junio de 1994 el novillo “Fistol”, de Yturbe Hermanos mató a Alberto Bricio–, y los cuatro restantes en festejos populares de registro incierto y en perjuicio de muchachos sin nombre ni aspiraciones mayores: Manuel Maldonado en Altamirano, Guanajuato (29-12-70), Jaime Sánchez al que degolló un cebú al pasarlo de muleta en Tepalcingo, Morelos (23-0974), Sergio X en Huetamo, Mich. (octubre de
1977) y Laureano de Jesús Méndez Uh en Xuilub, Yuc. (07-12-2013). Cabría preguntarnos qué clase de asistencia sanitaria pueden haber tenido estos infortunados lidiadores. Y aunque por lo menos dos de ellos, Jaime Sánchez y Laureano de Jesús, sufrieron heridas mortales de necesidad, tan dolorosos episodios conllevan un llamado de atención a quienes lucran con la afición o la desesperación de jóvenes o veteranos enfrentados a la necesidad de participar como toreadores de feria, por unos cuantos pesos y sin garantías de asistencia médica adecuada. Un llamado que atañe por igual a organizadores de dichos festejos y autoridades que permiten su celebración y medran a su costa. Utilizando a veces como atracción a animales toreados con fama de asesinos. Conclusión provisional Al margen de la observación anterior, esta somera relación de percances mortales mucho dice sobre el riesgo intrínseco de la actividad taurina en cualquiera de sus formas, pero también acerca de los progresos de la cirugía y tratamiento de heridas por asta de toro y su oportuna aplicación. No parece, eso sí –y me remito al detalle de estas estadísticas, fáciles de comprobar por el lector interesado–, que el post toro de lidia mexicano tenga mucha vocación de victimario. Más bien al contrario, pese a excepciones como la de “Navegante” y José Tomás. No se trata tampoco de que quienes frecuentamos los festejos taurinos lo hagamos con la morbosa aspiración de presenciar cornadas. Nos llama el arte, no la sangre. El sacrificio del toro, animal criado para una lucha y una muerte dignas, es parte fundamental del rito. El del torero, una eventualidad indeseable pero potencialmente necesaria para autentificar el sentido de la lidia. El arte de torear descansa en un delicado equilibrio de fuerzas. Romperlo significa destruirlo. Así, sin más. la vocación del toreo en el mundo
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LOS HUMILDES DE LA FIESTA Por: José Francisco Coello Ugalde
La mayoría de los textos destinados a darnos
una contemplación sobre la tauromaquia suelen ocuparse muy poco sobre ese segmento marginal que también participa, en una u otra forma para que la dinámica del espectáculo adquiera otros comportamientos, a veces incómodos, a veces novedosos. En efecto, se trata, por lo menos para el caso de México, de maletillas, espontáneos, choneros o diestros que, sin una identificación fija, salvo la que en el propio círculo que la conforma, permite saber quien o quienes van a los novenarios. En fin, todos ellos podrían ser lo que se conoce como torerillos de la legua. Así en diminutivo y así de peyorativo también puede ser la deliberada identificación de los mismos, quienes muchos ven como intrusos y los demás como héroes anónimos. Si las guerras, mal necesario de la humanidad han llegado al punto de rendirle culto al “soldado desconocido”, no le vendría mal a la fiesta, pero sin seguir el modelo de aquellas, para instaurar un monumento a la memoria del “torero desconocido”. Como ese hay todo un cúmulo de historias y leyendas que han sucedido lo mismo en plazas de categoría que en improvisados ruedos. Sin que nadie lo espere, surgen en forma intempestiva de los tendidos, dando un brinco cargado de ansiedad, y armado a veces de un raído capote o de un remedo de muleta. Eso sí, un corazón que se desborda esperándose encontrar sorpresivamente con la suerte, con la fortuna. Y después
Fotos: Fundación Manolo Barbosa de algún lance o pase, viene la persecución. ¡Todos a una…! como advirtiera Lope de Vega en Fuenteovejuna, para que cuadrillas y la policía den con aquel que acaba de alterar el ritual de la corrida, lo ha profanado, por lo cual su único merecido es la detención “ipso facto” pasando su atado de ilusiones y toda su humanidad, la de aquel villano, en la celda que le espera tras su desmedida incursión. Otras ocasiones, corriendo con mejor suerte los públicos celebran su inesperada visita cuando el intento llega a ser algo más que una intención, así que en cuanto es retirado, vox populi reclama su retorno al lugar de donde surgió, es decir el tendido. Algunos pocos lo logran. Y si la dimensión de aquel atrevimiento tuvo toque de fortuna, son a veces los propios toreros actuantes quienes solicitan al juez –nunca mejor aplicado el término de tal decisión-, para que se libere a aquel “espontáneo” mismo que retorna al tendido disfrutando breves momentos en olor de santidad. Aunque a veces la desgracia puede ser capaz de sorprender, de arrancarle no solo las esperanzas, embistiendo con furioso y ciego sino. También con la vida. Así de cruel puede estar marcado el destino para estos seres que, en ese decidirlo todo se lo juegan a cara y cruz. Por lo demás, todo es sufrir, esperar, incluso más allá de lo permitido pues son un conjunto de aspirantes que no contando ni con el dinero ni con el padrino más apropiados, tienen que
dejarse llevar por el destino, su mejor aliado. En los muchos años que llevo de ver toros, recuerdo infinidad de ocasiones en que la presencia del espontáneo en el ruedo ha causado sinfín de circunstancias, pero todas efímeras, salvo una. Me refiero a la tarde del 9 de octubre de 1977, tarde en que sucede la peculiar presencia de un “chalao”: pantalón de mezclilla, tenis blancos, camisa blanca ajustadísima con nudo o torniquete a la altura del ombligo y una característica gorra, con la que van tocados los torerillos, maletillas, pero también los grandes toreros, en ocasión de una tienta o para vestir informal o casualmente cuando suelen o pretenden ser centro de todas las miradas, andando por la calle. Pues bien, con tal presencia se arrojó aquella tarde Rodolfo Rodríguez que luego, ya identificado, se sabía llevaba el alias de “El Pana” –por aquello de que entre muchos de sus oficios estaba el de ser panadero-. Y “El Pana” se encaró con “Pelotero”, aquel novillo de San Martín, de los señores Chafic y Miaja, y aunque no obtuvo demasiado en su alarde, al menos sirvió para que el recuerdo de la faena le guiñara un ojo. José Antonio Ramírez “El Capitán” inmortalizó a aquel célebre novillo (que luego fue indultado) en una de las faenas más emblemáticas durante aquella temporada novilleril, la de 1977-1978 y que con el correr de los años no ha vuelto a superarse. Meses después, Rodolfo Rodríguez era programado para actuar –vestido de luces-, durante la siguiente temporada “chica” de la plaza de toros “México”, siendo su presentación, la tarde del 6 de agosto de 1978. El cartel: Rodolfo Rodríguez “El Pana”, Jesús Trigueros “El Tabaco”, Héctor de Alba “El Pinturero”, Longinos Mendoza, José Pablo Martínez y Gabriel de la Cruz con novillos de Santa María de Guadalupe. Así que la vocación del toreo en el mundo
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Fotos: Oskar Ruizesparza
Rodolfo consumaba sus aspiraciones tras un recorrido que había iniciado desde 1968. Han transcurrido 45 años cabales y “El Brujo de Apizaco” sigue firme causando polémicas, encantando a unos, disgustando a otros. ¿Qué son los choneros si no figuras aún más desconocidas, capaces de atraer las miradas o el desprecio al mismo tiempo?
Rodolfo Rodríguez “El Pana”
En efecto, eso son y acometen con sus alardes y valentías en un medio más extremoso: toros criollos, toros de media casta, toros célebres por la cantidad de jinetes o de caballos a los que han causado la muerte. Eso es lo que son: frágiles figuras dispuestas a enfrentar el riesgo a su máxima dimensión en un espacio en el que generalmente el caos es común denominador. Sucede durante las fiestas del poblado, o en esa visita itinerante de la compañía, de la “troupé”, del rodeo o el jaripeo que acaban de llegar apenas del pueblo aquel y que se irá a otros en tanto se cumplan los compromisos establecidos en este. Sobre los “Toros Choneros”, ha escrito Francisco Palacios Zárate, Académico del Departamento de Historia del CUCSH, Universidad Autónoma de Guadalajara el siguiente texto, cuyo contenido es notable para entender otros contextos y circunstancias que se viven en forma por demás intensa en las fiestas a donde son llevados este tipo de animales. Toros Choneros En un pueblo de Jalisco, de cuyo nombre no quiero acordarme “pero que está entre Cocula y Ameca“, viví como aficionado taurino el fin de una época, allá por finales de los 70 y principios de los 80, las últimas expresiones taurinas populares en los llamados “novenarios”, ferias patronales que anualmente celebraban con ja-
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ripeos en improvisadas plazas de ruedos de vigas y tendidos de trancas, y en las que se presentaban, llegados de Guadalajara, torerillos y maletillas aspirantes a novilleros, vestidos con trajes de luces que eran un auténtico apagón, de tan traídos y llevados en la brega de ganados cerriles: torunos criollos y cebuseros, a los que se enfrentaban con el capote y la muleta de la ilusión. Con la esperanza de que alguno embistiera con codicia y franqueza. Muy pocas veces salía el toro de casta brava, y cuando lo hacía, era una res tan toreada, que constituía un auténtico “barrabás”. La legua y la aventura eran el pan que en medio del compañerismo de las improvisadas cuadrillas hacían que enfrentaran a los toros “choneros”, así llamados por su comportamiento brabucón y resabiado, que hacía peligrar hasta la ropa más íntima. “Chon Lagañas” era el nombre común asignado a todos los toros que por la puerta de toriles se asomaban por enésima vez, para mandar a los torerillos de vuelta a su casa todos maltrechos, por la audacia de enfrentar al toro de los novenarios. La modernidad actual, con sus cambios y mutaciones, aniquiló este modo taurino de aprendizaje novilleril, crudo y arriesgado, y también pocas veces exitoso, perdiéndose definitivamente este rasgo de tipismo de las ferias pueblerinas como expresión popular y rudimentaria de las localidades rurales de Jalisco. En la plaza de toros Nuevo Progreso de Guadalajara, existe una pintura mural en el pasillo de los tendidos bajos de sombra, que recoge en una de sus primeras escenas la corrida incruenta pueblerina de toros “choneros”. Fue pintado por un novillero de notable talento pictórico, que vivió en carne propia aquella época: lo apodaban “El Juchi”. Pintó en una segunda escena al novillero herido y atendido en el quirófano por los conocidos médicos de plaza, los doctores Ramírez Mota Velasco, Pérez Lette y del que también fue novillero y luego médico cirujano y maestro de la Escuela de Medicina de la Universidad de Guadalajara, el doctor Jesús
inusitadas, de donde salta a esa palestra improvisada el torerillo cuyo atrevimiento se hace aliado de la desmesura. No importa la edad que se tenga en ese momento. Se valen de facultades pero sobre todo de un valor que no sabe medir los excesos. Solo quieren lucir sus “habilidades” teniendo como impulso la razón religiosa, pero también el deseo de acogerse al significado religioso para obtener el favor, el aprecio de aldeanos y forasteros que celebran aquella explosión de la festividad en su conjunto. Me parece interesante traer hasta aquí, la nota que publicó Carmen Aggi Cabrera, al respecto de cómo se anuncian en nuestros tiempos este tipo de fiestas, siendo particular el hecho de que no se trata precisamente de un “novenario”, sino de un “docenario”:
Espontaneo Ramón Lizardo
Carmen Aggi Cabrera / CAC
31/diciembre/2012. El Grullo, Jalisco. (LF). Mañana, primer día del año 2013, iniciarán las tradicionales fiestas patronales de El Grullo que son dedicadas a la Virgen de Guadalupe, terminarán el doce de enero y el trece se realizará el tradicional desfile de carros alegóricos por las principales calles de la ciudad y enseguida vendrán las fiestas profanas.
Arias. Por el valor plástico e histórico testimonial de este mural, merece lo restauren como parte del inventario de la pintura mural del patrimonio artístico tapatío. Y luego los “novenarios”, ese conjunto de días en que el culto religioso se integra en forma con tal rigor y efervescencia que se concentra en un abigarrado exponente de representaciones fervorosas que pasan del reposo a las escenas más
A partir de mañana las personas subirán por las mañanas al cerrito de la capilla de El Grullo para rezar el rosario y asistir a la misa como parte de sus acciones devotas. Mañana inicia el docenario a la virgen Santa María de Guadalupe, terminará con el tradicional desfile de carros alegóricos. Es la Iglesia Santa María de Guadalupe la que se encarga de realizar estos festejos. Las actividades culturales se llevarán a cabo en el foro del jardín municipal “Ramón Corona”. Los toros de once, recibimientos y palenques se la vocación del toreo en el mundo
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llevarán a cabo en la plaza de toros El Relicario de la Organización Guerrero, quien organiza esas festividades. El 12 de enero se llevará a cabo el tradicional certamen de belleza para elegir a la reina y del trece al 21 se desarrollarán diariamente los toros de once, palenque, recibimientos y eventos culturales en la explanada del jardín municipal. Sobre la calle Niños Héroes se colocará el callejón del vicio también llamado callejón de la alegría. Los puestos de comida y cantaritos estarán a unos metros, prácticamente en el mismo lugar y los juegos mecánicos se colocarán entre la calle Obregón.1 Lo que consigan es, o debe ser un buen efecto de circunstancias las cuales podrían favorecerlos para convertirse en héroes del momento, tanto como para ser candidatos potenciales para el siguiente ciclo que habrá de comenzar en breve. Pero si la fortuna no les favorece, es posible que obtengan de inmediato la indiferencia como respuesta contundente y lapidaria de los pobladores, acabando aquello con sus esperanzas. Y aún peor, si un golpe o una herida de consideración se convierten en medalla de aquel intento, quizá se traduzcan en la representación de la figura rota y no más. El pueblo puede o podría condolerse de aquella pena y olvidarlo todo después, al calor de rezos o de la bebida, justo cuando el propósito de la fiesta los envuelve a todos en una especie de marea incontenible, sarcástica; eufórica e incombustible. Todos ellos son, en su conjunto “torerillos de la legua”, que en su afán de hacer de su sueño una realidad, pueden pasarse buena parte de su vida recorriendo esos caminos de Dios, empeñados en lograr que un día se les dé la oportuni-
dad en una ganadería, por ejemplo, lo que entre ellos se llama “darse las tres” y que significa pegar unos lances o unos pases para saciar ese desmedido efecto de afición con que cargan. No faltará tampoco la feria, o aquella fiesta pueblerina en que programado un festejo entre taurino y entre jaripeo, en que también “echen capa”. Y si la oportunidad se presenta, se incorporan en los “novenarios”, esperando que la suerte les sea fiel en esos momentos donde lo que falta es únicamente un personaje de la talla de tales figuras para convertirse en revelación o decepción. Y en ese andar por la “legua”, puede darse la maravilla de lanzarse al ruedo en un festejo de postín para que, en momentos absolutamente decisivos puedan pasar del anonimato más terrible a la gloria que todos ansían y a la que unos cuantos les es dado alcanzar. Lo que anteriormente pudo saberse sobre los “Toros Choneros” deja ver, a los ojos de Francisco Palacios Zárate que “La modernidad actual, con sus cambios y mutaciones, aniquiló este modo taurino de aprendizaje novilleril, crudo y arriesgado, y también pocas veces exitoso, perdiéndose definitivamente este rasgo de tipismo de las ferias pueblerinas como expresión popular y rudimentaria de las localidades rurales de Jalisco”. Ese síntoma, el que se ha desplegado en forma vertical y homogénea en diversas partes del mundo, y que pudiera entenderse como la globalización en cuanto tal, ha venido causando una serie de deterioros que afectan directamente en tradiciones de profunda raigambre. El caso específicamente regional que ocurre en las localidades rurales de Jalisco, ha dejado de notarse en la forma tal y como la expresa el propio autor, pero al correr de nuestros tiempos –ya se sabe-, se ha diluido hasta su mínima expresión. Si son dinámicas o estructuras que se formaron a lo largo de mucho tiempo, hoy se convierten
en expresiones que quedan en desuso, como muchos otros componentes del espectáculo taurino mismo, el cual, en medio de su anacronismo característico, y se van disipando elementos de esta naturaleza, en algunos casos para renovarse, en otros para perderse en definitiva. Huelga de hambre En esta soterrada y desesperante situación, surgen también en su estrecha pero amplia vereda, los que suplicando una oportunidad la cual se extiende en medio del tiempo y la indiferencia, los que deciden irse a la huelga de hambre, a veces fallido intento, pero que en ellos es una forma de valerse para resolver su desesperado destino, implorando la deseada ocasión de verse atendidos por el empresario del coso, el cual suele pasar a sus oficinas en la misma plaza en indiferente actitud de no ver o no querer ver a esa figura rota que llevando un vestido de luces apagadas, destaca la esperpéntica imagen de tragedia, no repara en él. Desaseado, con las ojeras de días y noches enteros, de pasar por el riguroso autocastigo de no probar alimento, aquello puede convertirse en un medio eficaz, chantajista también para comenzar a llamar la atención. Y si toca en suerte que alguno de los de la prensa quieran tomar aquello como un motivo para la nota de “escándalo”, mucho mejor. Lamentablemente pocos han sido los afortunados, y de este pequeño grupo, poquísimos, por no decir que nadie, trascendieron para salir de su indeseable condición de aspirantes, como fue el caso, allá por 1978 de Gabriel de la Cruz, novillero que, a su edad, ya no se correspondía directamente con el margen establecido por el sentido común. Con todo, decidió emprender aquel propósito, que luego, ya en el ruedo fue el despropósito más sonado en mucho tiempo.
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Fotografía propiedad de José Manuel Gómez en el debut de Jose Tómas en la Plza “La Paloma” de Puerto Vallarta Fernando Ochoa, José Tomás, Pepe Chafik, Manolo Martínez hijo, Marcelino Miaja, José María Luevano y Antonio Corbacho 26 SOÑADORES DE GLORIA
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UN CAMINO DE IDA Y VUELTA Por: Paco Aguado
Nunca como hasta ahora, salvo aquel glo-
rioso paréntesis de los bravos años de la II República, hubo tanta conexión taurina entre México y España. Después de tantas interrupciones en esa especie de relación amor-odio entre el toreo azteca y el ibérico, parece que por fin se haya normalizado el tráfico entre ambas naciones taurinas, hasta el punto de que empieza a corregirse sensiblemente el desequilibrio de una balanza que siempre se volcó a favor de los toreros de la orilla occidental del Atlántico. Pero, de una u otra forma, ya sea por la mayor facilidad de las comunicaciones o incluso por el mayor flujo de información que genera esta aldea global que también lo es en lo taurino, España y México cada vez viven menos alejadas gracias a un nuevo, y esperemos que definitivo, proceso de acercamiento que dio comienzo allá por la mitad de la década de los noventas del ya pasado siglo.
