GONZALO ROJAS EL CUCHILLO EN EL BLANCO Mary Carmen Sánchez Ambriz
Gonzalo Rojas nació en Lebu (1917), provincia de Biobío, en la zona central del alargado territorio chileno. Su vida ha estado dedicada a la poesía. Es autor de La miseria del hombre (1948), Contra la muerte (1964), Oscuro (1977) Del relámpago (1977), Materia de testamento (1988), Las hermosas (1991), Antología de aire (1991) y Río turbio (1996), entre otros de sus libros. Ha sido distinguido con el Premio Reina Sofía (España), el Premio José Hernández y el Premio de Poesía y Ensayo Octavio Paz (México). Al igual que Paz, Rojas es un poeta de la vista, pero también del oído. Ha sabido canalizar sus obsesiones:
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el erotismo, la muerte, la melancolía y, sobre todo, el silencio. Gonzalo Rojas no mira a la poesía como su instrumento sino como la experiencia de vivir; y el zumbido de la lengua se convierte en su silabear: el misterio del ser encerrado en signos del desdoblamiento. En una de sus visitas a México, el también ligado en sus inicios al grupo surrealista Mandrágora, dijo: "Quien no parpadea vocálicamente no entiende lo que es poesía". El poeta chileno confiesa una de sus manías antes de sentarse a escribir: la prueba del cuchillo. Rojas lanza un filoso cuchillo a una mesa de madera, si se queda clavado significa que cuenta con la suficiente concentración para silabear interiormente, para dedicarse a la poe-
sía. Pero si esto no ocurre, entonces deja a un lado su cuaderno de apuntes y se pone a hacer otra cosa. Cuando uno termina de leer un libro de Gonzalo Rojas es posible saber que fueron muchas las tardes de invierno en que el cuchillo dio en el blanco. Mary Carmen Sánchez Ambriz - Octavio Paz escribe: "Enamorado del silencio al poeta no le queda más remedio que hablar" . ¿Cómo concibe usted el silencio latente en su poética? Gonzalo Rojas - Me gusta hablar de esto porque surge una hermosa confusión. Cómo un poeta que trabaja con palabras ad vierte que es necesario el silencio, idea imperativa en el ejercicio de su poética. Claro que hablar parece tan ajeno a esa otra vibración tan honda, tan secreta y, por lo visto, sigi-
losa. Los místicos juegan y entran en la visión del mundo desde el silencio. Nosotros - los poetas- desde la palabra, pero no me refiero a esa palabra que sirve para designar los objetos y trabajar con lo cotidiano. La palabra del poeta es una palabra que conlleva al silencio mismo. No quiero hacer ninguna comparación oscura o compleja, pero el que no entra en el callamiento no entiende nada de lo que es la palabra. Pc!que la palabra -eso se sabe por los lingüistas y por todos- funciona desde la dimensión fono-lógica y semántica . La palabra del poeta no solamente tiene un significado, meaning, que se refleja, sino que es también un sonido, un zumbido. Cuando uno lee a un escritor inmediatamente se da cuenta de que tiene ojo de poeta u oreja de poeta. Esto quiere decir que nuestra palabra se nos ofrece como un instrumento vivísimo. Recuerdo