Gaceta Mefisto 22

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Mefisto

Trastorno por Déficit de Atención (tda y tdah), ¿discapacidad que no se ve? Mtra. Elizabeth Pineda Gutiérrez*

Las paradojas llevan a la verdad. Para ver lo que vale la realidad hay que verla bailar sobre la cuerda floja. Cuando las verdades se vuelven acróbatas, podemos establecer un juicio sobre ellas. Oscar Wilde

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I. Introducción n una ocasión, como parte de mi trabajo con estudiantes universitarios, la madre de una chica diagnosticada con Trastorno por Déficit de Atención (en adelante tda) me comentó, refiriéndose a la búsqueda de bachillerato para su hija lo siguiente: «le busqué una escuela para discapacitados, pero en cuanto mi hija la vio, hubo un conflicto ya que ella no se siente discapacitada; intentó adaptarse a esa escuela, pero no le gustaba cómo era la convivencia con otros estudiantes que tenían autismo, síndrome de Down, entre otros problemas. La gente me recomendaba, métala con los discapacitados para que le pongan más atención; pero eso sólo lastimó su autoestima y no la atendían. El problema es que no entra con discapacitados ni con normales». Otro estudiante, al que le recetaron a los 13 años benzodiacepinas para controlar la hiperactividad, le dijo a su madre: «no quiero tomar eso, estar drogado, aletargado, no mates mi esencia». Las experiencias anteriores nos abren la puerta al conocimiento de algunos trastornos, como el tda, no desde la posición de una clasificación diagnóstica, que nos puede encasillar en una posición, sino desde la experiencia misma de quien lo vive y lo sufre, no necesariamente como parte de la sintomatología propia del trastorno, sino por la representación social que tienen los otros, en los que nos vemos reflejados. Cuando un trastorno no se puede ver o tocar, suelen atribuirse los comportamientos o dificultades como causados por la persona misma que los manifiesta y suele ser objeto de llamadas de atención, castigos, reprimendas, y se apela a la voluntad de controlarlo por sí mismo. La interacción con los demás delimita fronteras; un sentimiento de ser diferente, por parte del que vive el trastorno, de no ser normal, y esa percepción lo aleja de los demás y lo aísla. No dejamos de ser humanos con potenciales, con sueños, con infinidad de recursos por tener tda o algún otro trastorno, pero lo que nos incapacita en la relación con los demás es el no poder responder a la pregunta básica de quié*

nes somos y a qué parte del mundo pertenecemos, cuando el mundo va configurando límites que nos alejan de posibles grupos de referencia a causa de nuestra posición de «no normalidad» o desigualdad con los demás y eso va mermando la autoestima, la identidad personal; más allá de lo que significa lidiar con formas diferentes de aprender y relacionarnos con el entorno. Cuando se hace evidente la presencia del tda o tdah (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad), en las escuelas y se descubren los beneficios de las benzodiacepinas para controlar conductas disruptivas, se comienza a recetarlas de manera indiscriminada y, en muchas escuelas, se condiciona el acceso de los estudiantes a la medicación. Pero los síntomas secundarios de su ingesta en algunos casos se asociaban con letargo, falta de espontaneidad o de entusiasmo, además de nerviosismo o tics, entre otros; con la ausencia no sólo de la conducta disruptiva dentro del salón de clases, sino de toda actividad; comienza a cuestionarse entonce si era preferible tener estudiantes inquietos en la clase o tener estudiantes ausentes, o sea, sin ningún interés por el aprendizaje. Lo que demostró que la medicación, por sí sola, no resolvía las dificultades asociadas al tdah en la escuela e incluso podría generar nuevas problemáticas. La existencia del tda o tdah, suele mostrarse desde el contexto del hogar; pero sólo se le considera en su trascendencia e importancia cuando se manifiesta como dificultad de aprendizaje y de comportamiento en los entornos educativos. La coincidencia de ambas dificultades y los problemas que conllevan genera que se le preste mayor atención y se acuda a un especialista, pero no siempre es así. Generalmente, cuando un niño no puede adaptarse a los ambientes de educación básica formal es porque presenta un bajo desempeño, dificultad de aprendizaje, poca capacidad para atender la clase, para respetar las reglas impuestas, así como también un déficit para seguir instrucciones, y una incapacidad para permanecer sentado o terminar las tareas impuestas, es mal visto por los responsables de su educación y, antes de considerar la asociación a un trastorno o enfermedad, es denominado lento, perezoso y etiquetado como «burro», el «tonto de la clase», «el niño que ningún profesor querría tener en su salón», «el hiperdemandante que agota a más de un profesor». La persistencia de dificultades de aprendizaje, a pesar de las buenas intenciones de profesores, padres y de los mis-

Maestra en psicología. Forma parte de la Coordinación de Servicios Estudiantiles de la UACM.

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