Fotos: Tomadas de internet
Fue justo entonces, al apagarse los recientes ecos de los clamorosos triunfos del “hermano” Capea en la Monumental y con una presencia mínima de toreros españoles en los grandes carteles mexicanos -la de los aztecas en España no llegaba en esos años ni a testimonial-, cuando un novillero llamado José Tomás abrió de nuevo las barreras de esa casi siempre estrecha senda entre uno y otro continente taurino.
Tampoco entonces estaban fáciles las cosas para los aspirantes españoles. La abundancia de “ponedores” y “mirlos blancos”, que derrochaban los muchos excedentes de ganancias de los tiempos de las vacas gordas en el montaje de festejos –y casi siempre invirtiendo en los peores prospectos- cerraba el paso a quienes, como aquel desconocido torero de Galapagar, aspiraban a rodarse en el oficio sin la ayuda de “inversores”. Pero si no con dinero, José Tomás contaba al menos con un mentor de altísimo nivel y de gran clarividencia taurina: Antonio Corbacho, banderillero mediano pero preparador exigente y pensador profundo, por mucho que la inmensa mayoría lo ignorara entonces. Fue Corbacho quien decidió aceptar la oferta de viajar a México que les hizo el astuto Pepe Chafick, que también intentaba abrirse camino en España como ganadero guiado por Victorino Martín padre e hijo. Y fue en “Monteviejo”, la finca cacereña donde pastan los famosos toros de la A coronada, donde el criador mexicano se asombró por primera vez del valor de aquel torerillo de la sierra madrileña que se enfrentó a todo un “tío” con cinco años de los que criaba aquel ganadero emparentado con su abuelo paterno. Ese mismo valor, es absoluta determinación de pureza, fue lo que motivó la invitación, hasta que el 8 de enero de 1994 José Tomás y Corbacho, ligeros de equipaje como le gustaba al poeta, tomaron camino de “La Gloria” –la finca queretana de Chafick y Miaja- en busca de una gloria taurina que la vocación del toreo en el mundo
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Fotos: Oskar Ruizesparza 28 SOร ADORES DE GLORIA
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sólo se apoyaba entonces en el resultado de dos únicas novilladas apalabradas en Vallarta y Acapulco, a merced del gusto de los gringos ociosos. Contrato a contrato hasta la alternativa en el “embudo”, fue en México donde Corbacho pudo trabajar a conciencia con José Tomás, lejos de vanas influencias y al margen de intereses y presiones, para forjar en duro acero a la gran figura que estaba llamada a marcar toda una época del toreo. El resultado de aquel trabajo en la fragua mexicana, que duró poco pero tuvo la suficiente intensidad, fue tan espectacular que apenas tres años después otro madrileño destinado a dominar la Fiesta de uno y otro lado del charco se decidió a dar ese mismo salto decisivo. Porque a primeros del 97, no sin dilemas familiares y esfuerzos económicos, un rubio adolescente apodado El Juli, apenas un niño, también aterrizaba en el D.F. con sólo dos novilladas por delante, en Texcoco y San Miguel de Allende. Escapando de las restrictivas leyes españolas, que tal vez protejan al menor pero no así al talento, Julián López encontró allá, a sus catorce años recién cumplidos, el campo abierto para desplegar sus inquietudes y su asombrosa precocidad lidiadora, hasta arrasar y convertirse en el deslumbrante torero que se adueñó de la manija nada más regresar a España. Desbrozado así el camino, reabierta la senda a machetazos de valor y torería por estos dos figurones madrileños hasta convertirla en autopista, el tráfico torero entre España y México volvió de nuevo a ser intenso, justo al tiempo en que Corbacho –desligado ya de José Tomás- hizo de México su laboratorio de nuevos talentos con el apoyo de unos
cuantos ganaderos aztecas con verdadera afición. Porque en la tertulia de “Los Godos”, al calor de los tequilas del hotel Palace y con el aliento intelectual del periodista hispano José Carlos Arévalo, Carlos Peralta, Jorge Martínez, Chacho Vázquez, Ramiro Alatorre y Carlos Castañeda entendieron que el “loco” de Chamberí era el mejor guía para darle un doble sentido a aquel camino de miles de kilómetros. Desde finales de los noventas y con la ayuda de aquel grupo de “Tauromex”, El Cuate, Jerónimo, Ignacio Garibay, El Jalisco, Antonio Bricio –que llegó a liderar una temporada el escalafón de novilleros en España-, Fabián Barba o Arturo Macías fueron los pioneros de un justo intercambio de noveles entre una y otra tierra que ahora nos parece normal pero que entonces se antojaba como la disparatada aventura de unos cuantos locos del toreo. Pero aquella bendita locura –que apenas duró un lustro como proyecto concreto- se tornó en certeza desde el mismo momento en que tuvo continuadores. Porque el gran apoderado español Enrique Martín Arranz y el mexicano Julio Esponda crearon en 2001 “Tauromagia mexicana”, otra similar academia taurina multinacional que, con profesores como Juan Cubero, Carlos Neila o Alberto Elvira, ha dado como frutos varios de los toreros más destacados del ilusionante momento por el que atraviesa el toreo azteca: El Payo, Arturo Saldívar, Mario Aguilar o Sergio Flores. Estos estandartes de la nueva generación se unen también en el grupo de las esperanzas a los toreros surgidos por la iniciativa individual de algunos otros personajes preocupados por el futuro de la Fiesta en México. Pues de no ser así, por la lucha y
la protección casi paternal de El Quitos en España, no podría entenderse el despegue de otro niño prodigio como Joselito Adame, también cuajado en la dureza del campo español y de las plazas francesas. Y lo mismo ha sucedido después con Diego Silveti y los hermanos Garzón y, en una relación puntual, con Juan Pablo Sánchez y los hermanos Lozano. De tanto ir y venir en ese torero puente aéreo entre Madrid y el D.F., en la actualidad se ha hecho habitual y numerosa –casi como en los años previos a la guerra civil- la presencia de matadores, novilleros y hasta becerristas mexicanos en España. Y es en esta antigua cuna del toreo donde se imbuyen de un profesionalismo más exigente y donde captan mejor el sentido de la responsabilidad y de la rivalidad para, sin perder en ningún momento su particular esencia taurina y cultural, poder seguir refrescando el que parecía viciado ambiente del toreo mexicano en décadas anteriores, al tiempo que, sin complejos, también intentan hacerse un hueco en el desnortado escalafón español de los años de la crisis. Brandon Campos, el último Armillita, Llaguno y algunos otros chamacos han pasado últimamente por las distintas escuelas taurinas, y en especial la del mismo Juli, siguiendo una costumbre que no sólo a nadie extraña ya sino que, en mayor o menor medida, sirve para darle nuevos alicientes al anquilosado sistema taurino español. Es bueno, muy bueno, que se mantenga ese flujo taurino de ida y vuelta entre México y España. Porque, como dijo algún día “el rey David” Silveti, el toreo, como arte y espectáculo, es un sentimiento universal, sin distinción de nacionalidades ni de credos. la vocación del toreo en el mundo
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José Tomás
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julián lópez “el Juli”
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joselito adame
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diego silveti
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arturo saldívar
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Fermín espinosa “armillita IV”
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octavio garcía “El payo”
40 SOÑADORES DE GLORIA
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juan pablo sánchez
Ganadería de Chinampas
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sergio flores
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fabiรกn barba
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Pepe Orozco “El Jalisco”
Juan Pablo LLaguno y “Lagartijo” 44 SOÑADORES DE GLORIA
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Arturo Macias “El Cejas”
Mario Aguilar
Enrique Espinoza “El Cuate”
Antonio Bricio
Nacho Garibay y Pablo Labastida
Brandón Campos
Jerónimo Aguilar la vocación del toreo en el mundo
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sebastiรกn castella
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la vocaciรณn del toreo en el mundo
El sueño de los toreros franceses Por: Marc Lavie
Desde Félix Robert, que fue el primer ma-
tador de toros galo, hasta Juan Leal, fueron muchos los franceses que soñaron ser toreros en un país donde solo cuatro zonas del sur celebran corridas de toros. En Francia ya existían los juegos taurinos, en particular las tauromaquias landesas y camarguesas. No fue extraño entonces que los dos primeros matadores franceses fuesen un landés y un camargués. El torero landés Pierre Cazenabe, quién se anunciaba en los carteles con el apodo de «Félix Robert» fue el primer francés en tomar la alternativa. Se la concedió Fernando Gómez «El Gallo» el 18 de noviembre en la plaza de Valencia. La curiosidad de Félix Robert es que utilizaba bigote. Cuando fue a Madrid para confirmar su alternativa, el 2 de mayo de 1899, tuvo que quitarse el bigote después de una viva polémica en los círculos taurinos sobre este asunto. Hijo y hermano de toreros, Pierre Boudin, «Pouly III», más conocido como Pierre Pouly, emprendó el díficil camino del toreo y consiguió notables triunfos en España y en América, haciendo campañas importantes en Venezuela. Tomó la alternativa el 7 de agosto del 1921 en Barcelona de manos de Juan Silveti, el famoso «Tigre de Guanajuato», y se mantuvó en activo hasta 1932. Después de la guerra, administró muchas
Fotos: Oskar Ruizesparza plazas de toros, entre las cuales la más importante fue la de Arles, que dirigió hasta el año 1984. Y durante medio siglo, Pierre Pouly fue el matador francés modélico y el único que pudó alcanzar la meta de torear en España y de tomar la alternativa. En el número de matadores franceses, siempre existe una polémica ya que el hermano mayor de Pierre, Ambroise Pouly, apodado «Pouly II», tomó dos veces la alternativa – en 1909 en Arles y en 1910 en Marsella– sin que dichas investituras hayan sido tomadas en serio. Contando con «Pouly II» y hasta Juan Leal, son 60 los novilleros franceses que llegaron hasta la alternativa. Estos primeros toreros franceses, como lo fue también Pierre Schull, que fue doctorado por Luis Miguel Dominguín en 1958, eran más bien vistos como excentricos en el país de Descartes, que suele más razonar que soñar. Pero la fiebre del toreo pudo con todo, y a partir de los años sesenta empezaron a multiplicarse las vocaciones taurinas al norte de los Pirineos. Los dos novilleros que capitanearon ese movimiento fueron Alain Montcouquiol «Nimeño I» y Simon Casas. Hasta entonces, sólo existían escuelas taurinas informales que montaban novilleros españoles exiliados, como la que dirigía en Nimes José Piles, el padre del Roberto Piles. Este último es un caso aparte en la historia de los diestros la vocación del toreo en el mundo
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franceses, ya que se hizó torero en becerradas pero pronto se fue a vivir a Madrid a la casa Dominguín. Consiguió debutar con caballos en Vista Alegre y Luis Miguel Dominguín le dió la alternativa en Barcelona el 12 de septiembre de 1971. Y solo una semana después se presentó en Francia, ya como matador de toros, en la plaza de Arles. Estuvo en activo hasta la temporada de 1978, en la que se hizó banderillero. A partir de los años ochenta, Roberto emprendó una notable trayectoria de empresario y de apoderado, llegando a ser director artístico de la plaza de Nimes y apoderado de varios toreros, entre los que se cuentan El Fundi y Manuel Escribano. Se ha divulgado mucho el nombre de Alain Montcouquiol «Nimeño I» únicamente como el hermano mayor de Christian Montcouquiol «Nimeño II», pero fue antes que todo un buen torero que no consiguió llegar hasta la alternativa, pero que triunfó en varias novilladas en un periodo muy exigente para los toreros nacidos o criados en Francia. En los tiempos actuales, Alain llegaría sin muchas dificultades a ser matador de toros. Lo de ser francés en el toreo se ha convertido en ventaja en un periodo de treinta años a la fecha, ya que los novilleros y matadores de este país tienen por lo menos la garantía de un mercado bastante protegido, que no existiera para ellos si hubieran nacido en Madrid o en Sevilla, y esto explica también el número creciente de matadores franceses. Pero el porcentaje de los que consiguen funcionar en España sigue siendo más o menos el mismo.
Otro caso singular es él de Simón Casas. En los años sesenta, condució con Alain, el hermano mayor de Nimeño, el movimiento reivindicativo de los toreros franceses. El 15 de julio del 1967, fue el primer torero francés en cortar una oreja en la plaza de Las Ventas de Madrid. El 29 de septiembre del 1968 en Nimes, se tiró de espontáneo en un toro de Antonio Ordóñez. Este último le entregó los trastos y Casas dio muerte al toro. Después de mucha lucha, tomó la alternativa en Nimes el 17 de mayo del 1975 de manos de Ángel Teruel, pero no volvió a vestirse de luces. En los años siguientes, Simón cambió de orientación profesional y se convirtió en uno de los empresarios taurinos más imaginativos de su epóca. El doctorado de Casas abrió el camino para otras alternativas: Frederic Pascal y Jaquito, en 1976, y sobre todo Nimeño II en 1977. De la mano de Manolo Chopera, Nimeño II había finalizado la temporada 1976 encabezando el escalafón novilleril, cosa nunca repetida para un torero francés. Luego, durante trece temporadas, Christian estuvó en los puestos importantes del escalafón taurino, teniendo también mucho cartel en América, y sobre todo en México y en Venezuela. Pero cuando vivía su mejor momento, un toro de Miura, «Pañolero», truncó su trayectoria profesional de una manera trágica en aquella corrida celebrada el 10 de septiembre de 1989 en Arles. Y no pudó volver a torear, quitandóse la vida dos años después. Nimeño ha sido una de las mayores alegrías y es la gran espina clavada en el corazón de la afición francesa.
chavales franceses quisieron ser toreros, y se estructuró en Francia el aprendizaje del toreo. La primera escuela taurina oficial – reconicido y apoyada por el gobierno local– fue creada en Nimes en 1983 y dirigida por el también matador de toros Christian Lesur. Hoy, son varias las escuelas que funcionan en Francia, un país donde se dan más de 40 novilladas sin picadores cada año. Hay dos escuelas en Nimes; una muy fructifera en Arles; otra en Beziers; y otra importante en el suroeste, llamada Adour Afición y capitaneada por el matador Richard Milian, escuela que ya ha sacado varios matadores de toros como Thomas Dufau o Mathieu Guillon. El sueño de los toreros franceses culminó con dos espadas que han funcionado en todas las ferias importantes, como son Juan Bautista y Sebastián Castella, y que ahora mismo son dos figuras destacadas de la torería nacional que gozan de reconocimiento y prestigio en el planeta de los toros.
Siguiendo el sueño de Nimeño II, muchos la vocación del toreo en el mundo
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LA ODISEA DE SER TORERO PORTUGUÉS Por: Rui Bento Vasques
Por mucho que en nuestros campos pas-
ten un buen número de prestigiosas ganaderías, puede que uno de los más difíciles empeños en el toreo actual sea el de hacerse matador de toros en Portugal. Y más aún desde los últimos años, en los que el toreo a pie ha ido perdiendo vigencia en nuestras plazas, siempre a la sombra del rejoneo. Yo aún tuve la suerte de intentarlo en una época en que todavía había buenas referencias taurinas en Lisboa, Vila-Franca-deXira y Santarem, los grandes centros de la tauromaquia nacional. Eran buenos modelos a seguir, los de diestros veteranos como Mario Coelho y Armando Soares, que ejercían su magisterio espontáneamente y sin ayudas, dando valiosos consejos a chavales que, como yo, decidíamos emprender esa aventura que se antojaba casi un imposible.
Fotos: Proporcionadas por Rui Bento continuar mis estudios, cuando esa afición se convirtió en vocación al lado del maestro Mario Coelho. Él fue quien me alentó y preparó para que me presentara al concurso de noveles “A la busca de nuevos toreros”, que organizaban la empresa de Campo Pequeno y la Radio Televisión Portuguesa. Estábamos en mayo de 1982.
de luces en el mismo ruedo el siguiente 30 de junio y salir a hombros al final de la novillada. Pero aquel triunfo no era suficiente para seguir adelante.
Tuve la suerte de ganar el certamen ex-aequo con mi gran amigo José Luis Gonçalves, lo que nos valió a ambos para presentarnos
Pero, aunque en Portugal se daba de vez en cuando algún permiso para dar festejos con picadores, quedaban muy lejos los glorio-
Yo continué preparándome intensamente, avanzando en la técnica y en el oficio necesarios para plantearme nuevas metas.
Aunque, también entonces, como buen ejemplo de que se podía conseguir, ahí estaban los primeros triunfos del ambicioso Víctor Mendes, que había tenido que mudarse a Sevilla para dar sus primeros pasos como novillero con picadores después de actuar como banderillero de algunas figuras que venían a torear a Portugal. La afición me había llegado de la mano de mi hermano Jorge, que fue quien empezó a llevarme a las plazas desde niño. Pero fue en Vila-Franca, adonde me trasladé para la vocación del toreo en el mundo
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sos tiempos de Manolo dos Santos y otros grandes pioneros del toreo luso, en los que había más oportunidades para los toreros de a pie. El rejoneo seguía siendo la base de los festejos a la portuguesa y los “cavaleiros” gozaban del principal protagonismo entre la afición. Así que, un año después de triunfar en la plaza lisboeta, no tuve más remedio que emigrar a España, como ya había hecho Víctor Mendes unos años antes. Sólo que, en vez de hacerlo a Sevilla o a Madrid, yo decidí afincarme en Salamanca. Aquel viaje supuso un gran esfuerzo, y no sólo económico. Afortunadamente, en aquellas tierras castellanas ya habían estado antes dos grandes matadores portugueses, Amadeu dos Anjos y el llorado José Falcón, quienes durante años dejaron su huella en el campo charro. Y no únicamente en el aspecto profesional, ya que con su bonhomía se hicieron pronto con el cariño de los salmantinos. Su trayectoria y su comportamiento en la vida fueron la mejor guía que un novillero como yo tenía que seguir. Incluso me ayudó el mismo apoderado que ellos tuvieron, el gran taurino Simón Carreño, que me hizo muchas novilladas después de verme triunfar en mi debut con picadores en Laguna de Duero, en 1984. No era nada fácil abrirse camino en el escalafón de novilleros español de los años ochenta. Pero yo siempre intenté vencer los obstáculos con una gran determinación, con una férrea voluntad de ser torero, que fue la misma que me llevó a tomar la difícil decisión de abandonar mi hogar para abrirme 52 SOÑADORES DE GLORIA
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camino fuera de Portugal. Paso a paso, intentando superarme a mí mismo y vencer todas las reticencias y limitaciones, fui dando pasos firmes en la profesión. Logré debutar en Las Ventas en 1986 y que la empresa me repitiera dos tardes más. Y al año siguiente me presenté en plazas como las de Valencia, Zaragoza, Bilbao y Salamanca, así como en varios cosos franceses, logrando éxitos suficientes para ocupar los primeros puestos del escalafón y tomar una alternativa de auténtico lujo, en la misma plaza donde antes la tomaron muchos otros de mis compatriotas, la de Badajoz. Fue allí, el 25 de Junio de 1988, cuando José María Manzanares me doctoró en presencia de Paco Ojeda, con toros del marqués de Albayda. Pero cuando todo parecía tomar velocidad llegó un durísimo parón, pues sólo un mes después de la alternativa un toro de La Ermita me pegó una tremenda cornada en la plaza francesa de Orthez. El pitón me afectó el nervio ciático de la pierna izquierda y no pude volver a vestirme de luces hasta dos años y medio después. Durante doce temporadas, siempre con una tremenda voluntad de ser alguien en el toreo, seguí luchando por mantenerme dignamente en la profesión que soñé de niño. Y ese afán me ayudó aún más a crecer como persona y como torero. El recuerdo de aquella lucha, muchas veces en solitario, me sigue llenando de orgullo. Sobre todo cuando pienso en las precarias condiciones en que hube de dar los primeros pasos. Me retiré del toreo activo en la feria de Sa-
lamanca del 2000, pero las hondas relaciones que hice en la profesión, como las que me unieron a los maestros salmantinos El Viti, Niño de la Capea y el infortunado Julio Robles, además de con todos los ganaderos del campo charro, me animaron a continuar en el mundo del toro en las facetas del apoderamiento y de la empresa taurina, incluso al lado de la Casa Chopera. Desde el otro lado de las tablas, apoderé a toreros como Juan Diego, Antonio Barrera, Eduardo Gallo y Antonio Ferrera, a los novilleros Nuno Velázquez e Ismael López y, en la actualidad dirijo a los rejoneadores Joao Moura hijo y Joao María Branco, además de otros a los que llevé con anterioridad.
