C O L U M N I S TA I N V I TA D O
EL AFÁN POR SER VISTOS Cuando un estilo de trabajo se populariza resulta fácil creer que dicho camino es el único del que disponen quienes lo practican. El respeto y el prestigio del que gozaban los fariseos seguramente había convencido a muchos judíos de que no existía otra forma de agradar a Dios que la rigurosa vida que aquellos proponían. La ausencia de otros modelos tampoco estimulaba a una honesta evaluación de las carencias que poseía el sistema de influencia utilizado por los fariseos.
Hoy observamos esa misma falta de capacidad de reflexión frente a los estilos de liderazgo popularizados entre algunos pastores. Pareciera que la ambición por los títulos, el amor por la plataforma y el afán por amontonar personas son el común denominador a muchos ministerios, a tal punto que nos sentimos tentados a resignar los sueños de otro estilo de pastorado. Chris Shaw Director general de Desarrollo Cristiano Internacional, una organización que provee de apoyo y recursos a pastores y líderes en América Latina. Es también el director editorial de la revista Apuntes Pastorales. Posee un Doctorado en Liderazgo con el Seminario Teológico Fuller. Autor del libro “Dios en sandalias”.
En Mateo 23 Jesús deja en claro que la popularidad de un estilo de trabajo no necesariamente le otorga legitimidad. Desafió a sus discípulos a pensar en el ministerio desde una óptica radicalmente diferente a la de la cultura de los fariseos. Los principios que compartió con ellos no han perdido su vigencia, a pesar del paso de los siglos. MUCHAS PALABRAS, POCA VIDA El primer error que Cristo identifica en la vida de los fariseos es la contradicción que existe entre los dichos de su boca y la forma en que viven. «De modo que hagan y observen todo lo que les digan; pero no hagan conforme a sus obras, porque ellos dicen y no hacen»(v3). El ministro que aspira a ser un medio de transformación en la vida de las personas deberá tener la convicción inamovible de que impacta más por lo que es que por lo que predica. Diez encuentros para dar una completa enseñanza sobre el tema de la oración o el discipulado no podrán lograr el mismo impacto que las frecuentes oportunidades que tenga la gente de observar a su pastor orando o formando discípulos. De hecho, los mismos discípulos de Cristo pidieron instrucción sobre el tema de la oración porque se percataron de que este era uno de los ejercicios espirituales básicos en la vida de su Maestro. Los fariseos se presentaban ante el pueblo con una doctrina cuidadosamente confeccionada. No existía aspecto de la vida sobre el cual no hubieran reflexionado con profundidad. Para cada tema poseían un arsenal de textos que marcaban el camino que debían seguir los devotos. No obstante este elaborado desarrollo intelectual de la verdad, sus vidas frecuentemente revelaban alarmantes carencias de madurez espiritual. No exhibían la ternura, la compasión, la sensibilidad, ni la humildad que son las marcas normales de un corazón moldeado por Dios. La aspereza de sus corazones muchas veces acababa neutralizando las enseñanzas con las que pretendían instruir al pueblo.
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C H R I S S H AW
PARECIERA QUE LA AMBICIÓN POR LOS TÍTULOS, EL AMOR POR LA PLATAFORMA Y EL AFÁN POR AMONTONAR PERSONAS SON EL COMÚN DENOMINADOR DE MUCHOS MINISTERIOS En los sistemas educativos de este mundo es posible que el mensaje y el mensajero estén completamente divorciados, pero en el reino de los cielos la calidad del mensajero es aún más relevante que el mensaje que entrega, pues su vida será la que le dará a su palabra el peso necesario para producir el tan deseado impacto. MUCHAS INSTRUCCIONES, POCA COMPASIÓN Un segundo elemento que Cristo condenó en los fariseos era que ellos «atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas». Un error en el que caemos los pastores, con demasiada frecuencia, es creer que nuestra tarea consiste en anunciarle a las personas lo que Dios espera de ellas. No cabe duda que una de nuestras responsabilidades es ayudar al pueblo a entender los preceptos de la palabra de Dios, pero ¡cuánto exceso de enseñanza existe en nuestras congregaciones! El pueblo está saturado de reuniones en las que les presentamos interminables listas de exigencias para «vivir la vida» a la que han sido