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Orin Starn
su líder fuese un intelectual de raza blanca que en sus discursos más famosos citaba a Kant, Shakespeare y Washington Irving. Por el contrario, los maoístas eran considerados como rebeldes primitivos procedentes de un mundo "no occidental". Según el sensacionalismo orientalista de un periodista británico, que escribía tardíamente en 1992, esta sublevación fue un producto "del mundo mágico de los indios", y de la "crueldad" y la "ferocidad" de "la mente indígena" (Strong 1992a: 34, 72). Entre las clases privilegiadas limeñas, mayormente de ascendencia europea, muchos dieron en pensar en "ayacuchano" o incluso en "serrano" como sinónimos de "terrorista", dadas las viejas ansiedades sobre la irracionalidad de "lo andino", entrelazadas con los nuevos temores del "terrorismo internacional" característicos de los años de Reagan y Thatcher, en la estigmatización de los rebeldes como "subversivos sicópatas" o "criminales dementes". De otro lado, el gobierno de Fujimori utiliza las rondas para probar que ha recanalizado de manera exitosa la peligrosa energía de los peruanos más pobres, enfocándola hacia la defensa de la democracia y la nacionalidad. Durante los últimos tres años, el ejército ha transportado a Lima camiones repletos con centenares de ronderos para desfilar en la parada militar con que se celebra el 28 de julio. Las imágenes de los campesinos emponchados, junto a unos cuantos milicianos asháninkas ataviados con collares de dientes de jaguar y pintura de guerra, desbordan las fotos de los diarios y los noticieros. Tales imágenes exhiben, e incluso refuerzan, la antigua convicción de la perenne otredad de los indígenas y campesinos. En este contexto, la carga de la diferencia opera para electrificar lo que Fujimori llama "nuestra lucha contra los enemigos de la democracia", mientras las legiones de comuneros con las escopetas Winchester al hombro marchan por el Campo de Marte, al lado de columnas de enfermeras, ingenieros, escolares y doctores, y escuadrones de policías y soldados. A pesar de su marginalidad respecto al liderazgo de las rondas ―como veremos más adelante―, las mujeres ataviadas con su indumentaria "tradicional" de sombreros redondos y polleras de lana marchan también con lanzas y escopetas, extendiendo la garantía del gobierno para controlar los poderes peculiares de multivocalidad y diversidad, en este caso las características "femenina" y "andina". Los extremos de violencia y razón, masculino y femenino, "lo andino" y "lo occidental", "lo primitivo" y "lo moderno", convergen en un espectáculo público de unidad nacional, puesto en escena por el gobierno como parte de una política cultural de consolidación del estado tras duros años de violencia política y crisis económica que han desgarrado tan profundamente la ficción de la comunidad imaginada de una nación unida. Sin embargo, las marcas de opresión y división difícilmente desaparecen. El triunfalismo del desfile minimiza los costos humanos de la guerra, incluyendo las masivas violaciones a los derechos humanos bajo Fujimori y sus dos predecesores. Mientras tanto, las Winchester de los campesinos parecen armas de jugue-