De la Academia han surgido ya algunos novilleros prometedores, y en la actualidad nombres como los de Diogo Peseiro y Sergio Nunes, que participan con éxito en varios certámenes de noveles de España y Francia, nos hacen concebir muchas esperanzas. Pero, por encima de sus condiciones taurinas, mis experiencias vitales siempre me llevan a recalcarles que todas las dificultades que puedan encontrarse sólo se vencen con esa misma determinación, esa vocación y esa voluntad que un día me llevaron a intentar conseguir lo que parecía imposible: ser torero portugués.
Y en 2006 fui nombrado por la nueva empresa como gestor taurino de la reinaugurada plaza de toros de Campo Pequeño, aquella en la que debuté en público dos décadas antes, cerrando un círculo insospechado para mí treinta años antes. Es así como, intentando fomentar un ambiente propicio para que vuelvan a surgir toreros de a pie en Portugal, ahora intento abrir la plaza de la capital portuguesa a los matadores de toros, dentro de las posibilidades que deja la difícil coyuntura taurina nacional del momento. Y, desde hace dos años, junto con mi gran compañero José Luis Gonçalves –ahora postrado por un desgraciado accidente– abrí la Academia de Toreo de Campo Pequeno. La idea fundamental, tres décadas después de nuestro debut, es la de facilitar a los aspirantes portugueses esos primeros pasos que para nosotros fueron tan duros, ofreciéndoles las referencias y el apoyo necesarios para encauzarles por el buen camino. la vocación del toreo en el mundo
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leonardo benítez
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Fotos: Oskar Ruizesparza
DE LAS SABANAS A LAS PLAZAS Por: Víctor José López “El Vito”
Aunque el Arte del Toreo no puede encasillar-
se con reglas inmutables crece, evoluciona y se robustece como expresión ecléctica. Así ha sido desde que en 1830 Pedro Romero y José Cándido fueron encargados de la dirección de la Escuela de Sevilla, por Fernando VII. La decisión del monarca tuvo inmediatos resultados, inmejorables en el desarrollo de la lidia que justificaron la fundación de la Escuela Taurina. Cundo la muerte el rey Fernando VII provocó el cierre de la Escuela Taurina de Sevilla, ya la semilla estaba en el surco de la fiesta de los toros. En España brotaron cual flores silvestres las capeas, en sustitución de la escuela; y alrededor de los espadas más destacados crecieron focos de aprendizaje. Lo mismo que ocurriría en Venezuela con personajes como José Muñoz “El Loco “y José Peluza “Pelusina”, taurinos autóctonos con librillos muy particulares, hasta que en firmamento de la fiesta venezolana aparecieron con heraldos de las buenas maneras don Antonio Cañero, Juan Belmonte, Rafael El Gallo y los miembros de la dinastía Bienvenida en sus largas estadías entre nosotros. En Venezuela, el toreo creció en el campo, como expresión agropecuaria de nuestra economía. Fueron las Mangas de Coleo, las capeas criollas. Entre el toro cerrero, el caballo y la faena campera destacaron los toreros que con el tiempo formarían como lo hizo Tomás Lander el grupo de matadores de toros y de novillos venezola-
El maestro Pedro Pineda y su destacado alumno Morenito de Maracay
nos. Uno de ellos fue un joven arenero, que saltó de las mangas de coleo a los tentaderos de las ganaderías de los hermanos Gómez Núñez, Florencio y Juan Vicente, quien más tarde y gracias al compendio de sus experiencias lograría suficientes conocimientos para fundar la Escuela Taurina de Maracay. La cantera de Aragua En 1936 cuando murió Gómez en Maracay, ocurrió el éxodo de los niveles más elevados en su escala social. Se produjo una retracción de las actividades taurinas, y los toros quedaron en manos del estrato más popular de la ciudad.
El que despachaba en el abasto o trabajaba como albañil, mesonero en la fonda, el sastre, el barbero, el camionero, el encargado de las mudanzas, los toros en las manos más humildes, apropiándose con todo derecho de pueblo e impidiendo se fueran de la Ciudad Jardín. Entre los se quedaron había un muchacho que había sido arenero de la plaza de El Calicanto la tarde de su inauguración. Era Pedro Pineda, quien en su desarrollo encontró decidido respaldo de los hermanos Juan Vicente y Florencio Gómez Núñez, los hijos del general y los hombres que le dieron inusitado apoyo a la fiesta de los toros en Venezuela. Pineda desarrolló oficio en los tentaderos de las ganaderías de los Gómez, La Soledad y Guayabita, viendo torear a las figuras que contrataban Juan Vicente y Florencio para aquellas históricas temporadas de Maracay. Fue un torero valiente, se le anunciaba como El torero de Aragua. Hizo carrera por los andes venezolanos, se fue a la sierra del Ecuador e hizo campañas por ciudades colombianas como Medellín y Bogotá. Cuando El torero de Aragua sintió que sus facultades físicas le impedirían seguir toreando, decidió dedicarse a instruir a los jóvenes aspirantes, e hizo de la Maestranza la sede de Escuela Taurina, sin pizarra, tizas ni aulas. Sencillamente trazando rayas y dividiendo espacios en la arena del redondel. Los primeros alumnos que tuvo Pineda fueron los hermanos Óscar y Ricardo Martínez. Óscar, el mayor, fue un torero poderoso, Ricardo, artista y bullidor. Óscar tuvo importancia, trajo a Venezuela con el éxito de sus temporadas en España mensajes de esperanza que entusiasmaron a los jóvenes toreros venezolanos. Más tarde ingresaron a la escuela de Pineda dos muchachos, César Girón y Moreno Sánchez, que la vocación del toreo en el mundo
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sembraron una candente rivalidad. Siendo César Girón primerísima figura del toreo en España, sus hermanos Rafael, Curro y Efraín Girón se formaron en la Escuela de Pedro Pineda que puede ufanarse de haber “graduado” el mayor número de toreros que cualquiera de las escuelas taurinas en Venezuela. La lista, que iniciamos con Óscar Martínez, tiene como graduados de gran éxito, entre otros, a los cuatro hermanos Girón, Eduardo Antich, Carlos Saldaña, Sérbulo Azuaje, “Chiquito “Sánchez, Joselito López, Maravilla, Lucio Requena, Adolfo Rojas, Jesús Narváez, El Mito, Rafael Ponzo, Rayito, Luis de Aragua, Pepe Cámara, Morenito de Maracay, Rodríguez Vásquez y El Victoriano…
del matador de toros Lucio Requena, que había sido su alumno. Hombre de recio carácter fue Requena, muy estricto en su enseñanza y dirección. Eduardo Arcila acompañó en la enseñanza a Requena cuando destacaban alumnos como los hoy matadores de toros Erick Cortés y Leonardo Coronado, y los novilleros Miguel López y El Yoni.
en lo referido a las escuelas taurinas y formación de profesionales, pero con una impronta histórica mucho más importante que cualquier región venezolana, el Táchira cuenta con plazas, ferias, ganaderías de lidia y temporadas centenarias. Como ocurre en Táriba, Lobatera, San Antonio o la propia San Cristóbal, que registran eventos desde la mitad del Siglo XIX.
En 1985 el Concejo Municipal de Girardot dio el paso a la creación oficial de la Escuela Taurina Municipal “Don Pedro Pineda”, cuyo primer maestro con remuneración fue Eduardo Arcila, novillero retirado, recientemente jubilado de la institución. Efraín Girón fue, hasta hace dos años el maestro de la escuela.
Los orígenes de la Escuela Taurina de San Cristóbal son en realidad recientes. Fue Ricardo Castillo “Bombita” quien fundó la primera Escuela Taurina en 1968. Al año de inaugurada la Monumental de Pueblo Nuevo. Lo hizo impulsado por la gran ilusión que despertó el auge de la Feria Internacional de San Sebastián. Se llamó Escuela Taurina “Julio Ruiz”, en homenaje a un destacado novillero venezolano.
La influencia de esta escuela fue tan importante que en España llegaron a considerar la expresión de su influencia técnica y artística como una escuela. La escuela venezolana, a pesar que toreros procedentes de otras como Caracas, Valencia, Mérida y San Cristóbal se destacan en ruedos internacionales.
Tras la jubilación de Arcila y el fallecimiento de Girón, la escuela se mantuvo inactiva por la desidia del concejo municipal y aunque varios nombres de matadores fueron postulados ante la Cámara Municipal. Actualmente está en manos de Celia Gómez “La Carmela”, sin proyectos conocidos ni apoyo oficial.
Antes de 1940 no había en Maracay una Escuela Taurina como tal, los muchachos aprendían viendo, escuchando y toreando junto a profesionales que eran contratados, durante sesiones de entrenamiento. Como ocurrió con Ginés Hernández, un banderillero madrileño, padre de Rafael, José y Ángel que llegaron a ser destacados toreros subalternos, pero por su afición se encargaron de instruir en la técnica del toreo a los muchachos de Aragua. Entre los que más destacaron estuvieron Teodoro Tovar, Félix Mujica y Eusebio Rodríguez “El Exquisito”.
San Cristóbal impone hegemonía
Al morir Pedro Pineda el 2 de enero de 1985, la escuela, sin aulas ni pizarrón, quedó en manos 56 SOÑADORES DE GLORIA
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Maracay poco a poco perdió su influencia, siendo sustituido en los valores taurinos nacionales por la Escuela Taurina Municipal de San Cristóbal que se impuso en organización y la calidad de sus toreros en acontecimientos sin precedentes en la historia taurina nacional.
La Escuela funcionó hasta los primeros meses de los años 80, destacándose entre sus alumnos Jorge Polanco, German Sánchez, Antonio Gil “El Táriba”, José Hurtado “Chelín”, José Pérez “El Gavilán. Los alumnos pagaban una cuota de 20 bolívares mensuales, los que podían hacerlo. Es decir que nadie pagaba por pertenecer a la escuela. El 1991 el torero Marcos Peña “El Pino” impulsó la instrucción en la plaza hasta marzo de 1996. Fue maestro de su hijo, el hoy matador de toros Marcos Peña “El Pino”. Los aspirantes se inscribían en la Fundación Escuela Taurina de San Cristóbal con partida de nacimiento oficial del 11 de mayo de 1996. Su primer director fue el matador de toros Cesar Faraco, y los primeros alumnos fueron Gregorio Torres “Maravilla y Marcos Peña “El Pino” hoy matadores de toros.
Sin los antecedentes históricos de la importancia que tuvieron Caracas, Valencia y Maracay,
Gerson Guerrero se inscribió en la escuela con estas palabras “Maestro, quiero prepararme
Aquella hegemonía que tuvo La Cantera de Aragua en el toreo venezolano se disipó, disuelta por el aguarrás de la politización y de la corrupción de la fiesta de los toros en Aragua.
para ser subalterno”. Hoy Gerson es uno de los banderilleros más profesionales y destacado directivo del gremio de toreros. Otros alumnos fueron El Morocho Molina, Pedro Fortul, Fabio Castañeda que cursó instrucción desde los 11 hasta los 16 años cuando ganó una beca para matricularse en la Escuela de Madrid. Hoy es matador de toros: alcanzó la alternativa en la pasada Feria de San Sebastián 2014. Actualmente existe un convenio entre las Escuelas de Madrid y de San Cristóbal del que disfruta el novillero Jesús Enrique Colombo. Alumno destacado de la “César Faraco” es Antonio Suárez, Médico Cirujano de profesión, que hoy hace campaña en España apoderado por El Gallo de Morón. Al fallecer el maestro Faraco, la Fundación nombró al matador de toros Ramón Álvarez “El Porteño” como su director. Se mantienen los convenios de intercambio y cooperación con la escuela Marcial Lalanda de Madrid y la Academia Taurina Municipal de Aguascalientes, Mexico, institución que en dos oportunidades ha invitado a novilleros de San Cristóbal a los encuentros mundiales de escuelas taurinas donde han asistido Antonio Suarez y Joselito Vásquez, respectivamente.
doctor Víctor Hugo Mora Contreras se reúne con los alumnos e imparte charlas, conferencias sobre orientación moral y cívica y otros temas que contribuyen a su formación como venezolanos de bien. Hará cosa de un año el doctor Víctor Hugo se retiró de las actividades por cuestiones de salud. Fue maestro de primaria, secundaria, pregrado, postgrado, Rector de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Católica del Táchira. Entrañable amigo del maestro Faraco, y para la escuela taurina fue un verdadero honor haber contado con su apoyo durante 16 años. Las clases de cultura taurina están a cargo de Pablo Duque, Jackson Ochoa, Manuel Ordoñez y la parte médica la supervisan los cirujanos Ricardo Benvenuto y Mauricio Urdaneta.
La Junta Directiva de esta institución, la de mayor rango en Venezuela, ocupa un cargo en la Federación Mundial de Escuelas Taurinas.
Desde la creación de la escuela se implementaron los coloquios taurinos todos los jueves del año a las 20:0 horas, donde diferentes ponentes charlan sobres diversos temas todos relacionados con la tauromaquia: ganaderos, pintores, escultores, literatos, veterinarios, empresarios, locutores, cronistas taurinos, banderilleros, matadores, picadores, novilleros, mulilleros, monosabios, porteros, servicios de plaza y aficionados en general, que han colaborado como ponentes de los diferentes tópicos que abarca la Fiesta.
