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EDITORIAL

Howard Andruejol EDITOR EJECUTIVO

@hac4j

Pensemos una canción o cantemos un pensamiento A CONVERSACIÓN MINISTERIAL QUE MÁS DISFRUTO SIEMPRE GIRA ALREDEDOR DE FILOSOFÍA DE MINISTERIO. Me encanta enseñar el curso Fundamentos de la Pastoral Juvenil porque en él puedo inquietar a todos nuestros estudiantes del IEJ acerca de por qué hacemos lo que hacemos. Dedicamos unas 20 a 30 horas para volver al texto bíblico con este tipo de interrogantes. Sin este cimiento, es muy peligroso hablar de cualquier estrategia de ministerio. Sería muy fácil divagar en las carreteras de la innovación sin poder definir a dónde se nos ha encomendado llegar -y llevar a los que lideramos. Sería un lindo recorrido, pero un destino equivocado. Qué peligroso hacer correctamente lo incorrecto. Ahora bien, con esto en mente me pregunto cómo vamos en el tema de la música en la iglesia. ¿Por qué cantamos? ¿Y por qué tenemos grupos musicales en nuestras reuniones? Mi observación es que tenemos muy claras las respuestas a estas dos preguntas. Puedo afirmar que en el culto cristiano cantamos para hacer tiempo mientras llegan las personas que van tarde, cantamos para sentirnos bien -felices con las canciones alegres y reconfortados por los ritmos tranquilos-, para lucir nuestras habilidades musicales, para mantener a algunos jóvenes involucrados, para manipular los sentimientos después de una conferencia. Quizás algunos dirían razones más piadosas, como «cantamos para glorificar a Dios», o «lo hacemos para entrar en su presencia». En todo caso, me preocupa más cuán latentes son las preguntas esenciales en la mente de los líderes. De nada nos sirve una respuesta si no hace sentido a una interrogante. Con esta edición de Líder Juvenil no pretendemos imponer nuestra contestación ni criticar a diestra y siniestra. Más bien, nos invitamos a una urgente introspección acerca de nuestras motivaciones. Nos desafiamos a una revisión bíblica de la música, del canto, los músicos, los instrumentos, el fondo y la forma en nuestro culto cristiano y en nuestra relación con Dios. La alabanza ha cobrado hoy un papel de suma importancia en la vida eclesiástica. Que alguien se atreva a suspender el tiempo de cantos en la reunión semanal, durante algunos meses y que nos cuente el resultado. Ya que juega un papel predominante, más vale que podamos explicar a las nuevas generaciones por qué hacemos lo que hacemos.

¿Cómo sabemos que estamos alabando de la forma correcta? ¿Habría alguna forma incorrecta? ¿Qué dice la Biblia acerca de la adoración? ¿Y de la música? No estoy seguro si la alabanza hoy en lugar de hacer un bien está dañando más, mal educando, enfocándonos en hacer correctamente lo incorrecto. Los acordes y armonías suenan bien. Pero en ocasiones, parece que ya no es algo para expresar nuestra profunda admiración, desde el corazón, para el Dios del universo. Más bien da la impresión que se ha centrado en nosotros mismos. Alabamos para nosotros, para sentirnos bien. Al cantar, nos admiramos a nosotros, hablamos de nosotros. Así que, quizás tenemos algunos conceptos equivocados, y ni siquiera nos hemos dado cuenta. Sinceramente, creo que la alabanza es una bendición. Es un regalo de Dios. Cantamos porque es una idea suya. A Él le agrada. En su Palabra, no nos dejó instrucciones musicales detalladas. Pero nos habló de motivaciones, razones, actitudes, e incluso registró las letras de algunos cantos. Es algo muy espiritual, profundo y centrado en la persona de Dios (Efesios 5:18-20). Por lo tanto, debemos ser sabios, dedicar tiempo a una reflexión inteligente al respecto. Ya no más cantar por cantar; es hora de pensar.

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