HEROE DE LA FE Leonard Bacon, líder congregacional del siglo XIX, sirvió a Cristo más de cincuenta y siete años. Sobresalió por sus prédicas, canciones sagradas, ministerio evangelístico y una férrea oposición a la esclavitud. WILLISTON WALKER
LA VOZ DE LA SANA DOCTRINA Líder congregacional del siglo XIX, el reverendo Leonard Bacon predicó la Palabra de Dios durante más de cincuenta y siete años desde un púlpito histórico. Consagrado al servicio del Señor y comprometido con la salvación de las almas, fue un portavoz tenaz de la sana doctrina y del poder de Jesucristo. Su ministerio pastoral se distinguió por sus mensajes, himnos y obras evangelísticas y sus actividades antiesclavistas. Fue en una cabaña de la ciudad de Detroit, entonces frontera del comercio de pieles norteamericano, donde el hermano Leonard nació el 19 de febrero de 1802. Sus progenitores fueron el misionero David Bacon y la hermana Alice Parks, siervos destacados del Altísimo, quienes transmitieron el cristianismo con valentía y coraje a los pueblos nativos de los Estados Unidos. Ambos le enseñaron a amar al Creador por sobre toda las cosas. En julio de 1807, se estableció en el estado de Ohio, ubicado en el Medio Oeste del suelo estadounidense, donde su padre fundó una localidad que pronto fue conocida con el nombre de Tallmadge. Allí, en una casa de troncos, pasó su niñez y presenció, hasta julio de 1812, las innumerables labores realizadas por su familia para formar una comunidad cristiana y transmitir las enseñanzas del Redentor a los indios de la región. El 29 de agosto de 1817, su papá dejó de existir en el estado de Connecticut. En aquel momento, su tío Leonard Bacon, un destacado médico de la urbe de Hartford, estaba a cargo de su educación. Con su ayuda, asistió a la “Hartford Grammar School” y recibió una sólida formación. Un mes después de la muerte de su progenitor, ingresó al Yale College con el propósito de adquirir los conocimientos necesarios para ser evangelista. En Yale, una de las mejores universidades de los Estados Unidos, tuvo un buen nivel académico y participó de forma activa en discusiones literarias. En 1820, a los dieciocho años, se graduó. Pese a ello, sintió que no había estudiado lo suficiente y que sus hábitos de lectura eran superficiales. Tras recibirse, se inscribió en el Seminario Teológico
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MOVIMIENTO MISIONERO MUNDIAL
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