Los recursos de la Escuela provienen del festival que se realiza a su beneficio desde enero de 2004. El objetivo más importante de la Escuela “César Faraco” es la formación integral del ciudadano; formación paralela a la enseñanza teórica y práctica del toreo y de la Tauromaquia. Como un ejemplo de lo que señalamos, todos los jueves, de dos a cuatro de la tarde, el
Cuenta la escuela con una importante biblioteca y colección de videos taurinos para ayudar a la formación de los aspirantes y a la divulgación de la cultura taurina en nuestro estado. Periódicamente es visitada por colegios e instituciones a los que se les da charlas de tauromaquia y demostraciones de toreo de salón y está a cargo de los recorridos turísticos internos y externos
que se realizan por las diferentes dependencia de la plaza. En el año 2013 se realizaron 14 clases prácticas y esperamos este año poder realizar un número igual o mayor para mantener viva la ilusión de los alumnos y poder ir seleccionando en base a la práctica. Está dirigida por una junta que preside Manuel Ordoñez y lo acompañan Rafael Román, Pablo Duque, Martin Ordoñez, Hugo Figueroa, y Hugo Domingo Molina, ganadero y colaborador permanente de la Fundación. Siempre hemos recibido el apoyo de las distintas directivas de la Plaza de Toros de San Cristóbal C.A y los confortables espacios que se asignaron al aula taurina y al patio de la escuela han sido decorados con recursos propios de la escuela. La desaparición de la Escuela de Caracas En la ciudad de Caracas hubo importantes antecedentes de Escuelas Taurinas, como ocurrió con a finales del siglo XIX en las Corralejas del Matadero Municipal de San Martín, escuela “para aprendices” que dirigió Santiago Ávila “Cigarrón” en 1890, y la que en el Circo Metropolitano a principios del Siglo XX, sirvió para la formación del primer torero venezolano que tomó la alternativa en Madrid, el caraqueño Eleazar Sananes “Rubito”, quien junto a Julio Mendoza “El Negro”, integró la primera pareja de toreros rivales en la fiesta criolla, y por el calor de su competencia fueron considerados la piedra angular del toreo nacional. Tanto Sananes como El Negro Mendoza adquirieron oficio y conocimientos en las cuadrillas bufas de Charlot, Llapisera y sus botones. Por aquellos días de los años veinte tuvo mucha influencia en la formación de nuestros toreros la presencia en Caracas de la familia Bienvenida. la vocación del toreo en el mundo
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“El Papa Negro” alquiló una casa en la ciudad donde vivía con su esposa y sus hijos Manolo y Pepote. Aquí nació Antonio. Los chicos Bienvenida, rebosantes en simpatía y dos de gentes hicieron del patio de su casa una escuela taurina. Algo menos ambicioso de lo que más tarde en el tiempo hicieron en General Mola, allá en Madrid. Esa escuela improvisada puede considerarse un antecedente en la formación de nuestros toreros a la que recordamos como la primera escuela oficial en Caracas. Ubicada en El Prado de María en El Valle, estaba la Escuela Taurina La Morena del Prado, escuela donde aprendió las primeras letras del toreo el maestro Luis Sánchez Olivares “Diamante Negro”, un espada que antes que finalizara el decenio de los años cuarenta sería el líder del escalafón taurino español y alcanzaría una rutilante alternativa en Granada, plaza que cautivó y conquistó con sus triunfos y su gran faena al toro “Estornino”, de Félix Moreno Ardanuy, en un cartel que integró con Manolo González. Esa tarde cortó tres orejas y un rabo “el día que se acabaron las gambas en Granada”. El gran rival de Luis Sánchez, Alí Gómez y el novillero de moda para la época, Rafael Cavalieri, Germán Regalado “El Pescao” eran alumnos de La Morena, y sostén de las temporadas de novilladas en Caracas. Rival de La Morena fue la Escuela del Circo Metropolitano, tan informal como la Escuela de El Valle, sin programa ni proyecto pero con el ejercicio rossiniano del aula abierta, con la explícita demostración tal habría recomendado por la profesora Montessori, en su método de ponerle énfasis en a la actividad dirigida la y observación clínica por parte del profesor. Esta observa58 SOÑADORES DE GLORIA
la vocación del toreo en el mundo
ción tiene la intención de adaptar el entorno de aprendizaje del alumno a su nivel de desarrollo. El crítico taurino Marcos Vélez y el aficionado Emilio D´Gregorio fueron vida y pasión de este importante capítulo en la formación de nuestros toreros. En el decenio de los años sesenta existió una Escuela Taurina en el Nuevo Circo dirigida por el maestro Rubio, un aficionado español muy enterado y con mucha capacidad de comunicación. Eran los días cuando los Girón entrenaban en el ruedo de la plaza, lo que ayudó mucho a la formación de los novilleros. Paralelo a la Escuela de Caracas existió un grupo de matadores de toros que impartían clases del toreo de salón, entre ellos Sergio Flores, Joselito Torres, Carlos Saldaña, Sérbulo Azuaje, Sergio Díaz, Rafael Cavalieri, Evelio Yépez. Los novilleros León Rivero, Rafael Rodríguez, Gonzalo De Gregorio. Mario Galavíz y Humberto Alvarez. La formacion de toreros subalternos, en especial de banderilleros, corría a cargo de Antonio Klie y Pedro Delgado “Pedrucho de Caracas”, conserje del Nuevo Circo. Las prácticas se realizaban en la Plaza de Sartenejas, hoy campus de la Universidad Simón Bolívar, en la Plaza de La Macarena, en la Carretera Panamericana cerca de Los Teques en festejos organizados por los hermanos Olivares. También sirvió de escenario la plaza “Hermanos Girón” en El Placer, Las Tejerías de Aragua donde se organizaban temporadas de festejos con aficionados prácticos. Ya en los años setenta crecieron varias escuelas, con actividad en el Parque de Los Caobos. Estaba la de Chucho Hernández, Juan Diego de México y la de un sacerdote, Luis Eduardo Lara, que organizó la Escuela de Caracas. El cura Lara
llegó a organizar temporadas de novilladas, en la que destacó Norberto Jorges, un torero de mucha calidad. La escuela funcionó en paralelo con la Escuela Ciudad de Caracas, dirigida por los matadores Sergio Díaz, Luis Arcángel y Joselito Torres y la administración de los aficionados Salvador Camero y Omar Carnevalli. Valencia, la rectora En Valencia el toreo se vive en reuniones y sabrosas tertulias desde hace muchos años. En 1942 el Ayuntamiento decretó la Escuela Taurina de Valencia en la plaza Arenas. Los maestros fueron el peruano Manolo Lértora, el español “Carrilito” y José López. En 1955 Manolo Mujica, fundó una escuela con su nombre, la que el mecenazgo del barbero Juan Bello sostuvo por años. En esta escuela los hermanos Pedroza instruían a los banderilleros, y daban clínicas en poblaciones como Puerto Cabello, Montalban y Guacara donde organizaban mojigangas y novilladas. Tras un letargo de más de un decenio, en 1963 Aurelio Díaz fundó en la plaza Arenas la Escuela Taurina de Valencia, con un grupo de aspirantes de distintas regiones de Venezuela por alumnos. La escuela de Aurelio llegó a la Monumental en 1997, con el nombre de Escuela “Manolo Mujica” en homenaje del primer torero célebre de la ciudad. Las peñas La Roseta y Los Sauces reunieron a un grupo de aficionados para la organización de la escuela en 1967. Al frente Juan Bello, apoyado por Oswaldo Rodríguez, Omar Sanoja, Carlos Bello, Walo Dao, Gustavo Pedroza, Pedrucho de Caracas y La Lapa Cruxent apoyados ante la ayuntamiento por Conchita Gallo, presidenta del Concejo Municipal. Conchita fue la encarga-
da de la presidencia de la Junta directiva de la Escuela Taurina. Santos Rueda y Salvador Muñóz, como maestros, el matador de toros Simón Mijares “El Duende”. Un gran impulso recibió la Escuela Taurina de Valencia cuando la administración del Alcalde Francisco Cabrera en 1992, cuando designó al gran aficionado César Dao Colina para la Cordinación de los programas y eventos de la Escuela. Dao Colina, auspiciado por la Alcaldía, por varios años organizó lo que se conocía como “antesala de la feria”, celebrando festivales en los clubes sociales de la capital de Carabobo. Se organizan más de 80 espectáculos, entre becerradas, tentaderos y novilladas con la participación de los alumnos de las escuelas taurinas del Cabriales. En la actualidad el gobieno del estado le quitó la plaza de toros al Concejo Municipal, en el afán del régimen socialista de administrarle hasta los sueños al ciudadano. A la espera de saber que va a suceder. Mérida, una escuela de estudiantes La Escuela Taurina “Humberto Álvarez” de Mérida se inicio un 17 de mayo de 1967 por ini-
ciativa del maestro Humberto Álvarez con el nombre de “Cesar Faraco”. Humberto, nativo de Barquisimeto, desde muy joven se inicio como alumno de la escuela que dirigía el maestro Pedro Pineda en Maracay. Fue conserje de la plaza Monumental de Mérida por más de 30 años impartiendo clases de toreo y formando toreros como Nerio Ramírez “El Tovareño”, Ángel Sulbarán, Alfredo Parra, Alí Trejo, Leonardo Rivera y Alexander Guillen. Al morir Humberto Álvarez, un grupo de aficionados entre los que se encuentran algunos miembros de la actual directiva, se refundó la escuela el 14 de marzo del 2009 con el nombre de “Humberto Álvarez”. Actualmente la escuela “Humberto Álvarez” la dirige el torero Fabián Ramírez. La primera matricula se inició con 12 alumnos, y en la actualidad, cuenta con 24 incsritos, auténticos luchadores que entrenan con ilusión y entusiasmo para hacer realidad sus sueños. Todos ellos coinciden a la hora de señalar que sintieron la llamada del mundo del toro desde edades muy tempranas, al ponerse delante de una becerra el día de su comunión. Las aulas están en la plaza de toros “Román Eduardo Sandia” de Mé-
1944 hace 60 años en la Escuela Taurina La Morena de El Prado, en Venezuela
rida y las clases se imparten de lunes a viernes, en horario de la tarde, siendo obligatorio estar inscritos en escuelas y liceos.Desde que se refundó la escuela en el año 2009, ha tenido una amplia actividad taurina donde ya se han efectuado once clases prácticas con vaquillas de casta y ocho novilladas sin caballos, aparte de asistir al campo a las diferentes ganaderías de lidia venezolanas como son las divisas de Los Aranguez en Carora, La Cruz de Hierro, Los Marañones y Campo Pequeño en Mérida, Rancho Grande, Los Ramírez y Bellavista en el Táchira. La Escuela de Tauromaquia de Mérida tiene como norte impartir enseñanzas teóricas y prácticas a sus alumnos a través de personal cualificado relacionado con diferentes suertes del toreo, ofreciendo una formación cultural, profesional, deportiva y humana que les permita desarrollar una actividad útil a la sociedad cuando abandonen la Escuela. Los alumnos deberán tener entre 8 y 18 años de edad, y demostrar mediante un certificado médico que no padecen ninguna enfermedad ni defecto físico que le impida el desempeño de las actividades que tiene la Escuela como objetivos.
César Faraco a su derecha Fabio Castañeda, triunfador Feria de San Sebastián la vocación del toreo en el mundo
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César Rincón, arco de mil sueños Por: Víctor Diusabá Rojas
Fotos: Oskar Ruizesparza
Hay un Antes de Cristo y un Después de
Cristo en la historia taurina de Colombia. Por supuesto que lo hay. Incluso, sin temores, se puede decir que hay una fecha exacta, 21 de mayo de 1991. La tarde aquella de ‘Santanerito’, el toro de Baltasar Ibán, del día en que un hombre se va por la Puerta Grande, camino de la calle de Alcalá, aferrado a dos orejas como quien se agarra a la vida. Sí, no hay duda, hay un pliegue que se llama César Rincón. Y, en consecuencia, hay un César y una era, la de Rincón. Una época en la que los niños de un país flagelado por la violencia, vestida de diversos ropajes, quisieron mirarse en el espejo del valor para querer ser, al mismo tiempo, el fútbol universal de Carlos ‘El Pibe’ Valderrama; el ciclismo alpino y pirenaico de ‘Lucho’ Herrera; y el toreo macizo, de una sola pieza, de César Rincón. Entonces, como si fueran tres personas distintas y un solo goce verdadero, a los balones de toda la vida y a la ‘cicla’ (cualquier cosa que se mantuviera en pie a costa de lo más parecido a dos ruedas, como a lo mejor le tocó alguna vez al ‘Indio’ Porfirio Remigio), surgieron de la nada, en calles rotas y parques de barrio, capotes y muletas hechas de bayeta, para jugar otros juegos, los del arte al viento, con toros imaginarios que embestían siempre hacia los adentros.
Pero si bien existía una fecha que partía en dos la historia, el sueño había comenzado mucho más atrás, en el hogar de ‘Mojicón’, Gonzalo Rincón, un fotógrafo taurino que se ganaba la vida en los callejones, sin saber que la tragedia y la gloria irían de la mano, a lo mejor porque nunca se sabe dónde termina la una y dónde comienza la otra. De hecho, Colombia solo supo de los entretelones de la epopeya una vez que Rincón volvió al país, en olor de multitudes, tras el formidable 91 de las cuatro puertas gran-
des consecutivas en Las Ventas. Entonces, los niños –casi todos sumidos en la pobreza y en el olvido–, supieron que valía la pena intentarlo porque, de hecho, era imposible. Y es que eso mismo, imposible, era lo que había hecho Rincón. Primero, derrotar su propia talla. En un añejo documental, el niño Julio César Rincón Ramírez parece demasiado enjuto para explorar ese mundo del toro que a lo lejos se ve rocoso. Pero enseguida, y esa es la primera lección, las formas derrotan lo áspero. la vocación del toreo en el mundo
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sabía si lidiar al novillo o pegarles pases a quienes querían sabotearlo. Años después ellos mismos lo sacarían a hombros. Era Juan Antonio Ruiz Espartaco”.
Todos ven que el niño lleva ese “algo” que no todos tienen. Una sabia casualidad abre el camino. Un inédito tentadero los cita. “Que venga el crío”, manda con autoridad el maestro Paco Camino, mientras los otros novilleros, ya cuajados, dan un paso atrás. Y el crío sale del burladero, da las gracias y pone la muleta delante de la vaca. Sí, es así, este tiene “algo”.
Ya, a estas alturas, era para pensárselo. El camino era empedrado. Y lo iba a ser peor. Tres capítulos esperaban en el horizonte, a cuál más doloroso. Primero, la muerte de su madre y su hermana, víctimas de asfixia por cuenta de un incendio en el apartamento que vivían en un barrio humilde de Bogotá. Ahí, en medio de las cenizas, este niño ya hecho hombre por fuerza del dolor y de las circunstancias, juró en silencio no echar el pie atrás, ni en la vida ni ante el toro.
Los chicos que ahora escuchan la historia se miran al espejo y se miden a sí mismos. Se sienten “Rincones” en potencia. Pero ese es apenas el comienzo del cuento. Hay hadas revoleteando por ahí, aunque ya vendrá el lobo. Por ejemplo, las primeras escaramuzas sacan dolor… y alguna sonrisa. Que lo cuente el propio Rincón: “Una de las primeras oportunidades resultó ser una novillada en Cali. Conseguí un vestido azul, quisiera decir que plata pero en realidad era hilo blanco. Toreaba con Paco Mena y un muchacho que se hacía llamar ‘El Murciélago’. Novillos de Abraham Domínguez. Me acuerdo mucho que yo mataba un novillo y el ganadero se preguntaba si ese niñito iba a ser capaz, estaba aterrado. El viaje fue en camión desde Bogotá, unas doce horas. Como no podíamos comprar el tiquete en la estación, porque salía más caro, debíamos esperar a tomarlo en la calle. Allí le hacíamos la paradita al chofer y le dábamos una propina. Compramos un puesto, que nos turnábamos con mi padre y mi hermano. Nosotros, más chicos, nos sentamos en la espuerta ¿Y en la espuerta qué había? Pues el vestido azul y las ilusiones” Segunda lección: si quieres, puedes. 62 SOÑADORES DE GLORIA
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Incluso, frente a otro desafío, el de esa cornada el 4 de noviembre del 90 en Palmira, una ciudad cercana a Cali, que lo puso más allá que de este lado. “¡Se nos va!, ¡se nos va!”, son las voces de los médicos, mientras la sangre escapa y el mundo queda atrás. Una extraña sensación de tranquilidad lo arropa. César pierde casi todos los signos vitales, menos uno: el del valor. Lucha hasta el final y gana. Vuelve, más que en sí, en Rincón.
Y casi enseguida, la tercera: el mundo es muy estrecho: “No olvido el día aquel en que una banda de espontáneos se tomó la arena para protestar porque se le habían dado una oportunidad a un novillero que venía de España. Entró uno y lo sacaron. Luego, otro. Y otro más. Y así, hasta el fin. El aspirante no
Una transfusión le ayuda para salvar la vida, pero en esa misma sangre que le da una nueva oportunidad corre la hepatitis C. Al principio, ni se da cuenta, solo sabe que tarde tras tarde la fatiga lo abraza. “No tengo fuerzas ni para quitarme el vestido de torear cuando llego de la plaza”. Los exámenes médicos comprueban la gravedad y lo obligan a dar un paso al costado. Debe irse. Él decide que será solo por un tiempo. Así sucede. No solo vuelve sino que triunfa
y consigue, en el poso de la madurez, ser el maestro, el torero de toreros, el hombre que solo aspiró en la vida a una cosa: que digan de él, cuando va por la calle: ¡Ahí va un torero ¿Qué pasa en el entretanto, con esos ni-
ños que han visto pasar ante sus ojos esa película hecha de realidades? Que algunos quieren ser como él. Y es allí, en Cali, en la misma plaza de aquella tarde de novillero, donde nace una Escuela en la que el rigor y la exigencia son las coordenadas en que se les cita. “Empezábamos a las siete en punto de la mañana. Si alguien llegaba a las 7:01 era devuelto y, claro está, objeto de alguna sanción”. Ricardo Rivera lo cuenta con orgullo. Su profesor, como lo fue de muchos, Enrique Calvo, “El Cali”, hubiera podido
quedarse en invitarlos a ver cómo sujetaba con la mano izquierda la muleta y luego trazaba esos muletazos hondos con que se quedó a vivir en la memoria de los buenos aficionados. Pero no, detrás, o mejor, por delante del arte, estaba la disciplina espartana. Aquella con que de lunes a viernes, entre la hora de entrada y las doce del mediodía, todos los alumnos pasaban por cada una de las suertes, sin derecho a elegir alguna en especial. Ya habría tiempo de mostrarse el último día de la semana, el de las prácticas.
bía cuajado. Hoy forman parte de la primera línea del toreo nacional. Y con ellos, también, una generación de subalternos que, hoy, como en el caso de Rafael Torres en la vara y Ricardo Santana con capote y banderillas, sacan más de un ¡enhorabuena! de figuras y de viejos maestros. Todos tienen a César Rincón en esas mentes memoriosas que los toreros van construyendo lidia a lidia. Y todos han tenido que pagar, de alguna manera, la absurda comparación que han pretendido hacerles con el maestro. No les importa, son sus hijos. Rincón fue el arco; ellos, las flechas. Y ancho es el mundo.
Y entonces, ahí, con la imagen de Rincón, y de otras figuras, entre ceja y ceja, salían a comerse al novillo toro (que casi nunca era un dije) y, de paso, a los demás compañeros, conscientes de aquel viejo y sabio dicho: jamás tres amigos torean en la misma tarde y en la misma plaza. Ramiro Cadena, Paco Perlaza, Luis Bolívar, Andrés de los Ríos, Alejandro Gaviria, Ricardo Rivera, entre otros, cosieron sus primeros lances y prometieron muletazos, para heredar una ilusión que Rincón ya hala vocación del toreo en el mundo
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luis bolivar
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Ganadería San Mateo
ricardo rivera
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Las Escuelas Taurinas en el Perú Por: Dikey Fernández
Tenemos poca literatura taurina del siglo
XIX, menos aún sobre la existencia de escuelas taurinas en el Perú. Pero a finales de de ese siglo los cronistas de la época, sin ser claros del todo, manifiestan que el español Diego Prieto “Cuatro Dedos”, que trajo a Lima toros de Miura, ya tenía un grupo de toreros a los que el enseñaba el Arte de Cúchares. Existe una frase a principios del siglo XX con la llegada de Rodolfo Gaona e Ignacio Sánchez Mejías que manifiesta que “los alumnos limeños” fueron al puerto de El Callao a recibir a dichos toreros, lo que sin duda es otra referencia que expresa la existencia de una escuela. Posteriormente, con la presencia en el coso de Lima de José Gómez Ortega “Gallito” o “Joselito” y de Juan Belmonte, surge tal vez la primera escuela taurina para toreros aficionados que dirigió Juan Giani “Rubio”, de la cual no se supo nada más. También en revistas de aquellos años se platicaba de la Escuela del Centro Taurino de Lima que tenía un amplio ruedo en un local ubicado en la avenida Guzmán Blanco. A principios del 1930 el portugués Ruy Da Cámara alquiló de Andrés Arata un local en La Legua, provincia constitucional del Callao, donde se construyó una placita de
Fotos: Oskar Ruizesparza
tientas al que llamaron “Tentadero de La Legua”, de donde destacaron toreros aficionados como Raúl Aramburú Raygada, José Antonio “Tuco” Roca Rey, Fulvio Da Fieno, Fernando Graña Elizalde, Gabriel Tizón Ferreyros y, por supuesto, la famosa rejoneadora Conchita Cintrón. En el año de 1946, el empresario Óscar del Pomar y su hermano Benigno organizaban espectáculos taurinos en la Plaza de Toros de Acho, básicamente ciclos de novilladas en los meses de enero a mayo; es decir, del verano a otoño limeño, aprovechando el clima cálido. Reunidos todos estos personaje de la época en el distrito del Rímac, específicamente en casa de Jacinto Morales y Raymunda Roncaggiolo, muy cerca del coso taurino, es que deciden crear o avivar la idea de tener una escuela taurina. Esta pareja tuvo varios hijos que se dedicaron a torear entre los que destacaron José, Isidoro, Marcial, Manuel, Rafael y Salvador Morales. Integraban también la escuela los primos de ellos hijos de Federico Robles Flores y otros jóvenes del barrio bajopontino, con los que pasaban las dos decenas de alumnos. Fue don Jacinto quien era carpintero de oficio el que confeccionó los carretones y las banderillas para los entrenamientos, doña Raymunda unos trajes de luces con montera para entrenamientos. Los mayores, José e Isidoro Morales, que ya toreaban, proporcionaron los capotes y muletas para los entrenamientos. Esta primera escuela taurina formalizada como tal, practicaban en el patio de la casa de los Morales, ubicado en Villacampa. Las la vocación del toreo en el mundo
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prácticas del toreo de salón se realizaban de martes a sábados, debido a que los lunes asistían a la Plaza de Acho para presenciar y recibir charlas de los toreros profesionales que por entonces se reunían: Humberto Valle Parodi, Adolfo Rojas Barrios “El Nene”, Rafael Santa Cruz Gamarra, Juan Guerrero, Félix Rivera Valega “El Niño Brujo”, Pedro Tellería Romero “Periquín Romero”, Julio Becar Murrieta “Chino Becar”, Lucas Borja Rojas “El Torero Cantante”, los hermanos Julio y Ángel Solimano Sardi “Chatillo” y “Angelillo”, respectivamente. En la década de los años 60 el torero español Melchor Ramírez “El Malagueño”, afincado en la ciudad capital del Perú, agrupó a varios jóvenes aspirantes que intentaban
ser toreros profesionales. Tenía la particularidad de agruparlos de dos en dos, e iba repartiendo los pitones alternadamente, especificando a cada uno el tipo de toro que tenían que hacer: abanto, manso, picante, distraído, parado, con peligro, tardo, pegajoso… y al final, como premio, autorizaba el toro boyante o pastueño. Esta simpática anécdota viene a recordarnos que, como se suele decirse en el mundo del toro: “cada maestrillo tiene su librillo”. En la década de los años 70 el país se encontraba congestionado por el gobierno de facto que había expropiado las ganaderías de lidia a través de la Reforma Agraria. Era una época de conflictos sociales, por ello los entrenamientos de la tauromaquia eran au-
todidactas, donde los toreros más antiguos enseñaban a los noveles, con muchas dificultades de forma colectiva porque podía confundirse con actos impropios a la ideología del jefe militar sentado en Palacio de Gobierno. Por ello muchos casos se hacían fuera de la Plaza de Acho. Algunos entrenaban en el “Patio” un trasfondo de un restaurante limeño, otros en la hacienda Villa y algunos en clubes privados. Durante la feria del Señor de los Milagros de 1987 el presidente de la Sociedad de Beneficencia de Lima Metropolitana, entidad propietaria de la Plaza de Toros de Acho, se comprometió en crear una escuela taurina, y convocaron a dos profesionales: Pablo Sierra Inga y un servidor. De dicha institución, que éramos aficionados a los toros (Secretario General de la Beneficencia de Lima y Administrador de la Plaza de Acho respectivamente), para hacer un proyecto denominado Escuela Taurina de la Plaza de Acho, creación formalizada con resolución de gerencia general firmada por Manuel Viza Montero, otorgándose la dirección a dos subalternos de reconocida trayectoria Alejandro Arrieta Bellido “El Tata” y Ángel Solimano Sardi “Angelillo”, pero sólo éste último duró en el tiempo hasta que se designó como Coordinador General al aficionado Daniel Escudero Torres (Jefe del Equipo de Arrastre) quien mantuvo latente dicha escuela por veintisiete años. En esta institución colaboró permanentemente como asistente Jorge Rosales Loayza “Coquimba”. Luego se integraron los matadores Jorge Domingo Tapia “El Coqui”, Fernando Álvarez Pajuelo, Carlos Suárez Ber-
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tolotto, hasta que un grupo de aficionados, empresarios, toreros y periodistas, formaron una entidad para forjar nuevos toreros en el Perú: la Asociación Escuela Taurina de Acho, cuyo directorio estaba integrado por Rafael Puga Castro, Gabriel Tizón Barreto, Juan Manuel Roca Rey, Raúl Aramburú Tizón y Flavio Carrillo Naranjo, quienes me designaron como Director Ejecutivo. El profesor principal fue el matador Antonio Castillo Ojeda y con él, Félix Rivera Valega. Para la formación teórica se designó al novillero Carlos Castillo Alejos, cuyos auxiliares eran Daniel Escudero, Jorge Rosales y José Cárdenas Sandoval, además del profesor en educación física. Como se puede ver, se trataba de un perfil de escuela bien elaborado, con proyección futurista, y que era auspiciada por la Backus (Cervecería Cristal). El proyecto duró cinco años mientras hubo apoyo económico de la empresa privada. Cerró sus actividades teniendo de profesor al matador Daniel Palomino Fry, y luego la educación taurina retornó al sistema tradicional que venía ejecutándose por parte de la Beneficencia de Lima en el viejo coso del Rímac. Esta vez la denominación fue Escuela Taurina del Perú-Plaza de Acho, cuyo responsable y coordinador era Daniel Escudero. En esa oportunidad recibió la participación de los matadores Luis Miguel Rubio Goycochea y Alejandro Boggiano “Gironcito”, tras las dificultades económicas y la falta de apoyo para el uso de las instalaciones de entrenamiento, ya en las postrimerías de ésta institución y tras la muerte de Escudero, se
le encargó la responsabilidad al matador Víctor Hugo Garavito García. A partir de allí se realizaron una serie de presentaciones con matadores en activo y que eventualmente daban charlas prácticas, pero la falta de organización y la falta de voluntad de la Sociedad de Beneficencia de Lima Metropolitana (propietaria de Acho), terminaron por cerrar sus actividades en la plaza más histórica de América, misma que data desde 1766. Actualmente hay un resurgimiento en relación al concepto de tener Escuelas Taurinas para promover la competencia e incentivar la participación de jóvenes valores a la tauromaquia en el Perú. Existen doce escuelas a nivel nacional. La Escuela Taurina del Rímac que dirige el matador Alejandro Boggiano “Gironcito” y que practican en el Club Potao a una cuadra de la Plaza de Acho. La Esuela Taurina de Chuquibamba que dirige el torero Manuel Morales Llerena, situada en Condesuyos, departamento de Arequipa. La
Escuela Taurina Paco Céspedes que dirige el matador Paco Céspedes Avant, ubicado en Chiclayo, en el departamento de Lambayeque. La Escuela Taurina Paco Chávez, que dirige el matador del mismo nombre en la ciudad de Arequipa. La Escuela Taurina de Lima, que dirigen los novilleros Eduardo Yurivilca “El Yuri” y Miguel Zapata “El Piri” en la ciudad de Lima. La Escuela Taurina “Yoyo Flores” que dirige Jaime Vega Flores con sede en Cutervo, departamento de Cajamarca. La Escuela Taurina de Lurín que dirige el matador José Fernández Ugarte “Pepe Fernández” en el distrito de Lurín en Lima. La Escuela Taurina de Tarma que dirige Teobaldo Cucho Solorzano, ubicado en la localidad de Tarma en el departamento de Junín. La Escuela Taurina de Canta que dirige el matador Aquilino Olazábal Pantaleón en la autopista a Canta al nor-este de Lima. La Escuela Taurina del Cruce de Monsefú que dirigen los hermanos Darwin y Edwin Salazar en el departamento de Lambayeque. Y la recientemente creada Escuela taurina de Macusani en el departamento de Puno a más de 4 mil metros sobre el nivel del mar. Si estas organizaciones funcionan, la fiesta brava no habrá decaído en el Perú.
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Guillermo Albán
Martín Campuzano Martín Campuzano 70 SOÑADORES DE GLORIA
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El milagro de ser torero Por: Santiago Aguilar Fotos: Bolívar Castro, Alberto Suárez, Alfredo Pastor y Andrea Acosta
Nuestra pandilla creía que el campo era
suyo, y habíamos tomado a la Tablada como una escuela de tauromaquia. Las noches de luna íbamos a torear en los corrales y durante el verano nos íbamos a desafiar a los toros en la dehesa a pleno día. El toro campero en la dehesa era el que más nos gustaba, pero era penosísimo. Teníamos que andar horas y horas por el campo, bajo un sol de plomo fundido y entre los cardos borriqueros que nos atormentaban clavándonos en la carne desnuda sus terribles puyas. (…) “Para torear de día en la dehesa atravesábamos el río a nado. Dejábamos la ropa escondida en los matorrales de la orilla y nadábamos llevando amarradas a la cabeza las alpargatas y la chaqueta, que nos servía para torear. Completamente desnudos, insensible nuestra piel, como la de las salamanquesas, al fuego que bajaba del cielo, andábamos ligeros y ágiles entre los cardos y jarales de la dehesa hasta que conseguíamos apartar una res, y allí mismo, en un calvero cualquiera, la desafiábamos con el pecho desnudo y el breve engaño en las manos para hacerla pasar rozando su piel con la nuestra. El toreo campero, teniendo por barrera el horizonte, con el lidiador desnudo, oponiendo su piel dorada a la fiera
peluda, es algo distinto, y, a mi juicio, superior a la lidia sobre el albero de la plaza, con el traje de luces y el abigarrado horizonte de la muchedumbre endomingada”. Este alucinante episodio referido por el inmenso Juan Belmonte al no menos grande Manuel Chávez Nogales, en la inolvidable biografía del genial lidiador, ilustra con fidelidad el camino que, hasta hace algunas décadas, debían recorrer quienes adoptaban al toreo como forma de vida. Los sacrificios, el campo, las capeas y el valor fueron los elementos indispensables
Cruz Ordóñez
Cruz Ordóñez para forjar un torero, profesión que hasta hace algunos años contaba con un incomparable prestigio, lustre y visibilidad, a niveles que centenares de muchachos en todos los países taurinos se decidían a emprender la búsqueda de la gloria en una apuesta casi imposible debido a las complejidades que entraña una carrera cuyo andarivel está marcado por la vida y la muerte. Luego de la época dorada de la Fiesta y al cabo de la absurda guerra civil, el ascético Manuel Rodríguez fue cursante de una incipiente escuela taurina; Filiberto Mira, en su libro “Manolete vida y tragedia”, apunta los inicios profesionales del “Monstruo de Córdoba” en el Campo de la Merced, considerado en las primeros lustros del siglo pasado la vocación del toreo en el mundo
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rafael rodríguez
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Fotos: Oskar Ruizesparza
como un laboratorio para producir toreros. Estos primeros conocimientos los complementó con los que recibió en la Escuela de la Montilla en la que se enfrentó a su primera becerra. “Alameda cordobesa de singular encanto y sede de la mejor torería. Jardín en el que se cultivaron tantas juveniles ilusiones lidiadoras. Toreros en abundancia nacieron en su entorno. Diestros que alcanzaron las más altas cumbres, en su arena dieron los primeros capotazos, verónicas al aire o iniciales muletazos al carretón”.
que a fuerza de voluntad y pisadas de alpargata recorría largos trechos procurando un puñado de muletazos clandestinos; o, el seguro andar del escolar con otro tipo de exigencias. Lo cierto es que en uno y otro caso el reclamo era el mismo, para llegar a ser torero se requiere de unas inacabables fe y afición. En la primera mitad del siglo pasado surgió el último prototipo de figura forjada con arreglo a la vieja guardia, el explosivo Ma-
“Laboratorio de las iniciales experiencias con la capa, las banderillas y la muleta. Escuela al aire libre en la que se aprendían a dar los pases por bajo o por alto; los lances de frente o al costado; los derechazos o los naturales: los molinetes o los ceñidos de pecho. Bajo su sol se alumbraban teóricos pares de banderillas y en los atardeceres se simulaban fabulosas estocadas.
“La niñez y la adolescencia de este futuro multimillonario estarían presididas por una feroz miseria que fatalmente habrían de desembocar en una vida digna de un pícaro de nuestra literatura clásica. En unión de su entonces amigo íntimo comenzó una existencia de rapiñas de toda serie de comestibles, a la vez que, pensando que su liberación estaba en el triunfo en los ruedos, inicio su contacto con los toros invadiendo por las noches las ganaderías cercanas.” El resto de la historia ya la conocemos y dice relación a una España sumida en la pobreza de tal manera que la gesta del “Fenómeno de Palma del Río” trascendió fronteras hasta convertirse en el modelo a seguir por los chavales de todo el orbe taurino.
En este cordobesísimo Campo de la Merced, ocurrieron los primeros balbuceos de Lagartijo, de El Guerra y también los de Manolete. Nadie pensaba en los inicios de éste que, como me dijo Luis Miguel, se bastaría por sí mismo para llenar de toreo una plaza, sin necesidad de tener un toro delante. Circunstancia esta –en opinión del madrileño– posible en Manuel Rodríguez por lo inconmensurable de su solemnidad torera.” Los casos de Belmonte y Manolete, dos caras contrapuestas de lo que a través del tiempo ha constituido el aprendizaje del más duro de los oficios; el maletilla o capa
nuel Benítez Pérez que alcanzó la fama y la fortuna como El Cordobés, a quien José María Cossío describió de esta manera:
Armando Conde
El Ecuador no estuvo exento de esta corriente, es precisamente en aquellos años en que se vive la Edad de Oro del toreo local con el funcionamiento de dos plazas de toros en la ciudad de Quito y el inicio de la construcción del coso Monumental. Los grupos de torerillos recorrían improvisados escenarios en los que se desarrollaban festejos populares con la idea de buscar aquellos pases que despiertan la simpatía popular y con ella el generoso reconocimiento posterior. Edgar Puente, Armando Conde, Manolo Espinosa, Ricardo Cevallos, Mariano Cruz, Edgar Peñaherrera y Pablo Santamaría, podrían considerarse como los últimos que edificaron su nombre de la forma romántica. Sin embargo, aquel camino ciertala vocación del toreo en el mundo
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alfredo cobo
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Fotos de: Audre y por la oficina de prensa del matador
conocimiento del toro de lidia y aspectos culturales; el temario teórico se complementaba con la parte práctica presente en el toreo de salón y participación en tentaderos. Finalmente, la preparación física de los aspirantes fue otro de los componentes importantes del proceso de enseñanza.
ros Quito, y claro está en su propio ruedo.
Desde su apertura este centro taurino orientó a decenas de profesionales del toreo, de hecho las últimas promociones de matadores, novilleros y subalternos surgieron de las aulas que funcionaron en la Plaza de To-
Más allá del valioso aporte de este centro de instrucción, los toreros locales miran hacia el exterior para completar sus conocimientos, escuelas de Colombia, España y México sirven de soporte a los aspirantes ecuatorianos para procurar completar su saber. Diestros como Antonio Campana, Guillermo Albán, Diego Rivas, Cruz Ordóñez, Martín Campuzano, Álvaro Samper, Curro Rodríguez y Pablo Santamaría hijo, son el resultado de esta ecuación.
Francisco Hinojosa mente resultaba corto en tiempos en que el espectáculo taurino en este país emprendió un proceso de organización e institucionalización en todos sus apartados.
Lo cierto es que pese a que muchos echan de menos a la capea y sus correrías, en los días que corren las escuelas asumieron la tarea de nutrir de lidiadores a la industria taurina. La escolaridad de manera alguna supone que los aspirantes no deban contar con una serie de cualidades indispensables muy difíciles, muy difíciles de conjuntar, al punto que el gran José Miguel Arroyo “Joselito” figura del toreo que creció en la Escuela Taurina de Madrid, en su biografía “Joselito, el verdadero” puesta en el papel por el escritor Paco Aguado, comparte una experiencia que le marcó de por vida como su paso por el prestigioso centro:
Así las cosas en ciudades como Quito, Ambato y Riobamba operaron las primeras escuelas taurinas que respondieron a la iniciativa personal de toreros retirados como César García, Paco Ordóñez, Luis Puertas Romero “Romerito”, Benjamín Ninahualpa y Jorge Nieto. Por una u otra razón, aquellos esfuerzos no lograron sostener en el tiempo su valiosa tarea. La Escuela Taurina Jesús del Gran Poder que funcionó en la Plaza de Toros Quito fue la de mayor importancia y mejores resultados en cuanto a la promoción de nuevos toreros. Los cursantes cumplían un pensum educativo que incluía asignaturas como historia de la tauromaquia, fundamentos del toreo,
Con la suspensión de la Feria de Quito resultado de la prohibición de estoquear a los toros en la arena, el escenario cerró sus puertas en el año 2012 y con él la escuela taurina.
Diego Rivas
“...tenían allí colgado un letrero grande que decía que ser torero era muy difícil y ser figura, casi un milagro.” la vocación del toreo en el mundo
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miguel ángel mtez. “el zapopan”
Quites realizados por “El Zapopan”
Quite de oro
Chicuelina
Orticina 76 SOÑADORES DE GLORIA
la vocación del toreo en el mundo
Fotos: Carlos Garibay
Zapopina afarolada
Farol de rodillas
El quite de la lagartija Por: Miguel Ángel Martínez “El Zapopan”
En cierta ocasión un amigo aficionado me
preguntó que cuál era la función de un sobresaliente en una corrida de toros, puesto que había estado en varios festejos y había visto que el sobresaliente sólo partía plaza y salía al ruedo cuando se picaba al toro. Así que mi respuesta en ese momento fue muy vaga al tratar de explicarle. Pero me quedó la inquietud de poderlo expresar más ampliamente, y heme aquí tratando de hacer algunos comentarios significativos y anecdóticos al respecto de este asunto.
como el que señalo, aunque son muy infrecuentes en el devenir de la Fiesta. Esto por supuesto tiene su reglamentación y se acostumbra que se tome en cuenta la antigüedad de los espadas. Siempre será el primer espada la máxima autoridad en el ruedo y quien sustituya a un torero herido, pero si éste es el que resulte lesionado será el segundo diestro quien está obligado a lidiar al toro que se ha quedado en la arena.
En determinados festejos, especial y únicamente, en un “mano a mano”, fueran éstos novilladas o corridas de toros, se acostumbraba anunciar al “sobresaliente de espada”, y este personaje normalmente era un novillero destacado, en el caso de una novillada, o un matador modesto en el caso de una corrida de toros. El papel o el rol del sobresaliente, y esto lo establece el reglamento taurino, es el de suplir a algún diestro que, por un percance severo, quede sin poder seguir en el ruedo, esto si el otro alternante está de acuerdo, o en el caso de que los dos alternantes resulten herido y sin poder regresar de la enfermería. Sí existen casos
Miguel Ángel Martínez “El Zapopan”, Miguel Espinosa “Armillita” Don Nacho García Aceves y Manolo Arruza
Se ha dado el caso en que los dos espadas y el sobresaliente han sido heridos, entonces será el primer banderillero del primer espada el obligado a estoquear al toro en turno, y así por orden saldrán los demás banderilleros. ¡Y hasta se ha llegado al extremo de suspender la corrida por falta de estoqueadores! En otras épocas se permitía que los rejoneadores se auxiliaran de un sobresaliente, para que en caso de que el toro no doblara con los rejones de muerte, el sobresaliente le diera muerte con la espada para evitar que el toro se fuera vivo a los corrales. Pero volviendo al “el sobresaliente de espada”, este debe de tener la habilidad de convencer a uno de los dos espadas o a los dos, para que le den la oportunidad de hacer un quite durante la suerte de varas, cosa que resulta harto difícil porque casi por lo general los toreros del mano a mano no permiten que un sobresaliente salga a hacer un “quite”, pues como el público siempre está con el mas débil seguramente le aplaudirán lo que haga, o en algunas ocasiones el diestro de turno se verá superado por el sobresaliente y los asistentes con reclamos le señalen este hecho. Así que lo mejor es que el sobresaliente “se tape”; es decir, que no salga ni siquiera al ruedo más que cuando sea estrictamente necesario. En ocasiones los apoderados y banderilleros de los alternantes amenazan al sobresaliente para que se mantenga en un burlala vocación del toreo en el mundo
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no de mis novillos, le dije que sí y que yo le indicaría en que momento podía intervenir. Y así se lo cumplí: saque al novillo del caballo y fue entonces que llame a Rodolfo y le permití hacer el quite; lo hizo bien y con lucimiento y el público le aplaudió con fuerza.
Larga afarolada
En otra ocasión, en la misma plaza y por la misma época, toreamos un mano a mano Tito González, ahora mi cuñado, y yo. En aquella tarde el sobresaliente fue un novillero incipiente llamado José Minuto, que se hacía apodar “El Pele”. Fue una tarde nada afortunada para Tito y para mí, ¡pero para El Pele fue de éxito! Recuerdo que hizo dos
dero del callejón muy “tapadito”, incluso les ponen vigilantes para que no lo dejen salir del burladero. Cuando esto sucede así, de manera jocosa de dice que el sobresaliente vino a hacer el quite de “la lagartija”, ¡pues sólo salió a la plaza a asolearse! Pero aún y con toda esta peripecia que pasan los sobresalientes hay algunos que le echan habilidad, y aunque los hayan amenazado “se atraviesan” y logran dejarse ver para que el publico los aplauda y los empresarios los tomen en cuenta para futuros carteles. Pero también hay otros, los menos, que sin egoísmo, los propios matadores les indican el momento para que salgan y hagan un quite, lo cual agradece el que viene al festejo como un convidado de piedra. A propósito de esto que les cuento, recuerdo que en una novillada que toreamos mano a mano Cruz Fores y el que esto escribe en la añorada plaza de toros “El Progreso”, allá por los años setentas, salió de sobresaliente Rodolfo Rodríguez “El Pana”, y cuando habló conmigo y me pidió hacer un quite en algu78 SOÑADORES DE GLORIA
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Pele” tuvo una corta pero gran temporada como novillero, pero inesperadamente una tarde en la plaza de León se cortó la coleta y se despidió sin haberse consolidado como novillero. La historia registra hechos muy extraordinarios como el caso de otro “sobresaliente de espada” jalisciense. Me refiero a don Manuel Capetillo Villaseñor, ”Capeto” como luego se le llamaría a esa gran figura de nuestra tierra. Tuvo una gran actuación como “sobres” la tarde del 9 de noviembre de 1947 en “El Progreso”, en la que alternaban, mano a mano, Luis Solano y Fernando López “El Torero de Canela” con novillos del entrañable ganadero alteño “Lucas González Rubio”. ¡Capeto armó un lío con dos quitazos! Uno fue por gaoneras y otro por fregolinas, mismos que le valieron para hacer
Media verónica quites: uno por chicuelinas al estilo y maneras del gran “Silverio Pérez”, y el otro fue por gaoneras, que le salió pintado, y entonces el publico comenzó a corear “¡Pele!”, “¡Pele!”, “¡Pele”, y el empresario don Nacho García Aceves le regalo un séptimo novillo con el que se colocó de inmediato en el gusto del público. Después toreamos como alternantes y “El
Recorte a una mano
al saber que posiblemente lo pudiera sustituir, así que me bañe rápidamente y me fui a la plaza al sorteo. Fui directo con don Nacho y me puse a sus órdenes, entonces me dijo: “Necesito que salgas de sobresaliente en la corrida de hoy”, a lo que le contesté extrañado: ¿Cómo de sobresaliente, don Nacho! Pensé que me llamaba para sustituir a Silveti? El empresario se me quedó mirando y me dijo un tanto molesto: “¡No! Ya hice un compromiso con Manolo Arruza y Miguel Espinosa para que sea un mano a mano. Y señaló en tono de consejo: ¡No seas pendejo, Zapopan! Vas a quedar en la historia, pues esta será la última corrida que daré en Recorte de zapopina su debut como novillero al siguiente domingo, 16 de noviembre de 1947 en el mismo escenario. Y de ahí subió como la espuma y se colocó en el gusto de los aficionados de todas las plazas, especialmente en La México, llegando a ser una gran figura del toreo, la ultima que hemos tenido en Jalisco… ¡y de esto hace más de 50 años! Ahora sí que como reza la canción: “¡Hay Jalisco no te rajes!” ¿Cuándo llegará el que sigue? Por último, les platicaré otra anécdota personal que se remite a la tarde del 1 de enero de 1979. Había tomado la alternativa en 1977, y concluido mis actuaciones de 1978, así que fui a festejar el año nuevo y no dormí en toda la noche. Al llegar a mi casa, como a las diez de la mañana, me dice mi madre: “Te anda buscando don Nacho, el empresario de El Progreso; llámale de inmediato”. La tarde del 25 de diciembre de 1978 habían herido a David Silveti que estaba anunciado para torear el día 1 de enero y me ilusioné
cionados viejos y algunos no tan viejos, recuerdan las vueltas al ruedo que a inicios de la corrida se dieron: la primera la dieron don Nacho García Aceves y los toreros Arruza, Miguelito y el sobresaliente, o sea yó, después otra con las cuadrillas, los monosabios, las peñas taurinas, la rejoneadora “Conchita Cintrón”, “La Güera de los claveles”, “El Choncho”, don Pedro Rubalcaba y un buen número de aficionados que lograron colarse. Al final de esta segunda vuelta y en el centro del ruedo, don Nacho puso en mi espuerta tres o cuatro paladas de arena, que guarde hasta el día que se reinauguró la monumental de Jalisco con el nombre de “Nuevo Progreso”, ese día la arena recogida se rego en el nuevo ruedo, sin duda fueron tardes memorables… y en tan memorable corrida del 1 de enero de 197 en el hoy desaparecido coso de El Progreso, ¡hice el quite de la lagartija!
Don Ignacio García Aceves paleando arena del ruedo de la Plaza de toros “El Progreso, en el esporton del Matador “Zapopan” para ser regada en la nueva plaza.
Farol de rodillas
esta plaza”. Así fue como me convenció; salí de sobresaliente y quede en la historia! Algunos afila vocación del toreo en el mundo
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Conchita Cintrรณn
Fotos: Fundaciรณn Manolo Barbosa
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MARÍA LLENA ERES DE TOROS Por: Rocío Sierra
Aún recuerdo el frío que recorrió mi espina
dorsal de pies a cabeza, tan rápido y fugaz como un rayo en plena tormenta, el primer día que me miró a los ojos aquel novillo; de por medio únicamente un burladero, y el espeso silencio que se rompía con cada latido que salía de mi pecho -aunque no se de cierto si alguien más podía escucharlo-, y con el sonido que emitían las bruces del burel. Estábamos ahí, en los corrales de la Plaza del pueblo, el taurus, sus carnes, mi alma y yo. Aquellos ojos, grandes y negros, me miraban tan fijo, y tan profundo como quien mira a su enamorado después del beso más sincero, después del vaivén del amor. Nunca tuve tanta decisión en la vida. En ese momento supe qué era lo que siempre buscaba en el ritmo del ocio interminable de quien no sabe para qué nació. ¨Yo nací para esto. Para mirarme en aquellos ojos negros e imponentes. Nací para ser torero¨. Esas palabras rondaron mi cabeza durante días enteros; noté que la gente me veía diferente, tal vez, porque yo me sentía así, por fin mis pasos eran firmes, seguros, con dirección. A hurtadillas de mis padres, fui a inscribirme en la escuela municipal taurina; necesitaba prepararme, tal como el campesino hace con la tierra antes de sembrar una semilla. Aprender de historia, arte, incluso de estética.... todo el paquete podía encontrarlo ahí.
No sabía nada de nada, entendía lo básico, pero saber, lo que se dice saber, sólo lo obtienes en la práctica. Ese rayo que me recorrió tenía que ser encausado. Al entrar a la diminuta oficina del Director de la escuela municipal taurina, un hombre de traje luctuoso y pulcro, me miró directamente a los ojos, igual que días antes lo había hecho aquel novillo, aunque con la diferencia de que estos ojos tenían un brillo con “guasa”... ¿Así que quieres ser torero? Me dijo después de darle una calada honda al Montecristo de imitación. -Sí señor.- respondí lo más firme que me permitió la garganta a punto de toser con el humo de aquel puro, esperando que rompiera a reír aquel hombre de carnes sueltas. Lentamente se levantó de su silla, caminó tranquilo y pausado hacia el otro lado del escritorio donde estaba yo de pie, me tomó el hombro mientras con la otra mano me hizo la seña de “levántate” y me dirigió a paso lento hacia el túnel que desemboca al redondel. -Hoy puede ser tu día de suerte, siempre y cuando me demuestres que tienes los cojones para ser alguien. Aquí no hay medias tintas. Tal vez te arrepientas; o me calles la boca y quedas dentro-. No pronuncié ni una sola palabra. Solo asentía con la cabeza procurando ir al compás de sus pasos, ni adelantarme, ni quedarme detrás. Tuve que entrecerrar los ojos para evitar la
ceguera que provoca el sol tras salir al callejón de la plaza a la que tantas veces había asistido; y vaya que estaba de suerte aunque en ese momento, he de aceptar que no lo pensé así; había una clase práctica del alumnado. Ensordecí de miedo, pues pasó por mi mente que el director de la escuela iba a pedirme que hiciera algo que únicamente había visto. Y mi miedo no fué en vano. Volví a la tierra cuando me dio una palmada en la espalda, un capote y gritó: ¡Jose, dale las tres, a ver si tiene valor o va a correr a jugar a las muñecas! El miedo se convirtió en orgullo al escuchar que todos aquellos figurines sin graduar se reían de mí. Tomé el capote firmemente, como supuse que se hacía y caminé con decisión hasta donde creí que era la distancia prudente y de mi garganta salió un desafinado “ajá toro” (salió de mi boca el mito de los films del “ajá”, cuando se utiliza generalmente el “eh”). No creo haber estado lo suficientemente cerca para que aquel animal de retienta me embistiera, pero si volteó. Una vez más el rayo frío por mi espina. Volví a verme en esos ojos, aunque menores, igual de profundos, imponentes. Un movimiento brusco en los brazos, agitando el capote y lo vi venir... No recuerdo más después del segundo o tercer trapazo, si no fuera porque al momento de volver a mi después de la inconsciencia que produjo un golpe -tal vez de un tren que me pasó por encima, o de aquel animal, que al fin sentiría lo mismo-, los figurines me decían frases como “qué valor”, “te quedaste como estatua”, risotadas que callaron al presentarse el director al lado de quien parecía ser un la vocación del toreo en el mundo
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maestro de la escuela. Con una mueca pidieron que los siguiera, e incorporándome como pude lo hice, aún tambaleante por el golpe. ¿Lo hice bien? ¿Me quedé firme? ¿Es mi día de suerte?, preguntaba sin obtener respuesta alguna. Que sensación tan indescriptible sentir cimbrarse el suelo con el trote de aquel animal, el corazón y los huesos tiemblan tan fuertemente, que si pudieran separarse lo harían seguro, mientras el alma se crece y se une mas al cuerpo; eso es, el cuerpo muere de miedo al mismo tiempo que el alma nace y se recrea en la piel. Supe que tenía el alma viva por primera vez Entramos nuevamente a la oficina, los tres, y tras cerrar la puerta el director se sentó. Un silencio largo previo a que me pidiera sentarme frente a él. El maestro estaba al lado mío, de brazos cruzados, sin decir una palabra. -¿En verdad quieres esto?- Preguntó. -Sí señor. Más que nada en el mundo. -¿Te diste cuenta que acabas de perder el conocimiento, que los niños estudiantes se rieron de ti, que probablemente tengas una costilla rota...? - Sí señor. No sabía si tocarme las costillas para cerciorarme que no tenía un hueso partido en pedazos. Sólo sabía que responder con frases cortas y voz clara, me haría convencerme que el dolor no existía en ese momento, y que ayudaría a que aquel hombre creyera en mí, tal como el campesino en la semilla insertada en la tierra. -Has dicho mucho hoy. Se nota que no lo habías hecho antes, ¿cierto?- Lo negué con la cabeza. Me avergonzó tener que admitir que
había hecho algo sin conocimiento alguno, y que no sabía aún si estaba en esa silla con dos hombres para recibir una buena o una mala noticia. -¿Tus padres saben que estás aquí? -No señor. Lo intuyen, supongo.- Intenté no bajar la voz ni parecer titubeante, a pesar de que me sentí como quien huye corriendo después de robar una pieza de pan caliente, aunque no debí hacerlo (cosa que hoy entiendo) por que no estaba mintiendo. Nadie en casa lo sabía. -¿Por qué quieres ser torero? - Porque lo siento dentro- contesté con los ojos empezando a aguarse, tal vez por la presión que estaba sintiendo, o por que el dolor del golpe enfriándose empezaba a calar, o porque era la primera vez que iba a escucharme decirlo- Lo siento tan dentro de mí desde aquel día en la que vi a un novillo de cerquita en un corral. Me sentí como nunca, me veía como si yo fuera parte de él, y yo sentí con esa mirada que él me pertenecía a mí también. No sé si exista esa sensación cuando los humanos se ven entre ellos. Yo nunca he sentido algo igual. Tampoco he deseado nada en la vida como deseo esto. Necesito aprender, porque si no lo hago, sé que voy a desperdiciar mi vida haciendo algo por currícula nada más. Este sentimiento no me lo va a dar ningún escritorio con un computador, ni un jefe oloroso a vino y mujeres callejeras, ni siquiera puedo imaginármelo.... Puede creer que se me zafó un tornillo, pero es totalmente al contrario. El tornillo que me faltaba era sentirme así, y lo he encontrado en los toros, y mire que así de cerca sólo he visto dos; ese tornillo me lo regresó la íntima inmensidad de su mirada... No
pararon de brotar lágrimas de mis ojos. - María, dijiste que te llamas.- Interrumpió el director acercándome un pañuelo. -Seca tus ojos- Ordenó con calidez. - Si, mi nombre es María, señor. -¿Cómo te sentirías si te digo que lo que hiciste no tiene nombre y que estás aceptada en la escuela? Vaya, no sabes nada, pero tienes eso que llamamos hambre, valor, pero sobre todo determinación. - Me sentiría más viva que nunca, señor. - Venga niña, pues a vivir. Pero necesito el permiso de tus padres.- Me dijo señalando con el dedo como lo hace mi madre cuando está reprochando algo. -Y tú Manuel, encárgate de pulir al diamante- Por fin, confirmé que era el profesor. Volví a casa medio renca, con dolor en músculos y huesos que no sabía siquiera que existían, pero con la sonrisa más grande y el latido más puro que nunca. Aún no sabía cómo iba a decirles la noticia a mis padres; ellos jamás hubieran imaginado mi intención de convertirme en torero, dejar la escuela; vivir con y por el toro no era una opción que ellos hubieran pensado que querría. ¿Cómo iba a serlo, si se habían parado en la Plaza por última vez cuando cumplí apenas 6 años? Mucho menos sabían que mis domingos los gastaba, cada quince días en un boleto de sol general. ¿Cómo una muchacha de doce, que aún no sabe tender su cama sin arrugas iba a estar interesada en una actividad tan de hombres, de tanta virilidad? Decidí informarles a mis padres y mi hermano hasta la cena. ¿Ahora resulta que vas a ser más hombre que yo?- Dijo mi hermano con la vocación del toreo en el mundo
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Juanita CRUz
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una carcajada. El tenía casi 19 años; siempre hizo actividades deportivas, como el fútbol y básquet, y creía que por su musculatura desarrollada tenía derecho a no lavar un plato, o no lavar su ropa, como siempre decía: esas cosas que las haga mi hermana, por algo es “vieja”. Seguro creyó que lo decía de dientes para afuera. Mi madre sólo lloraba, silenciosamente, como siempre. Mi padre, caminaba de un lado al otro del comedor, dándole sorbos cortos y seguidos a una taza de café de olla ya tibio, pues ya no humeaba el vaho que emana lo caliente. Por fin paró, se volvió hacia mí y me dijo: si esto es lo que quieres, tendrás que sacrificarte toda tu vida; tendrás que enfrentar cosas peores que otros, por el hecho simple de que eres mujer y tienes “chichis”; pero si es lo que quieres- sonríe- te apoyo en tu decisión. Por fin expiré tras contener la respiración esperando que mi padre explotara en rabia y un discurso de lo que tenía que ser, el “bla, bla, bla, de lo que me he esforzado para educarte” y el mensaje sexista disimulado en un “yo quiero lo mejor para ti; mejor búscate un buen hombre”.... -Y tu, ma, ¿qué piensas?Pregunté con voz dulce, intentando suavizar el dolor que seguramente estaba sintiendo. -Yo solo puedo decirte que la Virgen te cuide, y que te quiero como a nadie en el mundo, eres mi niña y siempre te voy a apoyar. Aunque me duela. Realmente en ese momento entendí que no debí de ocultárselo a mi familia; vaya, mi hermano daba igual, de cualquier modo siempre hemos sido polares, como la noche y el día, tan cerca y nunca juntos; sabía que así hubiera querido en unos años ser ingeniero, arqui-
tecto, o médico, el hubiera opinado que debía ser mesera o costurera…Siempre conformista; nunca pensaba en grande ni en salir del pueblo, como yo lo hacía, siempre, desde que empecé a pensar conscientemente. Pero a mis padres nunca se los conté y de eso me arrepiento; ellos siempre nos dijeron a los dos, a mi hermano y a mí, que únicamente querían lo mejor para nosotros, y que cumpliéramos nuestros sueños. Creí que iban a pensar que tenían una hija “machorra” o algo similar... nunca hice nada por regresar la confianza en la que había sido educada. En las plazas no hay muchas mujeres, a menos de que el Matador sea atractivo; mucho menos pensar en ser una mujer Torero (¿o debía decir Torera?), pocas, contadas con los dedos de la mano han llegado a ser alguien en un mundo dominado por hombres.
No fue hasta un sábado por la mañana que contestó con enfado: No lo vas a hacer. Al menos, no con nosotros. Tenemos al pueblo entero encima; nos dicen que estamos preparándote para que te mate un animal; que estamos locos, y ha llegado al Ayuntamiento tanto rumor, que nos quieren cortar el apoyo.... No podemos seguir entrenándote. No podemos perder el poco dinero que entra por un alumno. Busca en otro lado; has aprendido mucho, estás casi lista, pero aquí no.... y sus palabras se volvieron un continuo zumbido, mientras mi yo interior se preguntaba que carajos estaba escuchando. Intenté pellizcar mi brazo para simular un mal sueño, pero el entumecimiento de los tendones ante las malas noticias me recordó que no estaba en mi cama y que no venía de la inconsciencia de la tierra de Morfeo.
Determinación, entrega, sabiduría y valor, siempre estaban en las peticiones de mis rezos nocturnos. No podían faltar. Rezaba como nunca, y cada vez más seguido. Ya no sabía si le rezaba a Dios, Los Santos, La Virgen o a alguna otra deidad de otra religión. Al fin que todos ayudan, y la relación con El Creador, cualquiera que sea su forma y cara, crecía a la par que mi preparación. Nunca tuve tanta devoción.
Una herida sin asta de toro. Me sentí traicionada, rota por dentro. No sabía si escupirle (que aprendí a hacerlo y bien) o tirarme a sus pies llorando como la niña que era. Esas historias que tanto había escuchado en casa, de lo difícil que sería y lo sexista del mundo, estaba volviéndose realidad. Incluso Manu (como le decía a mi profesor a partir de crear un lazo de amistad y apoyo) me contaba de lo complicado que sería si no tenía la firmeza de un hombre pero la inteligencia de una mujer. -Tienes que convertir tus ovarios en huevos, sin perder tu feminidad, ¿entiendes María?me repetía siempre. También me contaba de Conchita Cintrón, de Cristina Sánchez, Juanita Cruz quien tenía literalmente las faldas bien puestas, pues toreaba vestida con ellas orgullosa de su feminidad, no con taleguilla y de muchas más que no sabía siquiera que existieron y lograron ser alguien en el mundo
Ya había toreado vacas en la escuela -todas de segunda mano- y mi ansia por torear en alguna vacada o festival y que la gente empezara a escuchar mi nombre, pero sobre todo fuera a verme, me llevó a preguntarle a Manuel con cierto tono de reclamo que cuándo debutaría, pues ya tenía meses aprendiendo y preparándome. Todos los días preguntaba sin escuchar una respuesta.
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Rosa de alba “la solana”
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taurino, pero siempre terminaba con la misma frase: no las copies, se tú. Nunca sentí rencor hacia Manu, el portavoz de tan mala noticia. Con los años seguí teniendo buena relación con él. El fue después de todo mi mentor, mi compañero, consejero y amigo. El rencor era hacia el género masculino y su mundo tan herméticamente cerrado, en el que si alguna mujer tiene los sendos cojones (¿ovarios?) de romper la coraza, de inmediato se convierte en el peor enemigo, al que hay que eliminar cueste lo que cueste. No importa mentir, humillar, ser deshonesto, cobarde... con tal de que el “sexo débil” siga siendo eso y no pise su azotea abarrotada de testosterona. Desesperación ruin. Incluso pasó por mi cabeza intentar con hormonas engrosar mi voz, vendar mis senos y cortar mi cabello, para darme un toque más masculino; pero no tenía por qué. No estaba en tiempos de la inquisición o de los 50´s en los que las mujeres no pintan para nada, más que para tener hijos que criar; las mujeres hace más de 60 años que votamos, somos igual de libres, pero sobre todo somos más capaces de hacer lo que se nos meta en la cabeza. Esa ruina que me cubrió como el polvo a los recuerdos, de a poco se convirtió en ganas de demostrarle a los taurinos y sexistas de mi pueblo que se habían equivocado. Maleta en mano partimos mi padre y yo a la capital. Nunca se metió en mis temas de ir a tientas, o entrenar mientras estaba en el pueblo; me daba “mi aire”; pero esta vez yo le pedí que me acompañara. No quería sentirme ni estar sola. Ni que me tomaran a broma. Mi padre
iba con la consigna de fingir ser mi apoderado; y digo fingir, porque no le gustaba que lo llamara formalmente así, a pesar que me promovía con los pudientes del pueblo en las escasas pláticas que tiene un limpia botas con sus clientes. Aunque en el fondo sé que se sentía orgulloso e importante, sobre todo para mí. Y claro, el no sabía que lo había pillado más de alguna vez leyendo las notas del periódico del puesto de revistas al lado de su silla de bolero y cultivándose con respecto al tema que su “niña” ahora dominaba cual abecedario. Llegamos, y la capital me dio mal puse un pie en la calle la segunda herida. Un hijo de puta, (claro que lo maldije más en su momento) pasó corriendo hacia no sé dónde, y venía de no sé dónde y arrancó de mi mano mi maleta con mis avíos. Claro, cualquiera, rata o no, notaría a mil metros de distancia o más, que éramos mi padre y yo los foráneos de clase muy inferior al más pobre de la capital. Se nos veía desde Marte que no teníamos ni la más remota idea de donde estábamos ubicados, ni siquiera teniendo un mapa enfrente. Lloré en silencio. Dentro de esa maleta remendada iba la muleta que Manu me había regalado por Navidad. A él se la había regalado su padre -quien le había heredado el gusto por el toro- y siempre que la veía en mis manos me recitaba un “cuídala, que era de El Soldado”. Nunca supe si eso era cierto porque no tenía ninguna marca que lo certificara, ni ningún nombre escrito, pero me gustaba creerlo. Y ahora ¿qué iba a decirle a Manu? me la habían quitado de las manos y no hice nada por recuperarla producto del susto. Estaría furioso. Seguro maldeciría el día en que me la dio.
Pero eso no importaba. Lo que importaba era qué haría una mujer de pueblo en la gran ciudad, recién robada, sin saber a dónde ir, con un padre pasmado ante la grandeza y bullicio citadino, y sin avíos pretendiendo ser torero. Me quedé en blanco intentando pensar aunque no lo hiciera. Realmente ni idea tenía, hasta que la imagen blanquecina como de televisión de bulbos al apagarse o encenderse, se convirtió en la imagen de un señor moreno y de bigotes que dijo una palabra mágica: ¿taxi?... Bajamos de aquel Bocho verde (¿por qué son verdes los taxis?), pagó mi padre el dinero de una semana de constante limpiar zapatos y ensuciarse las manos con la podredumbre de las terracerías del pueblo, y ahí estaban, padre e hija admirando lo que se convertiría en unos minutos en la Plaza más importante de mi vida. No por ser la de la capital, si no porque estaba decidida a que si en el lugar en el que la mujer es un ciudadano más, igual de libertades y oportunidades, no había chance, me quitaba de esto. Anticipé en mi cabeza el dolor de la tercera herida del asta invisible y más peligrosa: la humana. La que partiría por completo mi alma y que si en su momento no encontraba hilo y aguja, se iría volando al limbo para jamás volver. Probablemente, si me anticipaba a sentirlo, dolería menos. Ya me estaba dando el bálsamo mental. Anticipé el dolor. Había empezado a anestesiarme para la amputación involuntaria del alma. Senda dosis de anestésico imaginario se convirtió en exageración cuando, después de media hora de buscar la entrada vi tres cuerpos de mujer, con senos y caderas más pronunciadas que mis miserias heredadas, y cabello la vocación del toreo en el mundo
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más largo y más negro que el de las crines de los caballos del hacendado del pueblo. Sí. Entrenaban en el ruedo, si no para qué estarían ahí. Los hombres igual hacían de toro, o decían olé. Mayor asombro sentí al ver que una de ellas, tenía el valiente atrevimiento, que sólo puede tener una fémina que no tiene vergüenza de serlo: llevaba los labios más rojos que el clavel más provocativo. Rosario era su nombre. Tenía la elegancia de una princesa y el valor de un caballero de cruzadas ancestrales. Trazos impecables, el pecho siempre alto y de frente -porque se torea con el pecho también y sobre todo-, brazos y muñecas privilegiadas, inventiva de escritor Nobel, y un temple de diosa moviendo las aguas de las lagunas mágicas. Al principio se celó de mí. Pude notarlo. Pero su celo era porque había una nueva compañera, amenaza femenina y nada más. Porque he de confesar que jamás de los jamases hubiera podido llegarle ni a los tobillos. Lo suyo era tan nato, que yo, ni volviendo a nacer tendría un gramo de su gracia. Poco a poco la amenaza se convirtió en amistad. Congeniamos tan bien que nos llamábamos “mana” la una a la otra. Viví con ella en su cuarto de pensión cuando mi padre tuvo que regresar al pueblo a cuidar a mi madre, que había enfermado de soledad. Nunca supo estar sin él. A demás, claro, la capital tiene miles de boleros, en el pueblo sólo había dos, y uno estaba ausente. La estadística y problema monetario eran una ecuación simple, donde la equis era mi madre, la ye era el dinero. Había que volver y ambos sabíamos que lo haría sólo. Sentí, claro, tristeza al despedirme. Era mi padre y apoderado de corazón. Había compartido todo mi cansancio y entusiasmo. Pero en el fondo sabía que ya
no lo necesitaba al lado y él sabía que tenía que volver. Ahora tenía un representante de la escuela, encima a mi padre lo veía poco con los viajes a ganaderías que sólo iba el alumnado, y él tenía que buscarse la vida día con día. A demás yo tenía a Rosario. Ella se había convertido en cómplice de todo. Siempre era bueno tenerla al lado, por su apoyo incondicional y alegría ante la adversidad. Me entendía y yo a ella, como hermanas. Nos hacíamos el té de albahaca con miel para curar el cólico o el frío. Fumamos marihuana más de alguna vez, y alucinábamos mil cosas. Nos emborrachamos juntas por dolor o celebración de los triunfos. Hablábamos de hombres y esas cosas que no se hablan con los padres. Ella era mi familia y yo la suya sin tener un lazo de sangre. La vida, al cabo de un par de años, igual que me dio a Rosario, me la quitó. Ha sido el dolor más grande que he sentido después de que murió mi madre. A los seis meses de la vuelta de mi padre al pueblo, mi madre quedó ida y en el limbo de los semi muertos. Entró en coma por una embolia algunos días antes de que debutara en La México. Me sentí tan desolada y confundida. Desde meses antes sabía que mi madre estaba mal de salud, pero el ritmo que tenía y el compromiso que se me presentaba al debutar en la plaza que me estaba dando todo, no me permitían volver a casa y darle un beso de aspirina. Sacrificios son esos, no abrazar a tu madre enferma. Sacrificio no es levantarse antes del alba a entrenar, ni pasar hambre, ni que te cierren puertas y tengas que abrirlas como sea. Supe por una llamada al celular que recibió el representante del alumnado, Ismael, que mi madre había fallecido. El recibió la llamada a la hora del
sorteo. Bueno, no lo supe hasta después; él y su prudencia. Lo noté raro mientras me vestía y yo tenía una corazonada extraña. Creo que Ismael se lo dijo a Rosario, quien me ayudó a vestirme con un traje tabaco y oro que ella había ganado en un concurso de escuelas un año antes. Ella también estaba rara. Lagrimeó un poco y cuando le dije que no llorara porque a su traje no le iba a pasar nada y que a mí tampoco, me dijo que lloraba de emoción por mí y lo que se vendría tras el debut. No era cierto, lloraba de pena. Ahora agradezco que ni Rosario ni Ismael me hayan dicho nada en ese momento. No me hubiera presentado a hacer el paseíllo el día más importante de mi vida, y el más triste. Me dio la noticia Ismael justo al terminar de dar la vuelta al ruedo tras matar a mi primer novillo. Lástima que lo pinché, o le hubiera cortado una oreja, pero calé en el tendido y me sacaron entre aplausos y gargantas que rugían vitoreando mi nombre. Sólo me dijo, jalándome levemente del brazo para apartarme de los desconocidos -para míperiodistas que querían saber mis impresiones, con un nudo en los ojos y un velo en la voz: escucha María, tu madre ha muerto esta mañana. No supe que hacer. La cabeza me dio mil vueltas, tantas que vomité la saliva que había tragado. No lloré en ese momento. Con el vómito tuve suficiente burla, pues muchos lo interpretaron como reflejo del miedo que no sentí. Lo único que pude decirle a Ismael tras enjugar mi boca fue: prepárate Ismael, que o salgo a hombros o me voy con ella. Lo cumplí. En mi segundo novillo estuve cumbre con el capote y puse banderillas. Haría todo por triunfar o porque me matara el ciela vocación del toreo en el mundo
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cristina sรกnchez
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rra plaza. Tenía la cabeza en blanco hasta el brindis. Nunca escuché los aplausos que enrojecían las palmas y cortaban el aire, gritos de “suerte, torera”… según lo que me dijo Rosario que confirmé con un video que vi al día siguiente. Yo sorda, sólo miré al cielo y vi el rostro de mi madre. Le pedí perdón por no estar con ella por tanto tiempo, le dije que la amaba, y le pedí que me ayudara con la pena, y también a triunfar porque en el fondo no quería morir. Estoy segura que lo hizo. Lo de ayudarme a triunfar; la muleta nunca me pesó, mis muñecas se convirtieron en prodigiosas, estaba más plantada a la arena que nunca... en los medios, con un redondo muy hondo y con clase, rompí a llorar. Ya no podía más con la pena de la noticia que esperaba nunca escuchar. La gente estaba efervescente con mi faena y creían que lloraba de emoción. Pero yo lloraba porque había perdido un pedazo de vida y el corazón me dolía de veras. No supe cómo hice para matar recibiendo. Ya estaba aturdida y llorando tan a moco tendido que no tenía fuerzas para el volapié. Estocada fulminante que la ayuda de mi madre hilvanó. Dos orejas y volandas. No paré de sacar agua por los ojos, todas las fotografías de los periódicos estoy con gestos de puchero y los ojos hinchados como sapo, contrario a lo común, sonrisa y las manos en alto. Los encabezados hacían mofa de mi llanto pero no de mi actuación. Nadie sabía lo que me dolía el alma hasta días después del triunfo en La México; tenía el compromiso de ir a una rueda de prensa en la que presentarían el cartel de triunfadores en el que me había colado; era la primera vez que me invitaban a esos eventos, llenos de periodistas de todos los medios, en los
que pude haber hecho mi propia publicidad, y hasta pensé en pedirle a Rosario su labial rojo. Pero decidí no asistir para ir al pueblo al entierro de mi madre. Volví a su encuentro, como había prometido. Triunfante. Pero ella no había cumplido su parte. Ella había muerto. Nunca, nada, fue igual. Cuando la vida me quitó a Rosario, la vida se llamaba Luis, no muerte. El era un empresario agropecuario que se enamoró de los labios de clavel y la valentía de Rosario. Ella se convirtió en “señora de”, y yo lo entendí. Siempre quiso serlo, me lo platicaba todas las noches de desvelo, con un “el día que yo me case”, “cuando alguien me robe”, “quiero ser madre y quitarme del toro, que de esto no voy a vivir porque soy una vieja”… Todo el derroche de elegancia que tenía al torear, se desfiguraba en derrota cuando hablaba así. Pero estaba bien, porque seguíamos toreando, y ella seguía a su vez a la caza de algún hombre que la quisiera, con su par de pantalones y su boca roja. No buscaba un hombre torero, ni ganadero, ni ninguno que tuviera que ver con los toros; según decía “ellos no podrían con una vaca brava, a demás, han tenido a muchas la mayoría”. Y lo encontró. Se fue a vivir a San Luis, a la hacienda de Luis, de quien nunca supe su apellido. Nunca más volví a verla. Era como si se la hubiera tragado la tierra el mismo lunes que se subió al autobús con una diminuta mochila que guardaba sus pocas pertenencias y todas las ilusiones; no tenía datos de dónde encontrarla y le había vendido su celular al muchacho que todos los días esperaba a que la tropa hambrienta de toreros en potencia terminara de entrenar, para ofrecernos tortas de tamal en una canasta, a cinco pesos cada una. Eran horribles, casi como comer cartón,
pero había que echarle algo al estómago para evitar el desmayo y aguantar hasta la noche, y por cinco pesos, no podíamos esperar un manjar de lujo. Perdí su contacto. Su apoyo. Su amistad. Su compañía. Me encontré sola, y a mí. Me descubrí más fantasmas, mañas y demonios de los que hubiera imaginado tener. Me era insoportable estar conmigo, y le reprochaba a la vida que me quitara a mi mana Rosario. Cambié mucho, ni yo hubiera podido reconocerme; me volví agresiva y distraída. No me importaba nada. Aún tenía mucho que sanar y no sabía cómo hacerlo sola. Y bebía mucho, fumaba más churros, y toreaba mal. Me estaba volviendo la sombra amorfa de lo que era cuando tenía la compañía de quien me había abierto su corazón y envenenado de pasión por el toro y por la vida. Cuando estaba en el fondo, si es que existe tal cosa, Ismael me rescató. Me jodió tanto escucharlo gritarme desesperado hasta de lo que me iba a morir por desperdiciar lo que había trabajado y lo que había superado… pero cuando realmente volvió la chispa fue cuando me hizo entender que al final la gente, toda, se va, y quien tenía que sobrevivir día a día sin ayuda ni apoyo de nadie era yo. –Ten ovarios para hacerlo, María, que los has tenido para cosas peores- me dijo con los ojos más furiosos que había visto; y mira que los vi bien, a pesar del efecto del alcohol corriendo por mis venas. Tenía razón; yo había dejado que la vida y su vicio me consumieran, y no hacía nada por evitarlo. Que me pisara el paso de los días, no me importaba; haría en ese entonces el mejor papel de tapete para que todos se limpiaran los pies sin decir ni “mu”. la vocación del toreo en el mundo
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ilda tenorio
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Fotos: Oskar Ruizesparza
Me recuperé lento. Más o menos tardé un mes en volver a la plaza para retomar los trastos y la rienda de mi sueño; fui a disculparme con Ismael por decepcionarlo, le pedí que volviera a entrenarme y guiarme la carrera, y le juré que haría todo por volver a torear como antes. Mi entrega ahora sí sería total y propia, al igual que las culpas de los fracasos que vinieran; ya no iba a repartirlas ni ponerles nombres por excusa. Fue muy duro conmigo, me refiero a Ismael. Lo tenía todo el tiempo encima, haciéndome recuperar las fuerzas, pero sobre todo el espíritu. Me hacía entrenar horas extras casi hasta el desmayo del agotamiento. Y lo logró. Recuperé mi sueño. Me recuperé a mí. Gracias, Ismael, siempre gracias. El nunca perdió la fe en mi, y me la regresó en el momento exacto. Mi carrera fue como la corona de un castillo de feria. Vuela alto, rápido, brillante y de colores, pero en lo alto se apaga y nadie sabe dónde cae. Es lo que tiene la vida, y el toro. De un día para otro, ya no eres nadie. Ya nadie quiere pagar por verte. Las faenas se vuelven repetidas. Y claro, la camada de chavales empuja, y yo ya estaba grande, y había desaparecido un tiempo…ya era el último giro de la corona antes de apagarse. Mi última corrida fue en Guadalajara. Corté una oreja. Y no fue la última corrida que toreé porque me retirara, sino porque ya no había contratos ni carteles en los que cupiera. Esa noche, después de cenar, decidí comprar en una tienda de autoservicio una botella barata de vino tinto; me fui al cuarto de la habitación y decidí beberla. A cada trago, entendía que mi carrera había
terminado. Ya toreaba cinco o seis tardes al año. Nunca nadie quiso darme la alternativa en una plaza de primera, y la tomé en un pueblo; mi padrino un drogadicto, de testigo un prófugo de la justicia. Al beberme la botella, entendía que no estaba triste, estaba brindando conmigo pues tenía mucho más por lo que estar agradecida que decepcionada. Descubrí mi potencial para lograr un objetivo. Conocí a las personas más increíbles e impensables del mundo. Muchos amigos de verdad, muchos enemigos. Me superé mil veces a mí misma. Ahora tengo trabajo en el periódico, escribiendo de toros… Pero sobre todo te tengo a ti, mi niño. Si esa noche no hubiera tomado, jamás me hubiera atrevido a decirle a Ismael que estaba enamorada de él, y probablemente tu mamá nunca hubiera nacido. Y mira Pedro, tu madre sabe de esto del toro; nació de la sangre borracha de una Matadora y la sobria de su apoderado y salvador. Ella conoce el medio, desde fuera, porque ella nunca se metió de lleno, pero sabe mucho, por mi y tu abuelo Ismael, y si te ha mandado a preguntarme mi historia ha sido para que te cuente lo duro que es vivirlo de carne propia y esas cosas; pero eso ya lo sabrás tú. A cada zapato se le mete una piedra distinta aunque pisen el mismo camino. Yo sólo estoy para apoyarte, guiarte y exigirte igual que tu abuelo lo hiciera en su momento conmigo. Tu madre te ha mandado para que te oriente. Pero que te quede bien claro Pedro, no dependes de ser nieto mío, yo no soy de renombre. Sólo soy periodista, y nunca voy a escribir dándote coba. Te haré un quite cuando sea prudente, porque contactos sí tengo, míos y de tu abuelo.
Todo Pedro, tu éxito, y que te conviertas en un gran torero, depende sólo de ti y tu capacidad de salir adelante. Por eso te ha mandado tu madre, para que tengas claro que meterse a este mundo no es un juego de medias tintas, es de claroscuros; aunque veo que ya está decidido, se te nota en la carita. -Abre ese baúl, Pedro- le dije ya con voz dulce, de abuela orgullosa- debajo de mi vestido de bodas, está la muleta que utilicé en mi debut en La México. Quiero que la tengas. Que aprendas a usarla, pero aún más, quiero que la mandes bien, y que dibujes los lances que yo no hice. Pero hazlos con verdad y con el alma, que sólo así calan. Triunfa mi Pedro. Le di la bendición que él me regresó con un beso. Le dio otro a la foto de Ismael; Tomó su muleta vieja pero nueva. Me sonrió con las encías pelonas de dos dientes y abrió la puerta con emoción y un grito de “mamaaaaaaa, mira lo que me regaló mi abuelaaaaaa”. Yo orgullosa, recordé el pasado, el que me hizo lo que soy. A mi mana Rosario, a Manu, a mi madre y mi padre, incluso a mi hermano… Y a mi Ismael. Volteé al cielo, como lo hice en el brindis a mi madre, y le dije a Ismael: no te di un hijo torero; según tú, no lo habrías soportado… pero ahora tenemos un nieto que quiere serlo. Me enseñaste bien, y voy a guiarlo como tú lo hiciste en mi juventud…Cuídamelo, Ismael, igual que mi madre hizo conmigo; pero también disfrutémoslo, yo aquí, y tú en tu barrera del cielo.
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Oskar Ruizesparza
Director-Editor
(Guadalajara, México 1948) Conocido en el ámbito fotográfico internacional, por haber expuesto sus obras en París, Alemania, Nueva York, Orlando, Los Ángeles, Vancouver y en el país. 47 años de realizar fotografías, por su estudio han pasado personajes de la Política, la Sociedad Tapatía e innumerables artistas como: Vicente y Alejandro Fernández, Antonio y Pepe Aguilar. En el ámbito turístico, sus fotografías han recorrido el mundo en Posters, Folletos y Revistas. Del año 2000 a la fecha ha publicado 26 libros, “Guadalajara”, Zapopan”, “Inducción al Tequila”, “Homenaje a la Charrería Jalisciense”, “Campeonísimos”, “Campeonatos Nacionales Charros”, “Vicente y sus Potrillos”, Dentro de la fiesta brava, Miguel Espinosa “Armillita”, Los “Recortes de Oskar” “Desparpajos”, Aguascalientes, Guadalajara y Autlan Taurino, Alas de Mariposa y “El Toreo al Desnudo”
Colaboradores Xavier González Fisher (Aguascalientes, México, 1959) Abogado y Notario Público, egresado de la Universidad Autónoma de Aguascalientes (1986). Maestro en Derecho Económico y Corporativo por la Universidad Panamericana (2004). Autor del libro “Tocados por los Duendes. Diez Figuras de la Edad de Plata del Toreo en México” (CIEMA – ICA, 2000) y coautor entre otros de “El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada. Un siglo de toros. Antología”. (Centro de Estudios Jurídicos y Sociales Mispat, 2013). Corresponsal de la revista 6 Toros 6 en Aguascalientes entre 2001 y 2008
Paco Aguado Juan Pablo Corona Rivera
Coeditor
(Guadalajara, Jal., 1967) fundador de la firma Corona Rivera Velazquez, Contadores Públicos Certificados y Consultores que cuenta con ISO 9000, afiliada a la firma internacional LEA Leading Edge Alliance con oficinas en Guadalajara, México, D.F. y Monterrey, N. L., - El año pasado Inicia su aventura como ganadero de reses bravas al formar la nueva Ganadería San Constantino, Director de la Fundación CRV, como Coeditor de México Mío su apoyo invaluable en las ediciones “Alas de Mariposa”, “El Toreo al desnudo” y “Soñadores de Gloria”, es copropietario de Casa Toreros y recientemente adquiere en sociedad con Don Manuel Mateos Bonilla la empresa Bodegas Nubori, situada en Alfaro provincia de La Rioja, España. Un gran logro será sin lugar a dudas el que Nubori será el vino en exclusiva de toda la feria de San Isidro 2014, tanto en las barras de sol como sombra y salas VIP
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(Madrid, España, 1964) es escritor y periodista licenciado por la Universidad Complutense. A lo largo de tres décadas ha ejercido como cronista y redactor taurino en los más variados medios de prensa, bien sean periódicos, agencias, radios, televisiones y portales de Internet, así como en revistas especializadas. Durante nueve años formó parte del equipo de Tendido Cero en Televisión Española y también del programa Clarín, de Radio Nacional de España. Y durante una década fue el director adjunto del semanario 6 Toros 6. Además de participar como conferenciante en multitud de foros en Europa y América, es autor de varios libros de temática taurina, como “Joselito El Gallo, el rey de los toreros”, “Figuras del siglo XX”, “Por qué Morante”, las Tauromaquias de José Tomás y Pablo Hermoso de Mendoza y, como redactor, del éxito editorial “Joselito, el verdadero”. En la actualidad es el cronista taurino en las grandes ferias de la Agencia EFE y colaborador habitual del portal altoromexico. com, así como de la revista “Cuadernos de tauromaquia”
Juan Antonio de Labra Madrazo
Horacio Reiba “Alcalino”
(Guadalajara, México, 1968) es periodista de profesión, egresado de la Escuela de Periodismo “Carlos Septíen García” Cursó estudios de doctorado en la Facultad de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Complutense de Madrid. Comenzó a trabajar en los medios de comunicación en 1986 en el semanario “El Redondel”. Ha sido comentarista y cronista de radio, prensa, televisión e Internet, en medios nacionales y extranjeros. Formó parte de la plantilla de redacción de de la revista 6 Toros 6 durante una década, y se ha desempeñado como corresponsal en México de Radio Nacional de España. Durante la última década ha realizado numerosas transmisiones de radio desde distintos países taurinos. En 2013 publicó el libro “Zotoluco, la apuesta de un sueño”, y actualmente es director de altoromexico.com desde su fundación, en octubre del año 2008.
(Puebla, México. 1948). Ingeniero químico y maestro en Ciencias del Lenguaje por la Universidad Autónoma de Puebla, inició su andadura como cronista y crítico taurino en el semanario El Redondel en 1985, y fue corresponsal de la revista 6 Toros 6 (19982000), así como autor de reportajes históricos para el trimensuario Campo Bravo. Ha dirigido y/o participado en numerosos programas para la radio y la televisión en su ciudad natal, tanto sobre temas taurinos como culturales, y desde la década de 1980 narró, por ambos medios, incontables corridas de toros y novilladas en plazas de la región Puebla-Tlaxcala. Asimismo, ha sido invitado a programas de la proyección nacional, como Toros y Toreros del Canal 11. Su tesis de maestría llevó por título “Evolución técnica y estética de la tauromaquia en el siglo XX mexicano”, y actualmente prepara una obra sobre el papel histórico desempeñado en España por los toreros mexicanos, desde Ponciano Díaz hasta la hora presente. Su columna Tauromaquia se publica todos los lunes en La Jornada de Oriente y en el portal especializado www.altoromexico.com
Rui Bento Pereira Cordeiro (Preces-Carregado, Portugal, 1964), es matador de toros de alternativa, concedida en Badajoz por José María Manzanares en 1988. Desde novillero, se trasladó a Salamanca para intentar abrirse paso en una profesión para la que no encontraba facilidades en su país. Una grave cornada, sufrida en la plaza de Orthez al mes del doctorado, le tuvo alejado de los ruedos durante dos años y medio. Pero reapareció con la misma fe en sí mismo para cumplir con una más que digna trayectoria profesional hasta el año 2000. En la actualidad, después de haber apoderado a diestros como Eduardo Gallo, Antonio Barrera, Juan Diego y Antonio Ferrera, administra las carreras de varios rejoneadores lusos y es empresario de distintas plazas de Portugal. Pero de su labor fuera de los ruedos destaca su reconocida gestión como gerente taurino de la plaza lisboeta de Campo Pequeno, puesto que ocupa desde su reapertura en 2006.
Marc Lavie (Francia, 1963) es director del único semanario taurino francés: «Semana Grande», y corresponsal en Francia del programa «Los toros», de la Cadena Ser, así como «Carrusel taurino» de Canal Sur y de la revista «6 Toros 6». Ha colaborado en las páginas de El Cossío y ha publicado varios libros anuarios taurinos en francés como «1986.. année taurine» (y también los correspondientes a las temporadas 1987, 1988, 1989, 1990, 1991, 1993 y 1994) ; «Temporada 98», «Corridas en Francia en 2003», «Corridas en Francia en 2004» o «Le sacre de Castella». Ha sido galardonado con el segundo premio literario Doctor Zumel en su edición de 2006, y es miembro del jurado de los premios Biarritz y Bayona que se conceden a lo más destacado de la Feria de San Isidro. la vocación del toreo en el mundo
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José Francisco Coello Ugalde
Víctor Diusabá Rojas
(1962). Es Ingeniero Mecánico Electricista, Maestro en Historia y actualmente candidato al Doctorado en Historia, por la U.N.A.M. Con casi 40 años en el medio, ha colaborado en diversas publicaciones periodísticas, ha dictado más de 50 conferencias y, entre sus 70 publicaciones presentadas entre 1987 y 2014, se puede destacar Novísima Grandeza de la Tauromaquia Mexicana (1999), así como los cuatro DVD´s de la colección Tesoros de la Filmoteca de la U.N.A.M., editados y publicados entre 2002 y 2007. Actualmente, y gracias al generoso apoyo de Oskar Ruizesparza, pueden consultarse más de 15 obras en el portal de internet “Méxicomío.com” Otras actividades de Coello Ugalde están concentradas en dos blogs,APORTACIONES HISTÓRICO TAURINASMEXICANAS (http://ahtm.wordpress.com/), y LUZ y FUERZA DE LA MEMORIA HISTÓRICA http:// Kilowatito2009.blogspot.mx/), expresiones digitales que tienen gran aceptación entre los interesados de estos dos temas, a cual más de interesante.
(Bogotá, Colombia, 1956) es periodista, investigador y profesor universitario. Tiene el grado de maestría en Historia Contemporánea, de la Universidad de Granada, España, y hoy día adelante un doctorado en Historia y Artes, en la misma universidad. Ha trabajado en los principales diarios y revistas de su país. En el tema taurino es cronista taurino en diversas publicaciones colombianas y españolas. Es autor de los libros “El toro de lidia en Colombia” y “La Afición”, premio de la Fundación Joselito, así como coautor de “Castella”. También escribió el capítulo sobre Colombia (“Los toros, la otra Conquista”) de la reciente edición del Cossío. He sido director de la Agencia Colombiana de Noticias, Colprensa; del portal Semana.com; editor general del Grupo Nacional de Medios; jefe de redacción del diario El Espectador, entre otros.
Santiago Aguilar Cevallos Víctor José López (Caracas, Venezuela, 1940) es periodista taurino desde 1967. Sus inicios fueron en el diario El Nacional de Caracas. Luego en 1969 integró el grupo de fundadores de Meridiano, diario en el que ocupó todos los cargos hasta llegar a Director. Como periodista taurino ha trabajado en radio y televisión en Venezuela. Ha sido corresponsal de El Ruedo de Madrid, primer corresponsal en América de 6 Toros 6 de España, también de Clarín y Tendido Cero. Ha publicado los libros “Yo Girón”, “Fragua de toreros”, “Solera Brava”, “Venezuela vestido de luces”, “Reportero Taurino”, “Los toros en Venezuela” y “César Girón, biografía”. Actualmente es director de A los toros, y de grupos informáticos taurinos en Venezuela.
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(Quito, Ecuador, 1961) es comunicador social, especializado en comunicación política e institucional. Periodista de prensa, radio, televisión e internet. Fue Secretario de Comunicación de la Presidencia de la República de Ecuador entre 1992 y 1996. Director de Radio Bolívar FM. Reportero de las cadenas de televisión locales Ecuavisa y Telecentro. Experto en estrategias de comunicación y formación de voceros. Asesor de instituciones públicas y privadas. Cronista del periódico Hoy de Quito y corresponsal de la revista 6 Toros 6. Investigador, autor de decenas de ensayos sobre la historia de la fiesta de los toros en el Ecuador y editor del libro “50 años de la Plaza de Toros Quito”. Estratega de la campaña de defensa de la fiesta de los toros en el Ecuador. Actualmente es director de oleradio.net.
Dikey Fernández Vásquez (Lima, Perú, 1961) es egresado de la Facultad de Ciencias Administrativas de la Universidad Mayor de San Marcos, y cuenta con diversos estudios en las áreas de historia en distintos centros de enseñanza superior. Su ejercicio dentro del medio taurino comenzó en 1988 como director del Museo Taurino de Acho, y después fungió como secretario y miembro del Patronato de Acho de la Sociedad de Beneficncia de Lima Metropolitana. Ha trabajado como asistente general de la Plaza de Toros “La Taurina”. Fue director ejecutivo de la Escuela Taurina de Acho durante cuatro años. Posteriormente, entre 2000 y 2005 fue asistente de la gerencia, prensa y publicidad del Consorcio Taurino de Acho. Desde 2009 es director de la Plataforma Taurina del Perú. Es columnista invitado en la página taurina del diario “El Comercio” desde el año 1991. Actualmente se desempeña como corresponsal del portal opinionytoros.com.
Miguel Ángel Martínez Hernández (Zapopan, Jal. 1953), A los 10 años mostro inquietud por el Arte de torear, en casa solo oía hablar de toros y toreros, su hermano mayor, Alberto (qepd), fue novillero en los sesentas, en casa solo veía capotes, muletas y trajes de torear. Aprendió sus primeros lances de su hermano Beto y de Don Rafael Muñoz “Rafaelillo” (qepd), exnovillero, periodista y admirador del “Orfebre Tapatío” PEPE ORTIZ, razón por la que desde niño los aprendió, toreo profesionalmente de 1969 a 1987 su toreo clásico y creativo con el capote, varias suertes de capa son de su invención, recibe la alternativa de Matador de manos de Joaquín Bernadó en 1977 en la desaparecida plaza de toros “El Progreso”, es Lic. en admón. de Empresas de la UDG, colaboró en radio y tv, en 2010 en combinación con el fotógrafo Oskar Ruizesparza realizan un libro con el título de “ALAS DE MARIPOSA”. Actualmente es Administrador de la ganadería Jalisciense “San Constantino”
Rocío Sierra Hernández (Guadalajara, México, 1984). Egresada de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación (ITESO, 2006); el sexto semestre lo cursó Universidad de DEUSTO, campus San Sebastián, enfocándose a la especialización en medios y periodismo. Inició trabajos en medios en 2002, como colaboradora del programa radiofónico “Puerta del Príncipe”. De 2006 a 2012, trabaja en “Sol y Sombra”, programa televisado a nivel nacional. Colaboradora del periódico El Informador con poesía taurina en 2011, a demás de otros medios taurinos vía internet, como México Mío, actual colaboradora de Televisa Deportes en el programa “Recta Final” dirigiendo la sección taurina, ha cubierto la feria de Cali y Manizales en Colombia y ha expuesto en el palacio municipal de Guadalajara fotografía con tema taurino.
copyright© Diseño: Oskar Ruizesparza Retoque y correción color Gerado Olivares Impreso En Nueva Imprenta, Madrid, España. 1,000 ejemplares Esta es una publicación de México Mío los derechos son reservados y propiedad de la editorial, la reproducción total o parcial, por cualquier medio, ya sea impreso, digital, electrónico o calcado será sancionado conforme a la ley autoral. Anguila No. 3745, Loma Bonita Residencial Zapopan Jal., México Tel. Oficina (33) 1581 4628 Cel. 044 333 440 4001
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